CAPITULO III
LA TEORIA
PSICASTENICA
Analizados y descritos en las páginas precedentes los
hechos característicos de la obsesión, buscaremos ahora agruparlos en una
teoría que los organice en una explicación psicológica aceptable. De las varias
que se presentan, la que más parece ajustarse a los hechos de la enfermedad es
la llamada psicasténica. Formulada primeramente por el eminente
psicólogo francés, Pedro Janet, fué adoptada después y precisada por los
PP. Agustín Gemelli y Antonio Eymieu en sus respectivas obras:
"De Scrupulis" y "Le
gouvernement de soi méme", tomo segundo: "La
obsession et le scrupule". Otros psicólogos habían formulado antes
otras teorías para organizar estos mismos fenómenos en una visión explicativa.
Tales, por ejemplo, la de Maignan y Legrain, de tipo
intelectualista, que coloca el fenómeno fundamental, generador de todos los
demás, en la idea obsesionante; la de Pitres et Regis, que
señala el fenómeno originario de la enfermedad en las perturbaciones emotivas,
en la angustia sobre todo; la de Freud, para quien la raíz del mal —como
la de todas las enfermedades mentales— reside también en un mal funcionamiento
de la emotividad, determinado por el empuje de la libido contrariada en
su movimiento natural hacia la saturación. Janet, en cambio, más en
consonancia con la observación de los hechos, realizada durante largas y pacientes
experiencias con esta clase de enfermos, sostiene y hace ver que el fenómeno
primordial de la obsesión radica en una insuficiencia funcional psíquica;
en la debilidad o descenso de la tensión psicológica del paciente,
del que dimanan como hechos secundarios, las ideas obsesionantes, la indecisión,
etc., y como fenómenos derivados las agitaciones mentales, emocionales y
motrices. Esta teoría de la psicastenia, así llamada por Janet,
quiere explicar todas las perturbaciones intelectuales, emotivas y motrices,
que hemos visto intervienen en la enfermedad, por esta insuficiencia o
debilidad de la tensión psíquica.
La teoría psicasténica está sostenida sobre el postulado
de dos hipótesis: 1) la de la tensión de la energía psíquica y 2) la de la
jerarquía de los fenómenos anímicos de acuerdo al grado de tensión requerido
por cada uno de ellos, ambas en perfecta consonancia con la experiencia de los
fenómenos psicológicos observados dentro y fuera de esta enfermedad.
1) La tensión psíquica.
La experiencia nos muestra que la triple vida del hombre:
vegetativa (material e inconsciente), sensitiva e intelectual o espiritual
(consciente), se manifiesta sucesivamente a medida que se desarrollan los
órganos y la energía vital adquiere un mayor desenvolvimiento. La vida
vegetativa es la primera en aparecer y condiciona y prepara la sensitiva, la
cual a su vez acumula y ofrece a la inteligencia el material (los conocimientos
sensibles) de donde ésta ha de sacar sus propias ideas y conocimientos, aun los
más espirituales, y a la voluntad los impulsos y tendencias que han de
favorecer sus decisiones. Hay, pues, como una escala ascendente en la aparición
de la triple serie de fenómenos vitales del hombre. Por otra parte, nos es
fácil observar que esta misma gradación en la aparición de la actividad
anímica, señala una gradación de esfuerzo de la energía vital para su
elaboración, vale decir, que la intensidad de la energía vital requerida para
la sensación es mayor que la necesaria para los procesos vegetativos, y la
exigida por la vida mental es mucho más elevada que la reclamada por la
sensación. En otros términos, que hay una gradación ascendente de la intensidad
vital —psicológica en el caso de la sensibilidad o inteligencia—que responde a
la jerarquía ascendente de la triple especie de fenómenos vitales.
Es claro que, a más de la calidad del fenómeno, debe
tenerse en cuenta la cantidad o número de actos que la fuerza vital debe
realizar; porque naturalmente no es el mismo el esfuerzo psicológico requerido
para un simple acto de entendimiento que para toda la multitud de ellos, de que
se compone un discurso. En este caso es necesaria una intensidad, una tensión
mucho mayor de la misma energía psicológica o, mejor todavía, una energía de la
misma tensión pero de mayor volumen o cantidad. De más está decir que al hablar
de cantidad de la energía psicológica, sólo lo hacemos por analogía
con las energías mecánicas y, por consiguiente, vaciando al término de lo que
tiene de mecanicismo y reducible a guarismos. Sucede, pues, en psicología algo
análogo —es decir, proporcional y no semejante— a lo que acontece con las
fuerzas físicas, que para producir un "trabajo" exigen no sólo
cantidad sino también intensidad o elevación suficiente del nivel de su
energía. Así por ejemplo, una corriente eléctrica, por grande que sea su volumen
cuantitativo, no enrojecerá el filamento de una lámpara, a menos que tenga la
intensidad mínima requerida para ello. Otro tanto acaece con las demás fuerzas
físicas. No basta tener acumulada gran cantidad de calor para comunicarlo a un
cuerpo, se requiere en esa fuerza una intensidad superior a la del sujeto que
se quiere calentar; ni es suficiente poseer una enorme cantidad de agua para poner
en movimiento una turbina o una hélice, sino que es indispensable, cierta elevación
de su nivel, que le permita caer y poner en movimiento la máquina.
Insistiendo en que se trata de una analogía tan sólo y
purificándola del coeficiente cuantitativo mecanicista que encierra y que tomamos
por razones didácticas para esclarecer y significar una fuerza esencial y
específicamente superior, cualitativa, podríamos aplicar a la energía
psicológica la fórmula del "trabajo" de las fuerzas físicas, del
siguiente modo. Llamando E a la energía vital, T a su tensión, intensidad o
nivel, y N al número de los fenómenos psicológicos por ejecutar, tendríamos:
T
E = --------
N
o si no
también: T = NE, es decir, que la energía vital está en razón o dependencia
directa de la tensión, de modo que a más tensión más energía (en igualdad de
circunstancias), y en razón inversa del número de actos por ejecutar, de manera
que a más actos menor energía y perfección vital y menor tensión también en
cada uno de ellos.
2) Jerarquía de los fenómenos psicológicos
Janet observó
que en esta clase de enfermos, de que nos ocupamos, con el avance del mal iba
desapareciendo sucesivamente la capacidad de realizar ciertos actos psíquicos,
en un orden constante definido; de lo cual concluyó con razón que no todas las
funciones mentales son de igual jerarquía ni presentan los mismos grados de
facilidad de ejecución ni cada una de ellas reclama el mismo esfuerzo sino
que exige un grado mínimo específico de tensión de la actividad del alma.
Cuando por determinadas causas no se logra esa altura de la fuerza psíquica, entonces
se dificulta o se imposibilita del todo la realización del acto. Comparaciones
efectuadas con otras enfermedades semejantes (agotamiento mental, etc.) o con
hechos similares de la vida normal (v. gr.: cansancio) comprueban la misma
observación.
Ahora bien, supuesta la hipótesis de los diferentes
grados de la tensión psíquica requerida para las diversas manifestaciones de
nuestra vida consciente —hipótesis también sugerida y ajustada a los hechos— la
desaparición o entorpecimiento sucesivo de ciertos fenómenos mentales,
efectuada siempre en el mismo orden, estaría determinada por el paulatino
descenso de la tensión o intensidad de la actividad anímica, que no alcanza el
necesario nivel requerido para su realización. Conforme a esta hipótesis y
criterio, Janet pudo clasificar fácilmente y en orden jerárquico los actos
psíquicos según el coeficiente de dificultad de su realización, o en otros términos,
según el mayor grado de tensión psíquica necesaria para su ejecución. Para
lograr este fin, le bastó observar y anotar el orden sucesivo de la desaparición
de estas manifestaciones de nuestra vida consciente, a medida que el mal se
acentuaba y con él, según la hipótesis, descendía el nivel de la tensión psíquica.
Cae de su peso que no se trata de una clasificación según la jerarquía esencial
o valor intrínseco de los actos, sino tan sólo de acuerdo al esfuerzo o tensión
por ellos exigida en la actividad del alma.
He aquí los resultados de la clasificación de Janet
en orden descendente, según el nivel de tensión necesaria para su realización:
1) Los primeros hechos psicológicos en
desaparecer y, por consiguiente, los más difíciles de ejecutar y los que más
tensión requieren, son los actos de la voluntad e inteligencia, atención y
memoria, sentimientos y emociones, movimientos, etc., necesarios para adaptarse
a una realidad y situación presente interesada, es decir, todos aquellos
actos que nos coordinan activamente y nos hacen tomar posición frente a una realidad
actual, que nos interesa o afecta vivamente y muy de cerca, o más brevemente, los
actos de acomodación interesada a la realidad.
2) Siguen en segundo término, estos mismos actos
de acomodación del sujeto a una realidad presente, pero carente del
coeficiente de interés para aquél.
3) En tercer término están las operaciones
intelectuales especulativas, las imágenes, etc., que no tienen
relación directa con una realidad a la cual debamos inmediatamente adaptarnos.
4) El cuarto lugar lo ocupan las emociones
que no dicen relación a un hecho que nos afecte actualmente de cerca.
5) Corresponde él último escario a las reacciones
motrices y viscerales desprovistas del carácter de vinculación con lo real.
Como puede observarse inmediatamente, no se trata de
una clasificación de valores psíquicos absolutos, sino siempre relativos al
sujeto. Un mismo acto de acomodación de la actividad psíquica a un
acontecimiento de la vida exigirá más o menos esfuerzo a un sujeto que a otro,
según que le afecte o no y se relacione mucho o poco con sus respectivas tendencias,
preferencias e intereses. No cuesta lo mismo tomar una decisión sobre intereses
ajenos, que sobre los nuestros; y así nos acontece que sepamos ver y aconsejar
mejor a otros lo que ellos deben hacer, que ver y dar con la norma más ajustada
a nuestra situación en parecidas circunstancias. Más aún, un mismo acto
requiere mayor tensión y esfuerzo por el solo hecho de variar ciertas circunstancias
externas a él, las cuales exigen una acomodación más compleja. Cualquiera de
nosotros, por ejemplo, es capaz de conversar largamente y sin dificultad con
otro sobre un tema con el que esté familiarizado; pero el solo hecho de tener
que decir eso mismo no a uno sino a muchos, en público, y menos todavía, la
sola circunstancia de verse observado o sentirse oído por otros en su conversación
privada, hace más dificultoso el acto, que para algunas personas llega a
resultar poco menos que imposible si no imposible del todo.
En el primer descenso de la tensión psicológica —si
pudiésemos hablar de grados precisos en la disminución de una intensidad— el
enfermo no pierde el uso expedito de sus facultades superiores, sino tan sólo
su adaptación al caso que le afecta. Ante una situación real por resolver, el
obseso no posee la idea definida que le dé la noción cabal del hecho, la
memoria olvida los datos circunstanciales precisos para encarar la solución
real planteada, las emociones y movimientos son inadaptados a los adjuntos
reales, y sobre todo la voluntad queda indecisa y no sabe definirse por un
camino u otro, el enfermo se turba, se agita, no sabe qué hacer. A la
vez y en la ausencia de las ideas y demás actos necesarios que lo adapten con
justeza a la situación presente, pensamientos inútiles, acompañados de emociones
y movimientos también sin finalidad definida, se agolpan en la conciencia del
enfermo para angustiarlo y perturbarlo más y más y hacer más engorrosa su
situación. Esta falta de la "función de lo real", que llama bien
Janet, se acrecienta aún más con otras circunstancias que no hacen sino complicar
la situación y dificultar el encaje justo del sujeto a ella. Así la
complejidad del acontecimiento real y la consiguiente dificultad de acomodación
de la vida psíquica a él aumentan si el hecho que debe asimilarse a la síntesis
mental, al sujeto, y frente al cual éste debe obrar se relaciona con muchos
principios, si se refiere además al orden moral o acciones interesadas de
cualquier otro punto de vista y si la acomodación respecto a él ha de hacerse
pública y rápidamente. A veces la complejidad de esta situación puede ser tan
grande que aun la misma tensión psíquica normal quede por debajo del nivel requerido
para su asimilación y acomodación psicológica. Naturalmente que en este trabajo
dejamos de lado tales casos, en que la falta de tensión es normal y pasajera,
causada como está por la magnitud desmedida y extraordinaria de semejante
acontecimiento. Semejantes situaciones son capaces de perturbar a la persona
psicológicamente más sana y provocar en ella un estado transitorio de obsesión
y escrúpulo.
Pero si el nivel de la tensión psicológica desciende más
todavía, llega a perderse entonces la acomodación a la realidad, aún cuando esa
asimilación no afecte ni interese mayormente al enfermo. Es el caso de mucha gente,
a veces muy sabia por otra parte, que no sabe no ya conducirse en armonía con
hechos que le afecten, pero ni siquiera realizar otros actos de acuerdo a la
situación presente, que no tiene mayor interés para ellos. Son los clásicos
"inadaptados", aún para sentarse, caminar, jugar, hablar, etc.
Sólo en una tercera y más grave depresión de la tensión
podrían ser afectadas éstas y otras facultades en un ejercicio ajeno a la
acomodación a la realidad. De aquí que si bajo otro aspecto (metafísico o
esencial) la especulación abstracta, la ciencia, el arte, etc., son
manifestaciones superiores del espíritu, sin embargo, desde el punto de vista
de su complejidad y jerarquía psicológica no son las que ocupan el primer lugar
y por eso perduran en enfermos, cuyo esfuerzo ya no logra cubrir la altura de
las primeras acciones de la serie y carecen de tensión suficiente para ello.
En el peldaño inferior de la escala de los fenómenos
psíquicos, y por eso son los últimos en desaparecer, están las emociones y los
movimientos musculares, etc., los cuales, por el contrario, en los primeros
pasos del descenso de la tensión no sólo perduran, sino que, con la pérdida o
dificultad de otras funciones más elevadas, por una ley de compensación,
parecen desarrollarse y exacerbarse más y más, bien que desarticulados y mal
acomodados a la situación presente.