viernes, 29 de diciembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (VI de VI)

Y la última carta de cierta importancia, la recibe Bloy la víspera de alistarse en la guerra[1]:

24 de octubre de 1870

Mi querido León: me apuro a escribirte y quisiera que recibieras algunas líneas de parte mía ya que tengo necesidad de decirte todos los deseos de mi pobre corazón y todas las súplicas que dirigirá al cielo a fin que puedas volver junto a mí. ¡Ah, querido niño!, quiero bendecirte también en el momento en que vas a exponerte al peligro; la bendición de una pobre madre siempre va seguida de la de Dios; recibe, pues esta bendición. Que Dios te cubra sin cesar con su protección, que la Santísima Virgen, nuestra buena Madre, y todos los santos ángeles te acompañen y velen sobre ti. Mi corazón sigue a mi bendición; me parece que va junto con ella; mi pobre hijo, ¡te abrazo y espero que no sea por última vez!

¡Que se haga la voluntad de Dios y no la mía!

No dudo que serás digno de la elección que ha caído sobre ti de marchar adelante y estoy tan contenta como tú que sigues a Cathelineau.

Adiós mi querido hijo. Si no hemos de vernos más sobre esta tierra, nos uniremos pronto allá arriba.

Tu madre,

M. Bloy.

[Post-scriptum (de la mano del padre)].

Pase lo que pase, cumple con tu deber y sé bendito.

Bloy.


¿Cómo termina esta historia? Pues bien, la madre de Bloy muere el 18 de noviembre de 1877, unos meses después que su esposo.

León Bloy dirá después en alguna parte que cuando los cuerpos de sus padres tuvieron que ser desenterrados se encontró con que el de su madre estaba incorrupto…




[1] Ibid. pag. 120-121.

domingo, 24 de diciembre de 2017

Algunas Notas a Apocalipsis III, 14

   Nota del Blog: Continuamos, después de un largo paréntesis, con estas notas dedicadas al último de los libros canónicos.

14. Y al ángel de la Iglesia en Laodicea escribe: “Estas cosas dice el Amén, el Testigo, el fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:

Comentario:

El título de Cristo está tomado de XIX, 11:

"Y vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él es llamado Fiel y Veraz, y juzga con justicia y hace la guerra".

Iglesia bajo el Anticristo y que termina con la Parusía, es decir, corresponde a la segunda mitad de la septuagésima Semana de Daniel más los 45 días del juicio de las Naciones y lo que reste hasta la Segunda Venida cuando tendrá lugar el rapto de la Iglesia.

De aquí el nombre de esta Iglesia que significa “juicio de los pueblos” en el cual Jesucristo juzgará a todas las naciones, tal como lo vemos en Joel II-III, etc.

No se debe confundir el juicio de las naciones con el juicio final del cual habla el cap. XX, 11 ss.

Por otra parte, es curioso que por lo general los autores no reparen tres cosas en el título de Cristo:

1) El Testigo Fiel y Veraz es el título de Cristo Rey en el Cap. XIX.

2) En dos oportunidades, al describir el Milenio, Jesús dice: “Escribe que estas palabras son fieles y verdaderas” (XXI, 5 y XXII, 6) es decir que el título de Cristo en la séptima Iglesia está relacionado no sólo con el juicio de las naciones sino también con el Milenio.

3) El Testigo parece relacionarse también con los Mártires de este período que son los del Anticristo, llamado en XVII, 6: “los testigos de Jesús”. Cfr. Excursus XIV.

No olvidar que esta Iglesia recibe sólo reproches y ningún elogio, al igual que Sardes.

San Beda: “Cristo, que es la verdad en la esencia de la divinidad, por el misterio de la Encarnación se lo conmemora como el principio de la creatura de Dios, para de esta forma preparar a la Iglesia a soportar los sufrimientos”.

Allo: “El “Amén”, fórmula solemne de afirmación, tan usada por Jesucristo en el Evangelio, está aquí personificada; representa, en contraposición a la triste característica de Laodicea, el Ser que es la verdad absoluta, el tipo mismo de la fidelidad, que sella toda verdad y perfección, aquel cuya natura y carácter son garantes de su testimonio, y que es inmutable en sus palabras y obras”.

Alápide: “Amén” no es aquí adverbio como quieren Primasio y Ambrosio, sino nombre o epíteto de Cristo (…) Además Cristo es llamado aquí “Amén” no sólo en cuanto Dios, como si dijera: “esto dice Cristo, que es Dios, cuyo epíteto es Amén, esto es, verdadero o la verdad misma”; sino más bien en cuanto hombre, ya que como tal fue veraz y fiel, tanto en su doctrina y testimonio, que dio de la verdad, como así también en sus promesas. Es llamado “Amén”, ya que es “el testigo fiel y veraz” como se dirá luego”.

La misma idea aparece en Wikenhauser, y lo insinúan otros autores como San Beda Fillion.

martes, 19 de diciembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (V de VI)

“Feliz, aunque inquieta, la madre responde”:

IV Carta de la madre a L. Bloy[1]:

Périgueux, 2 de julio de 1869

Mi querido León:

Debes creer que te guardo rencor o que hay en mí indiferencia. Sabe, amado hijo, que el corazón de una madre no conoce el resentimiento ni comprende la indiferencia. Gemía, es cierto, y no podía imaginarme lo que te impedía escribirme; hacía ¡hay! muchas suposiciones, pero vuelves a mí y mis brazos se abren con más afección que nunca. Sufres, amado hijo, y quisiera poder consolarte.

No puedo estar más feliz de ver que tu fe se fortifica. Dices que no tienes ni el poder del deseo ni la certeza del amor. Agregas que no puedes entrar a una iglesia sin derramar lágrimas como un exiliado que viera de lejos su amada patria, ¿crees que eso no es el poder del deseo? ¿No estarías pronto a hacer todo por arribar a esta patria celeste, cualesquiera sean las dificultades?

La certeza del amor… ¿de dónde viene, pues, este dolor cuando oyes hablar mal de nuestra santa religión? ¿No estarías pronto a sostener con peligro de tu vida esta misma religión y la divinidad de Jesucristo, nuestro divino Maestro? Cesa de temer, ¿no eres mil veces más feliz incluso en los momentos de desolación interior que antiguamente en toda la efervescencia de tu impiedad? ¡Las lágrimas que uno derrama en presencia de Dios son tan buenas y refrescantes! Crees que difiere acordarte su gracia… supongamos que Dios te castiga y te prueba; te castiga porque apenas vuelto a Él, te has creído llamado a grandes cosas; te prueba porque tal vez tiene designios y quiere hacerte sentir que, abandonado a tus propias fuerzas, no eres absolutamente capaz de nada, y que a menudo saca el polvo más vil para sacar a luz su poder. Reconozcamos, pues, lo que somos. Hélas, la experiencia no ha hecho más que demostrarlo numerosas veces: sin la gracia de Dios no hacemos más que cosas malas y nos dirigimos a una perdición cierta. Humillémonos profundamente, reconozcamos sinceramente nuestra nada y vayamos a Dios con simpleza. Dices que no puedes rezar, caes de rodilla y los más indignos objetos vienen a distraerte. ¿Eres más fuerte que San Juan Crisóstomo que en el desierto y a pesar de los rigores de la penitencia era perseguido aún por los vanos rumores de un mundo lejano y que tenía necesidad de todos los auxilios de Dios?

jueves, 14 de diciembre de 2017

Las Genealogías Genesíacas y la Cronología, por Ramos García (II de IX)

I. La genealogía de los Setitas (Gen. V y XI.)

SUMARIO: Las dos tablas de la línea de Set: su estructura y valor textual.— El caso de Cainán, clave de la solución.— Breve estudio morfológico de este nombre.— Discontinuidad de la cronología bíblica comparada con la babilónica y egipcia.— Las leyendas cronológicas y la función de Cainán en una y otra tabla.— Conclusión de esta primera parte.

Como es sabido de todos, son dos las tablas genealógicas de la línea de Set, la una que va de Adán a Noé (Gen. V), y la otra que va de Sem a Abraham (Gen. XI, 10 ss.). La estructura de ambas es igual: a) Años que tenía cada uno, cuando le nació el hijo sucesor b) años que vivió después; c) suma total de los años de vida.

En ese atuendo cronológico, con que se reviste a cada patriarca, se trasluce la intención de hacer cronología cerrada, en esa serie de años, sucesiva e ininterrumpida al parecer. Que el sucesor sea hijo o nieto, nada importa; siempre será verdad que el antecesor, será padre o abuelo, tenía tantos o cuántos años cuando le nació el sucesor. Podrán, pues, pasarse por alto algunos nombres de la serie, indicando menos generaciones de las que hubo en realidad, pero eso no influye para nada en la serie de los años, que no tiene solución de continuidad tal como se la presenta en la redacción actual del Sagrado Texto.

Las diferencias en las cifras entre el texto hebreo, el samaritano y el griego de los LXX son de todo punto accidentales al problema y, en consecuencia, cualquiera conclusión que del cotejo se deduzca, nos es indiferente. Haremos sin embargo algunas observaciones sobre este punto crítico. Y sea la primera y principal que tales diferencias textuales no nos autorizan a desestimar el texto en este punto, no dando ningún valor a las indicaciones cronológicas. Critíquese en buena hora las cifras dudosas, como se hace con tantas otras palabras y aun sentencias de la Biblia, mas no se las desestime como vanas, que sería hacer poco honor a la palabra divina.

En todo caso, la diferencia en unidades y decenas monta poco, pues no exceden entre todas al medio centenar.

Alguna mayor importancia tienen las diferencias en centenas; y en este punto nosotros preferimos el texto de los LXX, por la sencilla razón de que por él se explican los otros dos y él no se explica por ninguno.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (IV de VI)

Tenemos, sí, una carta de Bloy a su madre escrita un par de meses después, que si es la respuesta a esta última no lo sabemos, pero lo cierto es que “se queja de las infaltables decepciones, de sus impaciencias en los primeros pasos de la vida espiritual”.

I Carta de L. Bloy a su madre[1]:

[fin de junio de 1869].

Ya os había dicho que había vuelto a ser cristiano. Nada es más cierto y agrego que mi convicción católica no hace más que crecer en mí al punto de excluir en mí cualquier otra preocupación intelectual. El sentimiento profundo de la verdad revelada ma hace despreciar hoy las doctrinas impías de nuestros días y las ciencias orgullosas que son su origen y que quieren que sustituyan a la fe.

Pero, me animo a decírtelo, esa es toda mi transformación. De las tres virtudes que hay que tener para alcanzar la salvación no tengo más que la primera: la fe; no poseo ni el poder del deseo ni la certeza del amor. Y sin embargo estoy tan penetrado de las verdades de la Iglesia que no puedo escuchar el mal horrible que se dice hoy en día por todas partes, sin palidecer de dolor y de cólera.

No puedo entrar a una iglesia sin derramar lágrimas como un exiliado que viera de lejos su querida patria. Nadie en el mundo contempla como más profundamente verdadera, santa y pura a la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo que yo. Desde hace un año mi fe ha pasado por el crisol de mi joven razón y jamás ha desfallecido. Mi razón, que temía orgullosamente sometérsele y que durante el espacio del primer segundo se rebeló con horror, ha abdicado desde hace mucho tiempo. Se abolió en la fe, allí se fortaleció y, al hacerlo, vino a ser invulnerable. Hoy en día poseo un conjunto de creencias verdaderamente inquebrantable, pues entrego todo a Dios, hago que todo dimane de la fe e incluso, literalmente, he cesado por completo de entender que se pueda tener, no digo una duda, sino incluso la sombra de una duda sobre todas las cosas que enseña la Iglesia. Para mí sólo existe la verdadera fe que gobierna absoluta y despóticamente la razón, y me parece que esta noción divina debe primar en el mundo, las almas y las legislaciones, que son las almas de los pueblos (sobre este último punto daría con gusto mi vida para convencer a mi padre, pues entonces sería cristiano). En una palabra, estoy herido en el corazón de la manera más profunda, mi fe extraída de la fuente de la más pura ortodoxia es tan ardiente que a veces, y no exagero, mi corazón no resiste en su prisión de barro y, en el silencio de la noche, me ha sucedido que he derramado torrentes de lágrimas sin poder aplacar los impotentes deseos de mi alma. Pero por desgracia, - ¿hace falta que lo diga? – no rezo, no sé, no puedo rezar. Caigo de rodillas y caigo en vano, pues los más indignos objetos me distraen invenciblemente de Dios. Desde hace un año intento en vano rezar. Creo que Dios difiere acordarme su gracia a fin de castigarme haciéndome probar la decepción de haberlo rechazado y desconocido por tanto tiempo”.




[1] Id. Pag. 104 sig.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Las Genealogías Genesíacas y la Cronología, por Ramos García (I de IX)

Nota del Blog: Artículo publicado en la Revista Estudios Bíblicos, vol. VIII, (1949), pag. 327-353.

Como se verá de entrada nomás, el reconocido exégeta español acepta la posibilidad de una cronología bíblica mayor a la tradicional, por darle algún nombre. Si bien nos inclinamos por una antigüedad de alrededor de 6.000 años, hemos querido publicar este trabajo por más de una razón:

1) Por el respeto que nos merece este gran exégeta español y al que creemos se debe difundir.

2) No hay nada definido al respecto por la Iglesia.

3) Los argumentos que da no dejan de ser atendibles.

4) Dejando de lado el tema de la cronología, es muy interesante el paralelismo que vé entre los principales patriarcas Bíblicos y los dioses paganos.


INTRODUCCIÓN. SE ENCUADRA EL PROBLEMA

A propósito de vestigios de hace 30.000 años, encontrados en la cueva del Reguerillo, inmediaciones de Torrelaguna, no lejos del Pontón de la Oliva, a la pregunta del repórter Enrique Torres respondía así el marqués de Loriana:

“Hay muchos medios (de calcular las fechas prehistóricas), pero el más acertado puede decirse que es el que proporciona un pantano del Norte de Europa, donde a cada año la floración aparece sepultada y va formando estratos, en cuya base se encontraron manifestaciones de la industria magdaleniense. Contadas las capas, se hallaron 20.000, que corresponden a 20.000 años” (de “Signo” del 14 de marzo de 1942).

Ahora bien, el período magdalenense es el tercero y último del paleolítico superior, en que domina el hombre tipo Cro-Magnon, y que está separado por un corte repentino del paleolítico inferior, subdividido igualmente en tres períodos, en que domina el tipo Neanderthal. Y eso sin contar que a esos seis períodos de la edad de la piedra sin pulir hay que anteponer seguramente un lapso de tiempo nada breve, que se podría llamar la edad del leño, que es por donde hubo de comenzar el desarrollo de la industria humana, aunque de ello, como es natural, no quede rastro en las capas prehistóricas.

Si se pesan bien estos antecedentes, no parecerá excesivo el tiempo de 30.000 y ni aún de 40.000 años, que muchos dan al pasado de lo humanidad. El propio Evangelio parece abonar típicamente la última cifra en los 38 años de enfermedad abandono que llevaba el pobre tullido de la probática piscina (Jn. V), cuando el Señor vino a socarrarle. Convertid esos 38 años en 38.000, y tendréis tal vez la cifra verdadera de la vida de la pobre humanidad, cuando el Señor vino a salvarla. En la actualidad estaríamos pues abocados a los 40.000.

Nos halaga la idea que el Diluvio es ese corte repentino que separa al paleolítico inferior del superior, o sea, al mundo de Neanderthal del de Cro-Magnon, aunque no nos hemos de poner a razonarlo. Caería así después del Diluvio todo el paleolítico superior, a terminar en el magdalenense y con ello habría el hombre vivido ya 20.000 años. Los otros 20.000, según lo dicho, corren desde el magdalenense acá, pasando por el mesolítico, que es el período de transición del paleolítico al neolítico; el propio neolítico, que ni es universal ni uniforme en todo el globo; el eneolítico, o del uso simultáneo de la piedra y el metal, que comienza a introducirse en el V° milenio antes de Cristo; y finalmente, la edad de los metales en sus varios períodos, el del cobre, el del bronce y el del hierro.

¿Cómo concertar con estos postulados de la ciencia las genealogías genesíacas, pues en la línea de Caín (Gen. IV) parece ponerse la industria de los metales siglos antes del Diluvio, y en la línea de Set (Gen. V y XI) no se asciende en total más allá de cuatro o cinco mil años antes de Cristo? Por otras palabras, tenemos aquí dos maneras de genealogía, la una sincronizada, que es de los Setitas y la otra historiada, que es la de los Cainitas, y ni la cronología de aquélla, ni las observaciones históricas de ésta parecen poderse encuadrar dentro de los datos ciertos de la prehistoria.

El doble problema es acuciante, pues está ahí comprometida la seriedad de la palabra divina.

Hase intentado salir del paso, suponiendo que las tablas genealógicas de los Setitas no son completas, pudiéndose haber omitido en ellas varios nombres, como acontece en la genealogía del Señor por S. Mateo. Mas no se advierte lo bastante que esta genealogía no es cronizada, y aquella sí, y que en esa cronización consiste cabalmente toda la dificultad del problema.

En la genealogía de los Cainitas se invoca el socorrido recurso de las glosas y de las leyendas populares. Mas el supuesto de las glosas corta el nudo de la dificultad, no lo desata; y el decir que se trata de leyendas populares, para desestimar precisamente algo que no parce verdadero, hace muy poco honor a la inspiración e inerrancia del Sagrado Texto.

Y es que una cosa es la plastificación artificiosa de una idea, dentro de un ambiente real, que es el caso de la leyenda histórica, y aun de la novela y el apólogo, géneros literarios que no repugnan absolutamente a la inspiración, por ser una de tantas maneras de expresar la verdad; y otra muy diferente esa creación ficticia de un ambiente irreal, antihistórico anacrónico, que es el caso de la supuesta leyenda cainita, y aun de la cronización setita, si no responde a realidad. Esto es en puridad falsear la historia, cosa indigna de la palabra humana, que la inspiración divina no podía abonar.


Subsistiendo pues intacto el doble problema de las genealogías genesíacas, hay que tentar nuevas maneras de resolverlo, y eso es lo que vamos a hacer aquí con los pobres recursos de que disponemos.

martes, 28 de noviembre de 2017

La Predicación universal del Evangelio

Encontramos en el Evangelio unas palabras de Nuestro Señor aplicadas a veces a nuestros tiempos.

Al responder la pregunta de los Apóstoles sobre los signos de la consumación del siglo, Jesús dijo (Mt. XXIV, 14):

“Y será proclamado este Evangelio del Reino en todo el mundo habitado, en testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin”.

Tenemos, pues, un acontecimiento necesario y previo a la Parusía[1], pero ¿en qué consiste exactamente?, y más importante aún, ¿es algo pasado o futuro?

Algunos autores pretenden dar esta profecía como cumplida ya en tiempos de Pío XII, pero creemos que un pequeño análisis de estos versículos nos obligará a repensar el asunto.

Primero veamos los textos en cuestión[2]:

Mt. XXIV, 9-14:

"Entonces os entregarán a tribulación y os matarán y seréis odiados por todas las naciones a causa de mi nombre. Y entonces se escandalizarán muchos, y unos a otros se entregarán y se odiarán unos a otros. Y muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos. Y por multiplicarse la iniquidad, se enfriará la caridad de los muchos. Pero el perseverante hasta el fin, éste será salvo. Y será proclamado este Evangelio del Reino en todo el mundo habitado, en testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin”.

Mt. X, 17-22:

“Y guardaos de los hombres: en efecto, os entregarán a sanedrines y en sus sinagogas os azotarán, y ante gobernadores y reyes seréis llevados por mi causa en testimonio para ellos y las naciones. y cuando os entregaren, no os preocupéis de cómo o qué hablaréis; en efecto, os será dado en la hora aquella qué hablaréis. En efecto, no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que habla en medio de vosotros. Y entregará hermano a hermano a muerte y padre a hijo y se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el perseverante hasta el fin, éste será salvo”.

Mc. XIII, 9-13:

“Y ved a vosotros mismos: os entregarán a sanedrines y en sinagogas seréis golpeados y ante gobernadores y reyes estaréis de pie, a causa mía, en testimonio para ellos. Y a todas las naciones primero debe proclamarse el Evangelio. Y cuando os lleven, entregando, no os preocupéis de antemano qué hablaréis; sino lo que se os dé en la hora aquella, esto hablad; en efecto, no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu Santo. Y entregará hermano a hermano a muerte y padre a hijo y se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el perseverante hasta el fin, éste será salvo”.

De estos textos podemos sacar en limpio las siguientes conclusiones:

jueves, 23 de noviembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (III de VI)

La siguiente carta, escrita tres años después, nos muestra a Bloy recién convertido.

II Carta de la madre a L. Bloy[1]:

3 de enero de 1869

Mi buen León, mi querido hijo:

¡Qué emoción me ha causado tu buena carta![2] ¡Qué dulces y felices lágrimas me ha hecho derramar! Oh, querido hijo, solamente ahora te será dado conocer la verdadera felicidad ¡Qué son todas las alegrías del mundo comparadas con un solo momento pasado al pie de la Cruz de Jesús! Cómo he deseado que Dios llenara tu corazón; lo había creado muy vasto para que ninguna otra cosa sino Él pudiera llenarlo. Llegará un momento en que encontrarás demasiado pequeño tu corazón, donde pedirás a ese Dios tan bueno que lo ensanche para amarlo más intensamente. Debes tener la alegría de unirte a Dios en el sacramento de su amor; con esa alma que conozco, que Dios te dé la fuerza de soportar tu alegría. ¡Ah! Es que comprendemos nuestra indignidad y nuestra malicia, junto con todos esos inefables misterios del amor de nuestro Dios; es necesario que su poder nos sostenga, pues moriríamos. Sé fiel a la gracia, haz el sacrificio de todo orgullo, desconfía del espíritu del mal, no te creas llamado a grandes cosas, abandónate a Dios, Él sabe hacer llegar cada cosa a su debido tiempo. Recordemos a menudo nuestros pecados y que Dios se sirve a menudo de los más viles instrumentos para hacer brillar su poder. Estoy feliz de conocer tu intención de escribir cada ocho días; hazme partícipe de todas tus alegrías. Nadie puede estar más contenta que yo.

Querido amigo, ruega por mí a la Santísima Virgen, esa buena Madre: ámala mucho. Recuerda que quise que en el bautismo llevaras su nombre a fin de que estuvieses más especialmente bajo su protección. Si obtuvieras por su intercesión mi curación, sería realmente un milagro, pues estoy más impotente que nunca; no voy más a misa y apenas camino con la ayuda de dos bastones, pero todo poder es de Dios y que se haga su voluntad.

Adiós. Te abrazo y piensa en tu pobre madre a los pies de Jesús.

María Bloy.

Al poco tiempo le vuelve a escribir, y como dice Bollery: “la pobre mujer cree que es su deber moderar el ardor combativo de su hijo en sus relaciones con su padre”.

Esto se entiende al punto si se tienen en cuenta dos hechos: el primero, que el padre de Bloy era un libre pensador[3] y el segundo… bueno, el temperamento ardiente, colérico y demás de Bloy. El choque, pues, era casi inevitable, y de ahí esta nueva carta de su madre.

III Carta de la madre a L. Bloy[4]:

sábado, 18 de noviembre de 2017

El Reino de Cristo consumado en la tierra, por J. Rovira, S.J. (Reseña) (V de V)

Lo que sí vamos a citar, ya para ir terminando, son dos ejemplos que creemos son más bien importantes, aunque por títulos diversos.

El primero lo encontramos en pág. 319 y es, si no nos equivocamos, la única vez donde los traductores dan el original.

La traducción, que cita a Ribera, dice así:

Y las almas de los degollados. Vio a todos los santos, pero recordó especialmente a aquellos que fueron muertos por Cristo, para que a los futuros cristianos principalmente a aquellos que han de vencer en los últimos tiempos les anime a luchar por la gloria de Cristo. Así pues, Y las almas de los degollados, está dicho como si dijera: Y especialmente las almas de los degollados, como Marcos al final dice a sus discípulos y Pedro”.

Lo cual no se entiende mucho, y es por eso que al pie de página agregan esta nota:

“N.T. El texto latin (sic) dice: “Et peculiariter animas decollatorum, ut Marc. (sic) ultimo, dicite discipulis ejus et Petro (sic)”; parece referirse a algún texto de San Marcos y de San Pedro” (sic!).

¡Ay!

El argumento es el siguiente: según Ribera, la sentencia “y las almas de los degollados” incluye a todos los santos y no sólo a los mártires, pero los nombra solamente a ellos para darle más fuerzas a los que tengan que enfrentar en los últimos tiempos al Anticristo. Ahora bien, de la misma manera que aquí San Juan enfatizaría los mártires, así hizo San Marcos en su último capítulo (que eso significa “Mar. ultimo”) cuando dice:

vv. 6-8: “Mas él les dijo: “No tengáis miedo. A Jesús buscáis, el Nazareno crucificado; resucitó, no está aquí. Ved el lugar donde lo habían puesto. Pero id a decir a los discípulos de Él y a Pedro: va delante de vosotros a la Galilea; allí lo veréis, como os dijo”.

Es decir, no es que San Pedro no sea discípulo, sino que es como si el ángel dijera: “decid a los discípulos y especialmente a Pedro”, pues, como indica Straubinger:

“Menciona especialmente a Pedro, como para indicar que le han sido perdonadas sus negaciones”.

Cuántos ejemplos más como este tendremos es imposible saber, pero lo que sí conocemos es la existencia de un grave error.

En página 223 leemos:

“Así interpreta el sentido el intérprete racionalista Knabenbauer:

“Soportó el castigo de los pecados satisfaciendo a la justicia divina nuestra salvación…”.

Ahora bien, cualquiera que conozca un mínimo de exégesis sabe al punto que Knabenbauer es uno de los exégetas católicos más reconocidos y respetados y el mero sensus catholicus le dice a uno que el P. Rovira no pudo haber escrito semejante barbaridad y que cuando se habla de racionalismo el nombre propio Knabenbauer no corresponde, y que si se nombra a Knabenbauer entonces el adjetivo racionalista no se le puede aplicar.

Pero claro, basta ir al original para descubrir el error:

lunes, 13 de noviembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (II de VI)

I Carta de la madre a L. Bloy[1]:

Périgueux, 4 de marzo de 1866

¿De dónde viene, querido niño, que no nos escribes? Siento el corazón completamente afligido, pues siento que sufres. Estoy segura que no te das bien cuenta de lo que pasa en tu pobre alma: hay un poco de todo, es ardiente y carece del alimento que le es propio; a veces vas para un lado y a veces para otro y no puedes determinar tu mal ¡Ah! Pobre niño, cálmate un poco. Reflexiona. La razón no puede ser porque creas que tu futuro está perdido o amenazado, pues a tu edad todavía no es posible aún hacer su futuro o desesperar de él; ordinariamente es todavía muy incierto; no, no es eso. Tus estudios, tu trabajo te dejan sin progreso que te satisfagan, ¿por qué? Porque, tal vez, quieres muchas cosas al mismo tiempo, porque eres muy impaciente; no, no es ese el problema aún. Tu espíritu quisiera, pero tu alma y tu corazón sufren y tienen otras necesidades, otras aspiraciones sin que dudes de ellas y su malestar y sufrimiento actúan sobre tu espíritu y le quitan la fuerza y atención necesarias.

Sufres, eres desdichado. Siento todo lo que padeces y, sin embargo, soy incapaz de consolarte, de apoyarte, pero sin embargo quisiera. ¡Ah!, si tuviéramos las mismas convicciones. ¿Por qué has rechazado sin un profundo examen la fe de tu niñez? Las palabras de aquellos a los que la fe molesta o que han sido perdidos por falta de instrucción han impresionado tu pobre imaginación; y sin embargo tu corazón tiene necesidad de un centro que no encontrará jamás sobre la tierra. Es Dios, es lo infinito lo que precisas y sobre el cual te impulsan todas tus aspiraciones. Formas parte del restringido número de esos elegidos a los cuales Dios se comunica y prodiga su amor, una vez que esos hombres han querido hacer un acto de humildad sometiéndose a las obscuridades de la fe.

Dios te dará la Ciencia, las Artes; ¡ah! si te impulsaras al infinito, ¡hasta dónde podrías llegar!... ¡Cómo siente la creatura tan cerca de su Dios desarrollar sus facultades y cómo sus concepciones se vuelven sublimes en ese momento!

miércoles, 8 de noviembre de 2017

El Reino de Cristo consumado en la tierra, por J. Rovira, S.J. (Reseña) (IV de V)

Con respecto a la traducción digamos antes un par de cosas:

Antes que nada, no somos traductores ni mucho menos, pero se nota muchísimo que estamos en presencia de una traducción y basta con cotejar las diferencias que existen en la mera redacción entre una traducción del texto y algunas tomadas, por ejemplo, de la BAC.

Esto no sería tanto de lamentar si las cosas quedaran aquí.

Pero tampoco hace falta ser traductor ni tener el original a mano para descubrir más de un error de traducción. Algunos serios, como veremos.

El traductor se ataja (y hace bien) de su escaso latín, y agradece a quienes lo han ayudado (y sigue haciendo bien), pero creemos que lamentablemente no es suficiente, pues como veremos, además del deficiente latín, parecen no estar familiarizados con el tema que están traduciendo, lo cual es imprescindible.

Veamos algunos ejemplos:

Pag. 42: “Así pues, esto San Agustín, que, sin embargo, después cambió de opinión…”.

Seguramente debería traducirse algo así como “esto dice”, que está implícito.

Lo mismo se repite en varios otros pasajes: pag. 183 x2 y 254.

Pag. 45: “¿Pues qué habrán de hacer entonces aquellos santos en la tierra? o ¿por qué en ella no han permanecido ni siquiera algún tiempo? O, evidentemente la tierra ha de suponerse el lugar propio de inhabitación de los santos resucitados o de diverso modo (o no). Si (lo) primero, se dijo (se pregunta), ¿porque (por qué) los santos no por siempre han de morar en la tierra? (no han de morar por siempre) Si, en verdad se elige otra (solución al tema) (lo segundo) ¿por que (por qué) se dice que los mismos santos permanecerán algún tiempo en la tierra?, ¿por qué mil años mejor que (más bien que) algún espacio de tiempo más largo o más breve? Mas muy de otra manera ha de verse el tema, si se supone que hasta entonces ha de subsistir el estado de vía y haber en la tierra hombres viadores sobre los que, parece, que (esta palabra está de más) los santos reinarán”.

Hemos puesto en verde una tentativa de corrección en algunos casos y en otros, enmendado errores gramaticales evidentes. Lamentablemente párrafos como este se leen en varias ocasiones.

viernes, 3 de noviembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (I de VI)

Nota del Blog: Sirvan estas páginas como un pequeño homenaje a León Bloy a cien años de su muerte.
 
La madre de L. Bloy, dibujada por él mismo. 

***

Hay en la vida de León Bloy tres[1] mujeres que marcan a fuego su vida; dos de ellas acaso sean las más conocidas: Anne-Marie Roullet, la Verónica de El Desesperado y, por supuesto, su mujer Jeanne Molbech, la Clotilde de la segunda parte de La Mujer Pobre; pero hay otra mujer a la cual Bloy le debe mucho y de la que poco se conoce: nos referimos a su madre, Marie Anne Carreau.

Joseph Bollery, en su monumental e insuperable biografía[2] nos ha conservado un par de cartas que la madre de Bloy le enviara en su juventud; verdaderas joyas donde reluce un hermoso y cristiano corazón.

¿Pero quién era esta mujer, hija de madre española?

El 14 de febrero de 1890, León Bloy le escribe a su futura esposa:

Antes que viniera al mundo, mi madre, que era una cristiana de corazón profundo, quiso que no fuera su hijo. Con un esfuerzo extraordinario de voluntad y de amor, que acaso sólo las almas superiores pueden comprender, abdicó totalmente en manos de María sus derechos maternales, haciéndola responsable de todo mi destino, y mientras vivió no cesó de repetirme, con una obstinación sublime, que mi verdadera madre, de una manera especial y absoluta, era la Santísima Virgen. A Ella, pues, debes dirigirte, mi amada Juana, si quieres conseguirme”.

Estas palabras parecen darnos ya como una pincelada de un alma no mediocre.

La vida de Bloy, sin embargo, lejos estuvo de ser en su juventud un modelo de piedad. A los 18 años dejó su casa paterna para residir en París, y con ella dejaba también, al poco tiempo, la fe. Pero nadie mejor que él mismo nos puede resumir esos años.

En una carta al célebre Abad de Solesmes, Dom Gueranger, escrita en 1874, Bloy le abría su corazón con la siguiente confesión[3]:

“Entré en la vida como un aventurero, habiendo perdido la fe, sin un céntimo, envidioso, vanidoso, ambicioso, perezoso y sensual. Con semejante bagaje, no podía dejar de volverme un perfecto socialista y es precisamente lo que sucedió. Entonces me volví completamente miserable y mi consciencia y libertad se alteraron a un punto increíble.

Hasta entonces, Padre mío, todo estaba en orden. Estaba en el camino más largo y frecuente de este siglo y no me deshonré ni más ni menos que el primer infeliz. Era el estúpido trono del demonio que todo socialista lleva en sí y si la Comuna hubiera venido dos años antes, ciertamente hubiera fusilado algunos sacerdotes e incendiado algunas casas, sin ninguna crueldad, por lo demás”.

El 10 de febrero de 1877, en una carta a Paul Bourget[4], y sobre la cual volveremos, Bloy resumía brutalmente su vida en aquellos años:

Hubo un momento donde el odio a Jesús y a su Iglesia eran el único pensamiento de mi espíritu y el único sentimiento de mi corazón”.

Bien. Para ubicar las cartas de su madre en su justo contexto era preciso antes conocerlo a grandes rasgos.






[1] El que quiera agregar a la lista a Berta Dumont, la Clotilde de la primera parte de La Mujer Pobre, puede hacerlo.

[2] Léon Bloy, essai de Biographie, 3 vol., ed. Albin Michel, 1947, 1949 y 1954.

[3] Op. cit. I, pag. 75.

[4] Id. pag. 228 ¡¿A Bourget semejante confesión!? ¡Oh ironías de la vida!

lunes, 30 de octubre de 2017

El Reino de Cristo consumado en la tierra, por J. Rovira, S.J. (Reseña) (III de V)

III) Edición y Traducción. -

Hemos dejado las críticas más importantes para el final.

Antes que nada, digamos que ha sido una feliz idea (si bien no siempre la han sabido mantener) la de utilizar la edición de Nácar-Colunga del año 1944, aunque, lamentablemente, hay algunas imprecisiones en esta traducción (generalmente tenida, y con razón, como una de las mejores).

En dos oportunidades (pag. 287 y 313) se cita Apocalipsis XIII, 3 traducido de esta manera:

“Y ví a la primera de las cabezas como herida de muerte, pero su llaga mortal fue curada…”.

Pero lamentablemente hay que señalar aquí una imprecisión, pues el original dice una (μίαν), como lo traducen la gran mayoría de los exégetas, y con razón. Y esto que parece menor no lo es tanto a la hora de interpretar todo ese oscurísimo pasaje, aunque no entraremos en el mismo, por razones obvias.

Dicho lo cual, pasemos a la parte más desagradable.

El libro presenta tantos, pero tantos y tan groseros errores tanto gramaticales como ortográficos que uno no puede menos que maravillarse, teniendo como tenemos hoy en día instrumentos tan eficaces para corregirlos; hubiera bastado pasar el texto a un archivo Word para que se pudieran enmendar sin problemas la gran mayoría.

Vamos a hacer un pequeño listado como para que el lector tenga alguna idea.

miércoles, 25 de octubre de 2017

El Buen Samaritano, por Jean Daniélou (III de III)

Así, nos parece que la antigua tradición patrística nos da la verdadera interpretación del conjunto de la parábola. ¿Es lo mismo que decir que esta interpretación, en la fase que hemos alcanzado, reproduce exactamente la que dio Cristo? Las variantes que presenta muestran que estamos en presencia de un desarrollo posterior. La distribución entre los elementos comunes y los que presentan variantes nos permiten despejar el fondo primitivo y las elaboraciones ulteriores.

Los textos que utilizaremos para esta comparación son en primer lugar los tres que ya hemos mencionado: la cita de los presbíteros que trae Orígenes en las Homilías sobre Lucas; la cita de Ireneo y la de Clemente. Tendremos en cuenta también las numerosas alusiones de Orígenes a nuestra exégesis. Las cito por orden cronológico; Co. Jo. XX, 35; Co. Cant., Prol.; Co. Rom. IX, 31; Co. Mat., XVI, 9; Ho. Gn., XVII, 9; Ho. Jos., VI, 4; Contr. Cels., III, 61. Por otra parte, Rauer ha publicado en su edición de las Homilías sobre Lucas una cadena griega que da varias exégesis para cada detalle. Parece ser un resumen del pasaje que corresponde al Comentario sobre Lucas de Orígenes, hoy en día perdida. En efecto, en sus comentarios Orígenes acostumbra dar las diversas exégesis que conoce para un mismo texto.

Entre los exégetas ulteriores, mencionaremos solamente un fragmento del Pseudo-Teófilo de Antioquía, citado por Rauer en el prefacio de su edición de las Homilías sobre Lucas (p. LXIII), un pasaje del Agradecimiento a Orígenes de Gregorio Taumaturgo (PG, 10, 1101 A), un comentario, inspirado en Orígenes, de Gregorio de Nisa en sus Homilías sobre el Cantar de los Cantares (PG, 44, 1085 A-D; 1098 C), un fragmento de las Homilías sobre Lucas de Cirilo de Alejandría que Riecker considera como inauténtico (PG, 62, 681 B)[1], el largo pasaje inspirado de Orígenes que se encuentra en la Expositio in Lucam de San Ambrosio (CSEL, 311-316), un pasaje de Gregorio de Elvira (Tract., 16; Battifol, p. 177-178), otro de Zenón de Verona (Tract., II, 13; PG, 11, 431 C-432 A).

La comparación de estos textos nos lleva a los resultados siguiente. Ciertos elementos son supuestos por todos los autores y constituyen el sentido primitivo de la parábola. El hombre que desciende de Jerusalén es Adán y la humanidad toda entera. San Agustín escribirá: “Aquel hombre que estaba en el camino dejado medio muerto por los ladrones representa a todo el género humano”[2] (Serm. 171, 2). Jerusalén representa el Paraíso. La cadena sobre Lucas propone también la Jerusalén de arriba, lo que sin dudas alude a una exégesis gnóstica de Orígenes sobre la caída del hombre fuera del mundo de los espíritus preexistentes (GCS, 201). Jericó es la figura de este mundo. Los ladrones son los ángeles de las tinieblas.[3] Sólo difiere aquí una interpretación de la Cadena sobre Lucas, que vé allí “los pseudo-maestros venidos antes de Cristo” (GCS, 202). Las heridas son las consecuencias del pecado en la naturaleza humana.

sábado, 21 de octubre de 2017

El Reino de Cristo consumado en la tierra, por J. Rovira, S.J. (Reseña) (II de V)

Sigue luego el Libro I dividido en 6 secciones llenas de atinadísimas observaciones en cada caso.

El hecho de la difusión de la fe; el momento en que tendrá lugar; el hecho de la intensidad de la fe, justicia y santidad; la paz mesiánica; la revocación de los escándalos e impíos y la destrucción de las potestades contrarias a Dios; y, por último, el tiempo que ha de transcurrir después de la derrota del Anticristo hasta el juicio final.

Recorrerlas una a una nos llevaría muchísimo tiempo y como las virtudes del libro son más, muchas más, que nuestras diferencias, solamente opondremos un par de razones a algunas de sus afirmaciones.

La idea general que flota a través del libro es que el autor no ha leído a Lacunza, lo cual es sumamente extraño, pero parece ser una conclusión ineludible y lamentable. Si lo leyó, uno entiende que no lo haya citado nunca[1], pero ya no es tan comprensible que no haya sido influenciado por sus ideas.

Al analizar la Sección 5, estudia en la 2ª cuestión el sueño de Nabucodonosor sobre la estatua, y trae la opinión comúnmente recibida, la cual es claramente contraria no sólo a la historia sino también a la mente de la Iglesia que ya había afirmado por boca de Pío IX la extinción del imperio Romano, como ya lo notara agudamente Eyzaguirre.

Por eso son del todo incomprensibles frases como estas (pag. 280):

“El reino romano o el cuarto reino, según la mente de Daniel, no ha acabado aún…”.

Y de hecho se nota a través de las páginas, una exégesis muy forzada, señal casi infalible de una errada interpretación, como cuando unas páginas más adelante afirma (pag. 286, énfasis nuestros):

“Y, por lo tanto, el reino romano durará, de algún modo, hasta el Anticristo”.

¡Ay! Una vez más tenemos los más o menos, los de algún modo, los esto es, etc. etc. que tanto se leen en los autores alegóricos.

La división de Lacunza es, al menos, sumamente atendible y por eso llamaría la atención que el Autor no la hubiera al menos considerado en caso de haberla leído.

El otro caso es aún más paradigmático, si cabe.

Desde la pag. 348 hasta la 359 analiza y cita muchos autores que comentan la famosa batalla de Gog-Magog de Ez. XXXVIII-XXXIX para tratar de demostrar que después de la derrota del Anticristo van a existir más que los 45 días de Daniel XII. Pero el gran problema con toda esta exégesis es que se basa en un supuesto tan falso como fácilmente impugnable y es que esta batalla de Ezequiel coincide con la de San Juan en el cap. XX del Apocalipsis.

Lacunza demostró fácilmente que se trata de dos guerras diversas en cuanto al tiempo, motivos, etc., y por eso se nos hace difícil que alguien siga manteniendo la identidad de ambas batallas después de haber leído al gran exégeta chileno.

Veremos qué nos depara el tomo 2.




[1] Ni siquiera cuando en pag. 150 sig. trae una pequeña lista de autores contemporáneos que defienden esta doctrina, entre los cuales está nuestro conocido Ramos García.