sábado, 6 de octubre de 2012

Una fácil solución para un difícil problema de exégesis. Lc. 2, 50

   Nota del Blog: Presentamos aquí este interesante trabajo del P. Bover publicado en los Estudios Bíblicos, Vol. X, pag. 205 ss.
   La solución a este difícil pasaje del Evangelio es del todo natural y sencilla, y está tomada, como bien lo indica el autor, del P. Thibaut S.I. 

Jesús enseñando en el Templo

Una nueva interpretación de Lc. 2,50

 Conocidos son los apuros de los intérpretes al querer razonar o motivar la extraña incomprensión de José y de María, cuando Jesús, respondiendo a las amorosas quejas de la Madre, le dijo: ¿Pues por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo tenía que estar en la casa (o en las cosas[1]) de mi Padre? Mas ellos, José y María, advierte el Evangelista, non intellexerunt verbum, quod locutus est ad eos, que ordinariamente suele traducirse: no entendieron (o comprendieron) la palabra que les dijo[2], es decir, la que les acababa de decir. Pero ¿qué es lo que no comprendieron o pudieron no comprender?, se preguntan los intérpretes. Y se esfuerzan laboriosamente en explicar, cada cual a su modo, esta inexplicable incomprensión. Porque—es lo que luego se ocurre—, una de dos: o se trata del sentido verbal o superficial de las palabras, o de algún sentido oculto y misterioso. Si del sentido superficial, parece obvio y llano. Si nosotros ahora lo entendemos sin dificultad en una traducción y después de tantos siglos, ¿por qué no lo habían de entender José y María en su lengua original, ellos que conocían perfectamente el modo de hablar de Jesús y viviendo las circunstancias históricas en que tal palabra se dijo? Y si Se trata de algún: sentido oculto y misterioso, mucho mejor que nosotros podían entenderlo María y José, que habían sido ilustrados por las declaraciones del ángel y tanta luz de Dios tenían para entender los misterios de Cristo: ¿Había olvidado María que su Hijo era el Hijo del Altísimo y que había de reinar eternamente en la casa de Jacob? ¿Había olvidado José que Jesús salvaría a su pueblo de us pecados? ¿Y habían olvidado los dos las palabras del ángel a los pastores o las de Simeón y Ana y la venida de los magos de oriente? Fuera de que esa falta supuesta de mayor comprensión del misterio nada tiene que ver con la práctica de la vida ordinaria y concretamente en nuestro caso con la búsqueda del Niño perdido. El mismo Jesús al decirles: ¿No sabíais...?, da por supuesto que se trata de algo ya sabido por ellos. Otras dificultades de esta interpretación corriente, relativas a la solicitud de los padres en mirar por el Niño o a las debidas atenciones del Niño para con sus padres, las indicaremos luego.
Todas estas dificultades sé desvanecen como por encanto con la nueva interpretación propuesta por el P. Renato Thibaut S. I., en el libro El sentido de las palabras de Cristo, libro interesantísimo y lleno de sugerencias que ningún exegeta de los Evangelios puede ignorar. Según el jesuita belga, los dos aoristos συνῆκαν (comprendieron) y ἐλάλησεν (dijo) tienen sentido de pluscuamperfecto: No habían comprendido (o entendido) la palabra que les había dicho (o hablado), y se refieren no a lo que Jesús acaba de decirles, sino a lo que anteriormente  en el momento de la partida, les había dicho, avisándoles que él se quedaba en Jerusalén o que se iba al templo.
La sencillez y naturalidad con que se deshacen dificultades que parecían inextricables bastaría para recomendar esta solución, a lo menos como hipótesis plausible. Y como simple hipótesis la propone el P. Thibaut[3].

La primera vez que, hace ya varios años, leímos su libro, nos pareció bastante razonable su interpretación y aun estuvimos a punto de utilizarla en las notas que acompañan nuestra versión del Nuevo Testamento. Mas, como las primeras impresiones suelen a las veces ser engañosas, creímos preferible que el tiempo las aquilatase. No pocas veces los años disipan ciertas impresiones que con la novedad fascinaban. Un punto debía ponerse en claro: ¿la nueva hipótesis entrañaría quizás dificultades iguales o mayores que las que se proponía resolver? Por de pronto, la novedad de la hipótesis no era para nosotros una dificultad, como tampoco era una razón en pro. La novedad ni nos arredraba ni nos atraía. Otras dificultades más objetivas deberían hallarse, que pudieran oponerse a la nueva interpretación. ¿Existen semejantes dificultades?
Dos particularmente se ofrecen, dignas de atenta consideración: una gramatical, otra histórico-literaria. Dificultad gramatical: el uso del aoristo por el pluscuamperfecto. Dificultad histórico-literaria: el retraso o dislocación de la advertencia de San Lucas o la previa omisión de toda advertencia hecha por Jesús.

1) Uso del aoristo por el pluscuamperfecto.

La primera dificultad, gramatical, no es de gran peso. Lo mismo que en el griego clásico también en el Nuevo Testamento y particularmente en San Lucas es frecuente este uso del aoristo en vez del pluscuamperfecto. Tratándose de cosa tan averiguada[4], bastará un solo ejemplo[5], que será de doble efecto. Hablando de la honda impresión que la pesca milagrosa hizo en el ánimo de Simón Pedro y de sus compañeros, escribe San Lucas: θάμβος γὰρ περιέσχεν αὐτὸν καὶ πάντας τοὺς σὺν αὐτῷ ἐπὶ τῇ ἄγρᾳ τῶν ἰχθύων ὧν συνέλαβον, que la Vulgata traduce muy bien por pluscuamperfecto: Stupor enim circumdederat eum et omnes qui cum illo erant, in captura piscium quam ceperant (Lc. 5, 9). Y con la Vulgata todos los traductores castellanos, franceses, ingleses y alemanes que hemos consultado. Gramaticalmente, por tanto, no hay dificultad en que el aoristo intellexerunt equivalga al pluscuamperfecto intellexerant.
No es tan fácil o sencilla la solución de la segunda dificultad.

2) Posposición de la observación de San Lucas.

Ante todo, conviene precisar el punto de la dificultad. En 2, 43 dice San Lucas que Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo entendieran y no declara cómo y por qué no lo entendieron. Luego, en 2, 50, después de la querella de la Madre y de la respuesta del Hijo observa San Lucas que José y María no comprendieron la palabras de Jesús. Si esta observación del Evangelista se refiriese como quiere el P. Thibaut, a lo que el Niño había dicho a sus padres antes de quedarse y para avisarles de ello, tal observación, como se ve, estaría fuera de lugar; más bien debería haberse insertado en 2, 43. Allí, al referir la partida de los padres y la quedada del Niño, en vez de decir tan oscuramente: se quedó sin que ellos lo entendieran, debía haber escrito: “Al tiempo de volverse ellos, el niño les dijo que él se quedaba en Jerusalén, pero ellos no lo entendieron”. En consecuencia la hipótesis del P. Thibaut supone un retraso o dislocación en la observación del evangelista. Ahora bien, ¿semejante retraso puede razonablemente justificarse? Tratándose de un hecho literario o redaccional, hay que ver si este retraso de 2, 50 es un fenómeno aislado sin precedente o bien un hecho que se repite con alguna frecuencia.
Ya el ejemplo de San Lucas que antes hemos citado es también una observación retrasada del evangelista. Acababa de exclamar Simón Pedro: Señor, retírate de mí, porque soy hombre pecador (5, 8). Para motivar esta humilde exclamación prosigue San Lucas: Es que el espanto le había sobrecogido, lo mismo que a todos los que con él estaban, con motivo de la pesca de los peces que habían hecho (5, 9). Entran, por tanto, en la manera literaria de San Lucas semejantes observaciones retrasadas. En la curiosa narración del endemoniado geraseno hasta tres posposiciones parecidas podemos señalar. Primera: el endemoniado, o más bien el demonio que le poseía, a grandes voces dijo a Jesús: Te suplico que no me atormentes (8, 28). ¿A qué viene semejante súplica?, se pregunta el lector. San Lucas responde con esta observación retrasada: Es que mandaba al espíritu inmundo que saliese de aquel hombre (8, 29). Nota aquí atinadamente Lagrange que el imperfecto mandaba tiene sentido de pluscuamperfecto. Segunda observación retrasada: nos la da a continuación San Lucas describiendo la triste condición del endemoniado, a quien el demonio durante muchas temporadas le había causado arrebatos, y era atado con cadenas y grillos, custodiado al mismo tiempo; y rompiendo las ataduras, era empujado por el demonio hacia los desiertos (8, 29). Donde es de notar que esta descripción que en San Lucas se pospone a la súplica del endemoniado, en San Marcos se antepone (5, 4-5). Tercera observación retrasada: sanado ya el endemoniado, Jesús, a ruego de los descorteses gerasenos, subiendo en la nave se volvió a Cafarnaúm (8, 37). Sin embargo, prosigue San Lucas: y le pedía el  hombre de quien habían salido los demonios estarce con Él (8,38). Otra vez un imperfecto pedía en sentido de un pluscuamperfecto, que Lagrange y Osty traducen muy exactamente había pedido[6]. Dejando otros ejemplos de San Lucas[7] citaremos algunos de los otros evangelistas.
 Hablando de los Once apóstoles, a quienes se apareció Jesús en el monte de Galilea, dice San Mateo: En viéndole, le adoraron y añade: οἱ δὲ ἐδίστασαν (28,17) que algunos traducen con la Vulgata: quidam autem dubitaverunt; pero otros, como Maldonado, Levesque, Lagrange y más recientemente Osty, traducen: ellos, que habían dudado, es decir los mismos que antes, el día de la resurrección, habían tenido sus dudas. Esta segunda interpretación es, a nuestro juicio, preferible, por ser la única que excluye las inverosímiles dudas, no de cualquier discípulo advenedizo, sino de los Once apóstoles, que ya tantas veces habían visto a su sabor al Señor resucitado. Y si así es, como parece, tenemos en San Mateo una observación retrasada, expresada además por un aoristo en sentido de pluscuamperfecto.
Más curioso es el ejemplo de San Marcos; quien, al referir la institución de la sagrada Eucaristía, en llegando al cáliz, dice: Y habiendo Jesús tomado un cáliz y dado gracias, se lo dio, y bebieron de él, todos. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos (14, 23-24). Corno se ve, San Marcos, contrariamente a como lo hacen San Mateo, San Lucas y San Pablo, antepone la comunión a la consagración. En consecuencia, la frase de transición y les dijo significa realmente: antes de que bebiesen les había dicho: que es una observación retrasada, expresada también por aoristo en sentido de pluscuamperfecto.
También San Juan conoce este procedimiento literario. El caso más interesante, que a tan reñidas controversias ha dado lugar, es la observación con que termina la presentación ante Anás o Caifás: Et misit eum Annas ligatum ad Caipham pontificem (18, 24). Insignes intérpretes, entre ellos los jesuitas españoles Salmerón, Toledo, Mariana, Suárez, La Palma, creyendo que el interrogatorio referido en los versículos precedentes tuvo lugar en el palacio de Caifás, dan al aoristo misit (ἀπέστειλεν) el sentido de miserat y consideran la observación del Evangelista como retrospectiva[8]. Muchos modernos como Calmes, Fillion, Camerlynck, Lagrange, Durand, Joüon, Lebreton, Braun, admitiendo la identidad del interrogatorio, trasladan la frase colocándola entre los versículos 13 y 14. Pero quien no acepte semejante transposición, contraria a la crítica documental, si admite la identidad del interrogatorio, lógicamente tendrá que admitir también el valor de pluscuamperfecto en el aoristo y el carácter retrospectivo de la  observación.
De todo lo dicho hasta aquí se deduce que Lc. 2, 50 puede ser una observación retrospectiva del Evangelista y que, por tanto, la nueva interpretación es posible. Puede ser, es posible, decimos pero sabido es que de la posibilidad al hecho hay mucho trecho. ¿Habrá alguna razón que traslade esta interpretación de la esfera de lo posible al terreno de los hechos? Si de las consideraciones literarias pasarnos a las históricas, tal vez descubramos alguna circunstancia en virtud de la cual lo que es simplemente una hipótesis plausible se convierta en sólida probabilidad.

3) Consideraciones históricas.

Dos cosas afirma San Lucas: que el Niño se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo entendieran, y que éstos estaban en la persuasión de que el Niño iba en la misma caravana. Estas dos afirmaciones hay que explicarlas razonablemente, de suerte que en el proceder así del Niño corno de los padres nada se halle, no decimos defectuoso, pero ni siquiera menos conveniente. Por parte de José y de María no nos es lícito suponer el menor descuido o negligencia en mirar por Jesús. Aun cuando no les urgiera la obligación, su tierno amor a aquel Niño amabilísimo no les consentiría la menor distracción o flojedad. Bien sabían ellos que no vivían sino para Jesús. Por consiguiente, cuando partieron de Jerusalén con toda tranquilidad, sin la menor zozobra, señal es que estaban persuadidos de que Jesús andaba en alguna parte de aquella misma caravana. Y para pensar así para partir con tanta tranquilidad, hubieron de tener poderosos motivos, que San Lucas no expresa. Conviene averiguar cuáles pudieron ser estos motivos.
Ante todo, en el momento de partir la caravana, o hubieron de ver que el Niño estaba por allí o tuvieron que saber por dónde andaba o qué era de Él. De lo contrario es evidente que no hubieran emprendido la marcha tan despreocupadamente. El inmenso dolor que luego sintieron al notar la falta del Niño y la diligencia con que lo buscaron, muestra bien elocuentemente lo que hubieran hecho, si a la hora de la partida hubieran advertido su falta.
Esto supuesto, algo hubo de hacer o decir el Niño, para que José y María pudieran entender razonablemente que Él no se apartaría de la comitiva. O andaría por allí, como suelen hacer los niños, cuando la gente está a punto de emprender la marcha, o debió de decir algo a sus padres, que ellos entendieron en este sentido. De estas dos hipótesis, la primera es absolutamente inadmisible. Suponer que Jesús fingiese querer partir con los demás, y luego, cuando nadie lo advirtiera, se escabullese, es una suposición ofensiva a la sinceridad y lealtad y aun a la formalidad, no diré de Jesús, pero de cualquier niño bien nacido. Ni vale aquí apelar a la autoridad divina de Jesús. Si es Verdad que Jesús era Dios, también lo es que era hombre, sometido a la ley, como dice San Pablo (Gal. 4, 4). Y la ley de Dios manda obedecer y respetar a los padres y prohíbe causarles aflicción inmotivadamente[9]. De todos modos, si Jesús quería quedarse en Jerusalén y no afligir  innecesariamente a sus padres, ¿qué le costaba decirles una palabra? El Niño, pues, hubo de decir dijo a José y a María algo que manifestase su propósito de quedarse en la ciudad.
Pero ¿cómo fué que ellos no lo entendieron así? No hay duda de que esto ofrece su dificultad, pero es ya de otro género; pues esto deja a salvo así la solicitud de los padres corno el buen comportamiento del Hijo. Además esta dificultad admite razonable explicación. Basta recordar el alboroto y confusión que reina en el momento de ponerse en marcha una caravana numerosa y formarse los grupos de familias o de amigos, que andaban dispersos o llegan tarde. Todo son idas y venidas, voces y gritos de los que se llaman o buscan. En medio de esta agitación y algarabía, nada extraño es que José y María no entendiesen bien lo que Jesús quiso decirles; y suponiéndolo acertado, lo dieron por bueno. Si tal vez entendieron que Jesús quería ir otra vez al templo, por ejemplo, para asistir al sacrificio matutino, creyeron que no tardaría en volver y que pronto se les juntaría de nuevo. Un ligero retraso en la primera jornada no ofrecía notables inconvenientes, por ser más corta. Un muchacho vigoroso, como era entonces Jesús, fácilmente podría alcanzar la caravana, que marchaba lentamente.

 CONCLUSIÓN

Tales son las razones y consideraciones que parecen favorecer la nueva interpretación propuesta por el P. Thibaut. Pero ¿la favorecen en realidad? ¿La hacen aceptable? No será inútil aquilatar el valor demostrativo de tales razones, si queremos sacar una consecuencia legítima, que no rebase el alcance de las premisas.
De lo dicho resulta: 1) Que el aoristo συνῆκαν puede tener sentido de pluscuamperfecto; 2) Que la observación hecha por San Lucas puede tener tendencia retrospectiva; 3) Que Jesús antes de quedarse en Jerusalén dijo algo a sus padres que ellos no entendieron bien. 4) Que la palabra que no entendieron después del feliz encuentro en el templo, pudo ser la misma que antes no habían entendido. Todo esto, y no más, es lo que da el análisis de los textos y de los hechos. En todo ello nos movemos en la esfera de las posibilidades; es justo reconocerlo lealmente. Sin embargo, en estas posibilidades concurren dos circunstancias dignas de consideración. Por una parte son posibilidades convergentes, que mutuamente se corroboran; son, si vale la frase, números quebrados, que se suman, no se multiplican. Por otra parte, este complejo armónico de posibilidades suprime las grandes dificultades existentes en la interpretación del texto hasta ahora comúnmente seguida. En tales circunstancias parece prudente concluir: que la nueva interpretación de Lc. 2, 50, si no se impone por su plena evidencia, se recomienda por su coherencia y sencillez: es una interpretación sólidamente probable, intrínsecamente mucho más probable que la ordinaria.
Para terminar, séanos lícito sugerir una observación, que, si no corrobora la conclusión obtenida, tal vez pueda aclararla algo. Un minucioso estudio del tercer Evangelio pone de manifiesto la gran desigualdad de las diferentes partes que lo integran. La razón de este hecho parece clara. San Lucas tomó informaciones de muchos, que él reproducía con escrupulosa fidelidad. Y no todos le informaban con igual precisión. Pues bien, en el Evangelio de la Infancia, si la fuente original de sus informaciones fué la misma Virgen, como hoy generalmente se reconoce, es probable que estas informaciones no las recibiese San Lucas directamente de María. El conducto interpuesto creemos haber sido Bernabé, a quien nunca agradeceremos bastante la conservación y transmisión de este inapreciable tesoro. Pero, a lo que parece en Bernabé el atildamiento literario no igualaba a la bondad de su carácter. Concretamente, el defecto redaccional de la observación retrasada que hemos estudiado podría ser uno de los desaliños o descuidos propios del estilo de Bernabé.


José M. BOVER, S. I.



[1] Proponemos disyuntivaniente en la casa o en las cosas de mi Padre para no complicar innecesariamente el problema que ahora estudiamos, que es independiente de la solución que se adopte en la interpretación de la frase ἐν τοῖς τοῦ πατρός μου. De hecho, en nuestra versión del Nuevo Testamento habíamos ya preferido la interpretación en la casa de mi Padre aun antes de conocer la nueva interpretación del P. Thibaut. Mas, pues la ocasión nos invita, vamos a proponer las razones que nos inclinan a preferir en casa...
Hay que reconocer, ante todo, que la expresión griega, gramaticalmente considerada, admite por igual ambas interpretaciones. Ni es exacto lo que asegura Knabenbauer que la versión en casa de... es rarísima. Basta ver los numerosos ejemplos que de semejante interpretación aduce Lagrange, tomándolos en parte de Moulton. Tampoco insistiremos en el argumento de autoridad, dado que a favor de cada una de las dos interpretaciones rivales pueden presentarse numerosos e insignes exegetas. Hay que advertir, con todo, que, mientras a favor de cosas no se cita un solo Padre, cítanse en cambio a favor de casa Orígenes, San Epifanio, San Efrén, San Cirilo Alejandrino, Teofilacto, San Agustín, San León, San Beda, Eutimio Zigabeno y Teofilacto. Y esta interpretación patrística ha hallado amplia resonancia en los más recientes intérpretes, tales como Schanz, Dausch, Sickenberger, Zorell, Lagrange, Valensin-Huby, Marchal, Ricciotti, Thibaut, Soubigou, Lattey y a ella se inclinan otros, como Prat, Dorado y Prado. Es de notar también que a no pocos intérpretes latinos desorientó la versión de la Vulgata, que es verbal y ambigua. Es curioso el caso de García Hughes, que en el texto traduce cosas y en las notas explica casa: «No había—dice—por qué buscarle., porque no estaba perdido, sino en casa: en la casa de su Padre.»
Pero más que a la autoridad, casi equilibrada, hay que atender a las razones internas, al contexto principalmente, que es el que ha de dirimir el litigio. ¿Cuál, pues, de las dos interpretaciones está, más en armonía con el contexto?
Los antecedentes del diálogo entre la Madre y el Hijo son: la quedada del niño, su imaginada pérdida, su búsqueda, su hallazgo; elementos todos de carácter preferentemente local. Lo que a Maria y a José interesaba era dónde estaría el Niño, no qué hacía. Si en vez de hallarle  entre los doctores le hubieran hallado haciendo oración, el desenvolvimiento, de los hechos no habría variado la querella de la Madre hubiera sido la misma. Ahora bien, dados estos antecedentes locales, es muy natural que la respuesta justificativa del Niño tenga también carácter local. Es, por tanto, más conforme con el contexto responder en la casa, que no en las cosas de mí Pudre.
Esta preponderancia genérica del carácter local se particulariza y concreta en la idea del templo. José y María, una vez llegados a Jerusalén, apenas pudieron, al templo fueron a buscar al Niño, y en el templo le hallaron. No se engañaron al suponer que en el templo le hallarían. Recordarían que durante la pasada semana pascual el Niño, en compañía de ellos, se estaría todo el día en el templo. Creemos además, como lo indicamos en el texto, que el Niño, en el momento de la partida, diría a sus padres que se iba al templo, si bien ellos no lo entendieron bien supusieron que se trataba de una ida  rápida  y que pronto volvería a encontrarse con ellos. Pero sea de esto lo que fuere, es lo cierto que con la preponderancia del templo tiene más relación casa que no cosas. Las cosas del Padre, a que Jesús debía atender, no estaban vinculadas al templo. Toda la vida pública de Jesús, toda consagrada a las cosas del Padre, se desarrolló fuera del templo e independientemente de él. Y más aún la pasión.
Tal vez tenga más fuerza una razón de delicadeza. No es lo mismo preguntar o argüir: ¿No sabíais  que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? o ¿No sabías que yo tenía que estar en las cosas de mi Padre? En lo primero (se trata de una mera circunstancia local y ocasional, cuya ignorancia arguye solamente distracción o inadvertencia; en cambio, en lo segundo se trata precisamente del objeto de la venida del Hijo de Dios a este mundo, cuya ignorancia argüiría una total incomprensión de la misión de Cristo. Podía, por tanto, mostrar Jesús alguna extrañeza de que ellos no hubieran atinado en que Él debía de estar en el templo y no perdido, sin lastimarle notablemente; en cambio, hubiera lastimado profundamente el corazón de la Madre aun la más ligera indicación de que ni ella ni José habían comprendido la misión de su Hijo, y más aún la tácita insinuación de que ellos nada tenían que ver con las cosas del Padre y que tal vez le hubieran podido crear obstáculos para consagrarse libremente a ellas. No es de creer que el bondadoso Niño quisiera en aquella ocasión lastimar tan sensiblemente el corazón ya tan dolorido de su Madre. En lo dicho hasta ahora debíamos prescindir de la nueva interpretación del P. Thibaut. Dentro de ésta es ya llano, por no decir evidente, que el sentido sólo puede ser en casa de mi Padre. En el supuesto que el Niño avisó que se quedaba no diría: Me quedo  para atender las cosas de mi Padre, sino sencillamente: Me voy al templo, o a la casa de mi Padre. Los dos problemas deben o pueden tratarse separada e independientemente; mas no cabe duda de que la solución dada al uno corrobora la que se da al otro.
Una dificultad se opone a nuestra interpretación. En las palabras de María algunos distinguen dos puntos: una pregunta: ¿Por qué lo hiciste así con nosotros? Y una querella: Llenos de aflicción te andábamos buscando. Ahora bien, arguyen: si se interpreta casa, se responde a la querella, pero no a la pregunta; mientras que si se interpreta cosas, se responde a entrambos puntos. Semejante argumentación supone que el por qué es una pregunta formal: y que Jesús debía y quería responder directa y distintamente a cada uno de los das puntos. Y ni lo uno ni lo otro es tan claro ni tan fácil de probar. Diremos más bien, sin meternos en excesivas sutilezas, que el por qué más que una pregunta formal, que pida una respuesta distinta y directa, es una expansión del Corazón materno, como se ve por lo que a continuación añade María, razonando o motivando la pregunta: Mira que tu padre y yo, llenos de aflicción, te andábamos buscando. Por lo demás, la contestación de Jesús responde realmente a la pregunta de María, algo así como negando el supuesto. Como diciendo: ¿Que por qué lo hice así? Pero ¿qué es lo que hice? ¿Perderme? Pero si no andaba yo perdido, antes estaba en la casa de mi Padre, como ya os advertí; y en la casa de mi Padre habéis supuesto que me hallaríais y de hecho me habéis hallado.

[2] Citaremos las traducciones de algunos autores católicos:
Nácar-Colunga: No entendieron lo que les decía.
Fernández A.: No entendieron el sentido de la respuesta de Jesús.
Bover-Cantera: No comprendieron lo que les dijo.
Prat: Eux ne comprirent pas la parole.
Lagrange: Ils ne comprirent pas la parole qu'il leur avait dit.
Joüon: Ils ne comprirent pas cette parole qu'il leur dit.
Ecker: Sie verstanden nicht, das Wort, das er zu ihnen redete.
Rösch: Was er ihnen aber mit diesem Worte sagen wollte, verstanden sie nicht.
Lattey: They understood not the word which he spoke to them.

 [3] Nota del Blog: las palabras del P. Thibaut son las siguientes: “No nos parece imposible que en Lc. II, 49 Jesús haga alusión a una advertencia que le haya dado a su Madre en el momento en el que ella se preparaba para irse de Jerusalén: “No teníais que buscarme. Sabías bien, ¿verdad? (porque me oísteis decirlo), que debía estar en la casa de mi Padre.” Si San Lucas hubiera notado la advertencia en lugar de escribir simplemente: “el Niño Jesús se quedó en la ciudad sin que sus padres lo entendiesen” (II, 43), nadie hubiera entendido la respuesta de Jesús en forma diferente a la que proponemos. Pero precisamente, se dirá, el silencio de San Lucas condena vuestra hipótesis. No es tan fácil; pues el mismo San Lucas, que primero calló la advertencia a fin de hacer más natural la conducta de María y José, hace referencia a ella, según nuestro parecer, cuando da, finalmente, la clave de todo el episodio: “Y ellos no habían comprendido las palabras que les había dicho” (II, 50). ¿Qué palabras? Evidentemente, aquellas a las cuales acababa de referirse Jesús: “Debo estar en la casa de mi Padre”. ¿Y María misma no hizo eco a la advertencia mal entendida, cuando le dice al encontrar a su Hijo: “Hijo mío, por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te buscábamos afligidos (II, 48)”?. Sabemos bien que los comentadores, en lugar de ver en la nota final del evangelista la solución del primer problema (¿cómo pudo el divino Niño abandonar a sus padres sin advertírselo?), prefieren sacar de él un segundo problema (¿cómo no pudieron comprender José y María la respuesta que Jesús les dio, aparentemente para que la entiendan y reciban délla algún consuelo?). La excusa de los exégetas es que es raro que, en la principal, el aoristo tenga el sentido de un pluscuamperfecto” (p. 17-18).

[4] Cf. A. T. Robertson, A Grammar of the Greek New Testament,  ed. 3, p. 840-841.

[5]  Puédense ver otros ejemplos en Mt. 14,1-3; 22,34; 27,31; Mc, 8,14; Lc. 1,1; 2,37; 2,39; 7,1; 7,21; 8,27; 19,37; 24,1; Jn, 2,9; 4,45; 6,16; 9,18; 9,35; 11,30; 11,46; 13,12; 21,9... Son singularmente interesantes las frases paralelas de Mt. 27,18 = Mc. 15,10 y de Mc. 14,16 = Lc. 22,13, en que al  aoristo de un Evangelista responde en  el otro un pluscuamperfecto. 

[6] Esta súplica del ex-endemoniado pónela San Marcos (5,18) en  su propio lugar, cuando Jesús subía a la nave. 

[7] Podrían también citarse, aunque parecen contrarias, las frecuentes anticipaciones sistemáticas, tan comunes en San Lucas; pues cada anticipación lleva consigo su correspondiente retraso.

[8] Escribe Suárez: “Alii vero existimant haec verba dicta esse a Joanne per  reeapitulationem, non servato ordine historiae; aut praeteritum illud misit positum esse pro praterito plus quam perfecto miserat” (De myst. vitae Christi, d. 35, Introd. n. 1): explicación que el Doctor Eximio hace suya. 

[9] Para explicar debidamente la obediencia de Jesús a San José conviene recordar que éste, además de la autoridad que ordinariamente tienen los padres para con los hijos, tenia una especial representación del Padre celestial, cuya autoridad paterna en cierta manera se le comunicaba.