jueves, 27 de diciembre de 2018

Notas a algunos estudios de Mons. Fenton sobre la membresía en la Iglesia (I de IX)


Nota del Blog: Después de haber publicado los estudios de Mons. Fenton: El Acto del Cuerpo Místico y El Carácter Bautismal y la pertenencia a la Iglesia nos pareció una buena idea agregar, por vía de complemento, algunas notas aclarativas.

De hecho, sólo deben ser enumerados entre los miembros
de la Iglesia aquellos que han sido bautizados…

Con estas palabras el Papa Pío XII definió, contra la opinión de algunos autores, la necesidad del sacramento del bautismo para ser miembro de hecho de la Iglesia. Ahora bien, la cuestión que se plantea es ¿qué nos da el bautismo de forma tal que nos haga miembros de la Iglesia? En otras palabras, sabiendo que el sacramento del bautismo es el único medio para ser miembros de la Iglesia, debemos considerar cuál es la causa eficiente que incorpora a los hombres a la Iglesia.

S. Tomás enseña que los efectos del sacramento del Bautismo son dos:

a) Infusión de la Gracia (participación de la naturaleza divina).

b) Carácter sacramental (participación del Sacerdocio de Nuestro Señor).

El Ángel de las escuelas enseña:

“El carácter, propiamente hablando es una señal (signaculum) con la que se marca una cosa en cuanto está ordenada a un fin determinado, así, por ejemplo, se marca el dinero para el uso de los consumidores y los soldados son señalados con la marca que los habilita para la milicia. Ahora bien, el fiel está destinado (deputatur) a dos cosas: ante todo y principalmente a la fruición de la gloria y para este fin es señalado con la marca de la gracia según aquello de Ez. IX, 4 “Marca la frente de los hombres que gimen y se lamentan” y del Apoc. VII, 3: “No hagáis daño a la tierra ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado a los siervos de Dios en sus frentes”.

En segundo lugar, el fiel es destinado a recibir o dar a otros, las cosas pertenecientes al culto de Dios, y este, propiamente hablando, es el fin del carácter sacramental”. III, q. 63, 3.

“Los fieles de Cristo están destinados al premio de la gloria por venir, por medio del sello de la divina predestinación. Pero también están destinados a los actos pertinentes a la Iglesia que existe ahora por medio de un sello espiritual impreso sobre ellos que se llama carácter”. III, 63; q. 1 ad 1.[1]

lunes, 24 de diciembre de 2018

Ezequiel, por Ramos García (XV de XXI)


6) Ageo.

¿Quieren mis lectores ver una vez más cómo se agranda el contenido de la letra al proyectarse del tipo (= objeto menor anterior) al antitipo (= objeto mayor y posterior)? Lean atentamente a Ageo en su profecía sobre Zorobabel: “Habla a Zorobabel, gobernador de Judá, y dile: Yo conmoveré el cielo y la tierra; trastornaré el trono de los reinos y destruiré el poder de los reinos de los gentiles, volcaré los carros y sus ocupantes, y caerán los caballos y los que en ellos cabalgan, los unos por la espada de los otros. En aquel día, dice Yahvé de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel, hijo de Salatiel, siervo mío, dice Yahvé, y te haré como anillo de sellar, porque Yo te he escogido”, dice Yahvé de los ejércitos (Ag. II, 22-24).

¡Cómo se agiganta en esas palabras la figura del Zorobabel histórico, al proyectarse la silueta harto mezquina (cf. Ag. II, 3 s.) del caudillo de Judá, en la figura colosal de un Zorobabel escatológico, caudillo de Judá e Israel (Os. I, 11), que descollará sobre las ruinas de todos los imperios, por la evacuación y aniquilamiento de todo otro imperial poder que no sea el suyo (cf. I Cor. XV, 24 s.)! El mismo agrandamiento prodigioso en Isaías acerca de la persona de Elicacím, el depositario de la llave de la casa de David (Is. XXII, 20...): qui legit intelligat.

Es que cuando el Señor, que tiene ahora en su mano, por derecho de devolución, la llave de la casa de David (Ap. III, 7), haga valer su gran poder y se ponga a reinar en este mundo subceleste (Ap. XI, 17; cf. Dan. VI, 27), el verdadero Zorobabel, alias Eliacím, alias David redivivo, será el único depositario de la única realeza entonces valedera, la cristiana; y en él y por él sujetará Dios a su Hijo el orbe de la tierra venidero (Hebr. II, 5), y será, finalmente, un hecho el gran acontecimiento que celebran alborozados los celícolas: Se hizo el reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo (Apoc. XI, 15)- nótese bien el “su Cristo” (cf. Hab. III, 13)-; acontecimiento cumbre, que no ha tenido todavía lugar en la Iglesia, diga lo que quiera la euforia alegorista, pues como observa S. Pablo nunc autem necdum videmus omnia subjecta ei (Hebr. II, 8; cf. X, 13).


7. Zacarías.

La clave para entender el verdadero alcance de Zorobabel en la profecía de Ageo, y a pari del Eliacím de Isaías y del David de otros profetas, nos la da Zacarías con estas palabras: “¡Oye oh Jesús, Sumo Sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan en tu presencia! pues son varones de presagio; porque he aquí que haré venir a mi Siervo, el Pimpollo” (tsémah), que pone luego en plan de igualdad con el gran pontífice (Zac. III, 8; VI, 9 ss).

De aquí es necesario concluir que ni el uno ni el otro, aun en su alcance escatológico, son el Messías, sino sendos vicarios suyos, el uno en lo espiritual, el sumo sacerdote, y el otro en lo temporal, el tsémah o retoño de la dinastía davídica. Dos vicarios de Cristo, el uno como sacerdote y el otro como rey, y por consiguiente dos tronos, dos palacios, dos capitalidades distintas y no una sola, como quiera la euforia alejandrina interpretando alegóricamente, metafóricamente, la realeza messiana, por la excelencia de Cristo mediador entre Dios y el hombre, es decir, por el sacerdocio cristiano.

No, esta posición, la de la realeza metafórica, está ya superada in terminis por Pío XI en la IV lección del oficio de Cristo Rey y hay que arrostrar las consecuencias o renunciar cobardemente a esperar la recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef. I, 10) en este mundo subceleste (Dan. VII, 27; Ap. XI, 15 ss.), la cual hasta ahora es sólo parcial, según el sacerdocio, pero está claramente anunciado que se ha de hacer también según la realeza, y aun el cómo y el cuándo en líneas generales. En pocas palabras: al convertirse Israel en masa, traerá consigo esa realeza que le está reservada (Ex. XIX, 6; cf. Rom. XI, 29; alias), como a primogénito de Dios (Ex. IV, 22; Ecco. XXXVI, 14; cf. Sal. LXXXIII, 28).

sábado, 22 de diciembre de 2018

El Acto del Cuerpo Místico, por Mons. Fenton (V de V)


Réplica de Mons. Fenton

Tanto la tesis cuestionada por el P. Brosnan como las dificultades que alega son demasiado importantes como para exigir una precisa reflexión. Para este fin voy a citar cuatro destacadas objeciones del eminente teólogo inglés y luego adjuntar a cada una su propia respuesta.

Primera objeción del P. Brosnan:

“Su argumento es ingenioso, pero no está libre de ambigüedad. Por ejemplo, dice: “La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo”. Esto es, por supuesto, muy cierto.
Pero la Iglesia consiste de un “alma” y de un “cuerpo”. No sería cierto decir que todos los que pertenecen al “alma”, pertenecen también al “cuerpo” o viceversa. En esta o similares ambigüedades parecen radicar las dificultades y debilidades que entran en su argumento”.

Respuesta.

La sentencia a la que se refiere el P. Brosnan puede parecer ambigua sólo a aquel que considera al “alma” y al “cuerpo” como dos iglesias o grupos diferentes, a alguna de las cuales se le puede aplicar el nombre “Cuerpo Místico de Cristo”. Así manifiesta Felder la verdad que aclara el fundamento de esta dificultad.

El alma y el cuerpo de la Iglesia no son dos Iglesias, una invisible y la otra visible, sino que constituyen una Iglesia tanto visible como viva[1].

Esta única Iglesia puede designarse como el Cuerpo Místico de Cristo sin ambigüedad o equivocación.

Segunda dificultad del P. Brosnan:

“Cuando el P. Fenton escribe: “

“La cualidad permanente que nos constituye como miembros de la Iglesia es el carácter del Bautismo”

Las dificultades surgen inmediatamente. Difícilmente puede mantenerse que el carácter del Bautismo nos hace miembros de la Iglesia. Muchos de los que no tienen el carácter bautismal, puesto que están en estado de gracia, pertenecen al alma de la Iglesia y son por lo tanto miembros de la Iglesia. Muchos también que tienen carácter bautismal no pertenecen al “cuerpo” de la Iglesia, como los herejes, cismáticos, vitandi excommunicati; si éstos no están en estado de gracia, no son miembros de la Iglesia en modo alguno”.

Respuesta.

Esta es la décima tesis en el De Ecclesia de Billot:

miércoles, 19 de diciembre de 2018

Cornely y el Milenarismo


El gran autor jesuita (1830-1908) apenas si necesita presentación; tenido como “el exégeta católico más grande de su tiempo” (Vosté), fue uno de los principales autores del comentario Bíblico “Cursus Scripturae Sacrae”.

En su Introductio specialis in N.T.[1] estudia todos los libros del Nuevo Testamento y al llegar al Apocalipsis, después de pasar revista a las principales cuestiones (autor, fecha y lugar de composición, destinatarios, etc.), analiza el tema de las diversas interpretaciones, y tras afirmar la existencia de tres escuelas, las comenta diciendo (n. 244):

“La primera de las tres interpretaciones enseña que el argumento principal del libro son los acontecimientos últimos de la Iglesia en tiempos del Anticristo, sin embargo, los primeros sucesos de la Iglesia están más bien apenas alumbrados más que descriptos. A la cual se opone la segunda, que afirma que el argumento del Apocalipsis son los primeros tiempos de la Iglesia y principalmente su victoria sobre el judaísmo y el politeísmo y que no son sino los dos últimos capítulos los que brevemente alcanzan los últimos tiempos de la Iglesia. Finalmente, la tercera, cree que en el Apocalipsis está predicha toda la historia de la Iglesia, de forma de estar indicados los sucesos más importantes de cada edad”.

Con buen criterio, el autor defiende la primera postura dando las razones a favor de la que propugna y las críticas de las otras dos escuelas, para luego pasar a las objeciones en contra de su posición, y es allí donde leemos estas interesantes palabras (n. 248):

“Obj. 3. ¡Pero aquellos que siguen este sistema deben admitir el reino milenario!

En primer lugar, respondemos que no se sigue necesariamente. En efecto, Ribera, aunque defiende fuertemente este sistema[2], al igual que otros intérpretes de la misma época que lo sostenían, (Viegas, Alápide, etc.) rechazaron todo tipo de quiliasmo y no reconocieron ningún nexo interno entre sus interpretaciones y las opiniones de los quiliastas. La dificultad pues planteada, no existe. Además, advertimos, de tal forma está temperado el quiliasmo por algunos autores católicos muy recientes, que sostienen el mismo sistema de interpretación, al cual favorecían los Padres antiquísimos Santos Justino, Ireneo, Victorino y otros, y al cual S. Agustín reconoce que antiguamente lo defendía y lo llama tolerable “si entendieran que en aquel sábado habían de tener algunos regalos y deleites espirituales con el Señor”, que no sé si no tiene alguna probabilidad[3]. Pero no es necesario entrar en este tema, dado que la primera respuesta es suficiente y la opinión de los antiguos intérpretes (Ribera, etc.) parecería ser mucho más probable”.

Escritas estas palabras en la segunda edición de 1897, fueron republicadas póstumamente en 1925, con lo cual lo único que les queda por hacer a los impugnadores del Milenarismo es aferrarse al decreto del 1944 sobre el cual ya hemos hablado tantas veces; baste ahora para nuestro propósito recordar que se trata de un decreto que condena como imprudente (y no como falso) la existencia futura de un reino visible de Cristo; pero he aquí que ninguno de los principales autores milenaristas defiende un reino visible de Cristo, ni hay base escriturística al respecto.

Cabe recordar que, por los mismos años, el P. Rosadini, profesor de la Gregoriana, escribió unas palabras muy parecidas a las de Cornely para responder a la misma objeción y, por si fuera poco, en una universidad romana (la Urbaniana), nuestro Ramos García explicará el Apocalipsis defendiendo inequívocamente el Reino Milenario durante unos 15 años.

A la lista de estos ilustres autores se agrega ahora la del eximio Cornely, reconocido y alabado por todos como uno de los más grandes exégetas de la Iglesia.

Así, pues, como podemos apreciar, los ataques contra el Reino Milenario carecen de sustento y se desmoronan uno a uno.

Vale!





[1] París, 1925.

[2] O sea, la primera de las tres escuelas de interpretación citadas más arriba.

[3] “El Excelentísimo cardenal Franzelin (De Divina Traditione, p. 204), después de mostrar con gran erudición, que las afirmaciones de estos Padres sobre el reino milenario no fueron sino “opiniones privadas de cada uno, de ninguna manera un consenso común en materia de fe”, concluye de esta manera:

“Sin embargo, no quiero que se entienda todo esto como si creyera que fuera lícito señalar alguna censura a la opinión de los milenaristas recientes”.

Cómo entienden los intérpretes católicos recientes el reino milenario, cfr. Bisping, Apocalypse, p. 314-320, Krementz, Offenb. Des h. Iohannes p. 166 ss” (Cornely).

domingo, 16 de diciembre de 2018

El Acto del Cuerpo Místico, por Mons. Fenton (IV de V)


Los que poseen un carácter relativamente pasivo, lo que son recipientes más que agentes en la actividad propia de la Iglesia, son los poseedores del carácter bautismal, quienes son capaces de recibir los otros sacramentos. Este poder está centrado principalmente en la Sagrada Eucaristía, “en la cual consiste principalmente el culto a Dios, en cuanto es el sacrificio de la Iglesia”[1].

 El culto a Dios es “una cierta profesión de fe por medio de signos exteriores”. Y dado que esta profesión de fe está destinada a ser continuada hasta el fin de los tiempos ante la oposición que surge inevitablemente de los enemigos de la cruz de Cristo, existe un carácter sacramental que faculta y designa oficialmente a los miembros de la Iglesia para el conflicto espiritual contra los enemigos de la fe[2]. Es el carácter de la Confirmación, que se convierte así en una designación oficial que faculta para el desempeño del sacrificio Eucarístico en contra de los ataques hechos contra él. Vicente Contenson[3], al comentar esta fase de la economía sacramental, muestra la cercana analogía entre el carácter sacramental y la designación militar en los asuntos naturales. Mientras que cualquier ciudadano puede luchar contra los enemigos de su país, sólo el soldado está designado y facultado oficialmente para este trabajo. Así el cristiano confirmado es el defensor del sacrificio Eucarístico designado oficialmente.

Finalmente, toda la enseñanza sobre la Eucaristía resalta el hecho que es la operación inmediata, el acto y perfección propios del Cuerpo Místico. Con razón se lo llama sacrifico “en cuanto es rememorativo de la pasión del Señor”[4]. Que la Misa es “un verdadero y propio sacrifico” es un dogma de fe[5]. Además, es un sacrificio que pertenece al Cuerpo Místico de Cristo como organización. Incluso aquellas Misas en las cuales el sacerdote solo comulga sacramentalmente deben ser consideradas comunes a la Iglesia como un todo, “en parte porque en ellas comulga el pueblo espiritualmente, y en parte porque se celebran por medio de un ministro público de la Iglesia, no sólo para sí, sino para todos los fieles que pertenecen al Cuerpo de Cristo[6]. Santo Tomás enfatiza el mismo punto en la Summa Theologica.

“En las Misas privadas basta con tener un ministro que ocupa el lugar de todo el pueblo católico”[7].

La Santa Eucaristía es el sacramento perfectivo de la Iglesia en cuanto que significa y causa nuestra unión en Cristo por la caridad. Al mismo tiempo, es el sacrificio del pueblo de Dios. Puesto que la operación propia del Cuerpo Místico es el sacrificio de la Misa, una función social más que meramente individual, los miembros de la Iglesia como un todo pueden ser llamados por san Pedro: “Linaje escogido, un sacerdocio real, un pueblo conquistado”. Y puesto que el sacrificio es el acto supremo de religión, resumiendo y expresando los actos del culto interior de Dios, y testificando de manera única la divina excelencia, puede seguir hablando de ellos como constituidos en esta dignidad especial “para que anunciéis las grandezas de Aquel que de las tinieblas os ha llamado a su admirable luz”[8]. Puesto que esta acción es aquella en la cual la Iglesia hace suya la pasión del Redentor, el sacerdote que lleva a cabo este acto de sacrificio, se dice con toda verdad que ocupa el lugar del mismo Cristo. Es en el sacrifico Eucarístico, la operación propia de la Iglesia de Dios, donde las palabras de Malaquías encuentran cumplimiento:

“Porque desde la salida del sol hasta el ocaso es grande mi Nombre entre las naciones; y en todo lugar se ofrece a mi Nombre incienso y ofrenda pura, pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice Yahvé de los ejércitos”[9].

Entender el Cuerpo Místico de Cristo en función de su operación propia tiene la ventaja de resaltar la unidad de la actividad católica. La operación en la que la Iglesia encuentra su perfección inmediata, que es preeminentemente el acto del Cuerpo Místico, es la Misa, un verdadero y propio sacrificio. El sacrificio es un signo, una expresión de los actos internos de religión, particularmente de devoción y oración. El acto esencial de la consagración expresa pues los actos de oración y devoción que constituyen el texto de la Misa. Las mismas oraciones de la Misa expresan deseos y esperanzas que exigen, para su congruente entorno, la compleja plenitud de la vida cristiana. Los actos de todas las virtudes entran en el entorno de la oración, y el sacrificio Eucarístico, ofrecido por el sacerdote en el nombre y persona de Cristo, por los miembros de su Cuerpo Místico, exigen sinceridad de oración y devoción entre aquellos por quienes se ofrece.

Así, la vida del Cuerpo Místico, tan brillantemente resumida en la obra del P. Mura, encuentra su unión en su expresión común en el sacrificio Eucarístico, el acto del Cuerpo Místico.



[1] Ibid. III, q. 63, art. 6.

[2] Ibid. III, q. 72, art. 5.

[3] Theologia Mentis et Cordis (Lyons, 1687), Lib. XI, pars. 1, diss. 1, cap. 2.

[4] Summa Theologica, III, q. 73, art. 4.

[5] Trento, sesión 22, canon 1, Dz. 948.

[6] Ibid., cap. 6, Dz. 944.

[7] Summa Theologica, III, q. 83, art. 5, ad 12.

[8] I Ped. II, 9.

[9] Mal. I, 11.

martes, 11 de diciembre de 2018

León Bloy y el Milenarismo


Nota del Blog: Contra lo dicho aquí se podrá argumentar esto o aquello, pero lo cierto es que los argumentos, lo único, en definitiva, que importa, subsisten.

Extracto de una carta de Léon Bloy a su amigo Ernest Hello.

Citado por J. Bollery, Léon Bloy, essai de Biographie, vol. 1, pag. 434-5.


***
 
Léon Bloy rezando en La Salette

18 de agosto de 1880

“Estimadísimo amigo:

Deberíamos escribirnos mucho y no nos escribimos. Ignoro por qué. Sin embargo, si alguna vez hubo dos hombres hechos para entenderse, me parece que somos esos dos hombres.

Tenemos el mismo deseo único, una impaciencia casi igual y estamos indignados por las mismas injusticias. Ambos esperamos la gran Epifanía del Espíritu Santo con esta diferencia: mientras vuestra impaciencia no recae sino sobre alguna manifestación inaudita de la justicia o de la Belleza divina por la intervención directa de algún gran Santo investido del más irresistible poder, mi impaciencia recae sobre la persona de Nuestro Señor, Dios y hombre, del cual espero la venida como ejecución de la promesa que hizo a sus apóstoles antes de sufrir, al asegurarles que no los dejaría huérfanos (Jn. XIV, 18).

No me está prohibido comunicarte esta parte de mi secreto que, en muy poco tiempo, espero, ya no será un secreto para nadie. Esta venida gloriosa del Señor, como la del patriarca Enoc, como nos lo enseña san Judas, tan frecuentemente anunciada por san Pablo, y predicha menos explícitamente por David y todos los profetas sin excepción, es entendida generalmente de un juicio universal y definitivo que sería la señal de la destrucción del Universo. Esta interpretación que ya no deja el menor lugar a un reino terrestre de Jesucristo, tan claramente indicado en el Apocalipsis y que excluye todo cumplimiento de esta renovación del Espíritu Santo buscada por el Rey profeta, me parece tan monstruosa que no veo cómo sería posible atentar más directamente a la gloria de Dios y de tachar más completamente sus promesas.

Veinticinco años después de Pentecostés san Pablo decía a los Romanos que no estamos salvados sino en esperanza (VIII, 24), es decir, en Jesucristo, no habiendo recibido más que las primicias del Espíritu y esperando la redención de nuestro cuerpo (VIII, 23). ¿Hubiera podido hablar así si realmente todo estuviera cumplido después del Calvario y si no debiéramos esperar, como lo señala en otros cincuenta pasajes, la salvación en el Amor y por el Amor?

Ante san Pablo, que espera la Redención ¿quién osaría decir que la Redención está cumplida? ¿Y por qué el Espíritu Santo está intercediendo Él mismo por nosotros con gemidos que son inexpresables (VIII, 26) si estuviéramos en posesión de todos los bienes sobrenaturales? Pronto conoceremos la enormidad del perjuicio causado al Señor por la ausencia total de deseo en la mayor parte de los pastores de su rebaño, y ciertamente sabremos lo que significa esta lamentación de Dios en Isaías: tus intérpretes prevaricaron contra mí (XLIII, 27).

Los miserables charlatanes que nos instruyen toman al Espíritu Santo por un cronista y piensan que es únicamente por la exactitud histórica que la grandiosa Blasfemia de Israel nos ha sido conservada por Él en el recitado de la Pasión: A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse (Mt. XXVII, 42). En cuanto a mí, creo que con esta Palabra sucede lo mismo que con las demás Palabras de la Escritura que se deben cumplir hasta la iota y el punto. Pienso que nuestra Esperanza está siempre crucificada y que su Libertador está siempre por venir, hasta la venida del Amor. Entonces Jesús descenderá de su Cruz y todos lo verán y creerán en Él (Mc. XIII, 26).

Es preciso que Jesús ponga de nuevo sus pies sobre la tierra y espero este suceso del que sé que debemos ser los testigos y que llenará de estupefacción y espanto a quienes deberían pronosticarlo y desearlo, aquellos que se apacientan a sí mismos en lugar de apacentar el rebaño del Señor, siendo esos simulacros de las naciones que tienen boca para no hablar y ojos para no ver, etc.”.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Ezequiel, por Ramos García (XIV de XXI)


5. Daniel.

En Daniel hay cuatro visiones que hacen a nuestro propósito: la de la estatua que vió en sueños Nabucodonosor (Dn. II); la de las cuatro bestias (Dn. VII); la del carnero y el macho cabrío (Dn. VIII), y la de las setenta semanas de años (Dn. IX). Diremos de ellas brevemente:

a) En la diferencia de los cuatro metales, de que está compuesta la estatua, resume en sí los cuatro imperios, con sus civilidades respectivas, que habían de preceder al establecimiento definitivo del reino del Messías, es a saber, Babilonia, Persia, Grecia y Roma; y bajo el signo de Roma vive todavía el mundo, pues su actual civilidad es romana[1].

El imperio romano, dividido en oriental y accidental, según el símbolo de las dos piernas, se subdivide a su vez, según ya prevé el profeta, en una multitud de estados menores, significados por los dedos de uno y otro pie, que hacen en número redondo los diez reinos con sus reyes, no sucesivos, sino simultáneos, correspondientes a los diez cuernos de la cuarta bestia, lo mismo en Daniel c. 7 que, en el Apocalipsis, cc. XII y ss.; los cuales, una vez perpetrada la apostasía de las naciones cristianas, si no viniere la apostasía primero (II Tes. II, 3)— han de formar en las filas del último anticristo, para luchar contra el Señor y su Ungido (Sal. II = Ap. XVII, 12-14; al.), que es el rey de derecho positivo cristiano, establecido en Sión.

La estatua que vió en sueños Nabucodonosor es así un hermoso símbolo sintético de la Babilonia del mundo con sus reyes, desde el propio Nabucodonosor hasta el último anticristo. Y ésta es la Babilonia, que tienen en vista los profetas, desde Isaías hasta San Juan; y de ella dicen que ha de ser aventada algún día con todos los imperios mundanos que en ella se sintetizan, no fue hallado ningún rastro de ellos (Dn. II, 35), para hacer lugar al único imperio del Messías y sus santos (Dn. II, 44 = VII, 27, etc.). cuando se siente, en la persona de su Ungido, en el trono de David, su padre, y reine así, como ha de reinar, en la casa de Jacob (Lc. I, 32 = Is. IX, 7; Miq. IV, 3.7 s.; al. pass.).

Y a eso viene el Señor en la parusía: “Saliste para la salvación de tu pueblo, para salvación de tu ungido (Hab. III, 13).  Y entonces tiene lugar el cambio de guardia de que hablan los profetas, y que expresa S. Juan con estas palabras: Se hizo el reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo (Ap. XI, 15; cf. I Cor. VI, 2; al.). Es esta, en frase de S. Pablo, la evacuación de todo otro poder que no sea el de Cristo, Es necesario, en efecto (así el griego), que Él reine” (I Cor. XV, 24 s.).

jueves, 6 de diciembre de 2018

El Acto del Cuerpo Místico, por Mons. Fenton (III de V)


La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Nos hacemos miembros de la Iglesia cuando recibimos el sacramento del Bautismo. La cualidad permanente que nos constituye como miembros de la Iglesia es el carácter del Bautismo. El Bautismo es una conformación con la pasión de Cristo, un signo efectivo por medio del cual hacemos a la pasión de Cristo nuestro acto. A través de este sacramento

“Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, en su muerte fuimos bautizados. Por eso fuimos, mediante el bautismo, sepultados junto con Él en la muerte, a fin de que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en nueva vida… Así también vosotros teneos por muertos para el pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús[1]”.  

Podemos apreciar la economía sacramental sólo en la medida en que nos damos cuenta que la pasión y muerte de Cristo no sólo constituyó un acto de redención, por el cual fuimos librados de nuestros pecados, sino que fue también el acto supremo de religión, un sacrificio, en el cual deben participar todos los que han de ser salvados en Cristo. Los sacramentos de la nueva ley, que derivan su poder de la pasión de Cristo, tienen también esta doble orientación. La teología de santo Tomás expresa adecuadamente esta doble función de los sacramentos, liberar al hombre del pecado, y perfeccionarlo en el culto de Dios según el rito de la religión cristiana:

La gracia sacramental (en general) está ordenada principalmente a dos fines: 1) arrancar los defectos de los pecados pasados, pues, aunque el acto pasó, permanece el reato; 2) a perfeccionar al alma en lo que pertenece al culto de Dios según la religión cristiana. Por lo que ya dijimos más arriba, está claro que Cristo nos ha librado de nuestros pecados por su pasión no sólo eficaz y meritoriamente, sino también satisfactoriamente. E, igualmente, por su pasión inició el culto de la religión cristiana ofreciéndose a sí mismo a Dios como oblación y sacrificio[2].

El sacramento del Bautismo, por el cual somos miembros de Cristo, tiene este doble efecto. Remueve el estado de pecado y da la gracia sacramental de regeneración o renacimiento. Esta gracia sacramental es la misma gracia habitual, llevando consigo una exigencia de aquellas gracias actuales que se requieren en la conducta de esa vida comenzada por el Bautismo. La gracia habitual es lo que nos hace miembros vivos de Cristo. Pero conocer la gracia de la regeneración que recibimos en el Bautismo no es simplemente conocer el concepto de la gracia habitual.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Ezequiel, por Ramos García (XIII de XXI)


3. Isaías.

No menos expresivamente habla Isaías de los repatriados de Efraím y de Judá para formar un solo reino:

En aquel día el Señor extenderá nuevamente su mano, para rescatar los restos de su pueblo que aún quedaren, de Asiria, de Egipto, de Patros, de Etiopia, de Elam, de Sinear, de Hamat y de las islas del mar (las regiones de Occidente). Alzará una bandera entre los gentiles, y reunirá los desterrados de Israel; y congregará a los dispersos de Judá, de los cuatro puntos de la tierra. Cesará la envidia de Efraím, y serán exterminados los enemigos de Judá. Efraím no envidiará más a Judá, y Judá no hará más guerra a Efraím. Se lanzarán, al occidente, sobre los flancos de los filisteos (a las costas) y juntos saquearán a los hijos del Oriente; sobre Edom y Moab extenderán la mano, y los hijos de Ammón les prestarán obediencia (los que habitaren en esas regiones). Yahvé herirá con el anatema la lengua del mar de Egipto (?), y levantará con impetuoso furor su mano sobre el río, lo partirá en siete arroyos, de modo que se pueda pasar en sandalias. Así habrá un camino para los restos de su pueblo, para los que quedaren de Asiria, como lo hubo para Israel el día de su salida del país de Egipto. (Is. XI, 11-16; cf. Os. XI, 11 ss.; Is. XXVII, 17 s.).

Debemos, pues, sostener que algún día volverán también los dispersos de Asiria (Samaria) y se sumarán a los de Babilonia (Jerusalén), aunque esto contradiga la buena intención de nuestro autor, que escribe lo contrario, comentado Ez. XXXVII, 21 (ver arriba).

Sería fácil aducir otros lugares paralelos.

Entre éstos están todos aquellos, en que, con esa distinción o sin ella, nos habla Isaías de la venturosa restauración futura de todo Israel, como aquel tan emotivo que a nosotros se dirige:

En los días venideros (haba'im) se arraigará Jacob, Israel echará vástagos y flores y llenará con sus frutos a faz de la tierra (Is. XXVII, 26, 6 hebr.; cf. Os. XIV, 6 s.);

Y aquel otro, del que no es más que un comentario gran parte del libro de Ezequiel:

Espinas y abrojos cubren la tierra de mi pueblo y todas las casas de placer de la ciudad alegre. Pues el palacio está abandonado, la ciudad populosa es un desierto, el Ofel y la fortaleza son madrigueras para siempre (= desolación secular), delicias para asnos monteses, pastos para rebaños, hasta que sea derramado sobre nosotros el Espíritu de lo alto (cf. Lc. XXIV, 49), el desierto (= Os. II, 14; Ez. XX, 35; Ap. XII, 6) se convierta en campo fértil, y el campo fértil sea reputado como selva (Is. XXXII, 13-15 ss.).