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domingo, 8 de abril de 2018

El Anuncio a José (II de II)


Gracias a la traducción propuesta se puede dar una interpretación satisfactoria del mensaje en el conjunto del recitado. Ya no hay dos mensajes: anuncio de la concepción virginal y revelación del rol de José, sino uno sólo que unifica sus elementos subordinándolos. Si el Espíritu Santo es el autor de la concepción, José no tiene ninguna función que cumplir en el nacimiento milagroso. Pero dado que tiene la misión de servir de padre al Niño es que él, hijo de David, debe, a pesar de la concepción virginal, tomar consigo a la madre del Salvador.

Este mensaje le es transmitido en el estilo de las Anunciaciones. Como en San Lucas a la Virgen María, le es dado un signo. En el pasado, el signo para la Virgen fue la milagrosa preñez de Isabel; para José es la obra del Espíritu Santo en María, oficialmente confirmada. En el futuro, tanto para José como para la Virgen, es el anuncio de un hijo (cf. Juec. XIII, 3-5). Luego, dado el signo, se le confía tanto a José como a la Virgen, imponer el nombre al niño (cf. a Agar, Gen. XVI, 11 y a Abraham, Gen. XVII, 19).

Este doble aspecto del mensaje angélico se refleja en la cita escriturística que sigue:

Todo esto sucedió para que se cumpliese la palabra que había dicho el Señor por el profeta: “Ved ahí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán el nombre de Emmanuel”, que se traduce: “Dios con nosotros”.”

Para entender en qué sentido esta profecía anunciaba el suceso narrado, conviene remarcar que el fin del recitado está distribuido en forma similar: “Y sin que la conociera, dio ella a luz un hijo” (en lo que respecta a la concepción virginal), “y le puso por nombre Jesús” (en lo que respecta al rol de José). Mensaje (vv. 20-21), profecía (v. 23) y recitado (v. 25) se corresponden perfectamente, recitados los tres por καλέσεις τὸ ὄνομα αὐτοῦ (21), καλέσουσιν τὸ ὄνομα αὐτοῦ (v. 23), ἐκάλεσεν τὸ ὄνομα αὐτοῦ (v. 25) (le pondrán por nombre). Así se explica la modificación del texto de Isaías (καλέσουσιν [le pondrán por nombre] en lugar de καλέσεις [le pondrás por nombre]; por el plural (no necesariamente indeterminado), José se une a la Virgen para ponerle el nombre al Niño. La profecía viene así a justificar a su manera el rol de José en el nacimiento del Emanuel.

El pasaje termina, pues, con la paternidad legal de José. La concepción virginal, si es supuesta por todas partes como el suceso mayor que ocasiona el recitado - ἐκ πνεύματος ἁγίου (del Espíritu Santo) (vv. 18.20), ἡ παρθένος (la Virgen) (v. 23), οὐκ ἐγίνωσκεν αὐτὴν (no la conoció) (v. 25)- no es revelada directamente[1]. Para convencerse de ello, hay que renunciar al concordismo espontáneo que proyectan las enseñanzas de San Lucas sobre el recitado mateano.

martes, 27 de marzo de 2018

El Anuncio a José (I de II)

Nota del Blog: El siguiente estudio es obra del P. Xaver Léon-Dufour S.J., y apareció en Mélanges bibliques rédigés en l'honneur d’André Robert, Paris 1957, p. 390-397. 

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Según Mt. I, 18-25, es seguro que José decidió repudiar a María su “prometida” porque estaba encinta; también es cierto que cambió su proyecto como consecuencia de una intervención angélica. Hasta ahí los intérpretes están de acuerdo. Difieren a la hora de explicar la decisión de José que,

“Como era justo y no quería delatarla (a María), se proponía despedirla en secreto” (Mt. I, 19).

¿Por qué esta conducta envuelta, esta repudiación oculta, ignorada de los usos judíos? ¿En qué consiste la “justicia” que le atribuye el evangelista? ¿Justicia con respecto a la ley, a Dios, a María o justicia indulgente (débonnaireté)? Todas estas respuestas se han dado, suponiendo resuelto otro enigma: ¿José tenía a María como inocente o culpable? ¿O la veneraba como el arca de Dios?

Ordinariamente, si no concuerdan sobre la suposición de adulterio, se responde con seguridad que José no estaba al corriente de la concepción virginal, y esto en razón del mensaje del ángel que parece revelarle:

“José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo” (Mt. I, 20).

Pero ¿revela de hecho el misterio de María? Creemos que no. Antes de justificar nuestra opinión por medio de una nueva traducción de este pasaje, recordemos esquemáticamente las interpretaciones corrientes.