Conocido es el desconcierto de los exégetas a la hora de identificar a
los ángeles de las iglesias de los capítulos II y III del Apocalipsis.
Todo tipo de teorías se han propuesto sin que ninguna satisfaga.
El texto que se refiere a ellos se encuentra ya hacia el final del capítulo
I cuando al explicarle el significado de dos de sus atributos de la visión,
Jesucristo mismo le dice:
20. En cuanto al misterio de las
siete estrellas, que has visto en mi diestra, y los siete candelabros de oro: las
siete estrellas son los ángeles de las siete Iglesias y los siete
candelabros son siete Iglesias.
Y
luego en cada una de las siete Iglesias leemos al comienzo: “Al Ángel de
la Iglesia de… escríbele, etc”
Allo resume las
diversas hipótesis en su excursus III de esta manera:
“Cada vez que San Juan habla de los ángeles (unas
sesenta veces) se trata de seres personales, de espíritus celestes ¿Sucede lo
mismo en estos tres capítulos?
En todo caso no son los mismos que los “siete espíritus”
de I, 4, ni de III, 1, ni de V, 6. Hay cinco clases de
interpretaciones:
1) O bien los mensajeros (ἄγγελοι) de las
Iglesias junto al Profeta son enviados ora realmente, ora son imaginados en una
visión.
2) O bien los representantes de las comunidades
respectivas, como antiguamente en las sinagogas, no son más que ministros
inferiores, lectores para la oración pública.
3) O bien ángeles guardianes, como los “Príncipes” de Daniel
X, 13; XII, 1 (Padres Griegos en gral).
4) O bien miembros dirigentes de la comunidad, los
obispos o la colectividad del Presbyterium, interpretación que puede
apoyarse en el simbolismo de las “estrellas” por los doctores (Dan XII, 3),
y sobre Malaquías II, 7; Ageo I, 13 (Padres Latinos
en gral).
5) En fin el “ángel” podría ser la comunidad misma
personificada.”
Al final Allo rechaza las dos primeras opciones y
se queda con una mixtura inentendible de las tres últimas.
En general los autores se dividen entre aquellos que ven
en el ángel a los obispos de esas iglesias contemporáneos a San Juan y
entre los que toman la palabra ángel en su sentido más usual y lo aplican a los
seres celestiales, es decir, las opciones 3 y 4 de Allo.
Sin embargo, ambas teorías deben ser rechazadas como lo
demuestra Straubinger cuando dice:
“No puede tratarse de los ángeles custodios de las
Iglesias, pues vemos que más adelante casi todos son reprendidos, lo que no
se concibe en los espíritus puros que “cumplen la Palabra de Dios”. Cf. Daniel
X, 13 y nota. Pirot observa que la tradición latina ha visto en
ellos a los obispos, pero en el Apocalipsis un ángel no representa nunca a un
ser humano y por otra parte las advertencias tienen en vista a las Iglesias
en sí mismas” (cfr. X, 1 y nota). También se ha supuesto que los
ángeles fuesen mensajeros enviados a Juan desde esas Iglesias, pero en
tal caso el de Éfeso sería el propio Juan y tendría que escribirse a sí
mismo”.
Hasta aquí Straubinger.
Creemos que la vera solución es, una vez más, la que trae
Lacunza[1]
cuando con gran claridad dice:
“Parece del mismo modo claro, que estos doce ángeles[2] son
muy semejantes a aquellos siete de las siete Iglesias, con quienes se habla en
el cap. II y III del mismo Apocalipsis. De manera que, así como
aquellos siete ángeles no significan otra cosa manifiestamente que el
sacerdocio cristiano, o la Iglesia activa presente en siete o muchos estados
diversísimos que ha tenido hasta el día de hoy, y alguno otro que tal vez falta,
así los doce ángeles de las doce puertas de la santa y nueva ciudad de
Jerusalén, quae descendít de caelo a Deo meo no
significan otra cosa que el juicio de Cristo ó su reino activo: es
decir, doce jueces supremos, uno en cada puerta en quienes debe residir todo el
juicio emanado del mismo Cristo, en cuanto Sumo Rey y Sumo Sacerdote”.
Hasta aquí, lector amigo, el extraordinario exégeta
chileno con su habitual lucidez. Realmente causa pavor la facilidad con
que resuelve las cuestiones más difíciles del Texto Sacro y creemos que la
explicación dada se impone por su sencillez y naturalidad. La Iglesia activa
que dice Lacunza sería lo que los teólogos llaman comúnmente la “ecclesia
docens”.
Como corolario desta exégesis podríamos sacar las
siguientes conclusiones:
1) Las siete cartas desarrollan la historia de la Iglesia
puesto que sólo puede haber un “sacerdocio activo” o ecclesia docens en
una época determinada.
2) La jerarquía va a existir hasta el fin de la séptima
Iglesia, es decir hasta la Parusía[3].
Por último es preciso responder a la objeción que
se desprende del comentario de Straubinger: tanto en el comentario a I,
20 como a X, 1 el ilustre Obispo Alemán dice: “… por donde se ve que
no podría simbolizar a ningún personaje humano, cosa que no sucede nunca ni
en el apocalipsis ni en toda la Biblia”.
Para responder esta objeción creemos que basta citar a Zorell[4] que
en la voz “ἄγγελος” (ángel) explica:
1. Nuncio enviado a alguien. Legado: Lc
VII, 24; IX, 52; Sant. II, 25; sobre todo el legado divino enviado a los
hombres (Vulgata “angelus”): Mt. XI, 10; Mc, I, 2, Lc. VII, 27…”
Lucas VII, 24: “Cuando los enviados de Juan
hubieron partido, se puso Él a decir a la multitud acerca de Juan…”
Lucas IX, 54: “y envió mensajeros delante
de sí, los cuales, de camino, entraron en una aldea de samaritanos para prepararle
alojamiento”.
Sant. II, 25: “Así también Rahab la
ramera, ¿no fue justificada mediante obras cuando alojó a los mensajeros
y los hizo partir por otro camino?”.
Mt. XI, 10: “Este es aquel de quien está
escrito: “He ahí que Yo envío a mi mensajero que te preceda, el cual
preparará tu camino delante de ti”. Idem Mc. I, 2 y Lc. VII, 27.
Por último podríamos agregar los siguientes textos:
Mt. X, 16 ss: “He aquí que Yo os envío
como ovejas en medio de lobos, etc”.
Mt. XXII, 1 ss: “el Reino de los Cielos es semejante a un Rey que celebró
las bodas de su Hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los invitados a las bodas, mas ellos no quisieron venir.
Entonces envió a otros siervos, a los cuales dijo: “Decid a los convidados:
Tengo preparado mi banquete: mis toros y animales cebados han sido sacrificados
ya y todo está a punto: venid a las bodas”. Pero, sin hacerle caso, se fueron,
el uno a su granja, el otro a sus negocios. Y los restantes agarraron a los
siervos, los ultrajaron y los mataron. El rey encolerizado, envió sus soldados,
hizo perecer a aquellos homicidas y quemó su ciudad. Entonces dijo a sus
siervos: “las bodas están preparadas, mas los convidados no eran dignos. Id
pues, a las encrucijadas de los caminos y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas…”.
Mt.
XVIII, 18 ss: “Y
llegándose Jesús les habló diciendo: “Todo poder me ha sido dado en el
cielo y sobre la tierra. Id pues, y haced discípulos a todos los pueblos
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles
a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con vosotros estoy todos
los días, hasta la consumación del siglo”.
Uno verbo, la palabra ángel debe ser tomada en su
sentido etimológico y no en el que comúnmente se le da. No hay duda que los
Apóstoles y sus sucesores son enviados (lo que los canonistas llaman “missio canonica”) por Jesucristo.
Tal vez, parafraseando al Cardenal Merry del Val
escribiendo sobre el gran Cardenal Billot, podríamos decir: “el P.
Manuel Lacunza, gloria de la Iglesia y de Chile”.
Vale!
[1] III Parte, cap. VI,
respuesta a la tercera pregunta.
[2] Lacunza está hablando de la Jerusalén celeste tal cual
está descrita en el capítulo XXI, cuyo versículo 12 reza: “tenía
muro grande y alto, y doce puertas, y a las puertas doce ángeles, y
nombres escritos en ellas, que son los de las doce tribus de los hijos de
Israel…”
[3] Contra los defensores del llamado rapto
pre-tribulación.
[4] Lexicon
Graecum NT, 1931.