domingo, 29 de agosto de 2021

La Necesidad de la Definición de la Infalibilidad Papal por parte del Concilio Vaticano, por Mons. Fenton (V de V)

 La Enseñanza Galicana 

La tesis que sostenía la infalibilidad papal había obtenido el estatus de una proposición que debía sostenerse de fide basado en la autoridad del magisterio ordinario y universal de la Iglesia cuando, en 1682, aparecieron los infames Cuatro Artículos del Clero Galicano. El cuarto, y el más peligroso de los artículos, enseñaba que 

“Aunque el Sumo Pontífice tiene la parte más importante que desempeñar en cuestiones de fe, y aunque sus decisiones pertenecen a todas y cada una de las Iglesias, su juicio no es totalmente definitivo (irreformable) a menos que se dé el consentimiento de la Iglesia[1]. 

Este artículo negaba absolutamente cualquier infalibilidad real en las decisiones del Pontífice romano como tal, y devolvía el carisma de la infalibilidad a la Iglesia en su conjunto. 

Detrás de los Artículos galicanos se encontraba el poder político del Reino de Francia. Como grupo, los escritores franceses de manuales teológicos se apresuraron a incorporar estos Artículos en sus exposiciones de eclesiología. Debido a la amplia influencia de los textos teológicos franceses, el error se extendió por otras tierras, y no siempre con la delicadeza de redacción que caracterizaba los escritos de los galicanos franceses más moderados. Así, la infeliz "Protestación" presentada por el Comité Católico en Inglaterra en 1789 y firmada por una gran mayoría de los influyentes católicos ingleses de ese día, contiene la escueta declaración de que 

No reconocemos ninguna infalibilidad en el Papa[2]. 

Al menos durante un tiempo, John England, el más influyente de los primeros obispos católicos estadounidenses, cayó en el mismo error. Al responder al “Mount Zion Missionary”, el obispo England declaró que 

“Algunos teólogos opinan que el Papa, bajo ciertas circunstancias, es infalible al dar sus decisiones doctrinales”, 

pero, en la medida en que esta enseñanza se presentaba como un artículo de fe católica, el obispo de Charleston prefirió “tomarse la libertad de rechazarla rudamente”[3]. 

jueves, 26 de agosto de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Primera Parte, Adán Rey

 PRIMERA PARTE

 1) Adán Rey 

“¡Oh Yahvé, Señor nuestro

cuán admirable es tu Nombre en toda la tierra!...

Cuando contemplo tus cielos, hechura de tus dedos,

la luna y las estrellas que Tú pusiste en su lugar...

¿Qué es el hombre para que Tú lo recuerdes,

o el hijo del hombre para que te ocupes de él?” 

Los esplendores del mundo estelar, que canta el Salmista, tienen una magnificencia tan extendida que parece que el hombre queda eclipsado ante grandezas tan inconmensurables, ante cálculos que nos sumergen en la admiración. Si la tierra es menor que un pequeño punto sobre la “i” entre las millones de letras que componen una biblioteca de grandes infolios, ¿qué es, pues, el hombre perdido en el seno de tales inmensidades? 

Pero el canto inspirado responde la inquietante pregunta: “¿Qué es el hombre?”, y la respuesta es magnífica: 

“Tú lo creaste poco inferior a los ángeles,

le ornaste de gloria y de honor.

Le diste poder sobre las obras de tus manos,

y todo lo pusiste bajo sus pies:

las ovejas y los bueyes todos,

y aun las bestias salvajes,

las aves del cielo y los peces del mar”. 

Sal. VIII, 2-9 

Dios, pues, había “ornado de gloria y de honor” a Adán. Le había dado una gran parte de su autoridad al encargarle la dominación de la tierra y del mundo animal. 

Adán era rey. Le correspondía dominar a los animales; de manera muy real, todas las cosas terrestres estaban puestas bajo sus pies. 

“Sed fecundos y multiplicaos, y henchid la tierra y sometedla; y dominad sobre los peces del mar y las aves del cielo, y sobre todos los animales que se mueven sobre la tierra” (Gén. I, 28). 

lunes, 23 de agosto de 2021

La Necesidad de la Definición de la Infalibilidad Papal por parte del Concilio Vaticano, por Mons. Fenton (IV de V)

 La Enseñanza Perfeccionada 

La torpeza que había caracterizado gran parte de la presentación de la enseñanza sobre la infalibilidad papal durante los primeros días de la actividad de la Contrarreforma desapareció de la escena teológica con el advenimiento de aquellos gigantes que fueron la gloria de las escuelas católicas durante la última parte del siglo XVI y la primera parte del XVII. Estos escritores de la edad de oro de la teología (desde los días de Cano hasta la época de Sylvius), hicieron algo más que afirmar la tesis de la infalibilidad papal. Hicieron su gran contribución en este campo por su delineación exacta y científica de la naturaleza y características precisas de la prerrogativa pontificia, y por la elaboración de las pruebas teológicas clásicas, manifestando el hecho de que su tesis es realmente parte de la revelación pública divina. Además, indicaron la calidad de la tesis y las censuras teológicas a las que estaba sujeta la contradicción de esta enseñanza. Para el propósito de este trabajo, bastará con ver cómo algunos de los más importantes teólogos postridentinos formularon sus conclusiones sobre la cuestión de la infalibilidad papal y conocer el grado de certeza que atribuyeron a estas tesis. 

Tomás Stapleton (1598), profesor tanto en Douai como en Lovaina, enseñó como doctrina 

“Ahora cierta y recibida entre los católicos” la tesis de que, “aunque el Romano Pontífice, como persona privada, es tan capaz de equivocarse en materia de fe como de pecar en materia de moral, sin embargo, como persona pública, es decir, cuando responde y decide una cuestión de fe sobre la que ha sido consultado, nunca ha enseñado en ningún momento doctrina herética, ni puede enseñar tal doctrina”[1]. 

Stapleton redactó su tesis para evitar dos errores opuestos, el uno, la opinión de Alberto Pighius (1542), un teólogo católico que había afirmado que el Papa, como persona privada, es incapaz de equivocarse, y el otro, la enseñanza de Gerson, Occam, Almain (y con Almain la mayoría de los maestros parisinos), Alfonso de Castro, Adrián Boyens (después Papa Adrián VI) y Durando. Evidentemente, Stapleton consideró la tesis como algo más que una conclusión teológica ordinaria, ya que, aunque se niega a admitir que los opositores a la infalibilidad papal hayan enseñado herejías, insiste en que son culpables de ignorancia y temeridad, especialmente los más recientes entre ellos. Stapleton enumera a Santo Tomás, Netter y Torquemada como escolásticos más antiguos junto a sus propios contemporáneos, Pighius, Cano, San Juan Fisher y Cayetano en apoyo de su enseñanza. 

San Roberto Belarmino (1621), que contribuyó más que ningún otro teólogo individual a la formación de la tesis sobre la infalibilidad papal, caracterizó la enseñanza de Gerson y Almain como “totalmente errónea y próxima a la herejía”[2]. Por otro lado, aceptó la opinión de Pighius como “probable” y la defendió[3]. Su enseñanza esencial sobre la infalibilidad se resume en tres proposiciones.

viernes, 20 de agosto de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Puesta al día

    Puesta al día 

Pero si habíamos tenido, hace diez años, una tendencia a pensar en un Reino visible y permanente de Cristo sobre la tierra, hemos, desde entonces, reformado nuestra opinión[1]. Profundizando los textos escriturísticos, hemos llegado a creer que no habrá presencia continua de Cristo durante el Reino mesiánico –reservado muy particularmente a Israel y no a la Iglesia– y que no hay actualmente presencia visible del “príncipe de este mundo”; el cual dirige, sin embargo, la política mundial y se sirve, en forma más o menos completa, de los gobiernos. 

Creemos que Nuestro Señor gobernará invisiblemente, por medio de los jefes de estado vueltos cristianos según la plenitud del término y que así se podrán realizar esas predicciones misteriosas de un “gran monarca”, sometido a Cristo, y poseyendo una jurisdicción extendida sobre una parte de Europa. 

Nos fue, pues, fácil adherir por completo al decreto del Santo Oficio del 21 de julio de 1944 sobre el milenarismo mitigado, 

El sistema que enseña que [...] antes del Juicio Final, Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra para reinar” y que “no puede ser enseñado con seguridad”.

 Pero si rechazamos la idea de un Reino visible de Cristo sobre la tierra, protestamos contra publicaciones católicas – tales como La Documentation catholique y La Croix que hablan erróneamente de “condena”, y pueden arrojar así la confusión en los espíritus de aquellos que aman, con un corazón vibrante y ardiente, “su Venida y su Reino”. 

Esta espera, que fue la de los Apóstoles, la de san Pedro, la de los primeros cristianos, la de los primeros apologetas, como san Ireneo y san Justino, no puede ser condenada. San Jerónimo, que no compartía las opiniones “milenaristas” de los primeros Padres, a causa de las deformaciones antiescriturísticas que se habían introducido posteriormente y de ciertos quiliastas con concepciones materialistas, escribía: 

“Cosas que, aunque no sigamos, no podemos empero condenar, porque muchos de los varones eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido, y a Dios se reserve la resolución” (ML 24, 801). 

“Que cada cual abunde en su sentido”. Tal es siempre la doctrina de la Iglesia en lo que no ha definido. 

El Papa León XIII escribía en la encíclica Providentissimus Deus: 

“Porque en aquellos pasajes de la Sagrada Escritura que todavía esperan una explicación cierta y bien definida, puede acontecer, por benévolo designio de la providencia de Dios, que con este estudio preparatorio llegue a madurar”. 

La hora es demasiado grave para no proponer a los creyentes – y también a todos aquellos que buscan, tan a menudo, en las ciencias ocultas, un apaciguamiento a sus angustias – una respuesta a sus inquietudes, cuando preguntan, sobre todo después de la bomba atómica: “¿No es pronto el fin del mundo?”. 

“El fin del mundo” no, sino el fin de “esta generación”; el fin de esta “edad mala”, sí, sin poder precisar de ninguna manera, pues “no os corresponde conocer tiempos y momentos que el Padre ha fijado con su propia autoridad” (Hech. I, 7). 

Lejos, pues, todo pensamiento curioso, inquieto, impaciente, sobre el año, día u hora del Retorno de Cristo; pero con una certeza – una esperanza invencible – esperamos la manifestación de ese día y la gloria del Señor, dejándonos penetrar, desde ahora, por “la bondad de la palabra de Dios y las poderosas maravillas del siglo por venir” (Heb. VI, 5).


[1] Nota del Blog: Feliz cambio de posición de la autora, en consonancia con los mejores autores (Ramos García, Van Rixtel y, por supuesto, Lacunza) y, más importante aún, con el decreto del Santo Oficio, como dirá a continuación.

martes, 17 de agosto de 2021

La Necesidad de la Definición de la Infalibilidad Papal por parte del Concilio Vaticano, por Mons. Fenton (III de V)

 Enseñanzas de la Pre-reforma y de la Contra-reforma 

El polemista carmelita Thomas Netter de Walden (1430) fue catalogado por teólogos posteriores como un destacado defensor de la doctrina de la infalibilidad papal. Afirmaba que 

“El juicio y la decisión del Papa eran considerados como completamente definitivos (pro irrefragabili) por los Padres”[1]. 

Netter sostenía también que 

“La sabiduría cristiana fluye de la Iglesia romana como de una fuente”[2] y que “la Iglesia romana ha permanecido incorrupta en la fe hasta el día de hoy[3]. 

Mucho más explícita, sin embargo, fue la enseñanza del cardenal dominico Juan de Torquemada (1468), quien enseñó que 

“Es función del Romano Pontífice determinar el contenido de la fe, determinar los sentidos de la Sagrada Escritura y aprobar o desaprobar las enseñanzas orales o escritas de los demás padres de la Iglesia”[4]. 

Fue enseñanza formal de Torquemada que 

El juicio de la Sede Apostólica no puede errar sobre las cosas que son de fe o que necesarias para la salvación del hombre[5]. 

Tal distinción fue utilizada por el propio Concilio Vaticano, al hablar de la infalibilidad del Santo Padre en materia de fe o moral. 

Un cardenal dominico posterior, Tomás de Vío Cayetano (1534), también enseñó de forma precisa y explícita sobre este punto. 

Un error del Papa en una decisión definitiva sobre la fe sería un error de toda la Iglesia, y en realidad un error de la Iglesia universal en su cabeza y en sus miembros, ya que es su función adoptar las decisiones definitivas sobre la fe, como muestra Santo Tomás en el capítulo 67 de su tratado Contra errores Graecorum basándose en la autoridad de Cirilo y Máximo, y como demuestra a partir de la razón en IIa IIae, q. 1, art. 10. Pero es imposible que la Iglesia universal se equivoque en la fe. Por consiguiente, es imposible que el Papa se equivoque en la fe en una sentencia definitiva dada con autoridad”[6]. 

sábado, 14 de agosto de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Testimonio

   Testimonio 

El que Vuelve primero, Los poderes del mundo futuro después, aportaron nuestro doble testimonio sobre las grandes luces que hemos recibido y sobre ciertas luchas que hemos conocido antes de transmitir – pero con cuánta hesitación al principio – la sublime certeza que desbordaba de todo nuestro ser: Cristo debe volver para establecer un Reino de justicia y de paz, antes de las transformaciones profundas del cosmos, antes de los Nuevos Cielos y Nueva Tierra. 

Hemos soltado un gran grito, hemos lanzado un gran llamado, para invitar a numerosos cristianos a voltear, con una completa esperanza, hacia una alegría radiante, hacia el día de Cristo, “esperando y apresurando”, con el corazón ardiente de amor, su gloriosa Venida. 

Evidentemente, hemos debido renunciar a ciertos razonamientos intelectuales, a un escepticismo innato ¡ay!, al corazón del hombre, para progresar como un niño. Creemos que ahí está el secreto, que Jesús ha revelado: “Si no volviereis a ser como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt. XVIII, 3). 

¡Sí, en el misterio del Reino, en el del Siglo futuro! 

Y en otra parte agregó: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mantenido estas cosas escondidas a los sabios y a los prudentes, y las has revelado a los pequeños” (Lc. X, 21). Los secretos de los cielos son para los pequeños. ¿Queréis penetrar esos secretos de los cielos? 

Yo quise penetrarlos... me puse en la escuela de la Palabra de Dios, con paciencia, con perseverancia, sobre todo con oración. La luz entonces me atravesó. 

miércoles, 11 de agosto de 2021

La Necesidad de la Definición de la Infalibilidad Papal por parte del Concilio Vaticano, por Mons. Fenton (II de V)

La Finalidad de una Definición Infalible 

El Concilio Vaticano se pronunció para definir la doctrina de la infalibilidad papal “para gloria de Dios nuestro Salvador, para la exaltación de la religión católica y para la salvación de los pueblos cristianos”[1]. El pronunciamiento sobre la Inmaculada Concepción fue emitido “para el honor de la santa e indivisa Trinidad, para la debida reverencia hacia la Virgen Madre de Dios, para la exaltación de la fe católica y para el incremento de la religión cristiana”[2]. La gloria es un conocimiento claro con alabanza. La gloria divina que debe ser promovida por una definición infalible de la Iglesia católica es, en última instancia, el reconocimiento amoroso de Dios en la visión beatífica. Dios es glorificado sobrenaturalmente en este mundo por los fieles que le sirven en caridad. La Iglesia define y enseña para que los hombres que nacen en este mundo en pecado original puedan, por medio de la verdad divinamente revelada y confiada a la Iglesia, unirse a Nuestro Señor en la sociedad de sus discípulos y, por su unión viva e interior con Él, pasar al estatus de la Iglesia triunfante, para ver a Dios y bendecirlo para siempre. La Iglesia emite sus solemnes juicios dogmáticos para presentar el mensaje divino con mayor precisión, y así contribuye a la gloria de Dios, al progreso y al honor de la religión cristiana, y a la salvación del pueblo cristiano.

Oportunidad y Necesidad 

En las circunstancias concretas en las que se emite, cada definición realmente alcanza y avanza los altos fines que la Iglesia tiene en mente. Sin embargo, en cada caso individual debe haber alguna razón precisa por la que se requiere un pronunciamiento doctrinal. Afortunadamente, tanto la Ineffabilis Deus como la constitución Pastor aeternus del Concilio Vaticano aluden a las razones y a la urgencia de las definiciones que contienen. 

El Papa Pío IX, en la Ineffabilis Deus, declaró que la definición de la Inmaculada Concepción era oportuna. 

“Y así, muy confiados en Dios de que ha llegado el momento oportuno de definir la Inmaculada Concepción de María, la santísima Madre de Dios... tomando todo en la más diligente consideración, y habiendo orado continua y fervientemente a Dios, hemos decidido que no debemos demorar más la sanción y la definición de la Inmaculada Concepción de la Virgen por nuestra suprema autoridad, y que debemos satisfacer así los piadosos deseos del mundo católico y nuestra propia devoción a la Santísima Virgen[3]. 

Los piadosos deseos del mundo católico fueron la fuerza decisiva que hizo deseable la definición de la Inmaculada Concepción. Esta doctrina fue llevada al primer plano dentro de la verdadera Iglesia de Dios en gran medida porque los propios miembros de la Iglesia se volvieron, a través de los siglos, cada vez más entusiastas devotos de Nuestra Señora en razón de su Inmaculada Concepción. Esta devoción, cada vez mayor, exigió y procuró a la ciencia de la sagrada teología un examen especialmente profundo de la doctrina. La devoción y la consiguiente investigación teológica condujeron a la serie de peticiones del clero y de los laicos a las que el Papa Pío IX aludió en la Ineffabilis Deus[4]. La presencia de tales peticiones fue, dadas las circunstancias, suficiente para hacer oportuna la definición de la Inmaculada Concepción. 

domingo, 8 de agosto de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Introducción

   Introducción 

El pasado nos habla con fuerza si sabemos hacer silencio en medio del ruido y de las muy variadas reacciones de nuestro siglo desordenado, de este siglo que amenaza derrumbarse lamentablemente, sepultado bajo los grandes descubrimientos del cerebro humano. El arte medieval nos va a hablar antes que nadie. 

Transportémonos a la catedral de Torcello, a esa ciudad construida en medio de la laguna que Venecia domina como reina, y cuyos encantos inolvidables llenan nuestro corazón con el recuerdo de los gondoleros, con sueños dorados, con el resplandor de los canales. 

Pero en la catedral de Torcello somos llevados ante realidades severas, poderes de fuego, fuerzas de juicio. Dejando en la penumbra las escenas del descenso a los limbos, del abismo del infierno, de los jardines celestiales, de los cuales los artistas de la Edad Media fueron a menudo los videntes ingenuos y a veces desorganizados, fijaremos nuestros ojos con atención sobre el centro de un gran mosaico; se unirán e incrustarán junto a las miles de pequeñas piedras multicolores, a fin de comprender el gran contraste que se ofrece a nuestras miradas sorprendidas. 

¿Qué vemos? 

Un trono vacío, preparado magníficamente, como el de los emperadores. Detrás de él los instrumentos de la Pasión de Cristo, cuyos guardianes son los ángeles. ¡Un trono vacío...! Sin embargo, un libro, ricamente decorado, con preciosos cierres, está puesto encima, y al pie del trono dos personajes, un anciano y una mujer, están de rodillas, encogidos como condenados a muerte. Ligeramente a la derecha, en una gran mandorla irisada con los colores del arco iris, Cristo desciende de los cielos, rodeados de ángeles como asesores. ¡Qué deslumbrante esplendor! 

¿Una enigmática puesta en escena, diréis? En otro tiempo no lo era. ¡El oriente bizantino la llamaba: “Preparación del trono”! 


Los dos suplicantes, ante el trono vacío, son Adán y Eva que, desde el Edén, esperan la Venida en gloria del segundo Adán, de Aquel que, después de haber lavado el pecado con su sangre, recogerá la herencia que Dios había puesto en Adán, rey de la creación. 

jueves, 5 de agosto de 2021

La Necesidad de la Definición de la Infalibilidad Papal por parte del Concilio Vaticano, por Mons. Fenton (I de V)

 La Necesidad de la Definición de la Infalibilidad Papal

por parte del Concilio Vaticano, por Mons. Fenton 

Nota del Blog: El siguiente texto está tomado del American Ecclesiastical Review CXV (1946), pp. 439-457.

 

*** 

Hay dos razones, escribió el gran cardenal Manning, por las que la Iglesia, desde el principio, ha definido las doctrinas de la fe: una, para hacerlas claras, definidas y precisas; la otra, para defenderlas y ponerlas fuera de duda cuando han sido puestas en tela de juicio[1]. 

La definición del Papa Pío IX de la Inmaculada Concepción de la Virgen fue motivada obviamente por la primera de estas dos razones. La segunda influyó en el Concilio Vaticano para emitir su juicio solemne sobre la infalibilidad papal. Además, el Concilio consideró necesaria esta definición. Dado que el interés contemporáneo por la doctrina de la Asunción de Nuestra Señora ha centrado la atención de los católicos en el proceso de una definición doctrinal infalible, y dado que algunos escritos recientes se han empeñado en tergiversar los efectos de la fórmula vaticana, debería ser útil para nosotros examinar los antecedentes y la naturaleza de esa necesidad que el Concilio alegó para su pronunciamiento sobre el magisterio infalible del Romano Pontífice. 

 

La Naturaleza de una Definición Dogmática Infalible 

Una definición ex cathedra del Romano Pontífice o una sentencia solemne de un Concilio Ecuménico es siempre esencialmente la proposición infalible de una declaración definitiva como expresión de una verdad comunicada por Dios como parte de la revelación pública divina sobrenatural. Así, en la Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX dice de la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen que 

“Ha sido revelada por Dios y es, por lo tanto, algo que todos los fieles deben creer firme y constantemente”[2]. 

Al proclamar la verdad divina de la infalibilidad papal, el Concilio Vaticano utilizó las palabras 

“Enseñamos y definimos que es un dogma divinamente revelado”[3]. 

lunes, 2 de agosto de 2021

He aquí que vengo, por Magdalena Chasles, Prólogo

 He aquí que vengo 

Nota del Blog: Comenzamos la publicación de este hermoso libro de la reconocida autora francesa. El texto original puede leerse AQUI. 

 

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Prólogo 

Numerosos son los lectores que amaron y propagaron El que Vuelve. Ahora propondremos un trabajo más considerable, más ordenado, más documentado, cargado de conocimientos bíblicos profundizados desde hace trece años; un trabajo que, esperamos, aportará no sólo la pequeña chispa que brota de El que Vuelve y encendió un brasero de alegría para algunos y un fuego de contradicción para otros, sino un trabajo que transmitirá una inmensa llama de certeza, esperanza, amor y adoración ante la acumulación de hechos históricos y anuncios proféticos consignados en el “rollo del Libro” que Jesucristo ha venido a vivir para nosotros en la humillación, el dolor y el sufrimiento, en su Primera Venida – rey coronado de espinas, con el cetro de escarnio – y que vendrá a desenrollar “otra vez para los que le están esperando” (Heb. IX, 28), en adelante coronado de gloria, rey de justicia y de paz. 

No procederemos por medio de la discusión – como tampoco lo hicimos en El que Vuelve y en Los Poderes del Mundo Futuro –, pues creemos que los textos sagrados hablarán a los corazones sinceros, provocarán la fe de nuestros lectores por medio de la certeza y el control histórico de la deslumbrante realización de las profecías mesiánicas de la Primera Venida de Cristo, Hijo de Dios; por otra parte, harán brotar la irradiante alegría de la esperanza por medio de las profecías tan numerosas que se relacionan con la Segunda Venida de Cristo, Juez y Rey. 

Invocaremos aquí el testimonio de la Virgen María, que supo esperar, que guardaba todas estas misteriosas cosas en su corazón, que creía, esperaba, amaba, adoraba, sin ver aún a su Salvador, a su Jesús y que, por su suprema vigilancia, fue declarada bienaventurada: “Y bienaventurada la que creyó, porque tendrá cumplimiento lo que se le dijo de parte del Señor” (Lc. I, 45). 

¿Estaremos entre esos bienaventurados de la Segunda Venida, entre los que creen, en el seno de las tinieblas, bajo las sonrisas burlonas o irónicas? Pues se cumplirán tan puntual, tan magníficamente, todas las cosas que han sido dichas a los profetas sobre los juicios y sobre las glorias de Cristo, como aquellas que se realizaron con la Primera Venida del Salvador. 

¿Indiferentes, escépticos o vigilantes? ¿En qué campo quisiéramos servir? 

¿No es preciso escoger?