Purgatorio, Canto IV, por G. Dore. |
§ V. — El
pecado venial revelado por el purgatorio
¡Tinieblas en medio de las cuales todo es impalpable,
lúgubre, objeto de espanto! Angustias semejantes a las del asfixiado que en
vano busca el aire, del enfermo que se revuelve y se agita sin encontrar un
momento de reposo. Largos años de desesperación de un prisionero completamente
aislado en su calabozo. Desgarramiento del corazón por el remordimiento, peor
aún que el desgarramiento de nuestra carne. Todos estos efectos puede sentirlos
el alma separada del cuerpo, del mismo modo que siente aquí abajo los que
recibe por los agentes naturales.
No ha creado Dios el Purgatorio para que sirva de amenaza
sin efecto. Tampoco ha instituido las indulgencias para asegurarnos la
impunidad. Ignoramos la naturaleza de las penas que se nos impondrán, la
duración de los sufrimientos y la aplicación que Dios ha de hacer de esas indulgencias. La incertidumbre en que
voluntariamente nos deja con respecto a todo esto es una terrible advertencia.
El Purgatorio es una revelación del pecado venial. Siendo Dios
la justicia misma, no habría de castigar una falta más de lo que se merece. Las
penas del Purgatorio hacen estremecer a nuestra sensibilidad y deberían más
bien iluminar nuestras conciencias. Abandonados a nuestras solas
deducciones, jamás hubiésemos comprendido la importancia de la oposición con
Dios y el desorden que supone un pecado venial. El testimonio del Purgatorio
convence mucho más que todas las razones.
Y, sin embargo ¡Dios ama a esas almas a las que hace
sufrir tanto! ¡A algunas de ellas las ama ciertamente aún mucho más que a otras
a quienes ha llevado ya a gozar del Cielo!... Mas... ¡deja cumplirse la ley de
expiación!
Es tan justa esta ley, tan noble el soportarla, que las
almas del Purgatorio no querrían, a ningún precio evitarla. Comprendiendo a
fondo la malicia del pecado venial, lo aborrecen y lo persiguen hasta en su
mismo ser a costa de los más terribles dolores.
¡Ah si les fuese dado volver a la tierra para empezar una
nueva vida! ¡Si le fuese permitido expiar como aquí abajo! ¡Qué
mortificaciones, qué interminables oraciones bastarían a su deseos de
penitencia! ¡Con qué cuidado no evitarían hasta la sombra de pecado!
La gran pena de las almas del Purgatorio es
indudablemente sentirse alejadas de Dios y el no serle agradables. Repentinamente
iluminadas han presentido su infinita bondad ¡Con los brazos abiertos, la
mirada desolada, el corazón enamorado, se sienten apasionadamente impulsadas hacia
Él; expiando con este amor doloroso las leves injurias hechas al amor
desconocido! Verdad que indiferencia es ya causa suficiente para merecer
este castigo. Nos enseña S. Alfonso de Ligorio que hay en el Purgatorio como
una cárcel de honor para las almas que sin haber cometido ninguna otra
falta, no hayan amado bastante.
Sirviéndonos del lenguaje humano, tan imperfecto para
expresar esta clase de cosas, podemos decir que Dios sufre al
castigar así a esas almas queridas y detenerlas alejadas de sus paternales
abrazos; ¡puesto que en ese mismo momento las ama más de lo que pueden
querer todos los corazones dé todos los padres y todas las madres reunidos!... Evitar
a Dios esa pena, esa obligación esa espera ¡qué noble motivo para huir del
pecado venial! Las almas delicadas lo comprenden: el amor del
sufrimiento expiatorio es su natural conclusión.
Desagradar a Dios y verse rechazadas por El, por
culpa propia, en el momento en que debiera verificarse la reunión, ¡es un
motivo que sienten vivamente las almas que aman de veras!