martes, 30 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. XI

Daniel
XI

DANIEL

En aquellos días estuve, yo, Daniel, llorando
por espacio de tres semanas. (Daniel, cap. X, vers. 2).


Daniel lloró durante tres semanas.
Y después del vigésimo cuarto día del primer mes, estaba junto al gran río, junto al Tigris.
Vio a alguien que llevaba vestiduras de lino; su cintura estaba ceñida con un oro muy puro.
La faz de aquel que allí aparecía era semejante al rayo, y sus ojos a una lámpara ardiente.
E hizo a Daniel la extraordinaria revelación del combate que se libraba en torno al rey de los Persas: era un combate de ángeles; era una batalla entre los espíritus.
El que hablaba era probablemente Gabriel. El problema consistía en saber cuándo los Judíos volverían a su patria, cuánto tiempo permanecerían en Persia. Ahora bien, aquel que es llamado aquí el Príncipe del reino de Persia, según la mayoría de las intérpretes no es un hombre, sino un espíritu. Resiste a Gabriel, y Miguel, uno de los primeros entre los príncipes, al unirse a Gabriel, inclina la victoria del lado de este último.

lunes, 29 de julio de 2013

Algunas Notas a Apocalipsis I, 1-3 (I de V)

Después de escribir varios artículos sobre el Apocalipsis nos pareció una buena idea redondear algunos conceptos y nada mejor que comenzar por el principio.
Vamos a dar algunas nociones sobre los primeros tres versículos del Apocalipsis que nos parece pueden ser de gran utilidad.


Apocalipsis I:

1. Revelación de Jesucristo, que Dios le dio para mostrar a los siervos suyos lo que debe suceder pronto, y significó por medio del Ángel suyo que envió al siervo suyo, Juan;

Prácticamente cada palabra suscita algún tipo de controversia o por lo menos amerita alguna aclaración o comentario.


I) Revelación de Jesucristo.

Primera gran dificultad que divide a los exégetas.

Las preguntas aquí son básicamente dos:

1) A qué revelación se refiere.

2) ¿Por qué se llama Revelación “de Jesucristo”? ¿Porque es una revelación dada por Él (genitivo agente) o porque el objeto de la misma es Jesucristo (genitivo objetivo)?

Vamos de a poco.

1) ¿La revelación de la que habla el Apocalipsis se refiere a su Parusía o a una revelación de cosas futuras?
Según sea la respuesta que demos a esta pregunta podremos contestar (o por lo menos sospechar) también a la segunda, puesto que están íntimamente ligadas.

Empecemos por lo primero. ¿Cuál es la versión correcta: revelación o la revelación?

domingo, 28 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. IV (II de II)

§ Esta divina vitalidad del Sacerdocio constituye la incorruptible juventud de la Iglesia, la pureza virginal de la fe en su Esposo. "Propter hoc Dominus in capite suo accepit unguentum, ut Ecclesiae spiret incorruptionem. Ne ungamini tetro odore doctrinae principis hujus saeculi"[1] [El Señor ha recibido la unción en su cabeza para que la Iglesia respire incorrupción. No seáis tocados por el fétido olor de la doctrina del príncipe de este mundo. —San Ignacio de Antioquía].
Es de experiencia que la vida hierática y litúrgica produce sosiego en las almas y da inspiraciones al espíritu. ¿Y qué puede ser más lógico? ¿No es acaso en su función hierática donde la Iglesia tiene que hallarse más plenamente investida por virtud del beneplácito divino? "El Espíritu Santo, observa Bossuet, ha admirado hasta el ruedo de su vestidura: in fimbriis aureis... Todo lo que hay en la Iglesia respira amor santo y hiere con un dardo de igual amor el corazón del Esposo"[2]. Mas donde tiene lugar ese comercio y se renueva esa divina unión es en el Sacrificio. Si el Verdadero Sacerdocio fué instituido en medio de los tiempos, puede creerse que ha sido para indicar que la Iglesia está igualmente exenta de arcaísmo y de decadencia, y que las primicias de su oblación no pueden marchitarse. Porque Dios ama lo antiguo, pero no lo viejo: "Comedetis vetustissima veterum, et vetera novis supervenientibus projicietis"[3]. [Comeréis lo más añejo de lo añejo, y sobreviniendo lo nuevo arrojaréis lo añejo].

sábado, 27 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. X

La Lamentación de Jeremías sobre Jerusalén.
G. Doré
X

JEREMIAS

El profeta Jeremías se sentó, llorando.
(Introducción de las Lamentaciones).

En lo que respecta a Jeremías, las lágrimas parecen haberse vuelto algo así como el sinónimo de su nombre.
La lamentación que representa, y su persona, se han vuelto inseparables, y la posteridad trataría en vano de verle en una actitud diferente de la descrita en el comienzo de sus palabras, que son lágrimas escritas.
Y sucedió que habiendo sido Israel reducida al cautiverio, y estando Jerusalén desierta, el profeta Jeremías se sentó, llorando, y lamentóse así sobre Jerusalén, sus-pirando con el alma llena de amargura, llorando y diciendo:

"¡Cómo está cubierta de soledad la ciudad populosa!".

Sería necesario citarlo todo; por lo mismo detengo la cita. No darían algunos versículos idea alguna. Sería necesario ir hasta el fin.
Esta ilustre lamentación obtiene con la repetición de la misma queja una singular solemnidad. Esta profusión de lágrimas se asemeja al océano. El mar y el cielo se tocan en el horizonte, sin confundirse. Así como las aguas del océano, las lágrimas de Jeremías pueden ocupar las miradas sin cansarlas. Se podría creer que esta sábana de agua, por su grandeza, produce monotonía. Escapa a la monotonía por su grandeza. Las aguas del océano y las lágrimas de Jeremías poseen el secreto de rejuvenecerse como las alas del águila, y su segunda juventud proviene de su profundidad.
Es una juventud que sale del abismo, embriagada con sales y perfumes. Y estos perfumes fortalecen.

La esperanza emana de las lamentaciones de Jeremías, pues éstas vienen de Dios: hay fulgores de gloria en lo profundo de esa desolación.

viernes, 26 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. IV (I de II)

IV

LA VIDA HIERÁTICA DE LA IGLESIA I de II

Hierático o sacerdotal. Así debe ser calificado, en primer término, el oficio que la Iglesia desempeña entre Dios y los hombres.
Según el cuadro grandioso de San Pablo, en el momento que Jesús hace su entrada gloriosa en el cielo para concluir allí, como en su templo definitivo, su función sacerdotal: "Non enim in manufacta Sancta introivit, sed in ipsum coelum... semel oblatus"[1]. [Porque no entró Jesús en un santuario hecho de mano que era figura del verdadero: sino en el mismo cielo, para presentarse ahora delante de Dios por nosotros…, una sola vez inmolado], entonces la Iglesia aparece ante el mundo en el esplendor de las insignias del Sacerdocio, para continuar, inseparablemente unida a Él, esa misma función en la tierra.
Pero, notémoslo bien, el Señor Jesús ya había sido sacerdote desde el comienzo y en todos los instantes de su vida mortal por los actos anticipados de su Corazón: deberá seguir siéndolo en todas las cosas dentro de la Iglesia, y de una manera visible. Plena realización del "sacrificium et oblationem noluisti, tunc..."[2]. [Sacrificio y ofrenda no quisiste... Entonces dije: He aquí que vengo].

§ En efecto, dentro de la Iglesia todo se funda en el Sacrificio. Y en primer lugar, su constitución jerárquica; que así se llama porque, compuesta de diversos Órdenes, todos reciben su aptitud por el Sacramento que confiere el poder del Sacrificio.
Las otras funciones de la Iglesia no son más que una prolongación de su Sacerdocio: su Enseñanza no tiene otro objeto que el de hacer conocer al mundo el Plan divino de la Redención por el Sacrificio; su Oración no es más que la preparación, o el acompañamiento o la acción de gracias de su Sacrificio; su acción apostólica y caritativa no tiende más que a la aplicación universal y continua de los méritos y de los frutos del Sacrificio.

jueves, 25 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. IX

IX

LAS VIUDAS SIN LÁGRIMAS


Y cuando desde lejos alzaron los ojos para mirarlo, lo desconocieron;
y así exclamando prorrumpieron en lágrimas. (Job, cap. XI, vers. 12).

Y sus viudas no llorarán. (Job, cap. XXVII, vers. 16).

Yo en otro tiempo lloraba con el
que se hallaba atribulado. (Job, cap. XXX, vers. 25).

Ya he hablado de Job y sus amigos. Pero, ya que hablo de las lágrimas, ¿cómo no volver a este singular y sublime héroe?
Escuchad, invocando a la misericordia de Dios, el título que él invoca.
"Lloraba yo con el afligido y mi alma se condolía con el pobre."
Hay lágrimas en su pasado; las llama en su auxilio. Para combatir sus desdichas, llama en su auxilio a las lágrimas que ha vertido por las desdichas de los otros. La compasión que Job rico tuvo otrora hacia los pobres, es el arma de que se sirve Job, pobre a su vez, al hablar a Aquel que tiene las riquezas en sus manos.
Ha llorado; he aquí su esperanza.
¿Queréis oír ahora su amenaza? Job habla del impío y le predice desdichas. Cosas terribles se presentan ante él, y no retrocede ante ellas. El impío se le aparece como formando parte de su venganza; no cuida las expresiones con que pinta la cólera divina que sobre él cae.
"Si sus hijos se multiplican, caerán al filo de la espada, y sus descendientes nunca se verán hartos de pan."
"Los que de él queden, serán sepultados en la ruina."
Estas últimas palabras significan, tal vez, que se los privará de sepultura, que no tendrán más sepultura que la catástrofe misma en la que perecerán.

miércoles, 24 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. III

III

LA PERSONALIDAD DE LA IGLESIA

Et Unam, Sanctam, Catholicam et Apostolicam Ecclesiam. Al proclamar las Notas de la Iglesia, esta cuarta parte del Símbolo de Nicea le confiere una personalidad y, por así decirlo, la yergue de pie ante nosotros. Puesta a continuación de las partes que tratan de las Personas de la Divina Trinidad, impone a nuestra fe, de un modo apremiante, la personalidad de la Iglesia.

§ Convenía, ante todo, que el Ser divino, el más universal y personal de los seres, se reflejase en la Iglesia: la Iglesia, pues, debía tener un carácter no solamente colectivo y universal, sino personal.

§ Convenía también que la Iglesia reflejase la imagen del misterio de la Encarnación del Verbo, donde lo más sorprendente es el papel único de la Persona divina con respecto a las dos naturalezas de Cristo.

§ Decimos, sin embargo, que más que Cristo es el Espíritu Santo quien hace la personalidad de la Iglesia. ¿Por qué? No es necesario recordar que esta atribución al Espíritu Santo no excluye la atribución a las demás Personas divinas, "opera Trinitatis sunt indivisa" [las operaciones ad extra de la Trinidad son producidas indivisamente por las tres divinas Personas]; pero, precisamente al atribuir al Espíritu Santo esta perfección de la Iglesia, que es la personalidad, hacemos más inteligible la unión y la semejanza de la Iglesia con Cristo.
En efecto, si la Iglesia ha de reproducir el misterio de la Encarnación con los tres términos que lo constituyen: naturaleza humana, naturaleza divina y Persona divina —deberá comportar tres términos análogos—: una naturaleza humana, una humanidad proveniente de la multitud de sus miembros, y que comprende un cuerpo, la Iglesia enseñada y un alma, la Iglesia enseñante[1] —una naturaleza divina que Cristo, su Cabeza, su Esposo—, le confiere, elevándola a la vida sobrenatural, a la participación de la naturaleza y de las operaciones de Dios —el Espíritu Santo— principio de amor y de cohesión entre Cristo y la Iglesia, principio de santificación y de perfección que sella, corona y consuma el desposorio, como la Persona del Verbo sella la unión de las dos naturalezas en Cristo.

martes, 23 de julio de 2013

La Marca de la Bestia

Obviamente no vamos a pretender responder a uno de los más grandes misterios del Apocalipsis y de toda la Escritura. Tampoco es necesario. Además creemos que tal vez la revelación de la cifra de la Bestia y su significado competa a Elías, tal vez junto con alguna otra como puede ser la de los siete truenos.
Sin embargo queremos llamar la atención sobre un aspecto de la marca de la Bestia que no hemos visto en otros autores y que podría servir para algo.

Veamos.

En el capítulo XIII leemos:

XIII, 16-17: “Y hace que a todos, los pequeños y los grandes y los ricos y los pobres y los libres y los siervos, se les ponga una marca en su mano derecha o sobre su frente a fin de que nadie pudiese comprar ni vender excepto aquel que tiene la marca, el nombre de la bestia o la cifra de su nombre”.

domingo, 21 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VIII

Esdras en oración. G. Doré.
VIII

EL LLANTO DE ESDRAS

Al oír yo semejantes palabras sentéme y comencé a lamentarme
 y lloré durante muchos días.  (Esdras, 11, cap. I, vers. 4).


Entre los héroes de las lágrimas debemos contar también a Esdras.
¿Los héroes de las lágrimas? ¿Creéis que he unido expresamente esos dos nombres? En absoluto. El heroísmo y el llanto pueden, para el pensamiento del mundo, habitar en los dos extremos de las cosas. Pero para el verdadero pensamiento, una de esas dos cosas no podrá asombrarse nunca de la otra. La grandeza de alma que produce la una, produce la otra. Este lenguaje del llanto, que recuerda a la mujer y al niño, se aviene al hombre de especial manera, y suscita a veces en él, la verdadera fuerza. Se diría que la falsa fuerza, la fuerza vanidosa y mentirosa, la que se jacta de sí misma, la que habla y no actúa, pasa junto con las lágrimas, y el vacío que crea al retirarse prepara el lugar a la verdadera fuerza. La verdadera fuerza está construida sobre el sentimiento de la debilidad, como una ciudadela, como una roca, como una capilla sobre una montaña. Y por eso las lágrimas son uno de los actos constitutivos del heroísmo. Pues las lágrimas de que hablo son acciones. Los hombres se han acostumbrado a considerar a las lágrimas como pertenecientes en su totalidad al dominio de la pasión.
Este punto de vista singularmente estrecho y exclusivo, atenta contra las lagrimas.
¡La gloria de las lágrimas!
Esto es hermoso; y la palabra parece también soberbia. Querría levantar un monumento a la gloria de las lágrimas.
Y para restituirles su gloria, es necesario mostrar su acción. Es necesario mostrarlas tal como son: activas, fecundas. Pues sólo donde hay actividad hay gloria. El reposo es la actividad suprema, y si las lágrimas descansan, es precisamente porque nos conducen al corazón de la actividad. Hay miles de actos, buenos o malos, que participan de la actividad con una participación más o menos inferior.
Permitidme considerar la actividad como poseedora de miembros, y como poseedora de un corazón. Una multitud de acciones se encontrará en relación con los miembros de la actividad.
Las lágrimas entrarán en su corazón y obrarán con ellas.
Las lágrimas vanas y falsas son frutos de muerte que caen sin actividad del árbol de las pasiones.
Las lágrimas plenas y fuertes son actos supremos que ponen en movimiento el corazón de la vida, y el corazón de la vida late con plenitud.
Hay lágrimas lastimosas que al ser débiles aumentan la debilidad de aquel que llora.
Hay lágrimas fuertes que aumentan la fuerza de aquel que las vierte.

sábado, 20 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. II

II

CRISTO EN LA IGLESIA Y LA IGLESIA EN CRISTO

Todo el misterio de la Iglesia reside en la ecuación y la convertibilidad de estos dos términos: Cristo y la Iglesia.
Este principio aclara todos los axiomas teológicos que se refieren a la Iglesia. Por ejemplo: Fuera de la Iglesia no hay salvación —no significa realmente otra cosa que—: Fuera de Cristo no hay salvación.
Asimismo, ese principio aclara o más bien invoca y exige los cuatro grandes atributos de la verdadera Iglesia: ¿por qué la unidad? Porque la Verdad está en la Iglesia y la Iglesia en la Verdad. ¿Por qué la Santidad? Porque la Gracia está en la Iglesia y la Iglesia en la Gracia. ¿Por qué la catolicidad? Porque la Redención universal se hace por la Iglesia y la Iglesia se hace por la Redención Universal. ¿Por qué la apostolicidad? Porque Cristo está en los Apóstoles y los Apóstoles en Cristo.

§ Ahora bien, este primer principio: Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo, se desprende del hecho mismo de la Encarnación. Porque, al asumir una naturaleza humana; el Hijo de Dios empieza por vaciarla de su personalidad, y en su lugar pone su propia Persona divina. Sólo a Dios le es posible alcanzar esa profundidad de nuestra naturaleza, y operar un despojamiento tan íntimo. ¿Para qué lo hace, sino para atestiguar la realidad de su desposorio con la Humanidad? ¿Puede haber una unión más estrecha?
Precisamente, esta asunción por el Verbo de una naturaleza humana impersonal, indica que el plan de la Redención pone sus miras, antes que en los individuos humanos, en la humanidad entera, regenerada y unida en Cristo, es decir, en la Iglesia.

viernes, 19 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VII

VII

EZEQUIAS Y LAS LÁGRIMAS

Y derramó Ezequías abundantes lágrimas.
(Reyes, IV, cap. XX, vers. 3).

Ezequías estaba gravemente enfermo y el profeta Isaías le dijo de parte del Señor Dios: Pon en orden las cosas de tu casa. Pues tu vida termina y vas a morir.
Es difícil imaginar palabras más claras. No es una amenaza; es una afirmación: vas a morir. Y esta afirmación no es la de un hombre. Isaías acaba de hablar de parte del Señor. Es un profeta verídico que dice palabras auténticas.
Sí, pero quedan a Ezequías sus lágrimas.
Se vuelve contra el muro, se dirige a Dios y dice:

— Te conjuro, Señor, te conjuro; acuérdate de que anduve ante ti en la verdad y en la perfección de mi corazón, y he hecho lo que amáis.

Y derramó abundantes lágrimas.
La palabra de Isaías había sido perentoria. Aunque fuera condicional, no parecía serlo. No dejaba a la esperanza ninguna puerta que pudiera ser abierta manifiestamente. La palabra si no había sido articulada; ninguna corrección había sido explícitamente colocada junto al temible anuncio. Pero había una corrección implícita. Había algo tácito.
He aquí la oración y las lágrimas que se elevan del fondo del cuadro, y he aquí la muerte que retrocede a pesar de haber sido anunciada por Isaías. Isaías no había aconsejado la oración; su palabra parecía capaz de desanimar a la oración, si la oración pudiera desanimarse. Pero cuanto más terribles, perentorias, afirmativas, y decisivas son en apariencia estas palabras, más gloriosa será la victoria de las lágrimas.

jueves, 18 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. I

I

LA IGLESIA EN EL PENSAMIENTO DE DIOS

La idea en que Dios ve y ama a la Iglesia, es su Hijo.

§ "In ipso benedicentur omnes gentes"[1]. [En Él serán bendecidas todas las naciones]. Esta bendición es bendición antes de Abraham y de Adán. La mirada eterna que establece las complacencias del Padre en el Hijo, ve en Él la cabeza de un inmenso cuerpo y descansa también sobre la Iglesia, que es ese cuerpo.

§ Ya en el siglo II, Hermas representaba a la Iglesia con la figura de una anciana, y lo explicaba de este modo: "Fué fundada antes que todas las cosas, y el mundo ha sido creado para ella"[2].

Primero: la Iglesia tiene ese lugar en el pensamiento divino, porque participa, de un modo más íntimo y más amplio que la creación natural, de la perfección del Hijo en quien Dios se contempla.
El Elijo es el Pensamiento y la Razón viva de Dios, en quien resplandece, no precisamente la multitud dispersa de los ejemplares de los seres, sino su orden, es decir, las perfecciones y los fines de todos ellos, armonizados según un único designio: "In ipso constant"[3]. [Todas las cosas subsisten en Él.] ¿Y quién representa mejor que la Iglesia la perfección de ese orden?
El Hijo aspira el Amor que hace la unidad de las divinas Personas, "Verbum spirans amorem"[4]. [El Verbo de quien procede el Amor]: ¿y quién más que la Iglesia representa amor y unidad?
Ella arraiga, por así decirlo, en las mayores profundidades del ser divino. Antes de nacer del costado abierto del Señor en la Cruz, la iglesia estaba eternamente concebida en el Verbo.

miércoles, 17 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. VI

Ana y Helí
VI

LAS LAGRIMAS DE ANA Y DE SAMUEL

Vino Ana con un corazón lleno de amargura
y oró al Señor derramando copiosas lágrimas.
(Reyes, lib. I, cap. I, vers. 10).

El nombre de Ana tiene algo misterioso. Las mujeres estériles, que desean la fecundidad, y que han de ser oídas después de una larga espera, parecen a veces pre-destinadas a este nombre, o, si preferís, este nombre parece estarles predestinado. La palabra gracia y la palabra oración parecen encontrarse contenidas en el nombre de Ana.
Ana, madre de Samuel, Ana, madre de María, han esperado largo tiempo.
San Nicolás, el gran arzobispo cuyo nombre se hizo popular, San Nicolás, fué largo tiempo esperado por sus padres. Su nacimiento se había vuelto inverosímil, cuando fué al fin obtenido, y fué obtenido por una madre, largo tiempo estéril, que se llamaba Ana.
Ana, madre de Samuel, es una de aquellas cuyas lágrimas han sido consagradas por la Escritura. La Escritura no habla al azar. Sus silencios y sus palabras tienen intenciones que no debemos descuidar. Sus silencios y sus palabras son enseñanzas. Cuando dice una cosa, cuando calla otra, se oculta allí una razón profunda.
Las lágrimas de Ana se encuentran en el número de las lágrimas relatadas.
Y he aquí que viéndola llorar y orar en silencio, pues sus labios se movían, aunque su voz no se oía, el gran sacerdote creyó que había bebido vino en demasía.
Error extraño y que debía hacerse histórico. Error profundo en todo el sentido de la palabra: error instructivo cuyo recuerdo consignado en los labios santos, nos deja una singular enseñanza.
Helí, el gran sacerdote, observaba el movimiento de la boca.
Y la juzgó ebria.

martes, 16 de julio de 2013

El Discurso Parusíaco VI: Respuesta de Jesucristo, I.


Como recordará el lector, durante las primeras cuatro partes nos propusimos demostrar la diferencia entre lo que trae Lc XXI por una parte y lo que Mt-Mc nos dejaron por la otra. Nuestra tesis principal es que se trata de dos discursos diferentes, y después de hablar sobre todo lo relativo a la(s) pregunta(s) vamos a comenzar ahora mostrando las diferencias en la(s) respuesta(s) de Nuestro Señor.
Para resumir en dos palabras las estructuras de ambas respuestas podemos dar el siguiente cuadro:

En el caso de San Lucas tenemos[1]:

1) Sucesos anteriores a la destrucción de Jerusalén pero que, sin embargo, no son signos (vers. 8-19).

2) El signo propiamente tal de la destrucción: sitio a Jerusalén por los ejércitos (vers. 20) seguido de las calamidades que le han de acaecer a los judíos, las cuales Nuestro Señor extiende hasta el cumplimiento de “el tiempo de los gentiles” (vers. 21-24).

3) De aquí pasa Nuestro Señor directamente a la Parusía (v. 25-28), seguido de la parábola de la higuera y de los otros árboles y de la exhortación a la vigilancia (vers. 29-36).

En el caso de San Marcos (y Mt) tenemos:

1) Sucesos anteriores a la Parusía pero que, sin embargo, no son signos (vers. 5-13) sino tan sólo el comienzo de los dolores.

2) El signo propiamente tal de la Parusía que es el Anticristo profanando el Templo (vers. 14-23).

3) La Parusía (vers. 24-27), seguido de la parábola de la higuera y de la exhortación a la vigilancia[2] (vers. 28-37).

La primera serie de artículos estarán dedicados a lo que hemos dado en llamar “sucesos anteriores del signo”. Las diferencias no son mayores pero creemos que son lo suficientemente claras para dejar ver una duplicidad de discursos.

Veamos:

Mateo XXIV

4 Y Jesús les respondió diciendo: "Cuidaos que nadie os engañe.
5 Porque muchos vendrán bajo mi nombre[3], diciendo: "Yo soy el Cristo", y a muchos engañarán.

Marcos XIII

5 Y Jesús se puso a decirles: "Cuidaos que nadie os engañe.
6 Muchos vendrán bajo mi nombre diciendo: "Yo soy (el Cristo)", y a muchos engañarán.

Lucas XXI

8 Y El dijo: "cuidaos que no os engañen; porque muchos vendrán bajo mi nombre diciendo: "Yo soy” y “el tiempo está cerca". No les sigáis.

lunes, 15 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Palabras preliminares

PALABRAS PRELIMINARES

Turpis est omnis pars universo suo non congruens. [Toda parte no proporcionada a su todo es deforme] señala San Agustín en el capítulo III de sus Confesiones[1]. El cristiano se degrada, pues, y enflaquece a medida que disminuye su unión con la iglesia, universo y medio vital de todo fiel. "Ser miembro, dice Pascal, es no tener vida, ni ser, ni movimiento, sino por el espíritu del cuerpo y para el cuerpo."

§ No hay cristianismo individual; y la fe que justifica se funda en un objeto propuesto a todos por la Madre común de los bautizados. Ya sea misteriosamente infusa en el alma del niño, ya sea el triunfo de la gracia en una voluntad de adulto, la fe incorpora a ambos a la Iglesia tan necesariamente como los hace hijos de Dios.

§ Muchos heterodoxos se complacen en concebir la Iglesia como una invisible sociedad de espíritus. Concepción aparentemente mística, pero romántica en realidad; pues de esa vaga colectividad de las almas excluye toda jerarquía, toda economía sacramental, todo magisterio doctrinal. Y aun cuando introducen en esa concepción de la Iglesia un elemento jerárquico o sacramental, más o menos incompleto, según los grados de su buena fe, todavía se dejan guiar por el sentimiento; empequeñecen el misterio.
La verdadera noción de la Iglesia requiere una jerarquía y una unidad visibles, y todos los medios visibles de la gracia: sólo ella excluye el sentimentalismo. Si esa noción exige todo lo sensible, es para que el orden sea total. La Iglesia, así concebida, abarca todo el misterio.

domingo, 14 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. V

V

LAS LÁGRIMAS Y LOS HIJOS DE ISRAEL


Por este desastre todos los hijos de Israel vinieron
a la casa de Dios y pusiéronse a llorar en presencia del Señor.
(Jueces, cap. XX, vers. 26).


Israel se había dejado corromper por los Madianitas, y había caído en la idolatría de Belfegor. El Señor, irritado, habló a Moisés, y todo Israel lloraba sintiendo que se imponía un castigo. Entonces Finees, hijo de Eleazar, y nieto de Aarón, se erigió en vengador de Dios, y el Señor aceptó de tal modo su indignación llena de celo, que hizo con él un pacto y estableció el sacerdocio en su familia, y la alianza de la paz fué el resultado de la sangre vertida por la Justicia.
Pero, notémoslo, los hijos de Israel habían llorado. Finees había visto sus lágrimas, había visto sus lágrimas cuando tomó el puñal. La unión de las lágrimas y el puñal hace resplandecer con soberbio esplendor la alianza magnífica de la misericordia y de la justicia, alianza representada aquí por Finees. El gran sacrificador de Israel salva al pueblo gracias a su cólera.
Es, por lo tanto, tan misericordioso como justo; hay tanta clemencia como indignación en la fuerza que impulsa su brazo.

sábado, 13 de julio de 2013

¿San Gabriel en el Apocalipsis?



Cuando leíamos la traducción de Borgongini Duca a la profecía de las LXX Semanas nos llamó la atención la variante que daba al v. 21. El pasaje, literalmente, reza así:

“Y mientras yo hablaba en la súplica he aquí que el potente Gabriel que había visto en la visión al principio, volando con rapidez me tocó en el tiempo del sacrificio de la tarde”.

Y luego comenta (num. 143):

“En el hebreo vir Gabriel, es casi una repetición: “el fuerte, que es el ministro potente de Dios”.

Es decir, el Ángel es llamado según el significado de su nombre, el cual quiere decir precisamente eso: “el fuerte o poderoso de Dios”.

Ahora bien en el Apocalipsis aparece un Ángel poderoso en cuatro oportunidades:

I) V, 2: “Y vi un Ángel poderoso (ἰσχυρὸν) proclamando con gran voz (ἐν φωνὴ μεγάλη): “¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos?”.

II) X, 1: “1. Y vi a otro Ángel poderoso (ἰσχυρὸν) descendiendo del cielo, envuelto en una nube y con el arco iris sobre su cabeza y su rostro era como el sol y sus piernas como columnas de fuego.
2. Y tenía en su mano un librito abierto, y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra;
3. Y clamó con gran voz (φωνῂ μεγάλῃ), como un león que ruge”.

III) XVIII, 1-2: “Después de esto vi cómo bajaba del cielo otro ángel que tenía gran autoridad y con su gloria se iluminó la tierra. Y clamó con poderosa voz (ἐν ἰσχυρᾷ φωνῇ) diciendo: “Ha caído, ha caído Babilonia la grande…”.

IV) XVIII, 21: “Y un ángel poderoso (ἰσχυρὸς) alzó una piedra grande como rueda de molino, y la arrojó al mar diciendo: “Así, de golpe, será precipitada Babilonia, la ciudad grande, y no será hallada nunca más”.

viernes, 12 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. IV


TIERRA DE REGADIO

                                         Concédeme una gracia: me has dado una tierra árida;
 dámela también de regadío. (Jueces, cap. I, vers. 13).

Acababa de hacerse la distribución entre los hijos de Israel.
Axa suspiraba. — ¿Qué tienes? — le dijo Caleb.
—Otorgadme — dijo Axa —, una bendición. Me habéis dado una tierra árida. ¡Oh!, dadme una tierra de regadío.
Y Caleb le dio una tierra de regadío alta y baja.
Sin duda se trata de una tierra fértil, pues de todo se trata en la Escritura, y la realidad histórica tiene sus derechos sagrados cuya violación suprimiría, en lugar de consagrarlos, los derechos de lo espiritual que el hecho oculta.
Quería una tierra de regadío. ¿Qué hay de más justificable que ese deseo y esa petición? El agua tiene ventajas en demasía para poder ser contadas. Refresca, encanta, fecunda, y así como la armonía es la gloria de las noches primaverales, el agua atrae a los ruiseñores. Allí donde no hay corrientes de agua, los ruiseñores no llegan, y de su garganta misteriosa no caen las perlas.
El agua es una bendición, y ¿quién puede medir la influencia de una bendición? Axa deseaba una tierra fértil.
Pero cuando veo en la Escritura manantiales, me acuerdo de las lágrimas. ¿No está acaso el don de las lágrimas escondido bajo la oración de Axa, ávida de corrientes de agua, de manantial y de rocío?
Me parece que el don de las lágrimas está en las cercanías. Ha suspirado. ¿No está acaso el suspiro en la misma dirección que las lágrimas? ¡Es éste tan humano y son aquéllas tan humanas!
—¿Qué tienes? — le dice su Padre.
Hay en estas palabras una solicitud que implica una promesa. La oración solicitada es una oración oída.
Caleb da a su hija una tierra de regadío alta y baja.
Le da en gran abundancia lo que ella ha pedido. Oye magníficamente la oración que ha provocado.
¡Oh, lágrimas precedidas por un suspiro!

¡Oh, lágrimas!, ¡oh, tierra de lágrimas, manantial misterioso de las gracias desconocidas, signo misterioso de las bendiciones misteriosas! ¡Que el Señor, que os ha hecho, os dé hoy con magnificencia a todos aquellos que os desean, a todos aquellos que os solicitan, a todos aquellos para quienes sois solicitadas, a todos aquellos y a todas aquellas que sabiéndolo o no, necesitan de vosotros, lágrimas sagradas!

jueves, 11 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Prólogo IV

Quién fué el P. Clérissac? Humberto Clérissac nació el 15 de octubre de 1864 en Roquemaure (Francia). La “Vida de Santo Domingo”, de Lacordaire, le movió a entrar en la Orden de Santo Domingo. Tenía dieciséis años. Empezó el noviciado en Sierre (Suiza). Terminó los estudios en Rijckholt (Holanda). Profesó, el 30 de agosto de 1882. Murió en noviembre de 1914.
Era hombre de vida interior, y por la sobreabundancia de esa vida influyó profundamente en los círculos que le tocaban. Se dedicó, sí, a trabajos apostólicos exteriores; pero éstos quedan en la sombra. Lo que resalta en el autor de “El Misterio de la Iglesia” es el potencial de ideas y amor, que le mantenían elevado en una región de luz ardiente y suave.
Su amigo J. Maritain, editor francés de la presente obra, nos da en el prólogo una semblanza muy sentida de la personalidad del P. Humberto. Recogemos de él los rasgos más salientes.
Lo primero que impresionaba al abordar al P. Clérissac era la nobleza de su fisonomía y la inteligencia, casi temible a fuerza de penetración, que brillaba en sus ojos. De ahí que en las primeras entrevistas se sintiera ante él una especie de temor y el sentimiento de que él también sabía demasiado “quid esset in homine”. Ese sentimiento desaparecía después, cuando conociéndole mejor, ya había podido apreciarse su amor hacia las almas y la gran dulzura de su bondad.”
Le llenaba Dios y a Dios estaba entregado sin reservas. Las reservas eran para todo lo que no fuera Dios. La contemplación aguda y seria de Dios Grande constituía el eje de su vida.
Sentía hondamente su Santidad y trascendencia. Y ante ellas surgía en su corazón espontánea la humildad y un ansia varonil de purificación. “Lo que más le caracterizaba era esa maravillosa pureza de espíritu y de corazón, que tanto amaba en Santo Domingo y que Dios le había comunicado a él tan generosamente. Pureza, integridad, virginal vigor del alma; tales eran, creemos, los caracteres más profundos de su vida interior y exterior”.

miércoles, 10 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. III



III
LAS LÁGRIMAS Y EL PERDON

Se apartó un momento y lloró.
(Génesis, cap. XLII, vers. 24).


La historia de José está llena de lágrimas. Está, por lo tanto, llena de victorias.
Jacob lloró cuando creyó muerto a José. Pero José no había muerto y Jacob lo volvió a ver en Egipto, traído directamente por la mano del Señor.
José llora también y sus lágrimas señalan la victoria que sus hermanos arrepentidos van a obtener sobre él: cuando reconoce a sus hermanos, en Egipto, a sus hermanos suplicantes, que no lo reconocen, pero que se acusan y declaran haber merecido por su pasado crimen su actual desdicha, José se aparta un tanto para llorar; pues no se da a conocer aún; pero ha llorado. Vence a la cólera y sus hermanos arrepentidos son en el fondo sus vencedores.
Y cuando se descubre al fin, llora y se arroja llorando al cuello de Benjamín. Las lágrimas anteriores hablan preparado y anunciado su victoria. Las lágrimas de hoy, la consagran y celebran.

— Soy José. ¿Vive aún mi padre?

La escena es inmortal y demasiado sencilla para ser relatada. No me atrevo a referirla. Ha sido consagrada por las lágrimas de las generaciones: las lágrimas de José han despertado ecos que se elevaron de siglo en siglo, hablándose y respondiéndose.
Luego Jacob moribundo solicita a José el perdón de sus hermanos. José llora, José responde con lágrimas. Por lo tanto, José es el vencedor. El perdón ha sido concedido, puesto que las lágrimas corren.
Y el espíritu se movía sobre la Faz del abismo.
Jacob constituía entre José y sus otros hijos algo así como la orden paterna de Perdonar. Era un Perdón augusto y viviente que andaba en majestad patriarcal en medio de sus hijos otrora desavenidos. Pero Jacob muere; sus hijos tiemblan; recuerdan a José las recomendaciones de su padre muerto; citan con los propios términos las palabras del gran Patriarca; José llora; el Perdón está confirmado.
La victoria del padre muerto está atestiguada por las lágrimas del hijo poderoso.
¡Cuántas lágrimas y cuántas victorias en esta vida de José!
Soy Faraón, había dicho el rey de Egipto. Nadie sin orden tuya podrá mover la mano o el pie en toda la tierra de Egipto.
Esta frase contiene una magnífica afirmación de soberanía.

Esta afirmación constituye una delegación. Es en el momento en que confía todo el poder a otro, que Faraón se siente poderoso y realiza un acto de poder. La conciencia de su soberanía se despierta y se afirma en él, en el momento en que delega el poder. ¡Soy Faraón!, dice. Luego otorga a José la autoridad. Sólo entonces se siente rey y exclama: ¡Soy Faraón!