I. Status
quaestionis.
1)
Introducción.
Lacunza comienza su monumental obra “La
Venida del Mesías en Gloria y Majestad”[1]
con un estudio general dedicado a dos cosas: primero a explicar el
sentido literal de las Escrituras y luego continúa hablando de los dos
sistemas existentes en lo que respecta a la Segunda Venida. Al analizar el segundo
déllos, que es el que propugna, el exégeta chileno se plantea una serie de
objeciones en contra del Milenio. La idea es analizar en este breve artículo la
quinta objeción y la subsiguiente respuesta del P. Lacunza.
2)
Objeción y Respuesta.
La
objeción está tomada del capítulo XXV, 31 ss de San Mateo y la resume
desta manera:
“Este lugar del evangelio es uno de los grandes fundamentos, si acaso no
es el único, sobre que estriba y pretende hacerse fuerte el sistema ordinario.
Porque lo primero dicen: aquí se habla conocidamente del juicio universal, y
aún se describe el modo y circunstancias con que se hará. Lo segundo en este
lugar se dice expresamente que el juicio universal, de que se habla se hará entonces, esto es: cuando el Hijo
del hombre vuelva en su gloria, modo de hablar que junta, une, y ata
estrechamente un suceso con otro y que por consiguiente no da lugar, antes destruye
enteramente todo espacio considerable de tiempo entre la venida del Señor y el
juicio y resurrección universal.”
La
respuesta de Lacunza, aunque parece que no convenció a algunos, se
impone por lo menos como argumento ad hominem. El autor acepta la
primera parte de la objeción pero niega que el “entonces” signifique
“inmediatamente” y cita, para confirmar lo dicho, un pasaje del Génesis.
“¿Pues qué sentido propio, verdadero y conforme a las Escrituras le
podremos dar a la palabra tunc (entonces) y a todo el texto del evangelio? Para responder en
breve a esta pregunta no se me ocurre otro modo más fácil que el uso de alguna
semejanza o ejemplo que suele valer mucho más que un prolijo discurso. Leed el
cap. IX del Génesis y allí hallaréis (ver. 20) que cuando Noé salió del arca,
después del diluvio, comenzó a labrar la tierra, plantó una viña y bebiendo
vino se embriagó. Oíd ahora mi bella inteligencia de estas palabras: Noé salió
del arca al amanecer el día de Abril 27, y junto con él todos sus prisioneros;
y habiendo en primer lugar adorado a Dios y ofrecídole su sacrificio, se puso
luego a labrar la tierra, por no estar ocioso; aquella misma mañana, ayudado de
sus tres hijos, plantó una viña, a la tarde hizo la vendimia y antes del
anochecer ya estaba borracho ¿Qué os parece amigo de mi inteligencia? ¿Halláis
qué reprender en ella guardando consecuencia? Consideradlo bien.
Yo
no negaré que es bien reprensible, por infinitamente grosera. Cualquiera que
lee seguidamente este lugar del Génesis, conoce al punto que el historiador sagrado
va a referir directamente y de propósito lo que sucedió por ocasión de la
embriaguez de Noé: esto es, las bendiciones y maldiciones (o por hablar con mas
propiedad) las predicciones y profecías que pronunció, ya en pro, ya en contra
de su posteridad, en favor de sus dos hijos Sen y Japhet, y en contra de Cam, y
mucho mas de su nieto Canaán. Para referir todo esto de un modo claro y circunstanciado,
como buen historiador, era necesario decir, primero, en breve, que el justo Noé
en cierta ocasión se propasó inocentemente en la bebida, y realmente se embriagó;
segundo, que ya en aquel tiempo había vino en el mundo; tercero, que también
había viña; cuarto, que esta viña no era de las antidiluvianas, sino que el
mismo Noé la había plantado por sus manos. De todo esto era necesario hacer
mención como en un brevísimo compendio, para referir lo que el mismo Noé habló
en profecía, luego que despertó de su sueño. Apliquemos ahora la semejanza: Jesucristo
en esta especie de parábola va directamente a dar una doctrina: va a exhortar á
los hombres á las obras de misericordia con sus prójimos. Este es su asunto
principal. Para que esta exhortación tenga mejor efecto, les da una idea
general del juicio universal, proponiéndoles con suma viveza y naturalidad, así
el premio como el castigo que deben esperar los que hacen o no hacen obras de misericordia.
Mas para dar esta idea general del juicio universal para contraer esta idea
general á su intento particular, le era necesaria alguna preparación: le era
necesario decir en breve, y como de paso, que Él mismo había de venir otra vez
a la tierra en gloria y majestad, que cuando viniese, entonces se había de
sentar en el solio de su majestad, que había de congregar todas las gentes en
su presencia, etc. Mas todo esto que aquí apunta el Señor brevemente, ¿sucederá
luego al punto que llegue á la tierra? ¿Todo se ejecutará en el espacio de doce
ó de veinte y cuatro horas? Pues ¿cómo se cumplirán las Escrituras? ¿Cómo se
podrán verificar tantas otras cosas que hay en la Escritura, reservadas
visiblemente para aquel mismo día o tiempo, que debe comenzar en la venida del
Señor? ¿Estas también no son también dictadas por el mismo Espíritu de verdad?
En
suma: todas las expresiones y palabras del texto del evangelio, de que
hablamos, son verdaderas, son propias, son naturales y perfectamente acomodadas
á su fin. Cuando viniere... se sentará entonces y entonces serán todas las
gentes congregadas y apartará los unos de los otros… entonces dirá, etc. Del
mismo modo son verdaderos, y deben verificarse en aquel mismo día todos los anuncios
de los Profetas, y todas cuantas cosas hay en el antiguo y Nuevo Testamento,
claramente reservadas para este día. Para concordar ahora unas cosas con otras,
para entenderlas todas con gran facilidad, y para darles á todas, y á cada una
de ellas, el lugar que les pertenece, solo falta una cosa, según parece, del todo
necesaria: es á saber, que no estrechemos tanto el día del Señor, como lo hace
el sistema ordinario, sino que le demos, sin temor alguno, toda aquella
grandeza y extensión que le es tan debida, según las Escrituras. Con esto solo
tendremos tiempo para todo.”
Hasta
aquí las palabras del ilustre jesuita chileno.
Si bien
la respuesta debería ser suficiente creemos que existe una refutación más
precisa y contundente.
II)
Una (nueva) respuesta.
1) Introducción.
Nos parece que la
respuesta debía cortar la objeción por la mitad negando el supositum
mismo, es decir, rechazar de plano que Nuestro Señor esté hablando del juicio
universal, antes bien, por el contrario, creemos que está hablando sobre su
Parusía, sobre el juicio de las naciones y sobre el Milenio. No hay ninguna
alusión al juicio universal en esta parábola.
Es preciso ir por
partes. Primero transcribamos el texto y luego sometámoslo a un pequeño
análisis.
“Cuando
el Hijo del hombre vuelva en su gloria, acompañado de todos sus ángeles,
entonces se sentará sobre su trono de gloria, y todas las naciones
serán congregadas delante de Él y separará a los hombres, unos de otros,
como el pastor separa a las ovejas de los machos cabríos. Y colocará a las
ovejas a su derecha, y los machos cabríos a su izquierda. Entonces el Rey dirá
a los de su derecha: “Venid benditos de mi Padre, tomad posesión del reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre y
me disteis de comer… etc. Entonces los justos le responderán diciendo: “¿Señor
cuándo te vimos hambrientos y te dimos de comer… etc? y respondiendo el Rey les
dirá: “En verdad os digo en cuanto lo hicisteis a uno solo, el más pequeño de
estos mis hermanos, a Mí lo hicisteis”. Entonces dirá también a los de su
izquierda: “Alejaos de Mí malditos al fuego eterno: preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, etc. Entonces
responderán ellos también: “Señor ¿cuándo te vimos, hambriento…?” Y entonces Él
les responderá: “En verdad os digo: en cuanto habéis dejado de hacerlo a uno de
estos, los más pequeños, tampoco a Mí lo hicisteis”. Y estos irán al suplicio
eterno, mas los justos a la vida eterna”.
2)
Respuesta y Análisis.
Creemos
que tanto del texto como del contexto del capítulo XXV de San Mateo se
pueden sacar las siguientes conclusiones:
A)
Texto.
1) Notar que la parábola está hablando de la Venida
de Jesús en su gloria, es decir “en gloria y majestad”.
2) Todas las naciones serán congregadas[2] ante
su presencia, es decir, se trata del juicio a las naciones que tiene lugar
durante 45 días después de la destrucción del Anticristo como consta por
Daniel XII. No se habla de todos los hombres.
3) Jesucristo se sentará sobre su trono de
gloria, es decir, hoy por hoy no está sentado en su trono sino en el
de su Padre, como lo indica claramente el Apocalipsis, en III, 21:
“Al vencedor le haré sentarse conmigo en mi trono, así como Yo vencí y me senté
con mi Padre en su trono”.
4) Los “benditos de mi Padre” no pueden ser todos
los salvados puesto que Jesús da la razón al afirmar que han cumplido
las obras de misericordia. Esto sólo puede ser dicho con propiedad de los
santos y no de aquellos que, habiendo vivido en la tibieza, no curaron cultivar la vida espiritual por medio de la práctica heroica de las virtudes.
Para esos tales existe el purgatorio.
B)
Contexto.
1) ¿Quiénes son los justos?
Esta
parábola no se entiende si no se tiene en cuenta lo dicho en otra parábola: la
de la cizaña (Mt. XIII):
“El que
siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena
semilla, esos son los hijos del reino[3].
La cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo. La
siega es la consumación del siglo[4].
Los segadores son los ángeles. De la misma manera que se recoge la cizaña y se
la echa al fuego, así será en la consumación del siglo. El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino todos los escándalos, y a los
que cometen la iniquidad, y los arrojará en el horno de fuego; allí será el
llanto y el rechinar de dientes[5]. Entonces
los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre ¡Quien tiene
oídos oiga!
La
similitud con Mt XXV salta a la vista.
Sin
salirnos de los Evangelios vemos que el término “justo” en el lenguaje
Bíblico no tiene el sentido de lo que hoy llamamos justificación (estado de
gracia) sino el de santidad, y así vemos que José (Mt. I, 19),
Zacarías e Isabel (Lc. I, 6), Simeón (Lc. II, 25),
y el mismo Jesús (Mt. 27, 19) son llamados justos.
Por su
parte Jesús reprendió a los escribas y fariseos porque pretendían pasar
por justos ante los hombres siendo que “están llenos de hipocresía y de
iniquidad”, además de ser hijos de quienes dieron muerte a los justos y a los
profetas (Mt. XXIII, 28.29.35), etc.
Lo
mismo vemos confirmado en el Antiguo Testamento:
Daniel
XII, 1 ss: “En aquel tiempo se
alzará Miguel, el gran príncipe y defensor de los hijos de tu pueblo; y vendrá
tiempo de angustia cual nunca ha habido desde que existen naciones hasta ese
tiempo. En ese tiempo será librado tu pueblo, todo aquel que se hallare
inscrito en el libro. También muchos de los que duermen en el polvo de la
tierra se despertarán, unos para vida eterna, otros para ignominia y vergüenza
eterna. Entonces los sabios brillarán como el resplandor del firmamento, y
los que condujeron a muchos a la justicia, como las estrellas por toda la
eternidad”.
Straubinger comenta: “Los sabios: los observadores de
la Ley de Dios… La promesa que en este pasaje se da a los que ejercen el
apostolado de enseñar tiene su paralelo en las palabras de Cristo: “los justos
resplandecerán como el sol en el reino de su Padre (Mt. XIII, 43)”.
Sabiduría
III, 7 ss: “Brillarán los
justos y discurrirán como centellas por un cañaveral. Juzgarán a las naciones y
dominarán a los pueblos. El Señor reinará sobre ellos eternamente. Los que
confían en Él, entenderán la verdad; y los fieles a su amor descansarán con Él
pues que la gracia y la paz es para sus escogidos.”[6]
Straubinger comenta: “En griego: al tiempo de la
recompensa brillarán, etc. Véase el premio máximo según Daniel XII, 3
y Mt. XIII, 43. Además, los justos participarán en juzgar a los hombres
(Mt. XIX, 28; I Cor. VI, 2; Dan. VII, 27; Apoc. XX, 4), y según San
Pablo también a los ángeles (I Cor. V, 3)”.
Con
respecto al libro de la Sabiduría, para su recta comprensión, debemos recordar
la advertencia de Lacunza[7]
cuando nos dice: “Contra
este hombre o contra estos hombres, que han formado la grande estatua y todo
cuanto en ella se incluye, debe bajar directamente la piedra… este hombre o
estos hombres son los más amenazados en toda la Escritura, especialmente se
puede consultar a este propósito todo el libro admirable de la
Sabiduría, que se dirige a ellos inmediatamente”.
Por último Nuestro Señor termina una de sus parábolas en la que encarece
una de las obras de misericordia de la que habla en el cap. XXV con esta
extraña frase: “Y feliz serás, porque ellos no tienen cómo retribuirte, sino
que te será retribuido en la resurrección de los justos[8]”, tras lo cual uno
de los invitados le dijo: “Feliz el que pueda comer en el reino de Dios”
y Nuestro Señor le respondió con la parábola del gran banquete donde
habla de los escogidos.
2) Como es
sabido San Mateo agrupó su Evangelio por temas y no por orden
cronológico. En los capítulos XXIV-XXV vemos que el “tema” del que trata
es la Parusía y el Reino Milenario, y no hay alusión alguna al juicio final.
Prueba de lo dicho:
a) San
Mateo calla toda referencia a la ofrenda de la viuda que traen tanto Mc
como Lc.
b) El
discurso escatológico (tanto la pregunta como la respuesta) está
todo dirigido a la Parusía[9]:
primero comienza hablando sobre los signos inmediatos anteriores (falsos
profetas, guerras, hambres, pestes, y persecuciones) al gran signo: la abominación
de la desolación en el lugar Santo, tras lo cual viene la gran tribulación
junto con otros Falsos Profetas, y finalmente el juicio de las naciones
(señales en el sol, la luna y las estrellas), rapto de la Iglesia[10] y parábola de la
higuera. Por último San Mateo agrega otras admoniciones o parábolas pronunciadas en otra ocasión[11]:
similitudes con los tiempos del diluvio, parábolas del amo y de los servidores
vigilantes, de las diez vírgenes y de los talentos; todas ellas con un
denominador común: la venida del Mesías en Gloria y Majestad. Ergo es lógico
suponer que los versículos 31 ss se refieren al mismo tema.
2) Apocalipsis XX, 11-15: “Y vi un gran trono blanco y al sentado en él, de cuya faz huyó la
tierra y también el cielo; y no se halló más lugar para ellos. Y vi a los
muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono y se abrieron los libros
–se abrió también otro libro que es el de la vida- y fueron juzgados los muertos,
de acuerdo con lo escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los
muertos que había en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos
que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y
el Hades fueron arrojados en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte: el
lago de fuego. Si alguno no se halló inscrito en el libro de la vida, fue
arrojado al lago de fuego”.
Texto súmamente misterioso que, como diría Lacunza[12]:
“es el único en todas las Escrituras canónicas, que habla clara y
expresamente del fin de todos los vivientes viadores y de la resurrección de
todos y juicio universal”.
Dejemos hablar a Straubinger:
“Descripción del juicio final, cuya explicación encierra todavía
muchos misterios para la exégesis moderna. Se diría que, como en 19, 11 ss
y en Mt. 25, 31 ss el juez es Cristo, el Hijo a quien Dios
entregó el poder de juzgar al mundo después de haber hecho entrega de ese mismo
“para que el mundo se salve por Él” (Jn. 3, 16 s). Sin embargo los
autores modernos (Fillion, Pirot, etc) dan por seguro que San Juan presenta
aquí a Dios Padre a quien llama desde el principio “el que está sentado en el
trono” (4, 9s; 5, 1.7.13; 7, 15 etc) y que es “el único juez supremo” (Gelin).
Huyó la tierra, etc: no es a parcialmente como en 6, 14 y 16, 20, sino que aquí
no hay más tierra de modo que, dice Pirot, “es imposible ubicar el
lugar del juicio”, y por tanto no puede aplicarse, como en Mt. 25, 31 ss, lo
anunciado sobre el juicio de las naciones al retorno de Cristo en el Valle de
Josafat (Joel 3, 2), ni expresa allí Jesús las otras características que
aquí vemos, como la resurrección[13], el tratarse sólo de
muertos (v. 12 y 13)[14], sin quedar ninguno
vivo (v. 9. Cfr. I Tes. 4, 16-17); los libros abiertos; la exclusiva mención
del castigo y no del premio (v. 14 y 15)[15]; el contenido general
del juicio sin referencia a las obras de caridad (Mt. 25, 35 ss), ni al Rey
(id. 34 y 40), ni a su Parusía, ni a sus ángeles (id. 31), ni a sus hermanos
(id. 40), ni a las naciones (id. 32), ni a la separación entre ovejas y machos
cabríos (v. 33). Por ahí vemos cuánto debe ser aún nuestro empeño en
profundizar la doctrina e intensificar nuestra cultura bíblica”.
Hasta
aquí un breve repaso por esta parábola tan conocida y citada por los partidarios
de la identificación entre Parusía y fin del mundo.
Creemos
que este pasaje evangélico prueba exactamente lo contrario de lo que se le quiere
hacer decir y bueno hubiera sido ver a Lacunza desarrollar esta parábola
según los principios que hemos enunciado. ¡Cuántas maravillas nos hubiera hecho
ver escondidas en el texto Sacro!
Mientras
tanto, y con mucha audacia nos hemos atrevido a corregir al genial exégeta
chileno, y hemos aceptado sin problemas el argumento de nuestros adversarios
que afirma que el adverbio “entonces” debe ser tomado en su sentido
natural.
Vale!
[1] Citamos la obra según la edición de Manuel
Belgrano en 4 tomos.
[2] Mismo verbo usado en Mt XXIV, 28 cuando
dice: “Allí donde esté
el cuerpo, allí se congregarán las águilas”. Cfr. también Lc. XVII,
37.
[3] Es decir, para los “benditos de Mi Padre” para
quienes fue preparado el Reino. Estos herederos son los mismos vencedores
de los que hablamos AQUI:
[4] Lamentablemente esta frase ha sido muy mal
traducida y ha dado lugar a pésimas consecuencias. Nos remitimos al excelente
análisis de Van Rixtel AQUI :
[5] “Alejaos de Mí malditos al fuego eterno:
preparado para el diablo y sus ángeles...”
[6] Con respecto a los “escogidos” cfr. Mt.
XXII, 14; XXIV, 22.24.31 y Mc. XIII, 20.22.27; Lc. XVIII, 7.
[7] Fenómeno X, párrafo V, comentando Isaías II, 22.
[8] Straubinger: “La resurrección de los justos: cfr. Lc.
XX, 35; Jn V, 25 ss;
VI, 39 ss; XI, 25 ss; Apoc. XX, 6; I Cor. XV, 22 s; XV,
51 ss (texto griego); I Tes. IV, 16; Fil. III, 11; Hech. IV, 2; XXIV, 15.
[9] Sobre esto ya tendremos tiempo de volver. Damos
esto por supuesto porque la prueba nos llevaría mucho tiempo y sería ajeno a
este pequeño artículo.
Con
respecto al versículo 2 del cap. XXIV, que trata sobre la destrucción
del Templo, debemos decir que esto es sólo una pequeña introducción por parte
del evangelista a fin de ubicarnos en el momento y circunstancias en que fue
pronunciado en discurso.
[10] Muchos
pasan este detalle por alto, tanto los que rechazan el Milenio, como así
también los que propugnan el llamado “rapto pre-parusíaco”. Sed circa hoc
postea.
[11] Tampoco podemos detenernos demasiado en esto.
Baste por ahora comparar este discurso con el texto de San Marcos para
ver lo que decimos.
Lo mismo
puede verse en otras partes del discurso Parusíaco, y así creemos, por ejemplo,
que los versículos 9-12 y 26-29 no pertenecen al discurso
Parusíaco original sino que fueron pronunciados en otra ocasión, como así
también lo opuesto se ve en el cap. X, 17-22, donde estos versículos
fueron sacados de su lugar original (discurso parusíaco el martes Santo) y trasladados
a otros pasajes en los que Jesús les predice persecuciones a los
Apóstoles y discípulos.
[12] T. 4, pag. 355.
[13] Seguramente en Mt.
XXV están incluidos aquellos bienaventurados que tienen parte en la primera
resurrección.
[14] Es decir esto coincide con el juicio de
muertos, así como la Parusía y el Milenio implicó el juicio de vivos.
[15] Tema difícil. Creemos que el texto distingue dos
clases de muertos: por un lado los que están “de pie ante el trono” y por el
otro los que entregan el mar y la muerte y el Hades.
La
primera locución: “estar de pie”, “estar de pie ante” parece ser un signo
distintivo que significa “estabilizarse, durar, conservarse, subsistir” como lo
indica Maimónides en su “Guía de perplejos”, cap. XIII.
Sobre el significado desta frase (y su contrario) pueden consultarse los siguientes
pasajes: Sal. I, 5;
XIX, 7-10; XXXV, 13; XLV, 1-4.7; LXXIV, 10-11; LXXV, 8-9; Nahum I, 5-6; Mal.
III, 2; Lc. XXI, 28; Apoc. VII, 9; VIII, 2; XI, 4, etc.
Con respecto a los
muertos de “la muerte y del Hades” creemos que la respuesta hay que buscarla en
el cuarto sello (Apoc. VI, 7 ss).