domingo, 29 de diciembre de 2019

El Israel de las Promesas, por el P. Murillo (IV de VIII)

Ese recuerdo en el v. 11 del canon enunciado en el v. 8 y con su carácter de perennidad en la serie de la historia nos pone en la mano la clave para resolver una dificultad que indudablemente habrá ya asaltado la mente de muchos lectores: si el argumento de S. Pablo es inductivo, se objetará, ¿por qué en una serie tan larga de siglos como corrieron desde Abrahán hasta Jesucristo, se contenta el Apóstol con una enumeración tan insignificante como son dos solos casos? No es difícil la solución: la remisión al canon es una prueba evidente de que S. Pablo reconoce una norma perenne en el curso de la historia; en consecuencia, los dos casos citados no pueden ser los únicos que reconoce. La razón de mencionar solos esos dos es 1) porque son continuados; 2) en el arranque preciso de la historia de Israel; 3) en el seno mismo de la familia patriarcal donde parecía no haber lugar a selección, sino deber ser escogidos todos sus miembros. Por eso S. Pablo tiene como evidente a fortiori la continuación del mismo procedimiento en la historia posterior. Por lo demás, que S. Pablo suponga la aplicación del canon por toda la historia hasta la generación contemporánea del Mesías, resulta patente en XI, 45 donde después de proponer el caso de los 7000 reservados en tiempo de Elías enfrente de la reprobación general, añade que lo propio acaba de suceder o está sucediendo en la generación contemporánea a la promulgación del Evangelio. El Apóstol, pues, recorre con su pensamiento la serie toda de la historia de Israel desde Abrahán hasta Jesucristo, viendo en toda ella la aplicación del canon segregatorio, recorriendo mentalmente los miembros todos de la inducción; bien que, en la expresión externa, por abreviar, se contenta con el formulado del canon y algunos ejemplos de los más salientes.

Otra duda asaltará quizás a más de uno: si en todo el curso de la historia, la posteridad patriarcal, es decir, Israel, hubiera estado sometido a esa ley de amputación segregatoria, bien que no necesariamente ruidosa y mucho menos cruenta, tropezaríamos a cada paso en la historia de Israel con reducciones de ese género; y sin embargo los casos que de ellas nos presenta el Apóstol y los documentos históricos del pueblo hebreo son contadísimos: prueba palpable de no haber existido tal ley, y de que los casos de reducción como el citado por S. Pablo en XI, 5 obedecieron a otros motivos totalmente ajenos al pretendido canon segregatorio.

He aquí nuestra respuesta: en primer lugar, no sabemos cuántas fueron esas reducciones, ni en qué forma fueron ejecutadas. Pero nos consta sí haber sido bastantes más de las señaladas por S. Pablo. Ya en la época mosaica desapareció, reprobada por Dios, la generación contemporánea de las maravillas del Éxodo. El libro de los Jueces nos da cuenta de espantosas hecatombes, castigo evidente de gravísimas culpas, y que mermaron muy considerablemente la población de Israel. Isaías en VI, 11-13 nos habla de otras dos podas en el árbol israelítico tan radicales que de ellas sólo había de quedar el tronco desmochado y escueto.

jueves, 26 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (VI de VII)


Los Lazos Internos de Unidad

Los lazos internos de unidad en la Iglesia Católica: fe, esperanza y caridad, son también de tal naturaleza que llevan a los Católicos a dar a sus líderes espirituales una cooperación incondicional y leal a la obra de Cristo. Pero, mientras los lazos externos de unidad exigen esa unión leal, los lazos internos en realidad los producen. Aquel que tiene la fe Católica verdadera está, por el mismo hecho, sin vacilar del lado de la ecclesia docens. La esperanza Cristiana, por sí misma, hace al hombre desear a Dios como a su propio bien, como la Recompensa y Felicidad tanto del miembro individual como de la Iglesia en su conjunto. La caridad Cristiana es un acto de amor a Dios y a todos los hombres en Dios. Por la caridad amamos a nuestros co-miembros Católicos como a nuestros hermanos en la casa de Dios, y manifestamos la sinceridad de nuestro amor para los no-Católicos por medio de nuestras oraciones y otros esfuerzos para atraerlos a la sociedad de Cristo.

Fundamental y esencialmente, el anticlericalismo es una violación de esta caridad Cristiana. Representa una actitud completamente opuesta a las exigencias de la caridad de parte de los Católicos para con los superiores religiosos. Un Católico no manifiesta un verdadero amor de hermandad a menos que muestre a sus superiores y al clero en general un sincero afecto dictado por el amor.


Lealtad Católica y Unanimidad Comunista

A pesar de la afirmación un poco torpe del Sr. Reinhold Niebuhr, la plenitud de lealtad exigida por la Iglesia Católica para con sus propios hijos no hacen a los Católicos y a los comunistas “rivales absolutistas”[1] en el mundo moderno. Es perfectamente cierto que el Partido Comunista exige y recibe de sus miembros una obediencia dentro de los límites del servilismo absoluto. El miembro del Partido Comunista está completamente dispuesto a dar su apoyo entusiasta a la plataforma del Kremlin tal cual está. El hecho de que esta plataforma, aquí y ahora, implique una completa contradicción con lo que las mismas autoridades afirmaron la semana o el mes pasados nunca va a disminuir el entusiasmo del comunista.

En última instancia, la unidad del Partido Comunista es la de una gigante conspiración contra la libertad del hombre y los derechos de Dios. El Partido mantiene a sus miembros juntos con los lazos más estrechos simplemente porque conoce el mero hecho de que no se puede hacer ninguna acción corporativa efectiva en el mundo sin la completa e incondicional cooperación de los miembros del grupo. La finalidad del Comunismo es completamente contraria a la de la Iglesia.

Los lazos de temor y codicia que unen al Comunista a su partido y a los demás miembros son completamente diferentes de los lazos que mantienen a los Católicos en la unidad del reino de Cristo. Aun así, la adhesión del Católico a su Iglesia debe ser al menos tan visiblemente leal y entusiasta como la adhesión del Comunista a su partido. Nuestros lazos de unión son diferentes, pero no más débiles. La inhabitación del Espíritu Santo dentro de la Iglesia Católica, junto con los diversos lazos de unidad que resultan de esta inhabitación, exigen, por su propia naturaleza, una solidaridad social dentro de la Iglesia Católica más perfecta y poderosa que la unidad grupal de cualquier organización menor. Por lo tanto, no hay posibilidad de dar a Nuestro Señor un amor y lealtad sinceros sin manifestar, al mismo tiempo, una lealtad genuina y soberana a la Iglesia y a aquellos líderes de la Iglesia por medio de los cuales llegan a nosotros la enseñanza y los mandatos de Cristo.

La lealtad a la Iglesia que Dios exige de los Católicos no es ciertamente del tipo que destruye o daña la perfecta libertad de parte del Católico. La sociedad a la cual Nuestro Señor nos ordena prestar el servicio de lealtad es la que contiene y predica la verdad divina únicamente a través de la cual los hombres son libres. No implica ninguna obligación de seguir a los jefes de la Iglesia excepto cuando hablan como gobernantes del reino de Cristo. En cuestiones meramente civiles o políticas, cuando hablan como ciudadanos privados, deben ser oídos y respetados con la caridad que les es debida, pero no hay que seguirlos necesariamente. Pero cuando hablan en nombre de Cristo, enseñan u ordenan a los fieles de Cristo, pues, por voluntad del mismo Dios, se les debe dar esa obediencia incondicional y sin vacilar que resulta de la unidad de la Iglesia Católica. En esa unidad, a través del esfuerzo por promover la causa de Cristo, los Católicos son llamados por Dios para ejercer su libertad. Si los Católicos prestan atención a la naturaleza y unidad de la sociedad dentro de la cual habitan como hermanos de Jesucristo, ciertamente nunca serán tentados con la deslealtad del anticlericalismo.



[1] Cf. Christianity and Power Politics (New York: Charles Scribner´s Sons, 1940), p. 113.

lunes, 23 de diciembre de 2019

El Israel de las Promesas, por el P. Murillo (III de VIII)

III. La solución del Apóstol

¿Cuál es el sentido que en realidad da S. Pablo a sus expresiones? Muchos intérpretes, católicos y protestantes, creen que el sentido es el primero y a esta interpretación les mueven dos razones: el v. 8 y sobre todo el pasaje Gal. IV, 22-30. Según el v. 8 mediante la partícula “esto es”, el hecho histórico de la elección divina que recae sobre Isaac con preferencia a Ismael para continuar los derechos y dignidad vinculados a la semilla de Abrahán, lleva envuelto otro sentido más alto, el de la elección de los creyentes al tiempo de la promulgación del Evangelio. Pocos habrán expuesto esta opinión con la precisión del P. Cornely:

“Las palabras de Gen. XXI, 1 enseñan próxima y directamente (es decir, en sentido literal) que según la divina disposición la descendencia y nombre de Abrahám iba a continuar solamente por Isaac, con exclusión de Ismael; por lo tanto, solamente éste es admitido a la dignidad del pueblo elegido del patriarca. Supuesto el sentido literal próximo, el Apóstol quiere que los lectores atiendan sobre todo al significado más profundo de las palabras por el cual, por la exclusión de muchos judíos de la salud mesiánica, y la admisión de muchos gentiles, no se crea que las promesas quedaron sin cumplirse, dado que no depende de la sangre de Abrahám. En efecto, agrega al sentido típico de las palabras de su afirmación: “Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino que los hijos de la promesa son los considerados como descendencia” (Rom. IX, 8). En cuya exposición, la palabra descendencia al responder a la locución hijos de Dios, es evidente que significa la posteridad espiritual de Abrahám; el fundamento de la explicación típica es la diferencia que Pablo enseña largamente en otra parte (Gal. IV, 22-30) entre la generación de Isaac e Ismael”[1].

El fundamento, pues, en que según esta exégesis descansa la solución de S. Pablo al problema es, no el tenor histórico del pasaje Gen. XXI, 12, sino su sentido figurativo en la elección de Isaac. Presupuesto como sostén del tipo, no como término donde hace alto la intención divina, el sentido histórico del pasaje, Dios habría tenido ulterior y preferentemente en mira su valor típico, y en la elección de Isaac quiso significar sobre todo la elección de los futuros creyentes al tiempo de la predicación del Evangelio. Estos, pues, son los destinados ya entonces como sujeto de la promesa y como usufructuarios de su ejecución al tiempo de ésta. Ese significado prefigurativo, no el hecho histórico de la elección de Isaac y exclusión de Ismael, mantiene en pie las promesas dándoles entero cumplimiento.

viernes, 20 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (V de VII)


Los Lazos Externos de Unidad

Los lazos externos de unidad dentro de la Iglesia de Dios son la profesión de la misma fe Cristiana, la comunión de los mismos sacramentos y la sujeción a la legítima autoridad eclesiástica. Teológicamente, estos lazos externos de hermandad dentro de la Iglesia difieren mucho en su función de los lazos internos o espirituales. Una persona se vuelve y permanece miembro de la Iglesia de Jesucristo en este mundo, esencial y únicamente por medio de la posesión de estos lazos externos de unidad. La Iglesia Católica en este mundo es en realidad la congregación de hombres y mujeres que poseen estos lazos visibles de unión con nuestro Dios y entre ellos. Los lazos internos, fe, esperanza y caridad existen y actúan en la Iglesia. Son la fuente de esa vida que encuentra su expresión corporativa en este mundo solamente en la Iglesia Católica. Sin embargo, la posesión de estas cualidades no es el factor que hace al hombre miembro de la sociedad de Cristo. Es cierto que nadie en este mundo puede poseer la caridad sin ser miembro de la Iglesia Católica o querer sinceramente entrar en esta sociedad. Sin embargo, la persona se convierte en y permanece miembro de la Iglesia Católica solamente por la profesión bautismal de la fe divina cristiana que no ha sido nunca públicamente retirada, por el hecho de su admisión a los sacramentos, y por su deseo de someterse a la legítima autoridad eclesiástica. Cada uno de estos lazos constituye una fuerza que une a los miembros de la Iglesia Católica con Nuestro Señor y entre sí. El espíritu del anticlericalismo es, en última instancia, un intento de ir en contra de estas fuerzas.

Los Católicos están formados en un cuerpo y unidos entre sí por razón de la profesión de la misma fe Cristiana. Son, en este mundo, el grupo o unidad que aceptan explícitamente como verdadera y como una real y sobrenatural comunicación de Dios las verdades que Nuestro Señor enseña en el mundo como divinamente revelado. Por supuesto que puede haber, y de hecho hay, no-miembros de la Iglesia que aun así poseen la verdadera fe divina. Esta clase de personas incluiría a catecúmenos o individuos que desean entrar a la Iglesia, excomulgados y cismáticos que no han pecado contra la fe. Aun así, la única sociedad que auténtica y correctamente profesa esta fe es la Iglesia Católica, la compañía de los discípulos de Nuestro Señor dentro de la cual vive y enseña. La enseñanza de Cristo, el mensaje del Dios vivo, llega a los miembros de la Iglesia a través de la voz de la jerarquía de la Iglesia Católica, la ecclesia docens. Aquel que adopta o incentiva una actitud de oposición o desconfianza a la jerarquía, trabaja, en efecto, para separar los discípulos de Nuestro Señor de Su doctrina. Además, puesto que la profesión de la verdadera fe Cristiana es algo que se lleva a cabo en este mundo siempre y necesariamente solamente ante una muy formidable oposición, el Católico que se opone a sus propios líderes espirituales o que incentiva a otros, está ayudando, sin dudas, al enemigo espiritual de Cristo. La verdadera y bautismal profesión de la fe Cristiana es, por su propia naturaleza, una fuerza que debería agrupar a los Católicos ante un mundo que se opone a la doctrina de Nuestro Señor. Tiende esencial y necesariamente a unir a los Católicos con su clero y jerarquía por medio de lazos de leal reverencia y afecto.

martes, 17 de diciembre de 2019

El Israel de las Promesas, por el P. Murillo (II de VIII)

Reconozcamos ante todo que el Apóstol en la sección Rom. IX-XI plantea en efecto y resuelve el problema sobre el cumplimiento de las promesas hechas a Israel en el Antiguo Testamento. Recapitulando en VIII, 28-30 los dones que deposita el Evangelio mediante la justificación en el alma del creyente, S. Pablo presenta a los justificados bajo la égida omnipotente de la Providencia, la cual desenvuelve y realiza en sus protegidos paso a paso por todo el curso de su vida, el plan completo de la predestinación eterna, haciendo corresponder a ella en el tiempo, primeramente la vocación eficaz, luego la justificación y por último la glorificación final como otros tantos anillos indefectiblemente eslabonados entre sí en la vida del fiel con tan firme consistencia que de parte de Dios, y si por la del creyente no queda, la imagen de Jesús primogénito se va dibujando y perfeccionando en sus hermanos hasta la consumación perfecta, de suerte que la marcha de los acontecimientos durante la carrera del fiel una vez justificado, vaya constantemente convergiendo al cumplimiento puntual del plan divino. Ante ese espectáculo grandioso de la sabiduría y poder de Dios empleados con desvelo paternal en hacer servir al creyente la creación entera, el Apóstol exclama: Dios, como veis, está decididamente de nuestra parte: ¿qué poder contrario será bastante a impedir la obra divina de vuestro glorioso destino? ¡Yo estoy completamente cierto que ni nada n nadie podrá contrastar esa vuestra marcha de triunfo hacia aquel venturoso desenlace! La descripción primero que a nadie, emociona al mismo Apóstol; porque él como nadie sabe apreciar el tesoro inestimable que se encierra en la posesión de los dones aportados por el Evangelio. Por eso le asalta un pensamiento que le contrista; muchos de sus hermanos según la carne están privados de dicha tan inefable y en el ardor de su caridad aceptaría de buen grado ser anatema de Cristo por ellos, es decir, cambiar, si fuera posible, los papeles y verse él privado de la posesión de Cristo en reemplazo de los hombres, como Cristo se había hecho maldición en reemplazo de los hombres (Gal. III, 13). Empieza, pues, la sección siguiente con una sentidísima protesta de su más acendrado afecto al pueblo judío cuyas augustas prerrogativas es el primero en reconocer. Pero al llegar en su enumeración a la de depositario de las promesas (Rom. IX, 4) se renueva con mayor fuerza el reproche tantas veces escuchado en las sinagogas judías desde Damasco hasta Corinto donde escribe: “¡Si Jesús es el Mesías, esas promesas quedan frustradas! Porque ¿a quién fueron hechas sino a la posteridad de Abrahán? ¿Y no somos nosotros esa posteridad? ¿Cómo, pues, nos vemos excluidos de las bendiciones del Evangelio?”.

S. Pablo no puede dejar sin solución un reparo que tan gravemente compromete los atributos de la liberalidad y fidelidad divinas que tan esplendentes brillan precisamente en la obra de la restauración que acababa de describir: por eso exclama en el ν. 6: Οὐχ οἷον δὲ ὅτι ἐκπέπτωκεν ὁ λόγος τοῦ Θεοῦ, “¡Pero no tal, que haya fallado la palabra de Dios!”. El Apóstol niega resueltamente la subsistencia de semejante corolario: la exclusión de los judíos no lleva consigo el incumplimiento de las promesas divinas; y en efecto, a esta conclusión conduce el razonamiento desenvuelto en 6b-13, enlazado con 6a por la causal γὰρ (en efecto). El Apóstol, pues, aborda indudablemente el espinoso problema. Veamos cómo lo resuelve.

sábado, 14 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (IV de VII)


Las Causas de la Unidad Católica

Los miembros de la Iglesia Católica, reunidos como los discípulos de Cristo y en su sociedad, están unidos entre sí con lazos especiales. La eclesiología escolástica ha descripto y definido desde hace tiempo estos lazos de unidad Católica y los ha clasificado en dos géneros de grupos. La Mystici Corporis, la magistral encíclica del actual Santo Padre [Pío XII], al utilizar como lo hace la eclesiología de San Roberto Belarmino, ha hecho de esta definición escolástica la doctrina oficial de la Iglesia Católica. La eclesiología escolástica tradicional y la Mystici Corporis enumeran tres factores como lazos de unión externos, visibles, corpóreos o jurídicos en la Iglesia: profesión de la misma fe cristiana, comunión de los mismos sacramentos cristianos, y sumisión a los legítimos pastores eclesiásticos, en especial y en última instancia al Romano Pontífice, el Vicario de Cristo en la tierra. Como lazos de unión internos o espirituales dentro de la comunidad Católica encontramos enumeradas las tres virtudes teologales de fe, esperanza y caridad[1]. En otras palabras, según la revelación y autoridad de Dios, la unidad de comunión Católica entre los miembros de la Iglesia y con Nuestro Señor necesariamente implica la profesión ante el mundo de la fe bautismal, la admisión a los sacramentos y eventualmente por supuesto a la Eucaristía, el banquete de Cristo en la Casa de Dios que es la Iglesia, y una actividad colectiva unida bajo la dirección de aquellos a los que Dios designó y comisionó para hablar con el poder y la autoridad de su Hijo. Esta unidad, para ser completa, necesita además la posesión actual de la fe, esperanza y caridad de parte de aquellos a los que Dios ha llamado a su glorioso cuerpo.

La extremadamente compleja y sobrenatural unidad del reino de Cristo, en realidad se produce por causas que están en el orden de lo intrínsecamente sobrenatural. La primera de estas causas es la inhabitación de la Santísima Trinidad dentro de esta sociedad visible que es la verdadera Iglesia de Dios. Esta es la inhabitación que es apropiada al Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es la inhabitación según la cual la Santísima Trinidad está presente de una manera especial y sobrenatural en las almas en estado de gracia. Según esta inhabitación, Dios existe en las almas de aquellos que lo conocen sobrenaturalmente, es decir, como es en sí mismo, más que como es conocido simplemente como Causa Primera de las creaturas. Presente de esta manera en el alma, Dios actúa como la causa de la vida de la gracia y como el objeto de la sincera caridad, según la cual es amado porque es conocido sobrenaturalmente. Así, Dios está presente en los Católicos para unirlos por medio del amor dentro de esta sociedad y en los no-Católicos para moverlos a entrar en la Iglesia. La vida de la gracia y la caridad es, en sus implicancias, tanto corporativa y social como individual. El amor con el cual Dios quiere ser amado por las creaturas a las que ha elevado al orden sobrenatural tiene que ser, no simplemente el acto de una persona individual, sino el de una sociedad real y organizada. Así, es perfectamente verdadero decir que Dios habita de esta manera sobrenatural en la sociedad que instituyó como el vehículo del mensaje y vida de su Hijo.

La actividad corporativa de esta sociedad es, sin importar cuál sea la condición espiritual de cualquiera de sus miembros o grupos de miembros, la expresión social de la vida de la gracia. Aquel que es favorecido por Dios con la membrecía en la Iglesia Católica está, por el mismo hecho, comprometido en una sociedad dentro de la cual Dios mismo habita para mantener unidos a los miembros en su obra corporativa de caridad, oración y sacrificio. Tanto los lazos de unidad internos como los externos en la Iglesia Católica dependen directamente de la presencia real y sobrenatural de Dios en ella. El Católico que permite ser engañado en adoptar una actitud anticlerical está frustrando en su propia vida ese movimiento hacia la unidad con sus correligionarios que viene de la inhabitación de la Santísima Trinidad dentro de ella.

Además, la unión real de los miembros de la Iglesia Católica entre ellos y con Cristo es algo debido a la presencia actual de Nuestro Señor dentro de la Iglesia como su Cabeza, Fundador, Protector y Salvador. Los Católicos profesamos la misma fe y poseemos los otros lazos de unión, no debido a ninguna causa social explicable, sino solamente porque constituyen la asamblea de los discípulos de Cristo, la asamblea de los hombres y mujeres a quienes Nuestro Señor eligió y llamó para estar con Él. El poder y la gracia por los cuales pueden vencer las fuerzas adversas del mundo, y permanecer unidos en Cristo, viene solamente de Él. En razón de su presencia y de la gracia que da, sus discípulos constituyen entre ellos y con Él una sociedad verdadera y perfecta, una unidad social a la que se le debe respeto y obediencia, una unidad social más importante y vital que cualquier otra asamblea a la que puedan ser llamados los hombres. Aquel que es lo suficientemente desagradecido como para intentar desacreditar a los representantes visibles de la unidad social dentro de la Iglesia Católica intenta, en cuanto está de su parte, deshacer el trabajo de Nuestro Señor en su Reino.



[1] Cf. AAS XXXV, 7 (20 de Julio de 1943), p. 225 ss.

martes, 10 de diciembre de 2019

El Israel de las Promesas, por el P. Murillo (I de VIII)


El "Israel de las Promesas”
O Judaísmo y Gentilismo en la Concepción Paulina
del Evangelio

Nota del Blog: Magnífico estudio del P. Murillo S.J. (un gran exégeta español de la primera mitad del siglo XX de la misma línea que sus cofrades, los PP. Bover y Leal) sobre un tema interesantísimo, muy actual y no menos difícil de abordar.

Este trabajo fue publicado en Biblica, vol. 2 (1921), pp. 303–335.


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Resumen del autor: Durante el tiempo de la predicación evangélica y la controversia judaica prevalecía esta objeción de parte de los judíos: si Jesús Nazareno es el Mesías y la Iglesia el reino mesiánico, entonces fracasaron las divinas promesas: pues éstas fueron hechas al pueblo judío (Rom. IX, 1-6ª). Pablo trata esta cuestión en Rom. IX-XI. Según A. v. Harnack, el Apóstol propone una doble solución contraria: la primera en los cap. IX-X: las promesas no fallaron ya que el Israel de las promesas no es Israel κατὰ σάρκα (según la carne), sino κατὰ πνεῦμα (según el espíritu); la otra, en el cap. XI: también se cumplirán en Israel κατὰ σάρκα (según la carne), que será llamado al fin de los tiempos. Según nosotros, la cuestión no es la misma en los cap. IX-X y en el XI; en los cap. IX-X se resuelve la duda del Israel de las promesas y Pablo afirma que este es Israel κατὰ σάρκα (según la carne) aunque no sólo por semen carnal. A la evolución de la historia de Israel presidió una “regla de separación” por medio de la selección divina añadida (la intención de Dios según la elección, e.e. la intención electiva). Así, en los hijos de Abraham se elige Isaac y se deja a Ismael; en los hijos de Isaac se elige a Jacob y se deja a Esaú; en tiempos de Elías son elegidos 7000 reliquias, y así hasta la generación contemporánea de Cristo, en la cual son llamados algunos, y abandonada la masa (Rom. IX, 6b-13). Y Dios no es injusto, ya que pudiendo castigar al pueblo que rechazó el Evangelio, no lo hace, sino que pacientemente soporta a los rebeldes (Rom. IX, 14.22-29). - En el cap. XI se objeta: semejante separación de unos pocos equivale a la reprobación del pueblo. Pablo responde: no; ¡ni Dios puede obligar que su Iglesia reúna a quienes rechazan el Evangelio! (Rom. XI, 1) Incluso, este pueblo puede venir ahora mismo, si quiere, y se convertirá al fin de los tiempos (Rom. XI, 11-31).


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I. El problema

El problema que nos proponemos examinar es el de las relaciones que en la concepción paulina del Evangelio median entre el pueblo cristiano admitido a la posesión de las bendiciones mesiánicas, el cual ya desde los principios del cristianismo se compuso, casi en su totalidad, de solos gentiles, y la estirpe carnal de Abrahan. ¿Quién es, en el pensamiento de S. Pablo, el sujeto a quien se hacen en el Antiguo Testamento y en quien se cumplen, con el advenimiento de Jesucristo, las promesas mesiánicas?

sábado, 7 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (III de VII)


Los Motivos del Anticlericalismo

Una supuesta incursión de los clérigos en el dominio puramente civil, lo que Belloc mencionó como la causa original que incitó el anticlericalismo, ha tenido poco que ver con la oposición al liderazgo eclesiástico de parte de Católicos equivocados en países como el nuestro. Dos causas en particular parecen haber motivado en mayor medida semejantes deslealtades entre los miembros de la verdadera Iglesia. La primera es un juicio adverso sobre las conductas o políticas de los eclesiásticos individuales o grupos de eclesiásticos. La segunda es más bien un manifiesto deseo de ser aceptado por el mundo anticatólico.

Lo que es visto como una conducta impropia de parte de los eclesiásticos individuales o grupos de eclesiásticos, objetivamente hablando, no es excusa para adoptar una actitud anticlerical. Si existe un hecho fundamental del que el Católico es perfectamente consciente, por medio de las diversas Parábolas del Reino sacadas de los Evangelios para diversos domingos del año, es la verdad que la Iglesia de Dios en este mundo está formada tanto de miembros buenos como malos. Si el Católico está dispuesto a obedecer a la jerarquía y reverenciar al clero solamente bajo condición que todos los miembros de las diversas órdenes vivan una vida de perfección, entonces la persona está obrando de acuerdo a un postulado radicalmente herético. Podríamos decir que es el punto central en el misterio de la Iglesia que el Cuerpo Místico de Cristo, la casa y familia del Dios vivo es, en este mundo, una sociedad visible y organizada dentro de la cual los malos van a estar mezclados con los buenos hasta el fin de los tiempos.

Nuestro Señor ofreció su oración sacerdotal por esta sociedad, y sólo por ella, con sus miembros buenos y malos. Por su divina constitución es tan visiblemente una en sí misma y con Él que los hombres pueden ver, examinando la Iglesia misma, el carácter de sus miembros como discípulos de Cristo y el propio status de Cristo como el auténtico portador del mensaje de su Padre. Únicamente dentro de esta sociedad los hombres encuentran la hermandad y compañía de Cristo en este mundo. Así, es el único receptor divinamente designado de nuestra lealtad corporativa y sobrenatural a Cristo. El hecho de que haya miembros imperfectos de Cristo tanto entre los laicos como entre el clero de la Iglesia Católica de ninguna manera cancela la deuda de lealtad y caridad que los discípulos de Cristo deben a esta sociedad y a su liderazgo.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

La Restauración del Reino de Israel a la Luz de la Sagrada Escritura, por Mons. Straubinger (IV de IV)


IV

Concluyendo este pequeño estudio, podemos resumir su resultado en cinco puntos:

1) La restauración de Israel en el país de sus padres es objeto de muchas profecías del Antiguo Testamento, y aún en el Nuevo oímos su resonancia.

2) Es imposible referirlas a la Iglesia como si ella fuese aludida en todas ellas. Tampoco es exegéticamente lícito diluirlas en alegorías vacías de realidad.

3) En parte, sí, cumpliéronse estas profecías en el regreso de Judá y Benjamín del cautiverio, pero no volvieron en aquella ocasión los israelitas de las demás tribus. Es de notar que algunas profecías anuncian expresamente la repatriación de todas las tribus, no solamente las del reino de Judá.

4) Hay profecías que combinan la restauración de Israel con su conversión a Cristo.

5) Según los profetas, el día de la restauración y conversión de Israel es un día de gloria y triunfo.

Hasta ahora no conocemos ningún acontecimiento en que coincidan la restauración política por una parte y la conversión por la otra. Debemos, pues, esperar hasta que se cumpla el vaticinio de Zacarías:

“Derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y de plegarias y pondrán sus ojos en Mí a quien traspasaron” (Zac. XII, 10).

Sin embargo, podemos ver su comienzo en los sucesos de los últimos años. Después de la primera guerra mundial el rey de Inglaterra, cual segundo Ciro, prometió a los Judíos, en recompensa de la ayuda prestada a Inglaterra, la creación de un hogar internacional en Palestina (Declaración Balfour). Después de la segunda guerra mundial Estados Unidos y la ONU les prestaron su enorme influencia en la ocupación de la mayor parte de Palestina, incluso el Négueb (Edom), de modo que el nuevo estado de Israel se extiende de mar a mar, del Mediterráneo hasta el golfo de Akaba (Océano Índico). En el mismo intervalo, es decir, en el transcurso de 35 años, la población judía de Palestina ascendió de 35.000 a 1.200.000, debido a la inmigración que actualmente suma 10.000 almas por mes. De esta manera Eretz Israel (País de Israel), como ahora los Judíos llaman a su tierra, ha tomado un aspecto completamente nuevo, nunca visto ni sospechado: enormes progresos técnicos, colonización de tierras incultas y desérticas, instalación de fábricas de toda clase, fundación de institutos culturales, incluso la Universidad Hebrea en Jerusalén. Todo lo cual nos autoriza a suponer, que por lo menos la restauración nacional de los Judíos ha empezado.

En cuanto a su conversión, es verdad que no se han registrado conversiones en masa en ninguna parte, y mucho menos en Palestina misma. Pero notamos con satisfacción que el odio a Cristo ha disminuido hasta tal punto que muchos escritores hebreos reconocen a Jesús como un gran Judío.

Al ocupar el país de sus padres obedecen los Judíos, sin darse cuenta, a un plan divino revelado hace miles de años por boca de los profetas. Es Dios quien los reúne en aquel pequeño territorio, puente entre África, Asia y Europa, para obrar en ellos el misterio predicho por San Pablo. Nada sabemos sobre el modo de su realización, pero estamos seguros de que será llevado a cabo a su tiempo, tal vez cuando menos lo pensemos.

domingo, 1 de diciembre de 2019

El Anticlericalismo y la Unidad Católica, por Mons. J.C. Fenton (II de VII)


La Naturaleza del Anticlericalismo

En sí mismo, el anticlericalismo no es nada más que una antipatía u oposición de parte de los Católicos a la jerarquía o sacerdocio en general y a sus líderes espirituales en particular, por cualquier razón que se adopte semejante actitud. Es esencialmente una falta de los Católicos, aunque las personas culpables de ello no tienen que ser necesariamente laicos y ciertamente no necesitan ser ciudadanos de un país predominantemente Católico. Los ataques de los que están fuera de la Iglesia, por más que se dirijan principalmente contra los líderes espirituales de la Iglesia, no se designa propiamente como una actividad anticlerical.

De hecho, la mayoría de los asaltos y persecuciones que los enemigos de la Iglesia dirigen contra ella, se centra en última instancia en la jerarquía. Aquellos que tienen como fin intentar destruir el reino de Dios sobre la tierra saben perfectamente bien que su trabajo sería no solamente posible sino fácil si pudieran lograr deshacerse de aquellos a quienes Dios puso como gobernantes y maestros de la Iglesia o al menos minimizar su influencia. Tenemos un ejemplo inequívoco del manejo de esta táctica en la conducta de los diversos dictadores comunistas en Europa oriental en este momento. Esos dictadores tienen como política matar o exiliar a los obispos y a los destacados líderes espirituales en los territorios que han tomado por la fuerza, y no han escatimado esfuerzos para hacer que el pueblo Católico se aleje de los que hablan en nombre de Cristo. El anticlericalismo representa, en los rangos Católicos, una tendencia hacia la misma división en la Iglesia de Dios que la que buscan los enemigos de la Iglesia. Es un movimiento dentro de la membrecía de la Iglesia objetivamente hostil a la Iglesia, sea que el individuo anticlerical se dé cuenta o no de la importancia de esta hostilidad. Como tal, difiere esencialmente de la oposición o persecución del clero Católico por parte de los que no son miembros.

La antipatía u oposición por parte de un Católico para con sus líderes espirituales, lo que constituye la esencia del anticlericalismo, es una violación directa de esa caridad o “amor de hermandad” que el discípulo de Cristo está obligado y posee el privilegio de tener para con sus hermanos en la casa de Dios. Donde la caridad demanda una alegre y entusiasta participación en el trabajo corporativo de la Iglesia bajo la dirección de los hombres comisionados por Nuestro Señor para dirigir a los fieles, el anticlericalismo ofrece, cuanto mucho, solamente una respuesta reticente y desconfiada de ese liderazgo. Al quejarse de la posición y el liderazgo de la jerarquía y del clero en general, el anticlerical fomenta discordia y desunión en el Cuerpo Místico de Cristo y dificulta la actividad de la Iglesia Militante que trabaja por la gloria de Dios en contra de la oposición siempre presente de la Ciudad del hombre.

Una manifestación clara del anticlericalismo se encuentra cada vez que, y por la razón que sea, los Católicos hablan y escriben de tal forma que derogan la autoridad e influencia de aquellos responsables ante Dios para guiar a su Iglesia en este mundo. Bajo este título debemos clasificar las quejas y críticas al clero como grupo y a los líderes espirituales individuales, dirigidos por Católicos a sus co-miembros con el fin de disuadirlos del apoyo leal e incondicional debido a la autoridad eclesiástica. Semejante actitud o movimiento de parte de los Católicos, contrario a las exigencias de una sincera caridad para con los líderes de la Iglesia Militante, debe ser tomado como una verdadera expresión del anticlericalismo.