Nota del blog: sigue a continuación un texto muy interesante escrito por L. Poirier O.F.M. en su tesis doctoral "Les sept Eglises" (1943), The Catholic University of America.
Recordar lo que hemos dicho sobre "el vencedor" AQUI
“… es interesante remarcar que esta
interpretación es una parte débil en varios comentadores. Lo vago de cada una
de las siete promesas tomadas en particular no deja sino conjeturas; y Ramsay,
por ejemplo, debe sutilizar a fin de relacionar las predicciones con la
historia conocida de cada ciudad. Este es, me parece, un nuevo signo de que la
interpretación de las cartas debe ser una interpretación conjunta basada sobre
el valor global y colectivo de su contenido; el final no lo dice bastante: qui
habet aurem audiat quid Spiritus dicta ecclesias: lo que
se dice de cada una de las Iglesias debe ser dicho al conjunto a fin de ser
comprendido[1].
Todos los términos de las promesas se encuentran,
de una manera u otra, en el resto del libro, sobre todo en los capítulos
XIX-XXII. Estos paralelos no tienen, sin embargo,
el carácter sistemático de los que se encuentran en los capítulos I
y II-III por la descripción de Cristo: es inútil buscar por este
lado. Por el contrario, las promesas ofrecen el fenómeno singular de un
desarrollo histórico basado en el Antiguo Testamento, desde Adán hasta Cristo.
Las imágenes así evocadas, no siempre explícitas, nos hacen recorrer toda la
economía del plan divino, haciendo de la historia una profecía…
Una lectura incluso superficial provoca
las relaciones. La primer promesa de “del árbol de la vida que está en el
paraíso de mi Dios” (Éfeso II, 7b), nos lleva a los primeros recitados
del Génesis; el “maná escondido” (Pérgamo II, 17b) evoca la permanencia
de Israel en el desierto; “el poder sobre las naciones” y la descripción que la
acompaña, tomada del Salmo II, 9s, da a pensar en los bellos tiempos de
la monarquía de Israel, tipo del reino mesiánico (Tiatira, II, 25-26);
la evocación de un Templo que no será jamás destruido y de una Jerusalén nueva
(Filadelfia III, 12) sugiere con bastante fuerza los tiempos
post-exílicos y los sermones de Ageo y Zacarías… probablemente no
es casual que de siete promesas cuatro evoquen el Antiguo Testamento en orden
cronológico.
Éfeso: Paraíso y caída.
Esmirna: Diluvio, destrucción de Sodoma, etc.
Pérgamo: Éxodo.
Tiatira: Conquista de Canaán.
Sardes: Establecimiento en la tierra prometida.
Filadelfia: Período de los grandes reyes.
Laodicea: gloria de Cristo.
… Crosthwaite llega a un esquema bastante satisfactorio:
Éfeso: Creación y caída.
Esmirna: Cautividad de Egipto.
Pérgamo: Desierto.
Tiatira: Conquista (Josué).
Sardes: Jueces.
Filadelfia: Reyes.
Laodicea: Exilio y restauración.
Por el contrario autores considerables como Allo y Tobac no
hacen alusión alguna a este desarrollo histórico de las promesas. Allo
espiritualiza: al referir las promesas a todas las iglesias a causa del plural
de la admonición, se contenta con explicaciones místicas…”
“… el sentido social de las promesas parece pues, a priori, mejor que el
individual. Veámoslas en detalle:
Es inútil que nos demoremos en la promesa de la primera carta, que evoca
tan netamente la época paradisíaca. Remarquemos solamente que la imagen del
alimento implica desarrollos futuros. La Iglesia recibe en su primera edad los
frutos del árbol de la vida para cumplir su misión victoriosa. Esta idea de vida
anuncia bastante bien la segunda carta que está construida completamente sobre
la antítesis vida-muerte.
La promesa desta segunda carta no menciona sino un favor prometido
al vencedor: la exclusión de la segunda muerte. Aquí los mejores comentadores
han espiritualizado siempre esta segunda muerte en muerte eterna del infierno,
en oposición a la muerte corporal. Sin embargo el texto ofrece un matiz
interesante que nos sirve de orientación: οὐ μὴ ἀδικηθῇ ἐκ τοῦ θανάτου τοῦ δευτέρου, lo que significa: no
será afectado por la segunda muerte, pasará a través de la segunda
muerte sin daño alguno[2]. La
alusión histórica, si es que existe, es muy fugaz. Temple, basándose en XX,
2, ve aquí el diluvio o la destrucción de las ciudades culpables por el
fuego; Crosthwaite prefiere la cautividad en Egipto y el paso por el mar
Rojo. Entre el paraíso terrestre (Éfeso) y el éxodo al desierto (Pérgamo), no
importa a qué época de prueba se aluda. Se puede ver aquí a la humanidad,
expulsada ya del paraíso y privada del árbol de la vida sobrenatural –la
primera muerte- sometida a la segunda muerte del diluvio, a través de la cual
sólo los justos como Noé y su familia pasan indemnes. Pero el
carácter penal del diluvio se aplica mal a una iglesia meritoria como la de
Esmirna, en la cual Cristo no encuentra nada para reprender. La cautividad de
los hebreos en Egipto, la persecución de los faraones, parecen figurar mejor la
iglesia de los mártires.
En la tercer epístola, el episodio de Balaam y de Balac
(Num. XXXI, 16), además del milagro del maná, pertenecen a la época de
la estadía en el desierto y de la conquista de la tierra de Canaan. En cuanto a
la piedra blanca y a su nombre secreto, se han dado muchas hipótesis sin
resultado satisfactorio. ¿Por qué no ver, sin embargo, la división de la
tierra prometida por Josué? Esta división, como se sabe, fue decidida por la
suerte (Jos. XVIII, 11), y, según la
tradición rabínica, por medio de dos series de piedritas blancas en una de las
cuales estaba el nombre de la tribu y en la otra el territorio. Sólo el que las
toma y recibe conoce el nombre escrito en ella; y cada tribu ciertamente da un
nombre nuevo al territorio que recibe en posesión. Este simbolismo, además de
tener en cuenta todos los detalles de la promesa apocalíptica –lo que no se encuentra
en las demás soluciones- tiene la ventaja de dejarnos en el medio bíblico ya
establecido por la imagen del maná y las figuras de Balaam y Balac.
Henos aquí en Tiatira con su triple promesa: poder sobre
las naciones con cetro de hierro para pisarlas como se pisan los vasos de
alfarero, participación de la realeza de Cristo, don del astro matutino.
El Salmo 2, 8 s, utilizado aquí por S. Juan es mesiánico en
sentido literal, puesto que sobrepasa la realidad del reino de David y Salomón.
Pero su autor es David, cuyo reino ha participado en algo de la gloria
futura del Mesías, Hijo de su casa. Y esto puede bastar para situar la “cronología”
desta profecía. En cuanto a la estrella matutina, ella es, al igual que el
cetro, un símbolo de la realeza (Num. 24, 17), de poder y dominación.
Una sóla época en la historia de Israel responde a estas características: la
de los grandes reyes, o del reino unido.
La promesa al vencedor de Sardes se relaciona a la del vencedor de
Esmirna; sólo que en lugar de proteger contra la segunda muerte, Cristo
promete no borrarla del libro de la vida. Para este elemento y los otros dos
que le siguen, vestes blancas y testimonio de Cristo ante su Padre celeste
(Mt. 10, 32), hay que confesar que la alusión histórica deja poco lugar
a una certeza. Los justos en vestes blancas, opuestos a los que la carta
menciona como habiendo lavado sus vestes, la promesa de Cristo de reconocer
a sus “confesores”, tantas imágenes que dejan suponer una persecución abierta
contra los que permanecen fieles a Dios; su pequeño número, que merecerá no
desaparecer del libro de la vida, no está lejos de parecerse al “resto”, a la
“semilla santa” de la cual Isaías (6, 13) predice que renacerá
Israel. Las tristes imágenes del cisma, de la decadencia del jahweísmo y de
su castigo por una ruina casi completa convienen bastante bien a Sardes “la
muerta”…
En cuanto a la promesa al vencedor de Filadelfia, no estamos
reducidos a conjeturas. Como lo remarca Tobac, la mención de llave, puertas,
columnas, templo, ciudad, caracteriza esta perícopa como “la carta de de la
construcción”. Hort, en razón del Templo, se cree transportado al período de la
construcción del Templo por Salomón. Pero hay razones para pensar más bien en
la reconstrucción del templo después del exilio, en tiempos de la restauración
judía. En efecto, el texto habla de una nueva Jerusalén y de un templo del cual
los vencedores serán las columnas y no saldrán más. Parecidas promesas se relacionan
singularmente a las profecías de Ageo (2, 7 ss) que pasa fácilmente de la
gloria del segundo templo que verá el Mesías, al triunfo de la Iglesia, templo
de la Jerusalén nueva que desciende del cielo.[3]
En fin, la última promesa al vencedor nos ofrece la imagen de un triunfo
definitivo: un trono, que participa de la gloria misma de Cristo y de su Padre.
Al vencedor de Éfeso se le prometía un alimento de vida: el camino debía ser
largo y difícil… al fin del camino, ¡he aquí, para el fiel discípulo, el reposo
y el esplendor de un trono! Aquí, evidentemente, la relación con el Antiguo Testamento
no puede ser muy perfecta. El triunfo de los Macabeos que desemboca en la
realeza de los asmoneos es al mismo tiempo, una coronación y una decadencia. La
unión de la realeza y el sacerdocio en una sola cabeza humana se transforma
rápidamente en un fracaso y llama sin tardar –es la plenitud de los tiempos- a
aquel que sólo puede hacerse una nación santa de sacerdotes y reyes (Apoc. I,
6; I Ped. II, 9), y asociar a los hombres a su triunfo definitivo: ¡el
Hombre-Dios!
Pero el judaísmo, que se cree rico, ¿lo comprenderá? Sus ojos enceguecidos
no leerán el nombre de Jesús de Nazaret en el Antiguo Testamento… ¿quién
le abrirá al que llama a la puerta? “Vino a su casa y los suyos no lo
recibieron” (Jn. I, 11). Pueblo real, ya no los judíos, ¡sino aquellos
que Cristo hizo sentarse con Él en su trono!
El cuadro siguiente resumirá el análisis precedente. Si la certeza falla en
el detalle, el conjunto ofrece garantías de solidez.
Éfeso ------------------------- Paraíso y caída.
Esmirna --------------------- Cautividad en Egipto.
Pérgamo -------------------- Éxodo y conquista de Canaán
Tiatira ----------------------- Reino unido.
Sardes ----------------------- Reino dividido.
Filadelfia -------------------- Exilio y retorno.
Laodicea -------------------- Restauración.
Falta pues que las promesas, en sentido literal, establezcan las iglesias
en un orden determinado, orden histórico, paralelo al del Antiguo Testamento.
Así el camino imperial desde Éfeso a Laodicea corresponde a un plan divino; el
de la nueva Alianza, cuyas etapas repite la antigua.
¿Cuáles son estas etapas? No corresponde determinarlas a la exégesis sino a
la historia. En este primer capítulo era suficiente con probar la posibilidad,
según el sólo examen del texto, del sentido histórico-profético de las siete
cartas. …”
[1] No solo al conjunto
de las cartas, sino a todo el Apocalipsis…
Nota nuestra: nos parece que lo que se aplica a todas las Iglesias es el premio al vencedor, y
nada más.
[3] Nota nuestra: Lacunza prueba que esta
profecía de Ageo no se refiere al segundo Templo (ni mucho menos a la
Iglesia Católica) sino a uno todavía futuro...