jueves, 12 de septiembre de 2024

Algunas notas a Apocalipsis XVIII, 14-15

 14. Y tu fruto del deseo de tu alma se fue de ti y todo lo pingüe y resplandeciente pereció de tí y no lo hallarán ya. 

Concordancias: 

Ὀπώρα (fruto): Hápax absoluto. 

Ἐπιθυμίας (deseo): Hápax en el Apoc. cfr. Mc. IV, 19; Jn. VIII, 44; Rom. I, 24; VI, 12; XIII, 14; Gal. V, 16.24; Ef. II, 3; IV, 22; Col. III, 5; I Tes. IV, 5; I Tim. VI, 9; II Tim. II, 22; III, 6; IV, 3; Tit. II, 12; III, 3; Sant. I, 14-15; I Ped. I, 14; II, 11; IV, 2-3; II Ped. I, 4; II, 10.18; III, 3; I Jn. II, 16-17; Jud. I, 16.18. 

ψυχῆς (almas): cfr. Apoc. VI, 9; VIII, 9; XII, 11; XVI, 3; XVIII, 13; XX, 4. 

ἀπῆλθεν (se fue): cfr. Apoc. IX, 12; X, 9; XI, 14; XII, 17; XVI, 2; XXI, 1.4. 

Λιπαρὰ (pingües): Hápax absoluto. 

Λαμπρὰ (resplandeciente): cfr. Lc. XXIII, 11; Hech. X, 30; Sant. II, 2-3; Apoc. XV, 6; XIX, 8; XXII, 1.16. 

Ἀπώλετο (perecieron): Hápax en el Apoc. cfr. Mt. V, 29-30; X, 28.39.42; XVI, 25; XXI, 41; XXII, 7; XXVI, 52; Mc. VIII, 35; IX, 41; XII, 9; Lc. IX, 24-25; XIII, 3.5; XVII, 27.29.33; XX, 16; Jn. X, 10; XII, 25; XVII, 12; I Cor. I, 18-19; X, 9-10; II Cor. IV, 3; II Tes. II, 10; Sant. IV, 12; II Ped. III, 6; Jud. I, 5.11. 

Οὐκέτι (ya): cfr. Apoc. X, 6; XVIII, 11. 

Εὑρήσουσιν (hallarán): cfr. Apoc. II, 2; III, 2; V, 4; IX, 6; XII, 8; XIV, 5; XVI, 20; XVIII, 21-22.24; XX, 11.15. 

 

Notas Lingüísticas: 

Zerwick: “ ὀπώρα σου τῆς ἐπιθυμίας τῆς ψυχῆς: frutos con los cuales se deleitaba tu alma”. 

 

Comentario: 

Allo: “ὀπώρα (fruto): fruto de otoño, bueno para cocinar”. 

Zerwick: “Fin del verano, comienzo del otoño, fruto de ese tiempo”. 

Garland: “οὐκέτι οὐ μὴ αὐτὰ εὑρήσουσιν: no más, no, no serán hallados”. La doble negación οὐ μὴ, combinado con no más (οὐκέτι) enfatiza fuertemente la imposibilidad de encontrar jamás estos ítems comerciales en ella. Esto señala la manera de su destrucción que es permanente e irreversible”. 

Swete: “Fruto es el del otoño, maduro para ser cosechado; ver Jer. XL, 10.12; Jud. 12. Justo cuando el fruto del trabajo de muchas generaciones parecía estar listo para caer en la boca, desapareció como un sueño”.

 

15. Los mercaderes de estas cosas, los que se enriquecieron de ella, desde lejos, estarán de pie, por el temor de su tormento, llorando y lamentándose 

domingo, 8 de septiembre de 2024

Algunas notas a Apocalipsis XVIII, 12-13

12. cargamento de oro y plata y piedra preciosa y perlas y lino fino y púrpura y seda y escarlata y todo leño aromático y todo vaso de marfil y todo vaso de leño preciosísimo y bronce y hierro y mármol; 13. y cinamomo y amomo y perfumes y mirra e incienso y vino y aceite y flor de harina y trigo y jumentos y ovejas y (cargamento) de caballos y de carrozas y de cuerpos, y almas de hombres. 

Concordancias: 

Γόμον (cargamento): cfr. Hech. XXI, 3; Apoc. XVIII, 11. 

Χρυσοῦ (oro): cfr. Mt. X, 9; Hech. XVII, 29 Sant. V, 3; Apoc. IX, 7. Ver Apoc. III, 18; XVII, 4; XVIII, 16; XXI, 18.21. 

Ἀργύρου (plata): Hápax en el Apocalipsis. cfr. Mt. X, 9; Hech. XVII, 29; Sant. V, 3. 

Λίθῳ (piedra): cfr. I Cor. III, 12; Apoc. IV, 3; XVII, 4; XVIII, 16.21; XXI, 11.19. 

τιμίῳ (preciosa): cfr. I Cor. III, 12; Apoc. XVII, 4; XVIII, 16; XXI, 11.19. 

Λίθῳ τιμίῳ (piedra preciosa): cfr. Dan. XI, 38; Apoc. XVII, 4; XVIII, 16; XXI, 11.19. 

Μαργαρίταις (perlas): cfr. Mt. VII, 6; XIII, 45-46; I Tim. II, 9; Apoc. XVII, 4; XVIII, 16; XXI, 21. 

Βυσσίνου (lino fino): cfr. Apoc. XVIII, 16 (Babilonia); XIX, 8 (Jerusalén Celeste).14 (ejércitos angélicos). 

Πορφυροῦν (púrpura): cfr. Jn. XIX, 2.5; Apoc. XVII, 4; XVIII, 16. 

Σιρικοῦ (seda): Hápax absoluto. 

Κόκκινον (escarlata): cfr. Mt. XXVII, 28; Heb. IX, 19; Apoc. XVII, 3-4; XVIII, 16. 

Ξύλου (leño): cfr. Apoc. II, 7; XXII, 2.14.19 (Jerusalén Celeste). 

Θύινον (aromático): Hápax absoluto. 

Σκεῦος (vaso): cfr. Apoc. II, 27. 

Ἐλεφάντινον (marfil): Hápax absoluto. 

Χαλκοῦ (bronce): cfr. Apoc. I, 15; II, 18; IX, 20. 

Σιδήρου (hierro): cfr. Apoc. II, 27; XII, 5; XIX, 15. 

Μαρμάρου (mármol): Hápax absoluto. 

Κιννάμωμον (cinamomo): Hápax absoluto. 

ἄμωμον (amono): Con este sentido, Apax absoluto. 

Θυμιάματα (perfumes): cfr. Lc. I, 10-11; Apoc. V, 8; VIII, 3-4. 

Μύρον (mirra): Hápax en el Apocalipsis. cfr. Mt. XXVI, 7.12; Mc. XIV, 3-5; Lc. VII, 37-38.46; XXIII, 56; Jn. XI, 2; XII, 3.5. 

Λίβανον (incienso): Hápax en el Apocalipsis. cfr. Mt. II, 11. 

Οἶνον (vino): cfr. Apoc. VI, 6; XIV, 8.10; XVI, 19; XVII, 2; XVIII, 3; XIX, 15. Ver Lc. X, 34. 

Ἔλαιον (aceite): cfr. Apoc. VI, 6. 

Σεμίδαλιν (flor de harina): Hápax absoluto. 

Σῖτον (trigo): cfr. Apoc. VI, 6. 

κτήνη (jumentos): Hápax en el Apoc. 

Πρόβατα (ovejas): Hápax en el Apocalipsis. cfr. Mt. VII, 15. 

Ἵππων (caballo): cfr. Apoc. VI, 2.4-5.8; IX, 7.9.17.19; XIV, 20; XIX, 11.14.18-19.21. 

Ῥεδῶν (carrozas): Hápax absoluto. 

Σωμάτων (cuerpos): Hápax en el Apocalipsis. 

ψυχὰς (almas): cfr. Apoc. VI, 9; VIII, 9; XII, 11; XVI, 3; XVIII, 14; XX, 4. 

 

Notas Lingüísticas: 

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (V de V)

 Lo mismo ocurre en el Evangelio. Jesús acaba de anunciar su sufrimiento y su muerte, e inmediatamente recuerda que «el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre». Es más, añade: 

«En verdad, os digo, algunos de los que están aquí no gustarán la muerte sin que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su Reino» (Mt. XVI, 27-28). 

¿Cómo hay que entender estas palabras? Todo lo que tenemos que hacer es seguir leyendo para entender lo que significan. 

«Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan su hermano, y los llevó aparte, sobre un alto monte. Y se transfiguró delante de ellos» (Mt. XVII, 1-2). 

¿No es la Transfiguración una visión anticipada del Reino[1], y no son los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, los «algunos» que no morirán «sin que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su Reino»[2].

Ven «la gloria de Jesús» (Lc. IX, 32), antes de presenciar sus sufrimientos, pero luego deben guardar silencio y no contar a nadie lo que han visto, pues estamos en el tiempo de los «misterios» del Reino (Lc. IX, 36).

Sin embargo, al día siguiente, cuando el Maestro llevó aparte a sus discípulos y les dijo por segunda vez: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (Mt. XVII, 22-23), no lo entendieron mejor que antes. 

«Pero ellos no entendían este lenguaje, y les estaba velado para que no lo comprendiesen» (Lc. IX, 45). 

Sí, «les estaba velado», ¡como para tantos cristianos hoy están «veladas» las profecías de las glorias!

Pero hay un anuncio que conviene subrayar aquí. Cuando, por cuarta vez, Jesús habla a los Doce de su sufrimiento y muerte, añade un detalle muy llamativo: 

«El Hijo del Hombre será entregado a los gentiles». 

Esto es lo que harán los líderes espirituales de Israel. En lugar de llevar el Evangelio a las naciones, y ser el pueblo de sacerdotes que el Señor había querido que fueran, entregarán a su Mesías y a su Rey «a las naciones», a los romanos, para que lo crucifiquen. Para los propios Apóstoles, todo esto es también un lenguaje oculto, cuyo significado no captan, sumamente impresionante y en conmovedora relación con el conjunto de nuestro estudio.

sábado, 31 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (IV de V)

  Aquí llegamos a un punto crucial en el ministerio terrestre de Jesucristo. Esta generación perversa rechaza la palabra del reino (Mt. XIII, 19); rechaza «al Rey» que vino a ella.

Entonces Jesús lanzó las primeras maldiciones contra los pueblos de Galilea que habían presenciado tantos milagros, pero no habían creído (Mt. XI, 20-24). Cita el ejemplo de los paganos, los ninivitas, que creyeron las palabras del Profeta Jonás: 

«Los ninivitas se levantarán, en el día del juicio, con esta raza y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; ahora bien, hay aquí más que Jonás» (Mt. XII, 41). 

La llamada al arrepentimiento aparece aquí por última vez; no volverá a aparecer en el Evangelio de Mateo, pero la volvemos a encontrar al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (II, 38; y más tarde en III, 19; XXVI, 20). Este recordatorio es muy significativo. El propio Talmud proclama la necesidad del arrepentimiento para que venga el Mesías: 

«Si Israel se arrepintiera un solo día, el hijo de David llegaría inmediatamente». 

A partir de entonces, Jesús dejó de actuar y de hablar abiertamente. Alabó a su Padre por haber ocultado las cosas del Reino «a los sabios y prudentes» para revelárselas «a los pequeños» (Lc. X, 21-22). A menudo prohibió que se dieran a conocer sus milagros (Mt. XII, 16). Tanto sus discursos como sus milagros habían marcado su carácter mesiánico y divino, pero a partir de ahora hablaría en «parábolas».

El Sermón de la Montaña –con vistas al reino venidero– no estaba oculto ni velado; era una llamada a la santidad, en lenguaje claro, para todos los que quisieran oírlo (Mt. VII, 28-29).

Pero ahora, cuando Jesús vio que la multitud se le acercaba a orillas del lago Tiberíades, subió a una barca, se alejó un poco de la orilla y «les habló en parábolas». Dejó de anunciar la llegada inminente del Reino, sino que habló de «los misterios del reino de los cielos» (Mt. XIII).

A los discípulos que se le acercaron y le preguntaron: 

martes, 27 de agosto de 2024

P. Federico Guillermo Faber, Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa (Reseña)

 P. Federico Guillermo Faber,

Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa

(Reseña)

CJ Traducciones, 2024, pp. 71

 


En tiempos de tanta confusión, siempre es bueno volver a los grandes autores en busca de luz.

El mismo León Bloy tenía al P. Faber como el mejor autor ascético del siglo XIX, y es cierto que sus libros, la mayoría de los cuales fueron traducidos al español, son una fuente inagotable para el alma sedienta de las verdades divinas y de la vida espiritual.

Se trata de dos sermones pronunciados por el P. Faber a sus feligreses.

Devoción a la Iglesia fue predicado en Pentecostés del año 1862 y publicado a instancias de voces amigas, como lo indica en su dedicatoria.

Con ocasión del pecado contra el Espíritu Santo, “pecado que no tiene perdón ni en este siglo ni el otro”, el P. Faber desarrolla sus pensamientos en torno al amor y devoción que debemos tener a la Iglesia para evitar caer en ese pecado.

Páginas de indudable inspiración, como nos tiene acostumbrados, nos dirán: 

“Pero podemos olvidar, y a veces lo hacemos, que no sólo no es suficiente amar a la Iglesia, sino que no es posible amarla correctamente a menos que también la temamos y reverenciemos.

Nuestro olvido de esto surge de no haber establecido con suficiente profundidad en nuestras mentes la convicción del carácter divino de la Iglesia. La Iglesia, si se nos permite hablar así, se ve a sí misma en su propia luz, porque hace más de lo que necesita hacer, más de lo que le corresponde. Es exuberante porque es divina. Crea civilizaciones. Fomenta las ciencias. Casi diríamos que crea las artes. Por lo tanto, la gente llega a pedirle lo que sólo ha sido un desbordamiento de sus dones, pero que no pertenece estrictamente a su misión.

Esto puede confundir incluso a las mentes católicas, desconcertarlas y distraerlas de la verdadera cuestión. La cantidad misma de grandeza humana que hay alrededor de la Iglesia nos hace olvidar ocasionalmente que no es una institución humana.

De ahí viene ese tipo incorrecto de crítica que olvida o ignora el carácter divino de la Iglesia.

De ahí viene el hecho de establecer nuestras propias mentes y nuestras propias opiniones como criterios de verdad, como estándares para la conducta de la Iglesia.

De ahí viene sentarse en juicio sobre el gobierno y la política de los Papas. De ahí viene esa preocupación no filial e insegura de separar en todos los asuntos de la Iglesia y el Papado lo que nosotros consideramos divino de lo que nosotros afirmamos como humano.

De ahí viene la inquietud irrespetuosa por distinguir entre lo que debemos conceder a la Iglesia y lo que no necesitamos concederle.

De ahí viene la ansiedad irritable por ver que lo sobrenatural esté bien subordinado a lo natural, como si realmente creyéramos que debemos esforzarnos al máximo ahora para evitar que un mundo demasiado crédulo caiga víctima de un excesivo clericalismo y ultramontanismo. Los hombres saben muy bien que estos no son nuestros peligros reales. Los presentan deshonestamente, como un pretexto, y para encubrir su propia deslealtad real.

sábado, 24 de agosto de 2024

León Bloy, en las Tinieblas (Reseña)

 León Bloy, en las Tinieblas (Reseña)

CJ Traducciones, 2024, p. 113


 

En esta ocasión presentamos una nueva traducción completa (mejorada en algunos aspectos, con respecto a la ya existente) de este libro póstumo de León Bloy.

El hermoso prólogo es obra del profesor Daniel Teobaldi.

Decíamos en su momento: 

En las Tinieblas forma parte del selecto grupo de libros póstumos publicados por su maravillosa esposa Jeanne Molbech; se trata, tal vez, de uno de los libros menos conocidos del autor, pero no por ello menos importantes, entre otras razones porque tenemos al escritor, no sólo en toda su madurez sino también en su senectud, cuando ya las luchas de esta vida habían pasado y donde todo hombre puede repetir como Bloy en la primera de sus Méditations d´un SolitaireJe suis seul”. 

Meditaciones de un solitario, será, Deo volente, la próxima traducción de León Bloy, a la que seguirá Juana de Arco y Alemania.

Por ahora el libro puede conseguirse en Amazon AQUÍ, aunque pronto estará disponible en papel en Argentina, de la mano de Lectio.

viernes, 23 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (III de V)

Creemos que el mundo no se convertirá, que las naciones no serán verdaderamente cristianas hasta el siglo venidero, después del regreso del Señor, cuando el reino de Dios se instaure en la tierra[1].

Volvamos, pues, al «Evangelio del Reino» (Mt. IV, 23), tal como lo anunció Nuestro Señor Jesucristo.

¿Por medio de qué signos podían reconocer con certeza los que tenían ojos para ver que por fin se acercaba la venida del Reino?

La respuesta es clara: por los milagros, por los signos de un orden particular y claramente determinados de antemano, que todo judío instruido en las Escrituras conocía.

El Profeta Isaías escribió: 

«Decid a los de corazón tímido: “¡Buen ánimo! no temáis. Mirad a vuestro Dios… Él mismo viene, y os salvará”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y serán destapados los oídos de los sordos; entonces el cojo saltará cual ciervo, exultará la lengua del mudo» (Is. XXV, 4-6). 

Comparemos este anuncio profético con la respuesta del Señor Jesús a los discípulos de Juan el Bautista, que le preguntaron si él era realmente «el que había de venir», es decir, el Mesías: 

«Jesús les respondió y dijo: “Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: ciegos ven, cojos andan, leprosos son curados, sordos oyen, muertos resucitan, y pobres son evangelizados, y bienaventurado el que no se escandalizare de Mí”» (Mt. XI, 2-6). 

Cuando el Señor entró en la sinagoga de Nazaret el sábado, leyó un pasaje del Profeta Isaías: 

«El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió; Él me envió a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberaron, y a los ciegos vista, a poner en libertad a los oprimidos, a publicar el año de gracia del Señor… Entonces empezó a decirles: “Hoy esta Escritura se ha cumplido delante de vosotros”» (Lc. IV, 16-21; Is. LXI, 1). 

Así fue como «recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando EL EVANGELIO DEL REINO y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt. IV, 23-25; ver también IX, 35).

A los Apóstoles enviados en misión les ordena: 

«Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad fuera demonios» (Mt. X, 8). 

Las posesiones demoníacas, pero también el poder de expulsar a los demonios, eran de hecho un signo destacado de la llegada del reino (Mt. X, 1; XII, 28; Lc. IV, 40-44).