sábado, 31 de agosto de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. V

El ESPIRITU ES EL QUE VIVIFICA
(Juan, VI, 64)

I

Guardémonos de seguir un camino legalista, por el cual podríamos incurrir en las tremendas condenaciones del Señor contra los que imponen cargas pesadas sobre los demás (Mat. XXIII, 4) y cierran con llave ante los hombres el Reino de los cielos (íbid. 13). Son conductores ciegos, que cuelan un mosquito y se tragan un camello (íbid. 24); pagan el diezmo del comino y descuidan lo más importante de la Ley, la justicia, la misericordia y la fe (íbid. 23). No es con la carne como se vence a la carne, sino con el espíritu, según lo dice claramente el Apóstol: "Caminad según el espíritu, y no realizaréis los deseos de la carne (Gál. V, 16). Y así será hasta el último día, de modo que en vano pretendería la carne ser eficaz contra la carne.
Esto vuelve a confirmarse en II Cor. X, 3-4: "Pues aunque estamos en carne no militamos según la carne, ya que las armas de nuestra milicia no son carnales; mas son poderosas en Dios para demoler fortalezas. Y es porque, como dice el Señor, lo que da vida es el espíritu, "la carne para nada aprovecha; las palabras que Yo os he dicho son espíritu y vida" (Juan VI, 64).
La carne es necesariamente opuesta al espíritu y no hay transacción entre éste y aquélla, pues, como dice Jesús a Nicodemo: "Lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu" (Juan III ,6). La carne es siempre flaca. Bien lo sabemos por la experiencia en carne propia, y más aún por lo que dijo Cristo en la hora trágica de Getsemaní: "El espíritu dispuesto está, mas la carne es, débil" (Mat. XXVI, 41).

viernes, 30 de agosto de 2013

La Iglesia Católica y la Salvación, Cap. VI, II Parte.

VI


LA ENCICLICA MYSTICI CORPORIS CHRISTI

La verdad Católica sobre este punto es comparativamente complicada. Por una parte está el hecho de que el Reino de Dios sobre la tierra en el Nuevo Testamento es la sociedad organizada llamada Iglesia Católica, la organización religiosa dentro de la cual el Obispo de Roma es el supremo jefe visible. Por otra parte, no es menos cierto que alguien puede morir como uno de los individuos que componen la Iglesia Católica y aún así perderse por toda la eternidad y que un no-miembro de la Iglesia puede morir estando “dentro” de la Iglesia de tal forma que alcance la Visión Beatífica.
A fin de explicar este conjunto de verdades divinamente reveladas sobre la Iglesia militante del Nuevo Testamento, los teólogos de la Iglesia Católica tradicionalmente han empleado una distinción entre dos diversas clases de factores que nos unen a Nuestro Señor en Su Cuerpo Místico. Esta distinción apareció por primera vez en los escritos anti-donatistas de San Agustín. Fue elaborado por el primer grupo de teólogos contra-reforma, particularmente por los escritores de Lovaina, Santiago Latomus y Juan Driedo. San Roberto la resumió y popularizó en su obra maestra De ecclesia militante[1]. Desde el tiempo de San Roberto esta distinción ha formado parte integral de la eclesiología tradicional o escolástica. La encíclica Mystici Corporis Christi utilizó esta distinción dándole así la sanción de magisterium eclesiástico.

Por otra parte debiendo ser este Cuerpo social de Cristo, como dijimos arriba, visible por voluntad de su Fundador, es menester que semejante unión (conspiratio) de todos los miembros se manifieste también exteriormente en la profesión de una misma fe, en la comunicación de unos mismos sacramentos, en la participación de un mismo sacrificio y, finalmente, en la observancia esmerada de unas mismas leyes. Y, además, es absolutamente necesario que esté visible a los ojos de todos la Cabeza suprema que guíe eficazmente, para obtener el fin que se pretende, la mutua cooperación de todos: Nos referimos al Vicario de Jesucristo en la tierra. Porque así como el divino Redentor envió al Espíritu Paráclito de verdad para que haciendo sus veces asumiera el gobierno invisible de la Iglesia, así también encargó a Pedro y a sus sucesores que, haciendo sus veces en la tierra, desempeñaran el régimen visible de la sociedad cristiana”.
A estos vínculos jurídicos, que son suficientes en su propia razón (quae iam ratione sui sufficiunt), de forma tal que superan por lejos a todos los otros vínculos de cualquiera sociedad humana, incluso la más elevada, es necesario añadir otro motivo de unidad por razón de aquellas tres virtudes que tan estrechamente nos juntan uno a otro y con Dios, a saber: la fe, la esperanza y la caridad cristianas[2].

jueves, 29 de agosto de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. IV

EXAMINAD LOS ESPIRITUS

I

Si bien reflexionamos, veremos que todos tenemos esa natural tendencia a creer que estamos en la verdad, simplemente porque nos la enseñó así nuestra madre inolvidable o nuestro querido padre o nuestro sabio párroco, etc. Pero Dios nos enseña, por boca de San Pedro, que hemos de estar dispuestos para dar en todo momento razón de la esperanza que hay en nosotros (I Pedro III, 15), es decir de la fe que profesamos; pues la esperanza se funda en la fe, en las cosas que no se ven (Rom. VIII, 24). Es, pues, como si dijera: Examinad el espíritu que tenéis, si es bueno o malo, si merece fe o desconfianza.
Con lo cual vemos que no es recta delante de Dios esa posición antes recordada que tiene un móvil puramente sentimental o humano, y que no significa certeza en el orden sobrenatural. Pues nuestra madre, por ejemplo, puede haber sido muy querida pero muy ignorante, y por lo demás, los hijos de una mahometana o de una japonesa shintoísta, etc., piensan sin duda con igual honradez que sus padres y sus maestros no pudieron engañarlos. Y como la fe no es tampoco una argumentación filosófica, sino el asentimiento prestado a la palabra de Dios revelante, ¿qué haremos para examinar los espíritus, sino buscar todo el tiempo la confirmación de lo que creemos o esperamos o su rectificación en caso necesario para sanear verdaderamente nuestra fe de cualquier deformación proveniente de creencia popular o supersticiosa?

miércoles, 28 de agosto de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Prólogo de J. Maritain (II de II). Fin

Notal del Blog: Terminamos aquí la transcripción del libro.

¿Cómo decir la eficacia incomparable de su dirección en la vida espiritual? Bástenos recordar que se inspiraba siempre en sus maestros predilectos: San Pablo y Santo Tomás, y en la antigüedad cristiana. Hay un defecto que él perseguía sin cesar, y es el "espíritu reflejo", según él decía, el espíritu de auto-inquisición, de preocupación de sí mismo. Tampoco daba tregua al individualismo, considerado como tendencia al predominio de la sensibilidad, o de la actividad exterior. El alma, decía, cuanto más se eleva, es más universal. El camino recto para ir a Dios, consiste en volver los ojos hacia El, y mirar; mantener los ojos fijos en la verdad divina, y luego, dejar obrar a Dios. Más que los ejercicios ascéticos, estimaba el espíritu de oración y de contemplación, el espíritu de unión con la Iglesia. La escala de que se valía para las  ascensiones de su alma, tenía por sostenes, la doctrina y la liturgia. Las definiciones meramente exteriores que de la liturgia suele hacerse, no eran  de su agrado. Consideraba la liturgia como la vida misma de la  Iglesia, su vida de Esposa y de Madre, el gran sacramental que hace participar a las almas de todos los estados de Jesucristo. Le parecía absurdo que se estableciera oposición entre la liturgia y la oración privada. Creía, en cambio, que en orden a la contemplación, la opus Dei es el medio por excelencia para formar al alma en la oración; y que, por otra parte, en orden a la virtud de religión, la oración privada, de igual manera que el vigilate semper, cumple su objeto preparando al alma para cooperar dignamente en esa obra soberana de la Liturgia, por la cual se derrama y distribuye la caridad de la Iglesia. "La participación en la vida hierática de la Iglesia aparece casi como un fin, o al menos como el medio por excelencia, para los estados de oración particulares, puesto que es la verdadera entrada en los estados de Cristo. Pretender simplificar demasiado en tal sentido la disciplina individual de la virtud, sería, sin duda, ilusión temeraria, pero esa tacha aún merecida con justicia, no probaría que toda la vida de la Iglesia tiene por fin el ascetismo individual. Probaría que toda participación en los estados de la Iglesia y de Cristo, supone ciertos resultados ya adquiridos en el orden de las virtudes, y confiere precisamente a la virtud individual su excelencia, la perfección de su eficacia y de su alegría".

martes, 27 de agosto de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (III de VI)

Nota del Blog: Tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.

Párrafo IV

Se confrontan estas noticias con las profecías.

Lo que acabamos de decir sumariamente tocante a los sucesos principales de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro, dispersión y cautiverio hasta el presente, nos parece que es la pura verdad. No se halla a lo menos otra idea ni en la Historia sagrada, ni tampoco en la profana. Las diez tribus que fueron llevadas a Asiria y Media por Salmanasar, rey de Nínive, es certísimo a quien quiera mirarlo, que hasta ahora no han vuelto de su destierro; y si no dígase cuándo; y no obstante, las profecías anuncian y aseguran clarísimamente que han de volver. Las otras dos tribus de Judá y Benjamín, que fueron del mismo modo llevadas cautivas a Babilonia por Nabucodonosor, volvieron es verdad a Jerusalén y Judea (no todos sus individuos, sino una parte bien pequeña respecto del todo). Más aún estos pocos que volvieron tan cautivos como habían ido, vivieron en Jerusalén y Judea, en la misma opresión y servidumbre en que quedaban en Babilonia y Caldea, los que no volvieron. En suma, no volvieron de Babilonia, ni vivieron en Jerusalén y Judea, como anuncian las profecías. Esto último es tan claro, que para convencerse basta una simple lección de las Escrituras, y para acabar de convencerse plenamente, sin que quede duda ni sospecha de lo contrario, basta leer con algún examen lo que sobre estas cosas nos dicen los doctores. Después de un sumo empeño, diligencia, estudio y meditación en hombres llenos de ciencia, de erudición y de ingenio, al fin se ven en la necesidad inevitable de confesar, algunos expresamente y todos implícitamente, que es una empresa no sólo difícil, sino imposible al ingenio humano, el acomodar o verificar las profecías en la vuelta de Babilonia que sucedió en tiempo de Ciro. Si esto fuese posible de algún modo, con esto sólo quedaba ahorrado todo el trabajo. No había necesidad en este caso de dejar el sentido obvio y literal, y acogerse casi a cada paso a aquellos recursos fríos, y a la verdad mal seguros, de que tantas veces hemos hablado.
Porque la confrontación de las profecías con la historia es un punto de suma importancia en el asunto que tratamos, aunque ya quedan notadas muchas de estas cosas en todo el fenómeno de los judíos, especialmente en el aspecto segundo, párrafo IV, todavía me parece necesario apuntar en breve, y poner a la vista algunas de estas profecías, para que teniéndolas presentes, se empiece a ver con los ojos, y se prosiga viendo con la lección de las demás, la distancia suma y la desproporción infinita que hay entre ellas, y la vuelta de la antigua Babilonia.

lunes, 26 de agosto de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. III

INFANCIA ESPIRITUAL

I

En San Mateo XVIII, 1-4 y en San Marcos X, 14-15, etc., Jesús declara que los mayores de su Reino serán los niños y que no entrarán en ese Reino los que no lo reciban como un niño. Como un niño. He aquí uno de los alardes más exquisitos de la bondad de Dios hacia nosotros, y a la vez uno de los más grandes misterios del amor, y uno de los puntos menos comprendidos del Evangelio; porque claro está que si uno no siente que Dios tiene corazón de Padre, no podrá entender que el ideal no esté en ser para El un héroe, de esfuerzos de gigante, sino como un niñito que apenas empieza a hablar.
¿Qué virtudes tienen esos niños? Ninguna, en el sentido que suelen entender los hombres. Son llorones, miedosos, débiles, inhábiles para todo trabajo, impacientes, faltos de generosidad, y de reflexión y de prudencia; desordenados, sucios, ignorantes, y apasionados por los dulces y los juguetes.
¿Qué méritos puede hallarse en semejante personaje? Precisamente el no tener ninguno, ni pretender tenerlo robándole la gloria a Dios como hacían los fariseos (cfr. San Lucas XVI, 15; XVIII, 9 ss.). Una sola cualidad tiene el niño, y es el no pensar que las tiene. Eso es lo que arrebata el corazón de Dios, exactamente como atrae el de sus padres; es lo que Jesús alaba en Natanael (San Juan I, 47): la simplicidad, el no tener doblez. Simple quiere decir "sin plegar” es decir sin repliegues ocultos, sin disimulo, o sea sin afectar virtudes, ni ocultar las faltas para quedar bien, sino al contrario, mostrándose a su madre con sus pañales como están, sabiendo que sólo ella puede lavarlo, y entregándose totalmente a que su padre lo lleve de la mano, porque cree en el amor de su padre; y por eso, no dudando de cuanto él le dice, no pretende tener para sí la ciencia del bien y del mal".

domingo, 25 de agosto de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (II de VI)

   Nota del Blog: Tener presente la NOTA que publicamos en la primera parte.

Párrafo III

Sumario de la historia de los hijos de Israel, desde el principio de su destierro y dispersión, hasta la época presente.

Ciento veintidós años después que las diez tribus, que componían el reino de Israel o de Samaria, salieron desterradas de su Dios, y fueron llevadas cautivas a la Asiria por Salmanasar, rey de Nínive, las dos tribus que restaban y componían el reino de Judá, fueron del mismo modo, y por las mismas causas desterradas y conducidas a Babilonia por Nabucodonosor. Esta transmigración se concluyó perfectamente once años después, cuando el mismo Nabuco irritado por la rebelión de Sedecías, tío del último rey (a quien había fiado la regencia del reino y honrado con el título de rey) volvió con más furor contra Jerusalén y habiéndola saqueado y arruinado enteramente y ejecutado casi lo mismo con todas las ciudades de Judea, se llevó consigo sus habitadores, no dejando en toda la tierra sino algunos pocos de plebe pauperum, qui nihil penitus habebant (Jer. XXXIX, 10). Los cuales no dándose por seguros, no tardaron mucho en desterrarse a sí mismos, huyendo a Egipto.
Cumplidos los setenta años que había predicho Jeremías, (capítulo XXIX[1]), el rey Ciro, que por muerte de Darío acababa de sentarse en el trono del imperio, movido e inspirado de Dios (como él mismo lo dice en su edicto público, y como lo había anunciado Isaías capítulo XLV, llamando a este príncipe con su propio nombre de Ciro, doscientos años antes) concedió licencia a los judíos que quisiesen, y aun los exhortó a volver a Jerusalén, y a edificar de nuevo el templo del verdadero Dios, mandando que se les restituyesen los vasos sagrados que había transportado Nabucodonosor, y se les ayudase con todo lo necesario para el edificio sagrado. Con esta licencia volvieron algunos con Zorobabel, señalado del mismo rey Ciro por conductor de aquella tropa de voluntarios; los cuales todos fueron de la tribu de Judá y Benjamín, con algunos sacerdotes y levitas, como se lee expreso en el libro primero de Esdras (cap. I, ver. 5): Et surrexerunt principes patrum de Juda et Benjamin, et sacerdotes, et Levitæ. En el capítulo segundo para mayor claridad se dice, que los que volvieron a Jerusalén eran descendientes de aquellos mismos, que había llevado cautivos a Babilonia Nabucodonosor: “qui ascenderunt de captivitate, quam transtulerat Nabuchodonosor rex Babylonis in Babylonem, et reversi sunt in Jerusalem et Judam (v. 1)”. De las otras diez tribus no se habla jamás una palabra.

sábado, 24 de agosto de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. II

La Anunciación. G. Doré.
RECIBIR

I

El alma cristiana ha sido definida como “la que está ansiosa de recibir y de darse". Es decir, ante todo alma receptiva, femenina por excelencia, como la que el varón desea encontrar por esposa. Tal es también la que busca -con más razón que nadie- el divino Amante, para saciar su ansia de dar. Por eso el tipo de esta perfección está en María: en la de Betania, que estaba sentada, pasiva, escuchando, es decir recibiendo; y está sobre todo en María la Inmaculada, igualmente receptiva y pasiva, que dice Fiat: hágase en mí; que alaba a Dios porque se fijó en Ella, que se siente dichosa porque Otro hizo en Ella grandes cosas; y que, en su Cántico, proclama esa misma dicha para todos los que están vacíos, porque se llenarán de bienes ("esurientes implevit bonis"), en tanto que los llenos quedarán vacíos.
María Virgen es la receptiva por excelencia, la que recogía todas las palabras divinas repasándolas en su corazón (Luc. II, 19 y 51). Y su Hijo la proclama dichosa por eso, más aún que por haberlo llevado en su seno y amamantado: porque escuchó la palabra de Dios y la guardó en su Corazón (Luc. XI, 28). Este arquetipo de alma cristiana, que vemos encarnado en María Santísima y en María de Betania, no es otro que el tipo de la Esposa, la Sulamita del Cantar. "Yo soy toda de mi amado y él está vuelto hacia mí". (Cant. VII, 10). Es decir, él da y yo recibo; él habla y ya escucho; él me da y yo me le doy.
Recibir y darse. Este tipo receptivo es el que Dios busca siempre en la Sagrada Escritura: primero en Israel, a quien Yahvé (el Padre) llama tantas veces su esposa; luego, en la Iglesia, a quien el Hijo amó y conquistó para esposa (Juan III, 29; Ef. V, 25 y 27; Apoc. XIX, 6-9; XXII, 17); y también, exactamente lo mismo, en cada alma; no sólo en los arquetipos que hemos visto en las dos Marías, sino en cada uno de los cristianos: porque a todos y a cada uno dice San Pablo: "Os he desposado a un solo Varón para presentaros como una casta virgen a Cristo" (II Cor. XI, 2).

viernes, 23 de agosto de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Prólogo de J. Maritain (I de II)

   Nota del Blog: nos pareció una buena idea agregar, como una especia de apéndice, el hermoso prólogo de Maritain a este bellísimo libro, prólogo citado por Guerra Campos en un par de oportunidades. 
   Maritain, que conoció personalmente al P. Clérissac, nos da aquí varias noticias muy interesantes del autor.

PREFACIO

El Padre Humberto Clérissac nació en Roquemaure, el 15 de octubre de 1864. Hizo sus estudios en el colegio de los Jesuitas de Aviñón. A la edad de dieciséis años resolvió entrar en la Orden de Santo Domingo. La lectura del libro Vida de Santo Domingo, de Lacordaire, le había revelado cuál habría de ser su familia sobrenatural. Con gran resolución, ejecutó en seguida su propósito; abandonó la casa paterna, con el beneplácito de su madre, y se dirigió a Sierre, en Suiza, donde empezó su noviciado. Terminó sus estudios en Rijckholt, Holanda; profesó el 30 de agosto de 1882.
Predicó mucho en Francia, más todavía en Italia (en Roma, en Florencia, donde a menudo predicó la Cuaresma en francés), y en Inglaterra, sobre todo en Londres; y Dios le concedió en todas partes traer almas a la Iglesia. Cuando la dispersión de 1903, se fué a Londres, donde esperaba hacer una fundación dominica francesa. Ese proyecto fracasó a último momento, después de haber trabajado larga y ardientemente por su realización; y el Padre Clérissac debió volver a Francia. Sin abandonar su labor apostólica, especialmente la predicación de Cuaresma en Italia, prefería predicar retiros a las comunidades religiosas, en las cuales hallaba espíritus más aptos para entenderle y un medio favorable a la expansión de su alma. De ese modo, fué muchas veces huésped de Solesmes, abadía por la cual sintió siempre un gran cariño y que, por cierto, sabía retribuírselo. También era un gusto para él hospedarse en Rijckholt. Una de las últimas veces que estuvo allí, le tocó presidir la entrada en la Tercera Orden dominica de Ernesto Psichari, a quien él mismo había recibido en la Iglesia, en febrero de 1913.
La dispersión de su orden había abierto en él una herida incurable; necesitaba de la vida del coro y de esa común habitación fraterna tan buena y tan gozosa, en el decir de David, y que es como una imagen abreviada de la Iglesia. Pero si el contacto del mundo le hacía sufrir cruelmente, manteniéndose más que nunca extraño al mundo, más que nunca ocupado en solo Dios, elevaba su alma en regiones de paz y, según la palabra de Dante, se ocultaba en la luz. Cuando llegado a la plenitud de su madurez, podía creerse que iba a dar de sí, ante los hombres, todo aquello de que era capaz, fué retirado repentinamente de este valle. Después de una breve enfermedad que todavía le dio tiempo para celebrar la misa el día de Todos los Santos, murió la noche del 15 al 16 de noviembre de 1914, con una de esas muertes muy humildes, que Dios parece reservar a sus más próximos amigos. En conformidad con esa vocación religiosa, a la que permaneció fiel de una manera tan perfecta, siempre fué reservado para Dios. Dios era toda su heredad, y él era, enteramente, de Dios. Por eso su vida exterior y sus trabajos apostólicos, de cuyos detalles se tiene noticia muy incompleta, pues nunca hablaba de ellos, sólo contribuyen de un modo secundario al conocimiento de su persona. Se diría que Dios, ayudado por la humildad del P. Clérissac, quería mantener esa vida y esos trabajos en la sombra, y aún conducirlos a lo que podríamos llamar un relativo fracaso, si se tiene en cuenta la influencia que un alma tan grande hubiera debido, quizá, ejercer. Pero esa alma obraba de una manera más profunda y misteriosa: por la invisible irradiación de su ser mismo, de la luz sobrenatural de que estaba penetrada.

jueves, 22 de agosto de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Primera Parte: Espíritu y Vida, cap. I

¿EN QUE CONSISTE LA ESPIRITUALIDAD BIBLICA?

I

El corazón del hombre -el mío también- es una tecla desafinada. ¡Ay del que está confiado creyendo que a su tiempo sonará la nota justa, verdadera, necesaria! Le esperan las caídas más terribles, tanto más dolorosas cuanto más sorpresivas.
Sólo en estado de contrición permanente puede vivir el hombre que heredó la condición de Adán. "Si no os arrepentís pereceréis todos", dijo Jesús (Luc. XIII, 3). La vida espiritual es siempre, necesariamente, un renacer en que el hombre viejo muere para revestirse del otro, del creado según Dios en Cristo, en la justicia y santidad de la verdad (Ef. IV, 24), es decir, para adquirir conciencia de la Redención, o sea para aplicarse, mediante la gracia, esa justicia y esa santidad que procede solamente de Cristo, de su verdad y de sus méritos, sin los cuales nada nuestro puede existir (Juan I, 16), y que no se nos aplican de un modo automático, maquinal, como a una cosa muerta, sino cuando adquirimos conciencia de ello, renovándonos en el espíritu de nuestra mente (Ef. IV, 23). Este es el verdadero sentido de la observación de S. Agustín: "Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti".
El salvarse es, pues, siempre vida nueva, "novedad de vida" (Rom. VI, 4) que se produce sobre la muerte del yo anterior. El que no nace de lo alto no puede ver el Reino de Dios" (Juan III, 3). Sólo puede salvarse el mortal después de despojarse del hombre viejo y convertirse a nueva vida. ¿No es esto lo que dice Jesús cuando enseña a renunciarse a sí mismo para poder ser discípulo de El?
Ahora bien, todo el problema teórico y práctico está en esto: nadie renuncia a una cosa mientras cree que ella vale algo; y en cambio está muy contento de librarse de ella en cuanto se convence de que no vale la pena. Todo es, pues, cuestión de convicción. Nadie quiere convertirse si se cree santo.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Las LXX Semanas de Daniel, III. El Terminus a quo de la Profecía

III

El Terminus a quo de la Profecía

Comenzaremos a adentrarnos un poco en la profecía en sí misma.
Las palabras del Ángel San Gabriel poseen una gran precisión, y entre otras cosas nos indican el comienzo de la profecía, lo que hemos dado en llamar el “terminus a quo”, como así también un “hasta” o “terminus ad quem” del cual hablaremos más adelante.
Por ahora es preciso centrarnos en el comienzo mismo del cómputo del tiempo de la profecía para no perdernos desde el comienzo.

El texto dice:

25. “Sábete pues y entiende: desde la salida de la orden de restaurar y edificar a Jerusalén…”.

Variadas son las interpretaciones de los exégetas en cuanto al suceso que marca el comienzo de la profecía.

Veamos:

1) La salida de la orden coincide con las palabras de San Gabriel en el v. 23: “Cuando te pusiste a orar salió una orden, y he venido a anunciarla…”.

Así lo indica Lagrange cuando dice[1]: “Todos convendrán en que esta salida de la palabra reproduce exactamente la expresión: “una palabra ha salido”, del v. 23. Se trata, pues, aquí también, de esa misma palabra divina. Es el decreto contenido en la palabra dicha a Jeremías, respecto de las ruinas de Jerusalén (Daniel IX, 2), contenido también en la de Jeremías XXIX, 10, donde precisamente se habla de hacer volver” (pag. 183).

martes, 20 de agosto de 2013

Espiritualidad Bíblica por Mons. Straubinger. Introducción

Nota del Blog: comenzamos la transcripción deste lindo librito de Mons. Straubinger publicado en 1949.

Al Lector.

Hemos recogido la sugestión de varios amigos de la Sagrada Escritura que deseaban ver conservados en volumen una serie de trabajos y estudios, en parte nuevos, en parte extraídos del acervo doctrinal que durante muchos años hemos venido publicando en las páginas de la Revista Bíblica y en otros periódicos, ora bajo seudónimos ora con nuestra propia firma. La razón que nos ha parecido más convincente es que las revistas no suelen quedar como elementos de consulta, en tanto que los estudios de orden bíblico, siendo por su asunto de interés permanente, no deben desaparecer como sucede con los artículos de simple actualidad o pasatiempo y conviene sacarlos del estrecho marco de los suscriptores periódicos para entregarlos al público en general.
Hemos incorporado a este libro también algunas “Respuestas” de la Revista Bíblica, ampliándolas y enfocando mediante ellas los problemas espirituales que aquí se tratan. La sección "Respuestas" ha sido una de las más activas de la Revista, y muchos nos han expresado el interés con que leían, y a veces recortaban, para aprovecharlos, esos breves repertorios donde repartíamos los raudales de luz y de consuelo que la divina Escritura prodiga siempre, tanto al alma afligida por las pruebas, cuanto a la que se debate en la duda y a la que, aún sólo a titulo de curiosidad, busca saciarse con los tesoros de la sabiduría ocultos en las páginas, tan ignoradas, de la Revelación.
No obstante la amplia diversidad de los temas, es indudable, como nos observaba uno de los benévolos lectores, que todos guardan, como la Biblia misma, la unidad que les viene de su común principio que es el divino Espíritu, y de su único fin que es la gloria del Padre por Jesucristo; y también la armonía que les viene de haber nacido todos en un solo ideal nunca abandonado hasta ahora por el favor de Dios: difundir el amor y el goce de las Sagradas Escrituras, multiplicando los frutos que ellas producen a través de su progresivo y nunca exhausto entendimiento, que es como decir de su siempre creciente admiración.

El Autor


lunes, 19 de agosto de 2013

Los Fariseos, por Mons. Straubinger.

Nota del Blog: presentamos a continuación un corto ensayo del docto Obispo Alemán sobre los Fariseos. Fue publicado en el primer número de su Revista Bíblica (1939), pag- 15 y ss.

El Fariseo y el Publicano. G. Doré

Para entender perfectamente el Evangelio, es preciso que en primer término conozcamos el ambiente histórico que rodea a la persona del Salvador, ante todo las tendencias religiosas y políticas que agitaban aquella época. Había entonces entre los judíos, además de algunas sectas de menor importancia, dos partidos, en los que se concretaban, como en dos polos, tanto las energías nacionales del pueblo judío como su mentalidad religiosa: los fariseos y los saduceos.
Prescindamos de los saduceos que más tarde nos han de ocupar, así como vamos a pasar en silencio la clase de los escribas, mencionados a menudo juntamente con los fariseos, no constituyendo un partido político, sino un grupo profesional, los escribas eran los que sabían escribir y leer y explicaban la Ley de Moisés, como lo expresa su nombre y más aún su título de “rabí”. Lo que no excluye que la mayoría de ellos políticamente se declaraban a favor de los fariseos.
Ya el nombre de “fariseos” que significa los segregados, marca el rumbo del partido. Segregándose de la masa que vivía en ignorancia religiosa y política, los fariseos aspiraban a la realización de la Ley de Moisés y de las “tradiciones de los mayores”, las cuales desgraciadamente a veces no eran más que una deformación de la Ley.

domingo, 18 de agosto de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. IX

IX

LAS FIESTAS DEL MISTERIO DE LA IGLESIA

(Este capítulo no ha sido redactado. En el manuscrito, sólo se encuentran las indicaciones siguientes).


I.

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS


Todos los Santos corresponde a Epifanía.

"Nec sane tunc unctus est Christus Spiritu Sancto, quando super eum baptizatum velut columba descendit: tunc enim Corpus suum, id est Ecclesiam suam, praefigurare dignatus est, in qua praecipue baptizati accipiunt Spiritum Sanctum". (San Agustín, De Trin., lib. XV, c. 26, 46.) [Por cierto que Cristo no fué ungido por el Espíritu Santo en el momento de su bautismo, cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él como paloma. Lo que entonces se dignó prefigurar fué su Cuerpo, es decir, su Iglesia, en la cual los fieles reciben por primera vez el Espíritu Santo al ser bautizados].

EPIFANÍA:
              el Bautismo (Adopción).
              las Bodas de Caná (Desposorios divinos).
              los Reyes Magos (Universalidad).

TODOS LOS SANTOS:
              los Angeles.
              los Santos del Antiguo Testamento.
              la Cristiandad al fin realizada.

*

Lectio IV. [Maitines de la Fiesta de todos los Santos, en el Breviario dominicano]. —"Esta solemnidad no está solamente dedicada a los Ángeles, sino a todos los Santos habidos desde el origen del mundo. Los primeros son los Patriarcas, padres de los Profetas y de los Apóstoles. Fueron hallados dignos de Dios, eminentes en fe, sabios en sus obras, reparadores de la raza, insignes por su justicia, llenos de una esperanza indefectible, sumisos a los Preceptos, confiados en el cumplimiento de las Promesas, huéspedes de los Angeles.
"Después de ellos, los Profetas escogidos, interlocutores de Dios, confidentes de sus secretos; entre los cuales profetas, algunos santificados en el vientre materno, y otros en su infancia, o en su juventud, o en su vejez; llenos de fe, y en devoción incomparables, fértiles en recursos (industria solertes), señores por la inteligencia, dueños, por experiencia, de todos los secretos de la disciplina espiritual, asiduos en la meditación de las cosas santas, ante la muerte intrépidos, azote de las tiranías, afligidos hasta llorar por los pecados del pueblo, gloriosos por el don de prodigios." (Ex Sermone Rabani, vel Maximi Tarentini).

sábado, 17 de agosto de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (I de VI)

Nota del Blog: presentamos a continuación uno de nuestros Fenómenos favoritos de la obra de Lacunza. Creemos que es una verdadera llave maestra que ayuda a entender las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y sin la cual todo se vuelve oscuro y confuso, como lo atestigua la simple lectura de los comentadores.

Un par de cosas, sin embargo, es preciso aclarar:

1) La transcripción está tomada, básicamente, de la edición de Manuel Belgrano.

2) Hemos pulido el texto corrigiéndolo de los numerosísimos errores de ortografía que trae el original; errores, por otra parte, muy fácilmente detectables (elegimos al azar): segun en lugar de según, acabámos en lugar de acabamos, á en lugar de a, etc. etc.

3) Solamente en un par de ocasiones hemos preferido la edición de Ackermann a la de Belgrano. De todas formas las diferencias son totalmente accidentales.

4) Después de mucho pensarlo nos decidimos mantener el texto en latín (dando siempre la cita respectiva) y no colocar ninguna traducción y esto por varias razones:

a) No nos satisface del todo ni la traducción de la Vulgata de Straubinger ni la de Ackermann.

b) Queremos que el lector se familiarice en lo posible con el idioma.

c) Y esta es la razón principal, queremos que el lector desempolve sus Biblias y las deje de usar como adorno. Desta forma podrá consultar las notas de los comentadores. La de Straubinger de 1951, es decir, la edición en base a los originales es, sin dudas, la mejor que dispone el mundo de habla hispana, por lo menos en cuanto a los comentarios, ya que en cuanto al texto, la de Bover nos parece un poco mejor (por lo menos en lo poco que hemos podido comparar).
Desta forma el lector se familiarizará con las citas y los lugares paralelos que deberá consultar (si no todos por lo menos algunos déllos) le ayudarán a contemplar la hermosa unidad de las Escrituras.

5) Todos los comentarios son nuestros.

6) Un par de veces hemos modificado el texto (punto aparte en lugar de punto seguido, etc) para que se aprecie mejor el pensamiento de Lacunza.

7) Como de costumbre, por lo general, las cursivas son del original y las negritas y subrayados nuestros.


Fenómeno VII
Babilonia y sus cautivos.

Párrafo I
    
Cualquiera que lee con atención los Profetas, repara fácilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles amenazas contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas en favor de los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los Judíos en particular que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente de todo Israel, y de todas sus tribus para cuando salgan de su cautividad, y vuelvan a su patria, de su destierro. Uno y otro con figuras y expresiones tan grandes y tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y más que grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del castigo inminente y terribilísimo de aquella capital.
Si con esta idea volvemos los ojos a la historia, si lee en los dos libros de Esdras todo lo que sucedió en la vuelta de Babilonia, y el estado en que quedaron los que volvieron, aun después de restituidos a su patria; si lee en los dos libros de los Macabeos los grandes trabajos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron que sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; si lee después de esto en los evangelios, el estado de vasallaje y opresión formal en que se hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados por los Romanos, sino inmediatamente por un idumeo, cual era el crudelísimo Herodes; si lee por otra parte, ya en la historia profana, ya también en la sagrada, que Babilonia, después de haber salido de ella aquellos cautivos, se mantuvo en su ser sin novedad alguna sustancial por espacio de muchos siglos; que no la destruyó Darío Medo, ni Ciro Persa, ni ningún de sus sucesores, que no se destruyó repentinamente en un solo día; que no vinieron sobre ella en un solo día aquellas dos grandes calamidades que parece le anuncia Isaías, cuando le dice (cap. XLVII, 9): Venient tibi duo hæc subito in die una, sterilitas et viduitas. Con todas estas noticias ciertas y seguras, no puede menos que maravillarse de ver empleadas por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para unas cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho más deberá maravillarse, si advierte y conoce sin poder dudarlo, que nada o casi nada se ha verificado hasta el día de hoy de lo que con tantas y tan vivas expresiones parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de Dios.

viernes, 16 de agosto de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. VIII (II de II)

§ En la maternidad de la Iglesia encontramos la raíz de su poder coercitivo, porque es a la Madre a quien corresponde e incumbe corregir y castigar. Y, en efecto, solamente sobre sus hijos la Iglesia pretende ejercer ese derecho. También la raíz de ese poder indirecto, pero real, de primacía temporal que le permite intervenir en la vida de los Estados hay que buscarla en la maternidad de la Iglesia: "Quidquid igitur est in rebus humanis quoquomodo sacrum, quidquid ad salutem animorum cultumve Dei pertinet, sive tale illud sit natura sua, sive rursus tale intelligatur propter causam ad quam refertur, id est omne in potestate arbitrioque Ecclesiae"[1]. [Luego, lo que en las cosas humanas es de algún modo sagrado; lo que toca a la salvación de las almas o al culto de Dios —ya sea tal por su naturaleza, o que tal se lo entienda a causa del objeto a que se refiere—, todo eso cae bajo el poder y el arbitrio de la Iglesia. —León XIII].
La salvación de las almas es el cargo propiamente maternal de la Iglesia; el culto de Dios es su función de Esposa de Cristo: en suma, en la maternidad de la Iglesia se funda su derecho de primacía temporal.

§ El emperador está en la Iglesia, y no por encima de ella, dice San Ambrosio: es hijo de la Iglesia. Y el recordárselo no es ofenderle, sino, por el contrario, honrarle… "Quid honorificentius quam ut Imperator Ecclesiae filius esse dicatur? Quod cum dicitur sine peccato dicitur, cum gratia dicitur. Imperator enim intra Ecclesiam, non supra Ecclesiam est; bonus enim Imperator querit auxilium Ecclesiae, non refutat"[2]. [¿Qué mayor honra para un emperador que la "de ser llamado hijo de la Iglesia? Porque al darle este nombre no se le ofende, sino que se le honra. En efecto, el emperador está en la Iglesia, y no por encima de ella; si el emperador es bueno, no rehúsa la ayuda de la Iglesia; al contrario, la busca].

jueves, 15 de agosto de 2013

Algunas Notas a Apocalipsis I, 1-3 (V de V)

3. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella, porque el tiempo está cerca.

Terminando con nuestro estudio sobre los tres primeros versículos del primer capítulo del Apocalipsis, versículos íntimamente ligados entre sí y que forman un todo homogéneo, pasemos, pues, a decir algunas cosas sobre el último versículo.


I) Bienaventurado

Como es sabido, estamos aquí ante el primero de los siete “macarismos” del Apocalipsis. Para un somero estudio de los mismos nos remitimos a lo dicho en otra oportunidad AQUI.
El resto del versículo indicará dos cosas sobre estos bienaventurados: quiénes y por qué son bienaventurados.


II) el que lee y los que oyen las palabras de la profecía
y guardan las cosas escritas en ella.

En cuanto al texto, lo único que hay que notar es que en general todas las traducciones coinciden con la que acabamos de dar, excepto aquellos que siguen a la Vulgata y que traducen (mal) todo en singular:

“Bienaventurado el que lee y el que oye las palabras de la profecía y guarda las cosas escrita en ella”.

Para empezar digamos que la división aquí es doble y no triple, vale decir, se trata de dos grupos de personas y no tres (lee, oye, guarda) puesto que los que oyen y guardan son un mismo grupo como puede verse por la construcción griega que no trae el artículo determinado “los” para los que guardan, como sí lo hace en los otros dos casos.
Habiendo hecho esta aclaración pasemos al análisis de los grupos:

1) El que lee:

En general los autores notan algo interesante sobre esta persona o clase de personas al decir que cumple un oficio, y no lo aplica a cualquiera que toma el libro del Apocalipsis y comienza a leerlo, como creen ingenuamente algunos protestantes, por la sencilla razón que el texto hubiera seguido hablando en singular y no en plural, o hubiera colocado todo en plural.

Veamos:

Zerwick: “ἀναγινώσκων: el que lee, singular. Aquel que preside la lectura en la Iglesia”.

Allo: “La distinción que hace entre el ἀναγινώσκων (el que lee) y los ἀκούοντες, la comunidad que escuchará, muestra que está destinado, al igual que las epístolas de Pablo, a la lectura pública en la asamblea de culto”.

Wikenhauser: “Al título sigue la bendición pronunciada sobre aquel que lee el libro en la asamblea litúrgica y sobre todos cuantos los escuchan…”.

Fillion: “Qui legit: El verbo ἀναγινώσκων marca la lectura pública, oficial, de la santa Escritura en las asambleas religiosas de los primeros cristianos”.

Para saber a quién corresponde este oficio de lector, debemos analizar antes el otro grupo.

miércoles, 14 de agosto de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. VIII (I de II)

 VIII

MATERNIDAD Y PRIMACÍA DE LA IGLESIA

Ninguna maternidad es comparable a la maternidad de la Iglesia por la nobleza, por la fecundidad, por la ternura, por la fortaleza.

Por la nobleza: salida del Corazón de Dios y del Corazón de Cristo, inmune contra la herida del mal y la arruga del tiempo[1]; la Iglesia no engendra para la esclavitud; y lleva el honor de Dios mismo. ¡Con qué orgullo saluda San Pablo esa maternidad! "Illa autem, que sursum est Jerusalem, libera est, que est mater nostra"[2]. [Mas aquella Jerusalén que está arriba, es libre; la cual es nuestra madre].

§ Por la fecundidad: en proporción con el amor que la une a Cristo, la de la Iglesia es, pues, sin limites, y está siempre en acto. Todos tenemos que renacer por ella: "Nisi quis renatus fuerit...[3]. [No puede entrar en el reino de Dios sino aquel que fuere renacido de agua y de Espíritu Santo]. Pero al entrar en la vida verdadera no abandonan su seno. "Para la Iglesia, engendrar es recibir en sus entrañas a sus hijos; la muerte los hace nacer[4]. En el preciso momento que dejamos este mundo, en ese día natal, la Iglesia es más que nunca nuestra madre: en el Cielo somos perfectamente suyos. La maternidad de la Iglesia es inmensa, como la paternidad de Dios.

§ Por la ternura: su ternura de Esposa recae sobre sus hijos: en ellos la Iglesia ama a Cristo. Y nadie ama a Cristo como le ama la Iglesia; y así también, no hay nada que Cristo ame tanto como la Iglesia. De ahí que no haya nada tan puro y desinteresado como ese cariño: "Sólo amamos cualidades", dice Pascal; pero la Iglesia ama nuestras personas, y en primer lugar nuestras almas, sin abstracción ni sutileza.

martes, 13 de agosto de 2013

Algunas Notas a Apocalipsis I, 1-3 (IV de V)

2. El cual testificó la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesucristo, todo lo cual ha visto.

Este versículo es mucho más sencillo que el anterior, aunque por lo general los autores lo interpretan en un sentido muy diverso al que vamos a dar.


I) El cual testificó

Este pronombre relativo hace referencia a “el siervo suyo, Juan” de quien termina hablando el versículo 1. Hasta aquí no hay nada más que comentar. Todos concuerdan, por otra parte.


II) la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesucristo

He aquí el objeto del testimonio de San Juan: la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesucristo.
Este testimonio coincide, claro está, con lo que se le muestra (v. 1).
Aquí es donde comienzan las diferencias, ya que por lo general toman los términos diciendo que San Juan habla sobre el testimonio que dio Jesucristo, o lo refieren al cuarto Evangelio, etc.
Por lo general (Allo es una de las excepciones) los autores no se toman ni siquiera la molestia de buscar estos términos en el resto del Apocalipsis, lo cual les hubiera ayudado a entender su significado.

Los lugares en los cuales aparecen son los siguientes:

1) La Palabra de Dios:

I, 9: “Yo Juan, hermano vuestro y copartícipe en la tribulación y el reino y la paciencia en Jesús, fui en la isla llamada Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del Testimonio de Jesús”.

VI, 9: “Y cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados por la causa de la Palabra de Dios y a causa del testimonio que tenían…”.

XX, 4: “Y vi tronos; y sentáronse en ellos, y les fue dado juzgar, y (vi) a las almas de los que habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios y a los que no habían adorado a la bestia, ni a su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos”.