Nota del Blog: Sigue a continuación un hermoso texto de Fray María Rafael a un tío-abuelo suyo, escrito a los 26 años.
Sicut Cervus... |
Sobre la vejez
Hace unos días tuve ocasión de leer unas cuartillas de un viejo
cristiano. Vi en ellas la prudencia que dan los años, y la paz serena, del que
nada del mundo espera, porque todo lo espera únicamente de Dios.
Terminaba sus reflexiones diciendo: ¡Qué feliz es la vejez!
Qué bien suena esa exclamación en los labios de un viejo... Cuánto debe
agradar a Dios esa alegría interior, que se nutre de la ilusión de dejar algún
día de vivir..., de la ilusión de la muerte cercana..., de la ilusión de ver a
Dios.
El hombre no puede vivir sin una ilusión.
Los niños sueñan con ser hombres; los hombres ponen muchas veces su
ilusión en cosas que los años van transformando en desengaños, de los cuales a
menudo, Dios se vale para atraer al hombre hacia sí y llenar su corazón de la
única ilusión que de veras satisface al alma, y para la cual no hay edades...,
la ilusión de Dios.
Feliz..., mil veces feliz, la vejez llena de canas y de apagada mirada,
que nada del mundo espera, y sonríe con esa alegría de la paz interior y que
Dios comunica a sus amigos.
Feliz el viejo que puede decir: Casi no veo, pero ¿qué importa?, veo a
la luz de la Fe las grandezas de Dios. Casi no oigo, pero ¿qué importa?, ¿acaso
los hombres dicen algo?... Oigo allá en mi interior la llamada de Dios que
me llama a la oración, al recogimiento, a la Santa Compunción..., eso me
basta... Ya casi no me sostienen mis piernas para nada valgo..., pero ¿qué
importa la pesadez de la materia, cuando se tiene dentro esa vida sobrenatural
que tiene alas de querubín para volar a Dios?... ¿Qué importa la enfermedad del
cuerpo, cuando vemos al Gran Médico, curar con tanta dulzura nuestra alma llena
de lacras y de pecados pasados...? Cuando vemos que es el corazón el que Jesús
nos pide, y ése, a pesar de los años y de las enfermedades, se lo podemos
entregar con toda sinceridad… y, quien sabe, muchas veces corazón de niño en un
cuerpo de viejo cargado de años.
Cuerpos que se doblan y se cansan de vivir; almas que aman Dios,
eternamente jóvenes..., para el que es Infinito no hay edades.
Triste vejez la que sólo llora sus recuerdos y vive arraigada en su
soledad.
Alegres años los del anciano, que sólo llora sus pecados y vive sólo de
la esperanza del perdón, y ama la soledad en la que encuentra a Dios y sólo a
Él.
Felices los últimos años del cristiano que suspira por el Cielo y que ve
tan de cerca. Ya no le turban pasiones. Comprende la vanidad de las cosas de
la tierra. No le interesan riquezas ni honores. Todo ha sido como frágil humo
que ha esparcido el viento de los años y del que ya nada queda. Mira las
cosas con esa serena quietud del que vive más en el Cielo que en la tierra...
Verdaderamente, es feliz el viejo que de veras ama a Dios.
Últimos años de la vida ¿por qué gemir y llorar, lo que ya pasó? ¿Acaso
lo que pasó es mejor que lo que te espera? No… pasaron tus días, y tus días
no son nada... Pasaron tus ilusiones y tus deseos..., si los viste alguna vez
cumplidos..., ¿qué quedó de ellos?, nada..., quizás amargura. Pasaron tus seres
queridos, y de ellos, ¿qué queda?... Nada, sólo el recuerdo, que también como
el humo, se pierde en el espacio y en el tiempo.
Miras atrás, y tus ojos apagados por los años, lloran el tiempo perdido
en vanidades que no han llenado tu corazón.
Pero santa alegría la de tus últimos años, si en lugar de soñar con tu
pasado, miras la eternidad que te espera, donde no hay ya mentiras, ni
envidias, ni ojos cansados, y débiles miembros enfermos y envejecidos... Santa
alegría la del viejo que sueña con sólo Dios, que mira a la muerte con tanta
dulzura y paz interior...
El niño mira a la muerte con inconsciencia… El joven la busca a veces
con generosidad y con ímpetu de deseos... El anciano la espera sereno, conforme
con la voluntad de Dios... Paz, palabra muy repetida y muy poco comprendida...
Paz en el alma del cristiano anciano y viejo… Paz del que espera tranquilo en
la Misericordia Divina, y en la Bondad Infinita del Crucificado.
¡Verdaderamente es feliz la vejez!
Yo no sé expresar nada, ni tengo años ni experiencia, ni siquiera
desengaños. Muy joven me fue indicando Jesús el camino, y no tuve tiempo
de oír a los hombres; el Señor no me dejó detenerme a escuchar los halagos del
mundo… Soy joven, quizás no haya empezado a vivir. Mas escucho a los viejos,
respeto las canas y el cabello blanco cuando me dicen: yo pasé mi vida y mi
vida fue nada... He llegado al final del viaje y sólo he aprendido una cosa: la
Vanidad de todo, y que sólo Dios basta.
He escuchado al anciano que me dice: Yo también fui joven, y mis años
pasaron sin darme cuenta; amé el mundo, y el mundo nada me dio; busqué la sabiduría
y no la hallé ni en la guerra ni en la ciencia, ni en la bestia ni el hombre...
Sólo la hallé en el Amor de Dios, y en el desprecio del mundo.
Escuché a los sabios, y escuché a los viejos..., por eso quizás tenga
también algo de viejo mi corazón, y sepa comprender las palabras de un viejo
abuelo que con su pelo blanco, su oído sordo, sus piernas débiles y sus ojos
cansados, exclame con santa alegría: ¡Qué feliz es la vejez!
No es la vejez propiamente la que es feliz; es el corazón del viejo que
ya, desasido de las cosas del mundo, sólo suspira por Dios.
Y eso en un joven también puede ocurrir.
Ni se es viejo, ni se es joven para amar a Dios... No son los años los
que nos enseñan a desprendernos del mundo; para llegar a comprender las palabras
del Evangelio, “Yo soy el camino y la vida”, no hacen falta muchos años, solamente
basta detenerse a pensar..., y a veces también a escuchar al que sabe más que
nosotros.., al sabio que en la celda medita las verdades eternas, y al viejo
que, al final de su vida ,nos dice que el mundo y sus criaturas pasan, que pasa
la vida, y que de todo, nada queda; que es pueril amar la vanidad y que sólo se
halla la paz en Jesús; que la única verdad es Cristo, que el único tesoro es
Dios, y que la única vida es Él, y sólo Él.
Ahora no digo, feliz la vejez, sino feliz el hombre joven o viejo que ha
llegado a comprender, que ha llegado a amar, que ha llegado a vivir sólo para
Cristo.
Venga la muerte pronto o tarde... ¿qué más da? Dios no tiene ni tiempo ni
espacio limitado, es Infinito. Para Él no hay edades, no hay más que corazones
que de veras sean suyos.
A nosotros no nos queda más que esperar... Esperar sin mirar atrás, sin
pena de lo que pasó, sin esperar nada de los hombres y alegres de cumplir la
voluntad de Dios, sea como sea y cuando sea.
La Santísima Virgen tome en sus manos mi intención al escribir.
Solamente quería hacer llegar al alma de un viejo, el corazón de un joven, para
demostrarle que los que aman a Dios están unidos en Él, aunque la edad los separe…
Que se puede tener un alma de niño en el cuerpo de un anciano, y que se puede
tener un corazón muy viejo en cuerpo de veinticinco años.
Solamente quería hacer ver, que la vejez no está sola y cuando el viejo
habla de Dios y de la Virgen, siempre hay alguien que le escucha, y que, en
silencio, toma sus palabras, las respeta y las guarda; son las palabras del
anciano, las palabras del sabio, pues no hay más sabiduría que el llegar
tarde o temprano a amar de veras a Dios y a desprenderse del mundo.
¡Felices los viejos que hablan de Dios!
¡Felices los jóvenes que les escuchan!
¿Qué más puedo yo decir?..., nada. Solamente pedir perdón de mi osadía
al hablar, quizás de lo que sepa al que sabe más que yo, pero si los jóvenes
debemos escuchar con respeto al viejo..., el viejo debe ser indulgente con los
atrevimientos del joven..., para eso es viejo.
Y, cuando unos cansados ojos lean estas líneas, piensen que a su corazón
de viejo cristiano, le comprende en sus soledades un trapense joven, que
también tiene un corazón que ama a Cristo, y que exclama: ¡Felices los hombres
que esperan en Dios! ¡Que la Virgen María sea siempre bendita!
Fray María Rafael
Villasandino, 30 de octubre de 1937