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jueves, 27 de diciembre de 2012

Saber Esperar. Un texto de Fray María Rafael


12 de julio de 1936 - 25 años

Meditaciones de un trapense - San Isidro

Saber esperar

En la Trapa tenemos los trapenses un consuelo muy poco conocido en el mundo... Aquí en la casa de Dios y separados del bullicio de los hombres, se ve de una manera palpable lo corto que es todo lo que pasa con el tiempo... En el mundo también, pero es de otra manera.
El mundo cuando comenta la rapidez de la vida lo hace con un “dejo" de tristeza; se lamenta de la brevedad de todo... El hombre vive muchas veces del recuerdo… y lo que pasó ¿de qué le sirve?... No se enmienda, sigue buscando en la vida que aún le queda, lo que no encontró en la vida que vivió. Le llegan los años últimos y en estos aún nota más la nostalgia de lo que pasó, y lo breve de todo… triste vejez la del mundo.
En la Trapa, al monje lo que fue ya no le importa… Solamente tiene el inmenso consuelo de saber que lo que aún le queda, ha de pasar. ¿Qué hacer, pues sino esperar? Y con qué alegría y paz se espera, lo que es cierto ha de venir.
Qué paz da al alma pensar, que lo que espera, ni los hombres ni los acontecimientos pueden impedir su llegada... Cada día que pasa, es un día más que nos acerca al comienzo de la verdadera vida.
Lo que para el mundo es el fin, para el monje es el principio. Todo llega, todo pasa..., sólo Dios permanece.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Fray María Rafael, sobre la vejez.

Nota del Blog: Sigue a continuación un hermoso texto de Fray María Rafael a un tío-abuelo suyo, escrito a los 26 años.

Sicut Cervus...


Sobre la vejez

 Hace unos días tuve ocasión de leer unas cuartillas de un viejo cristiano. Vi en ellas la prudencia que dan los años, y la paz serena, del que nada del mundo espera, porque todo lo espera únicamente de Dios.
Terminaba sus reflexiones diciendo: ¡Qué feliz es la vejez!
Qué bien suena esa exclamación en los labios de un viejo... Cuánto debe agradar a Dios esa alegría interior, que se nutre de la ilusión de dejar algún día de vivir..., de la ilusión de la muerte cercana..., de la ilusión de ver a Dios.
El hombre no puede vivir sin una ilusión.
Los niños sueñan con ser hombres; los hombres ponen muchas veces su ilusión en cosas que los años van transformando en desengaños, de los cuales a menudo, Dios se vale para atraer al hombre hacia sí y llenar su corazón de la única ilusión que de veras satisface al alma, y para la cual no hay edades..., la ilusión de Dios.
Feliz..., mil veces feliz, la vejez llena de canas y de apagada mirada, que nada del mundo espera, y sonríe con esa alegría de la paz interior y que Dios comunica a sus amigos.