Jesús recomendó una actitud de circunspección, sobre todo a los que vean “la abominación de la desolación, predicha por el profeta Daniel, instalada en el lugar santo, el que lee, entiéndalo” (Mt. XXIV, 15). ¡Qué suprema gravedad en semejante situación! No habrá ni un minuto para perder; será preciso separarse resueltamente de todo y huir al desierto.
“Los que estén en Judea, huyan a las montañas; quien se encuentre en la terraza, no baje a recoger las cosas de la casa; quien se encuentre en el campo, no vuelva atrás para tomar su manto” (Mt. XXIV, 16-18).
“Acordaos de la mujer de Lot” (Lc. XVII, 32).
No está permitida ninguna hesitación; el peligro es terrible y muy cercano.
“Porque habrá, entonces, grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá más. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie se salvaría; más por razón de los elegidos serán acortados esos días” (Mt. XXIV, 21-22).
Lo que Dios pedirá a su pueblo es romper radicalmente toda relación con el impostor y esconderse en el desierto. Los que no huyan serán martirizados por el impío, antes que el Señor vuelva.
“Primero debe venir la apostasía y hacerse manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; el adversario, el que se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse él mismo en el templo de Dios, ostentándose como si fuera Dios... (aquel inicuo) cuya aparición es obra de Satanás con todo poder y señales y prodigios de mentira, y con toda seducción de iniquidad para los que han de perderse (II Tes. II, 3-4.9-11).
¡Qué inmenso peligro dejarse seducir por los milagros no controlados!
El Anticristo acumulará lo maravilloso; las fuerzas magnéticas, los poderes físicos, los espíritus de demonios estarán a sus órdenes; pero sobre todo el Diablo tendrá junto a sí un jefe para su propaganda, un fascinador de las masas que los seducirá por medio de sus discursos, “el Falso Profeta”, llamado también “la Bestia de la tierra”.