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martes, 11 de diciembre de 2018

León Bloy y el Milenarismo


Nota del Blog: Contra lo dicho aquí se podrá argumentar esto o aquello, pero lo cierto es que los argumentos, lo único, en definitiva, que importa, subsisten.

Extracto de una carta de Léon Bloy a su amigo Ernest Hello.

Citado por J. Bollery, Léon Bloy, essai de Biographie, vol. 1, pag. 434-5.


***
 
Léon Bloy rezando en La Salette

18 de agosto de 1880

“Estimadísimo amigo:

Deberíamos escribirnos mucho y no nos escribimos. Ignoro por qué. Sin embargo, si alguna vez hubo dos hombres hechos para entenderse, me parece que somos esos dos hombres.

Tenemos el mismo deseo único, una impaciencia casi igual y estamos indignados por las mismas injusticias. Ambos esperamos la gran Epifanía del Espíritu Santo con esta diferencia: mientras vuestra impaciencia no recae sino sobre alguna manifestación inaudita de la justicia o de la Belleza divina por la intervención directa de algún gran Santo investido del más irresistible poder, mi impaciencia recae sobre la persona de Nuestro Señor, Dios y hombre, del cual espero la venida como ejecución de la promesa que hizo a sus apóstoles antes de sufrir, al asegurarles que no los dejaría huérfanos (Jn. XIV, 18).

No me está prohibido comunicarte esta parte de mi secreto que, en muy poco tiempo, espero, ya no será un secreto para nadie. Esta venida gloriosa del Señor, como la del patriarca Enoc, como nos lo enseña san Judas, tan frecuentemente anunciada por san Pablo, y predicha menos explícitamente por David y todos los profetas sin excepción, es entendida generalmente de un juicio universal y definitivo que sería la señal de la destrucción del Universo. Esta interpretación que ya no deja el menor lugar a un reino terrestre de Jesucristo, tan claramente indicado en el Apocalipsis y que excluye todo cumplimiento de esta renovación del Espíritu Santo buscada por el Rey profeta, me parece tan monstruosa que no veo cómo sería posible atentar más directamente a la gloria de Dios y de tachar más completamente sus promesas.

Veinticinco años después de Pentecostés san Pablo decía a los Romanos que no estamos salvados sino en esperanza (VIII, 24), es decir, en Jesucristo, no habiendo recibido más que las primicias del Espíritu y esperando la redención de nuestro cuerpo (VIII, 23). ¿Hubiera podido hablar así si realmente todo estuviera cumplido después del Calvario y si no debiéramos esperar, como lo señala en otros cincuenta pasajes, la salvación en el Amor y por el Amor?

Ante san Pablo, que espera la Redención ¿quién osaría decir que la Redención está cumplida? ¿Y por qué el Espíritu Santo está intercediendo Él mismo por nosotros con gemidos que son inexpresables (VIII, 26) si estuviéramos en posesión de todos los bienes sobrenaturales? Pronto conoceremos la enormidad del perjuicio causado al Señor por la ausencia total de deseo en la mayor parte de los pastores de su rebaño, y ciertamente sabremos lo que significa esta lamentación de Dios en Isaías: tus intérpretes prevaricaron contra mí (XLIII, 27).

Los miserables charlatanes que nos instruyen toman al Espíritu Santo por un cronista y piensan que es únicamente por la exactitud histórica que la grandiosa Blasfemia de Israel nos ha sido conservada por Él en el recitado de la Pasión: A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse (Mt. XXVII, 42). En cuanto a mí, creo que con esta Palabra sucede lo mismo que con las demás Palabras de la Escritura que se deben cumplir hasta la iota y el punto. Pienso que nuestra Esperanza está siempre crucificada y que su Libertador está siempre por venir, hasta la venida del Amor. Entonces Jesús descenderá de su Cruz y todos lo verán y creerán en Él (Mc. XIII, 26).

Es preciso que Jesús ponga de nuevo sus pies sobre la tierra y espero este suceso del que sé que debemos ser los testigos y que llenará de estupefacción y espanto a quienes deberían pronosticarlo y desearlo, aquellos que se apacientan a sí mismos en lugar de apacentar el rebaño del Señor, siendo esos simulacros de las naciones que tienen boca para no hablar y ojos para no ver, etc.”.

martes, 5 de agosto de 2014

La conversión de San Pablo, por E. Hello.

Nota del Blog: Tomado de "Fisonomía de Santos".

La conversión de San Pablo, G. Dore

LA CONVERSION DE SAN PABLO

En general, la Iglesia celebra la fiesta de un santo el día del aniversario de su muerte, que es el aniversario de su nacimiento en la Iglesia. De San Juan Bautista celebra, sin embargo, el nacimiento real, porque San Juan nació santificado. Pero raras veces conmemora un episodio de la vida de los Santos; porque también es muy raro que un episodio sea tan decisivo que merezca una consagración anual y solemne.
La Iglesia celebra la conversión de San Pablo, porque este suceso presenta caracteres especiales. La conversión de San Pablo es súbita, total, definitiva, magnífica.
Rápida como el rayo e inmortal como la alegría de los elegidos tiene el encanto de la duración.
El alma humana siente la necesidad, el amor, la pasión de los cambios bruscos. La instantaneidad es uno de nuestros deseos más profundos.
Imaginemos un hombre que obtenga poco a poco, lentamente, unas después de otras, todas las cualidades, todas las virtudes, todas las gracias espirituales y temporales que ha deseado; este hombre no ha obtenido lo que más deseaba: la rapidez.
Y es que uno de los más grandes deseos del hombre que pide es el deseo de ver la mano que da; y la rapidez deja ver esa mano.
El hombre que desea una gracia cualquiera, desea esta gracia por ella misma, y desea al mismo tiempo sentir el acto del don y ver la mano que da. La lentitud oculta esta mano y este acto; la rapidez los descubre. Y el principal deseo del hombre que desea no es conseguir el don, sino recibirlo de manos del rayo.
San Pablo, consagrado en medio de su furor, derribado de a caballo, cegado por la luz y admirado para siempre; San Pablo cambiado en otro hombre, y cambiado en un momento, responde a uno de los más profundos clamores de nuestra alma. Es cambiado en un instante, y cambiado para siempre; y esta última es otra de las cualidades que nosotros queremos ver en un cambio. Deseamos que sea instantáneo, y que sea inmortal; queremos que el súbito estallido del rayo continúe perenne; y todavía queremos más: con la rapidez de la causa queremos la plenitud del efecto; y que el cambio de la persona o de la cosa cambiada sea tan completo como rápido, tan duradero como súbito.
En San Pablo, que ofrece estos caracteres, admiramos el proceder que Dios usó con él; le agradecemos el que no nos haga languidecer en cosas a medias. Por esto el camino de Damasco ha quedado en la memoria de los hombres, no sólo como un lugar histórico, sino también como una locución proverbial: y esto indica mucho. Encontrar su camino de Damasco quiere decir ser herido, avisado, aterrado, convertido. Y cuando un hecho se apodera del lenguaje humano en forma de proverbio, es porque responde a alguna de los más íntimos deseos humanos.

domingo, 20 de julio de 2014

Elías


Nota del Blog: En el día de su fiesta, y a la espera de su venida, hemos querido recordar a tan gran santo con otro texto de E. Hello. El Anterior Artículo estaba tomado de "Fisonomía de Santos", mientras que éste es de "Palabras de Dios".
Aquí el autor reflexiona sobre una particularidad muy propia de las hagiografías. Es un error muy común, y perjudicial, que los autores nos presenten a los santos de tal forma que se hagan inalcanzables para nosotros, y por lo tanto inimitables. Hello nos recuerda, con un ejemplo muy elocuente, la falsedad de tal concepción.


ELIAS

Elías era un hombre pasible semejante a nosotros.

(Epíst., Santiago, cap. V, vers. 17).

Tiene el hombre una marcada tendencia hacia una idea vaga que expongo aquí: Piensa que los hombres históricos, y en especial los hombres legendarios, no son de su misma raza. Contra esta tendencia lucha Santiago en el texto que acabo de citar. Siente la necesidad de recordar a los hombres que Elías era un hombre.

Los hombres, en efecto, parecen despojarse de las preocupaciones que les provocaría el ejemplo de los personajes importantes, si los personajes fueran hombres como ellos.

Y en su celo por verse libres, arrojan en la lejanía de la leyenda a los grandes personajes. Los relegan lejos de sí, más lejos, más lejos, más lejos, muy lejos, y cuando los han situado lo bastante lejos como para sentirse a cubierto del contagio, los sitúan en lo alto, más alto, más alto, muy alto, con el fin de saberse preservados tanto por la altura, como por la distancia, de los inconvenientes que podría acarrear la proximidad de la grandeza.

Les citáis algo hermoso. "Sin duda, responden, no os digo lo contrario: ¡Pero era un santo!".

Es como si dijeran: "¡No era un hombre!, era un santo. ¡Por lo tanto esto no me concierne! ¡Yo no soy un santo, ni tengo la misma naturaleza! Es una raza extranjera cuyos actos me interesan a lo sumo a título de curiosidad, pero no pueden tener para mí ningún interés práctico. ¡Qué me importan esas gentes cuyo nombre está en el calendario!; es una especie desaparecida, y no seré yo quien encuentre su perdido molde."

He aquí por qué resulta interesante hacer notar que Elías era un hombre, semejante a nosotros, capaz de sentimientos humanos.

"Elías tuvo miedo", dice la Escritura: ¿Pero en qué momento tuvo miedo? He aquí la maravilla.

viernes, 31 de enero de 2014

La Gloria de Dios en el Destierro (I de II)

Nota del blog: presentamos el VI capítulo del precioso libro de Stanislas Fumet "Misión de León Bloy".

Segunda Parte 

CAPÍTULO VI

LA GLORIA EN EL DESTIERRO

   Una vez que ya hemos interrogado a su vida, se van a justificar mejor sus ideas. Veremos que ya no son proyecciones cerebrales que interesen sólo a la inteligencia y la imaginación. Tienen otra densidad: fueron resultado de experiencias costosas.
   Aunque más tarde haya escrito un número considerable de obras, repetimos que a León Bloy, intelectualmente no le quedaba nada por adquirir después de Le Désespéré. Vivirá hasta el fin sobre este patrimonio, inagotable por cierto, que se había constituido en diez años de oraciones, de holocaustos, de iluminaciones, de pecados y de sufrimientos.
Bloy lo había recibido de Dios, según lo creía, pero también por intermedio de otras personas. Advertimos que debía muchísimo al padre Tardif, su maestro en el arte de descifrar la Sagrada Escritura: "Tenía entonces treinta años. Dios había querido que yo no fuese absolutamente nada, antes de encontrar a este hombre extraordinario, y que tuviese el enorme pesar de perderlo muy poco después"[1]. Afirmaba tener más todavía de Ana María. "Las páginas realmente grandes que, en Le Désespéré, escribe a Henriette L'Huillier el 6 de febrero de 1887, han llamado la atención del intuitivo Montchal —cap. 13, 54, 64, 65 y 68 — esas páginas me fueron dictadas, hace cinco años, por una joven ignorante que hizo realmente cuanto imaginarse puede de más sublime, a quien debo todo lo que valgo intelectualmente y a quien empequeñecí prodigiosamente para hacerle entrar en mi libro".
   A Barbey d'Aurevilly no le es deudor sino de las riquezas de su orquestación y de las variedades de tono de su tinta. El "Condestable de las letras" no tenía espiritualmente nada que enseñarle. Un examen atento permite ver que Baudelaire, en el orden de la estética, le transmitió cualidades más duraderas. En cuanto a las ideas conviene decir que las concepciones del padre Tardif se injertaron en Bloy sobre ciertos datos que había tomado de José de Maistre y de Blanc de Saint-Bonet.
   Por otra parte, videntes, como Ángela de Foligno, Rusbrok, Catalina de Génova, María de Agreda, Ana Catalina Emmerich, los niños de la Salette, le colocaron en una atmósfera que le convenía. El beato Luis Grignion de Montfort, el Padre Faber, fijaron su piedad. Sin embargo fueron sobre todo Tardif de Moidrey y Ana María quienes determinaron para siempre su formación.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Elías, por E. Hello

Elias: expectans expecto te.



Nota del Blog: Tomado del hermoso librito "Fisonomía de Santos".

En aquel tiempo, la tierra prometida, la tierra hacia la cual marchó Moisés y que fué dada a Josué, estaba dividida en dos reinos. Israel adoraba el becerro de oro, adoraba a Baal; Achab y Jezabel habían designado a ochocientos cincuenta sacerdotes para ofrecer sacrificios al demonio adorado por los simonianos. Entonces Elías, armado con su espíritu, con su espíritu de celo, con su espíritu de gloria, con su espíritu vengador de la Unidad divina, fué a Achab. "¡Viva el Señor Dios de Israel! —dijo el profeta al idólatra—; desde ahora no caerá una gota de lluvia ni una gota de rocío sobre la tierra, sino por orden mía".
Y se fué al desierto, donde, por orden divina, los cuervos le alimentaron; al desierto, como Juan Bautista, y bebía el agua del torrente.
Y el cielo era como de bronce, y la tierra desecada. Aquella maldición fulminada por Elías en el espíritu y majestad del Señor, había suprimido las naturales relaciones entre los elementos: algo como un entredicho pesaba sobre la creación.
Y el torrente donde Elías bebía se secó como los otros torrentes, y el profeta sintió el peso de su propia palabra.
Dios le mandó a Sarepta, avisándole que allí una viuda se encargaría de sustentarle. Encontró a la viuda, que recogía leña y sólo tenía un poco de harina en su casa. La mujer dijo a Elías: "He aquí lo que me queda para mi hijo y para mí. Después nos moriremos de hambre". Elías respondió: "Hazme una torta con tu harina; luego harás otra para tu hijo y para ti, y hasta que vuelva la lluvia, ni tu harina ni tu aceite disminuirán".
Entonces ocurrió una cosa imprevista: el hijo de la viuda murió. La mujer colmó de reproches a Elías, y Elías elevó aquellos reproches a Dios. "Dame a tu hijo, —dijo a la mujer—. La mujer se lo dió, Elías lo puso sobre su lecho, y su oración familiar y llena de audacia resonó al través de los siglos como un grito de desesperación y de esperanza. —"¡Señor, —gritaba Elías— Señor, esta viuda me da el sustento, y Vos matáis a su hijo siendo yo su huésped!" — y se echó tres veces sobre el niño, y gritó diciendo: —"¡Señor, Dios mío, os lo suplico, os lo suplico! ¡Que la vida vuelva a las entrañas de esta criatura!" — y la vida volvió. Elías dijo a la mujer: — "He aquí a tu hijo que está vivo"; — y la mujer respondió: — "Sois verdaderamente el hombre de Dios"—. Esta es la primera resurrección que la historia menciona. La muerte fué invencible hasta aquel día.

sábado, 10 de agosto de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. XIV (Final)

La Negación de San Pedro. G. Doré
XIV
LAGRIMAS EN LOS CIMIENTOS DE LA IGLESIA

Comenzó a bañarle los pies con sus lágrimas.
(Lucas, cap. VII, vers. 38).


¿Qué decir de Magdalena? Sus lágrimas se han vuelto tan ilustres que forman un todo con su persona, identificadas a su recuerdo e inmortalizadas en su gloria.
Magdalena y sus lágrimas no pueden separarse en la memoria de los hombres. Magdalena y sus lágrimas están unidas en la lengua terrestre. En el cielo no llora. Pero las lágrimas vertidas la han introducido en el lugar que ahora ocupa. ¿Quién sobre la tierra puede imaginarse a Magdalena de manera distinta que llorando? El arte ha consagrado sus lágrimas con todas las consagraciones de que dispone. La Pintura y la Escultura se colocan para verla llorar en el ángulo conveniente. Estudian su arrepentimiento, y el llanto que vierte forma parte del patrimonio del género humano. Inspirado por el recuerdo de Magdalena, Canova supo hacer llorar al mármol, se ha vuelto patético en favor de Magdalena.
Y como si los hombres no hubieran sido dignos de verlas correr, esas lágrimas de Magdalena fueron ofrecidas como espectáculo al desierto. Vertió ante los hombres, es cierto, algunas lágrimas que la historia recogió y que el género humano contempló. Pero pronto fué al desierto y allí corrieron esos torrentes de llanto que permanecieron secretos para los hombres.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. XIII

La resurrección de Lázaro. Doré.
XIII

JUNTO AL SEPULCRO DE LAZARO

 Y Jesús lloró.
(Juan, cap. XI, vers. 35).

Y Jesús lloró.
Observad la progresión de las lágrimas relatadas en el Evangelio.
La hija de Jairo fué resucitada por Jesús en el momento en que acababa de morir.
El hijo de la viuda de Naín se encontraba ya a punto de ser sepultado. Era arrancado a su madre; era llevado a la tierra. Estaba ya lejos de la vida y avanzado en la muerte.
Pero Lázaro estaba muy lejos de la vida; muy avanzado en la muerte. Estaba enterrado, enterrado desde hacía cuatro días, y ya nadie esperaba. Se había esperado, pero ya no se esperaba más, pues la muerte había realizado su obra, su obra maestra, la descomposición.
Lázaro olía mal. El Evangelio, tan sobrio y singularmente conciso, nos da este detalle pavoroso que se volverá en un detalle tranquilizador.
Marta advierte a Jesucristo que Lázaro ya huele mal.
No es María quien hace esta observación; es Marta. No olvidemos que viene de Marta y no de María Magdalena.
Era Marta también quien acababa de decir, al hablar de su hermano: Sé que resucitará en el último día.
Jesús había pronunciado estas palabras: Tu hermano resucitará.
Y ella había respondido: Sé que resucitará en el último día.
Marta relegaba la resurrección de su hermano hasta el día de la resurrección general. No sabía que la situación de Lázaro muerto no era la de todos los muertos. No conocía el misterio particular; lo confundía con el misterio general. Sólo veía la ley; no veía la excepción. ¡Ver la excepción! ¡Qué gloria! Marta no la tenía aún. Y al cabo de un instante, cuando Jesucristo dice: — Sacad la piedra —, Marta responde: — Señor, huele mal.
¡Cómo insiste sobre la muerte y cómo la destaca!
Y Jesús responde: ¿No os había dicho yo que si teníais fe, veríais la gloria de Dios?
¡La gloria de Dios! Con estas palabras se refiere a la resurrección del muerto excepcional. Responde a Marta, explica las palabras de un momento atrás: "Tu hermano resucitará"; no entendía por esto sólo la resurrección general, sino la resurrección especial. No admite que Lázaro sea tratado como los otros. Y al hablar de esta diferencia, de esta particularidad, de esta excepción, nombra a la gloria de Dios.
"Sacad esa piedra", dice Jesucristo antes de llamar a Lázaro. Podía sacarlo El mismo con la fuerza de su misma voluntad, que iba a arrancar de la muerte la presa que ésta ya poseía; pero deja a los hombres ese cuidado porque los hombres son capaces de eso. Reserva para sí la resurrección del muerto, porque sólo Él es capaz de eso.

sábado, 3 de agosto de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. XII

XII

EL LLANTO DEL PADRE

Y luego el padre del muchacho, bañado en lágrimas, exclamó diciendo:
¡Oh, Señor! yo creo; ayuda Tú mi incredulidad. (Marcos, cap. IX, vers. 23).


El padre del niño exclamó llorando: Creo, Señor. Creo: Ayuda mi incredulidad.
¡Qué singulares palabras y cómo se contradicen los términos!
Creo: Ayuda mi incredulidad.
¿Cree o no cree el que así habla?
Es hombre, he aquí la respuesta.
¡Qué sinceridad en esta contradicción y qué deseo de ser escuchada!
Todo es posible para el que cree, dice Jesucristo.
¡Creo! He aquí la primera palabra de la respuesta. Puesto que todo es posible para el creyente, entonces creo. Empieza afirmando sus derechos, haciendo valer sus títulos.
He aquí el grito, la esperanza, el ruego osado.
Luego, he aquí el ruego tímido.
Creo, era el primer grito del que quiere obtener. Pero la reflexión llega junto con el temor. Aquel que acaba de gritar: ¡! va a decir ahora ¡tal vez!
Creo; pero, ¿creo, acaso, lo suficiente? ¿Acaso creo con una fe seria, real, verdadera, perfecta? ¿Creo, acaso, con esa fe todopoderosa de la que acaba de hablar Aquel a quien imploro?
¡Ah! Nada sé. ¿Qué será de mí?
No me queda más que invocar para la fe a Aquel que invoco para la curación. Me dice que hay que creer para ser curado; ¡y bien!, como no sé qué hay que hacer para curarse, ni para creer, pediré la fe y la curación a Aquel que puede dar ambas cosas.

martes, 30 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. XI

Daniel
XI

DANIEL

En aquellos días estuve, yo, Daniel, llorando
por espacio de tres semanas. (Daniel, cap. X, vers. 2).


Daniel lloró durante tres semanas.
Y después del vigésimo cuarto día del primer mes, estaba junto al gran río, junto al Tigris.
Vio a alguien que llevaba vestiduras de lino; su cintura estaba ceñida con un oro muy puro.
La faz de aquel que allí aparecía era semejante al rayo, y sus ojos a una lámpara ardiente.
E hizo a Daniel la extraordinaria revelación del combate que se libraba en torno al rey de los Persas: era un combate de ángeles; era una batalla entre los espíritus.
El que hablaba era probablemente Gabriel. El problema consistía en saber cuándo los Judíos volverían a su patria, cuánto tiempo permanecerían en Persia. Ahora bien, aquel que es llamado aquí el Príncipe del reino de Persia, según la mayoría de las intérpretes no es un hombre, sino un espíritu. Resiste a Gabriel, y Miguel, uno de los primeros entre los príncipes, al unirse a Gabriel, inclina la victoria del lado de este último.

sábado, 27 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. X

La Lamentación de Jeremías sobre Jerusalén.
G. Doré
X

JEREMIAS

El profeta Jeremías se sentó, llorando.
(Introducción de las Lamentaciones).

En lo que respecta a Jeremías, las lágrimas parecen haberse vuelto algo así como el sinónimo de su nombre.
La lamentación que representa, y su persona, se han vuelto inseparables, y la posteridad trataría en vano de verle en una actitud diferente de la descrita en el comienzo de sus palabras, que son lágrimas escritas.
Y sucedió que habiendo sido Israel reducida al cautiverio, y estando Jerusalén desierta, el profeta Jeremías se sentó, llorando, y lamentóse así sobre Jerusalén, sus-pirando con el alma llena de amargura, llorando y diciendo:

"¡Cómo está cubierta de soledad la ciudad populosa!".

Sería necesario citarlo todo; por lo mismo detengo la cita. No darían algunos versículos idea alguna. Sería necesario ir hasta el fin.
Esta ilustre lamentación obtiene con la repetición de la misma queja una singular solemnidad. Esta profusión de lágrimas se asemeja al océano. El mar y el cielo se tocan en el horizonte, sin confundirse. Así como las aguas del océano, las lágrimas de Jeremías pueden ocupar las miradas sin cansarlas. Se podría creer que esta sábana de agua, por su grandeza, produce monotonía. Escapa a la monotonía por su grandeza. Las aguas del océano y las lágrimas de Jeremías poseen el secreto de rejuvenecerse como las alas del águila, y su segunda juventud proviene de su profundidad.
Es una juventud que sale del abismo, embriagada con sales y perfumes. Y estos perfumes fortalecen.

La esperanza emana de las lamentaciones de Jeremías, pues éstas vienen de Dios: hay fulgores de gloria en lo profundo de esa desolación.

jueves, 25 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. IX

IX

LAS VIUDAS SIN LÁGRIMAS


Y cuando desde lejos alzaron los ojos para mirarlo, lo desconocieron;
y así exclamando prorrumpieron en lágrimas. (Job, cap. XI, vers. 12).

Y sus viudas no llorarán. (Job, cap. XXVII, vers. 16).

Yo en otro tiempo lloraba con el
que se hallaba atribulado. (Job, cap. XXX, vers. 25).

Ya he hablado de Job y sus amigos. Pero, ya que hablo de las lágrimas, ¿cómo no volver a este singular y sublime héroe?
Escuchad, invocando a la misericordia de Dios, el título que él invoca.
"Lloraba yo con el afligido y mi alma se condolía con el pobre."
Hay lágrimas en su pasado; las llama en su auxilio. Para combatir sus desdichas, llama en su auxilio a las lágrimas que ha vertido por las desdichas de los otros. La compasión que Job rico tuvo otrora hacia los pobres, es el arma de que se sirve Job, pobre a su vez, al hablar a Aquel que tiene las riquezas en sus manos.
Ha llorado; he aquí su esperanza.
¿Queréis oír ahora su amenaza? Job habla del impío y le predice desdichas. Cosas terribles se presentan ante él, y no retrocede ante ellas. El impío se le aparece como formando parte de su venganza; no cuida las expresiones con que pinta la cólera divina que sobre él cae.
"Si sus hijos se multiplican, caerán al filo de la espada, y sus descendientes nunca se verán hartos de pan."
"Los que de él queden, serán sepultados en la ruina."
Estas últimas palabras significan, tal vez, que se los privará de sepultura, que no tendrán más sepultura que la catástrofe misma en la que perecerán.

domingo, 21 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VIII

Esdras en oración. G. Doré.
VIII

EL LLANTO DE ESDRAS

Al oír yo semejantes palabras sentéme y comencé a lamentarme
 y lloré durante muchos días.  (Esdras, 11, cap. I, vers. 4).


Entre los héroes de las lágrimas debemos contar también a Esdras.
¿Los héroes de las lágrimas? ¿Creéis que he unido expresamente esos dos nombres? En absoluto. El heroísmo y el llanto pueden, para el pensamiento del mundo, habitar en los dos extremos de las cosas. Pero para el verdadero pensamiento, una de esas dos cosas no podrá asombrarse nunca de la otra. La grandeza de alma que produce la una, produce la otra. Este lenguaje del llanto, que recuerda a la mujer y al niño, se aviene al hombre de especial manera, y suscita a veces en él, la verdadera fuerza. Se diría que la falsa fuerza, la fuerza vanidosa y mentirosa, la que se jacta de sí misma, la que habla y no actúa, pasa junto con las lágrimas, y el vacío que crea al retirarse prepara el lugar a la verdadera fuerza. La verdadera fuerza está construida sobre el sentimiento de la debilidad, como una ciudadela, como una roca, como una capilla sobre una montaña. Y por eso las lágrimas son uno de los actos constitutivos del heroísmo. Pues las lágrimas de que hablo son acciones. Los hombres se han acostumbrado a considerar a las lágrimas como pertenecientes en su totalidad al dominio de la pasión.
Este punto de vista singularmente estrecho y exclusivo, atenta contra las lagrimas.
¡La gloria de las lágrimas!
Esto es hermoso; y la palabra parece también soberbia. Querría levantar un monumento a la gloria de las lágrimas.
Y para restituirles su gloria, es necesario mostrar su acción. Es necesario mostrarlas tal como son: activas, fecundas. Pues sólo donde hay actividad hay gloria. El reposo es la actividad suprema, y si las lágrimas descansan, es precisamente porque nos conducen al corazón de la actividad. Hay miles de actos, buenos o malos, que participan de la actividad con una participación más o menos inferior.
Permitidme considerar la actividad como poseedora de miembros, y como poseedora de un corazón. Una multitud de acciones se encontrará en relación con los miembros de la actividad.
Las lágrimas entrarán en su corazón y obrarán con ellas.
Las lágrimas vanas y falsas son frutos de muerte que caen sin actividad del árbol de las pasiones.
Las lágrimas plenas y fuertes son actos supremos que ponen en movimiento el corazón de la vida, y el corazón de la vida late con plenitud.
Hay lágrimas lastimosas que al ser débiles aumentan la debilidad de aquel que llora.
Hay lágrimas fuertes que aumentan la fuerza de aquel que las vierte.

viernes, 19 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VII

VII

EZEQUIAS Y LAS LÁGRIMAS

Y derramó Ezequías abundantes lágrimas.
(Reyes, IV, cap. XX, vers. 3).

Ezequías estaba gravemente enfermo y el profeta Isaías le dijo de parte del Señor Dios: Pon en orden las cosas de tu casa. Pues tu vida termina y vas a morir.
Es difícil imaginar palabras más claras. No es una amenaza; es una afirmación: vas a morir. Y esta afirmación no es la de un hombre. Isaías acaba de hablar de parte del Señor. Es un profeta verídico que dice palabras auténticas.
Sí, pero quedan a Ezequías sus lágrimas.
Se vuelve contra el muro, se dirige a Dios y dice:

— Te conjuro, Señor, te conjuro; acuérdate de que anduve ante ti en la verdad y en la perfección de mi corazón, y he hecho lo que amáis.

Y derramó abundantes lágrimas.
La palabra de Isaías había sido perentoria. Aunque fuera condicional, no parecía serlo. No dejaba a la esperanza ninguna puerta que pudiera ser abierta manifiestamente. La palabra si no había sido articulada; ninguna corrección había sido explícitamente colocada junto al temible anuncio. Pero había una corrección implícita. Había algo tácito.
He aquí la oración y las lágrimas que se elevan del fondo del cuadro, y he aquí la muerte que retrocede a pesar de haber sido anunciada por Isaías. Isaías no había aconsejado la oración; su palabra parecía capaz de desanimar a la oración, si la oración pudiera desanimarse. Pero cuanto más terribles, perentorias, afirmativas, y decisivas son en apariencia estas palabras, más gloriosa será la victoria de las lágrimas.

miércoles, 17 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VI

Ana y Helí
VI

LAS LAGRIMAS DE ANA Y DE SAMUEL

Vino Ana con un corazón lleno de amargura
y oró al Señor derramando copiosas lágrimas.
(Reyes, lib. I, cap. I, vers. 10).

El nombre de Ana tiene algo misterioso. Las mujeres estériles, que desean la fecundidad, y que han de ser oídas después de una larga espera, parecen a veces pre-destinadas a este nombre, o, si preferís, este nombre parece estarles predestinado. La palabra gracia y la palabra oración parecen encontrarse contenidas en el nombre de Ana.
Ana, madre de Samuel, Ana, madre de María, han esperado largo tiempo.
San Nicolás, el gran arzobispo cuyo nombre se hizo popular, San Nicolás, fué largo tiempo esperado por sus padres. Su nacimiento se había vuelto inverosímil, cuando fué al fin obtenido, y fué obtenido por una madre, largo tiempo estéril, que se llamaba Ana.
Ana, madre de Samuel, es una de aquellas cuyas lágrimas han sido consagradas por la Escritura. La Escritura no habla al azar. Sus silencios y sus palabras tienen intenciones que no debemos descuidar. Sus silencios y sus palabras son enseñanzas. Cuando dice una cosa, cuando calla otra, se oculta allí una razón profunda.
Las lágrimas de Ana se encuentran en el número de las lágrimas relatadas.
Y he aquí que viéndola llorar y orar en silencio, pues sus labios se movían, aunque su voz no se oía, el gran sacerdote creyó que había bebido vino en demasía.
Error extraño y que debía hacerse histórico. Error profundo en todo el sentido de la palabra: error instructivo cuyo recuerdo consignado en los labios santos, nos deja una singular enseñanza.
Helí, el gran sacerdote, observaba el movimiento de la boca.
Y la juzgó ebria.

domingo, 14 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. V

V

LAS LÁGRIMAS Y LOS HIJOS DE ISRAEL


Por este desastre todos los hijos de Israel vinieron
a la casa de Dios y pusiéronse a llorar en presencia del Señor.
(Jueces, cap. XX, vers. 26).


Israel se había dejado corromper por los Madianitas, y había caído en la idolatría de Belfegor. El Señor, irritado, habló a Moisés, y todo Israel lloraba sintiendo que se imponía un castigo. Entonces Finees, hijo de Eleazar, y nieto de Aarón, se erigió en vengador de Dios, y el Señor aceptó de tal modo su indignación llena de celo, que hizo con él un pacto y estableció el sacerdocio en su familia, y la alianza de la paz fué el resultado de la sangre vertida por la Justicia.
Pero, notémoslo, los hijos de Israel habían llorado. Finees había visto sus lágrimas, había visto sus lágrimas cuando tomó el puñal. La unión de las lágrimas y el puñal hace resplandecer con soberbio esplendor la alianza magnífica de la misericordia y de la justicia, alianza representada aquí por Finees. El gran sacrificador de Israel salva al pueblo gracias a su cólera.
Es, por lo tanto, tan misericordioso como justo; hay tanta clemencia como indignación en la fuerza que impulsa su brazo.

viernes, 12 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. IV


TIERRA DE REGADIO

                                         Concédeme una gracia: me has dado una tierra árida;
 dámela también de regadío. (Jueces, cap. I, vers. 13).

Acababa de hacerse la distribución entre los hijos de Israel.
Axa suspiraba. — ¿Qué tienes? — le dijo Caleb.
—Otorgadme — dijo Axa —, una bendición. Me habéis dado una tierra árida. ¡Oh!, dadme una tierra de regadío.
Y Caleb le dio una tierra de regadío alta y baja.
Sin duda se trata de una tierra fértil, pues de todo se trata en la Escritura, y la realidad histórica tiene sus derechos sagrados cuya violación suprimiría, en lugar de consagrarlos, los derechos de lo espiritual que el hecho oculta.
Quería una tierra de regadío. ¿Qué hay de más justificable que ese deseo y esa petición? El agua tiene ventajas en demasía para poder ser contadas. Refresca, encanta, fecunda, y así como la armonía es la gloria de las noches primaverales, el agua atrae a los ruiseñores. Allí donde no hay corrientes de agua, los ruiseñores no llegan, y de su garganta misteriosa no caen las perlas.
El agua es una bendición, y ¿quién puede medir la influencia de una bendición? Axa deseaba una tierra fértil.
Pero cuando veo en la Escritura manantiales, me acuerdo de las lágrimas. ¿No está acaso el don de las lágrimas escondido bajo la oración de Axa, ávida de corrientes de agua, de manantial y de rocío?
Me parece que el don de las lágrimas está en las cercanías. Ha suspirado. ¿No está acaso el suspiro en la misma dirección que las lágrimas? ¡Es éste tan humano y son aquéllas tan humanas!
—¿Qué tienes? — le dice su Padre.
Hay en estas palabras una solicitud que implica una promesa. La oración solicitada es una oración oída.
Caleb da a su hija una tierra de regadío alta y baja.
Le da en gran abundancia lo que ella ha pedido. Oye magníficamente la oración que ha provocado.
¡Oh, lágrimas precedidas por un suspiro!

¡Oh, lágrimas!, ¡oh, tierra de lágrimas, manantial misterioso de las gracias desconocidas, signo misterioso de las bendiciones misteriosas! ¡Que el Señor, que os ha hecho, os dé hoy con magnificencia a todos aquellos que os desean, a todos aquellos que os solicitan, a todos aquellos para quienes sois solicitadas, a todos aquellos y a todas aquellas que sabiéndolo o no, necesitan de vosotros, lágrimas sagradas!

miércoles, 10 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. III



III
LAS LÁGRIMAS Y EL PERDON

Se apartó un momento y lloró.
(Génesis, cap. XLII, vers. 24).


La historia de José está llena de lágrimas. Está, por lo tanto, llena de victorias.
Jacob lloró cuando creyó muerto a José. Pero José no había muerto y Jacob lo volvió a ver en Egipto, traído directamente por la mano del Señor.
José llora también y sus lágrimas señalan la victoria que sus hermanos arrepentidos van a obtener sobre él: cuando reconoce a sus hermanos, en Egipto, a sus hermanos suplicantes, que no lo reconocen, pero que se acusan y declaran haber merecido por su pasado crimen su actual desdicha, José se aparta un tanto para llorar; pues no se da a conocer aún; pero ha llorado. Vence a la cólera y sus hermanos arrepentidos son en el fondo sus vencedores.
Y cuando se descubre al fin, llora y se arroja llorando al cuello de Benjamín. Las lágrimas anteriores hablan preparado y anunciado su victoria. Las lágrimas de hoy, la consagran y celebran.

— Soy José. ¿Vive aún mi padre?

La escena es inmortal y demasiado sencilla para ser relatada. No me atrevo a referirla. Ha sido consagrada por las lágrimas de las generaciones: las lágrimas de José han despertado ecos que se elevaron de siglo en siglo, hablándose y respondiéndose.
Luego Jacob moribundo solicita a José el perdón de sus hermanos. José llora, José responde con lágrimas. Por lo tanto, José es el vencedor. El perdón ha sido concedido, puesto que las lágrimas corren.
Y el espíritu se movía sobre la Faz del abismo.
Jacob constituía entre José y sus otros hijos algo así como la orden paterna de Perdonar. Era un Perdón augusto y viviente que andaba en majestad patriarcal en medio de sus hijos otrora desavenidos. Pero Jacob muere; sus hijos tiemblan; recuerdan a José las recomendaciones de su padre muerto; citan con los propios términos las palabras del gran Patriarca; José llora; el Perdón está confirmado.
La victoria del padre muerto está atestiguada por las lágrimas del hijo poderoso.
¡Cuántas lágrimas y cuántas victorias en esta vida de José!
Soy Faraón, había dicho el rey de Egipto. Nadie sin orden tuya podrá mover la mano o el pie en toda la tierra de Egipto.
Esta frase contiene una magnífica afirmación de soberanía.

Esta afirmación constituye una delegación. Es en el momento en que confía todo el poder a otro, que Faraón se siente poderoso y realiza un acto de poder. La conciencia de su soberanía se despierta y se afirma en él, en el momento en que delega el poder. ¡Soy Faraón!, dice. Luego otorga a José la autoridad. Sólo entonces se siente rey y exclama: ¡Soy Faraón!      

lunes, 8 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. II

II

LAS LÁGRIMAS Y EL DESIERTO

"No, no veré morir a este niño";
y sentándose enfrente, alzó la voz y lloró.
(Génesis, cap. XXI, vers. 16).

Agar vagaba por el Desierto de Bersabée.
Tenía como provisiones de viaje un pan y un odre lleno de agua. Pero la provisión del agua se agotó. Puso a Ismael bajo un árbol, luego se apartó a distancia de un tiro de flecha, se sentó, alzó la voz y lloró.
Podemos imaginar algunos de los sentimientos que la agitaban.
Es refiriéndose a Agar, si no me equivoco, que las lágrimas se nombran por primera vez en la Escritura.
No creo que estén indicadas en el relato de las primeras catástrofes del mundo:
Adán es arrojado del Paraíso. La Escritura nada dice sobre sus lágrimas.
El Diluvio destruyó a casi toda su raza. No veo que los llantos hayan sido escritos en los libros santos, los llantos de aquel momento.
Agar ve morir de sed a su hijo en el desierto. Se sienta llorando.
Esta inauguración de las lágrimas, o por lo menos de su historia escrita, tiene algo de solemne.
Llora; y he aquí el ángel.
Dios abre los ojos de Agar y le muestra un pozo lleno de agua. Llena el odre y da de beber al niño.
Hay a menudo, entre los grandes auxilios de Dios y los manantiales de Dios que surgen súbitamente o son súbitamente descubiertos, muy singulares relaciones.
La Fuente de las gracias aparece muy a menudo junto con su símbolo y el manantial de agua y manantial visible se vuelve el testimonio y el memorial de los manantiales invisibles que pronto van a correr.
¿Qué son las lágrimas? ¡Misterio, éste, a la vez físico y moral! ¡Misterio humano en donde el alma y el cuerpo, unidos, hablan una lengua desgarradora!