Nota del Blog: Artículo publicado en la
Revista Estudios Bíblicos, vol. VIII,
(1949), pag. 327-353.
Como se verá de entrada nomás, el reconocido
exégeta español acepta la posibilidad de una cronología bíblica mayor a la tradicional, por darle algún nombre. Si
bien nos inclinamos por una antigüedad de alrededor de 6.000 años, hemos
querido publicar este trabajo por más de una razón:
1)
Por el respeto que nos merece este gran exégeta español y al que creemos se
debe difundir.
2)
No hay nada definido al respecto por la Iglesia.
3)
Los argumentos que da no dejan de ser atendibles.
4)
Dejando de lado el tema de la cronología, es muy interesante el paralelismo que
vé entre los principales patriarcas Bíblicos y los dioses paganos.
INTRODUCCIÓN. SE ENCUADRA EL PROBLEMA
A propósito de vestigios de hace 30.000 años,
encontrados en la cueva del Reguerillo, inmediaciones de Torrelaguna, no lejos
del Pontón de la Oliva, a la pregunta del repórter Enrique Torres respondía así
el marqués de Loriana:
“Hay muchos medios (de calcular las fechas
prehistóricas), pero el más acertado puede decirse que es el que proporciona un
pantano del Norte de Europa, donde a cada año la floración aparece sepultada y
va formando estratos, en cuya base se encontraron manifestaciones de la
industria magdaleniense. Contadas las capas, se hallaron 20.000, que
corresponden a 20.000 años” (de “Signo” del 14 de marzo de 1942).
Ahora bien, el período magdalenense es el tercero y último
del paleolítico superior, en que domina el hombre tipo Cro-Magnon, y que está
separado por un corte repentino del paleolítico inferior, subdividido
igualmente en tres períodos, en que domina el tipo Neanderthal. Y eso sin
contar que a esos seis períodos de la edad de la piedra sin pulir hay que
anteponer seguramente un lapso de tiempo nada breve, que se podría llamar la
edad del leño, que es por donde hubo de comenzar el desarrollo de la industria
humana, aunque de ello, como es natural, no quede rastro en las capas
prehistóricas.
Si se pesan bien estos antecedentes, no parecerá excesivo
el tiempo de 30.000 y ni aún de 40.000 años, que muchos dan al pasado de lo
humanidad. El propio Evangelio parece abonar típicamente la última cifra en los
38 años de enfermedad abandono que llevaba el pobre tullido de la probática
piscina (Jn. V), cuando el Señor vino a socarrarle. Convertid esos 38 años en
38.000, y tendréis tal vez la cifra verdadera de la vida de la pobre humanidad,
cuando el Señor vino a salvarla. En la actualidad estaríamos pues abocados a
los 40.000.
Nos halaga la idea que el Diluvio es ese corte
repentino que separa al paleolítico inferior del superior, o sea, al mundo de
Neanderthal del de Cro-Magnon, aunque no nos hemos de poner a razonarlo. Caería
así después del Diluvio todo el paleolítico superior, a terminar en el
magdalenense y con ello habría el hombre vivido ya 20.000 años. Los otros
20.000, según lo dicho, corren desde el magdalenense acá, pasando por el
mesolítico, que es el período de transición del paleolítico al neolítico; el
propio neolítico, que ni es universal ni uniforme en todo el globo; el
eneolítico, o del uso simultáneo de la piedra y el metal, que comienza a
introducirse en el V° milenio antes de Cristo; y finalmente, la edad de los
metales en sus varios períodos, el del cobre, el del bronce y el del hierro.
¿Cómo
concertar con estos postulados de la ciencia las genealogías genesíacas, pues
en la línea de Caín (Gen. IV) parece ponerse la industria de los metales siglos
antes del Diluvio, y en la línea de Set (Gen. V y XI) no se asciende en total más
allá de cuatro o cinco mil años antes de Cristo? Por otras palabras, tenemos aquí
dos maneras de genealogía, la una sincronizada, que es de los Setitas y la otra
historiada, que es la de los Cainitas, y ni la cronología de aquélla, ni las
observaciones históricas de ésta parecen poderse encuadrar dentro de los datos
ciertos de la prehistoria.
El doble problema es acuciante, pues está ahí
comprometida la seriedad de la palabra divina.
Hase intentado salir del paso, suponiendo que las
tablas genealógicas de los Setitas no son completas, pudiéndose haber omitido
en ellas varios nombres, como acontece en la genealogía del Señor por S. Mateo.
Mas no se advierte lo bastante que esta genealogía no es cronizada, y aquella
sí, y que en esa cronización consiste cabalmente toda la dificultad del
problema.
En la genealogía de los Cainitas se invoca el
socorrido recurso de las glosas y de las leyendas populares. Mas el supuesto de
las glosas corta el nudo de la dificultad, no lo desata; y el decir que se
trata de leyendas populares, para desestimar precisamente algo que no parce
verdadero, hace muy poco honor a la inspiración e inerrancia del Sagrado Texto.
Y es que una cosa es la plastificación artificiosa
de una idea, dentro de un ambiente real, que es el caso de la leyenda
histórica, y aun de la novela y el apólogo, géneros literarios que no repugnan absolutamente
a la inspiración, por ser una de tantas
maneras de expresar la verdad; y otra muy diferente esa creación ficticia
de un ambiente irreal, antihistórico anacrónico, que es el caso de la supuesta
leyenda cainita, y aun de la cronización setita, si no responde a realidad.
Esto es en puridad falsear la historia, cosa indigna de la palabra humana, que
la inspiración divina no podía abonar.
Subsistiendo pues intacto el doble problema de las
genealogías genesíacas, hay que tentar nuevas maneras de resolverlo, y eso es
lo que vamos a hacer aquí con los pobres recursos de que disponemos.