Nota del Blog: Sirvan estas páginas como un pequeño homenaje a León Bloy a cien años
de su muerte.
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Hay
en la vida de León Bloy tres[1] mujeres
que marcan a fuego su vida; dos de ellas acaso sean las más conocidas: Anne-Marie
Roullet, la Verónica de El Desesperado
y, por supuesto, su mujer Jeanne Molbech, la Clotilde de la segunda parte de La
Mujer Pobre; pero hay otra mujer a la cual Bloy le debe mucho y de la que
poco se conoce: nos referimos a su madre, Marie Anne Carreau.
Joseph
Bollery, en su monumental e insuperable biografía[2] nos ha conservado un par de
cartas que la madre de Bloy le enviara en su juventud; verdaderas joyas donde
reluce un hermoso y cristiano corazón.
¿Pero
quién era esta mujer, hija de madre española?
El
14 de febrero de 1890, León Bloy le escribe a su futura esposa:
“Antes que viniera al mundo, mi madre, que era
una cristiana de corazón profundo, quiso que no fuera su hijo. Con un esfuerzo
extraordinario de voluntad y de amor, que acaso sólo las almas superiores
pueden comprender, abdicó totalmente en manos de María sus derechos maternales,
haciéndola responsable de todo mi
destino, y mientras vivió no cesó de repetirme, con una obstinación sublime,
que mi verdadera madre, de una manera
especial y absoluta, era la Santísima Virgen. A Ella, pues, debes dirigirte, mi
amada Juana, si quieres conseguirme”.
Estas
palabras parecen darnos ya como una pincelada de un alma no mediocre.
La
vida de Bloy, sin embargo, lejos estuvo de ser en su juventud un modelo de
piedad. A los 18 años dejó su casa paterna para residir en París, y con ella
dejaba también, al poco tiempo, la fe. Pero nadie mejor que él mismo nos puede
resumir esos años.
En
una carta al célebre Abad de Solesmes, Dom Gueranger, escrita en 1874,
Bloy le abría su corazón con la siguiente confesión[3]:
“Entré en la vida como un aventurero, habiendo
perdido la fe, sin un céntimo, envidioso, vanidoso, ambicioso, perezoso y
sensual. Con semejante bagaje, no podía dejar de volverme un perfecto
socialista y es precisamente lo que sucedió. Entonces me volví completamente
miserable y mi consciencia y libertad se alteraron a un punto increíble.
Hasta entonces, Padre mío, todo estaba en orden.
Estaba en el camino más largo y frecuente de este siglo y no me deshonré ni más
ni menos que el primer infeliz. Era el estúpido trono del demonio que todo
socialista lleva en sí y si la Comuna hubiera venido dos años antes,
ciertamente hubiera fusilado algunos sacerdotes e incendiado algunas casas,
sin ninguna crueldad, por lo demás”.
El
10 de febrero de 1877, en una carta a Paul Bourget[4], y sobre la cual volveremos,
Bloy resumía brutalmente su vida en aquellos años:
“Hubo un momento donde el odio a Jesús y a su
Iglesia eran el único pensamiento de mi espíritu y el único sentimiento de mi
corazón”.
Bien.
Para ubicar las cartas de su madre en su justo contexto era preciso antes
conocerlo a grandes rasgos.
[1] El que quiera agregar a la lista a Berta Dumont,
la Clotilde de la primera parte de La Mujer Pobre, puede hacerlo.
[2] Léon Bloy, essai de
Biographie, 3 vol., ed. Albin
Michel, 1947, 1949 y 1954.
[3] Op. cit. I, pag. 75.
[4] Id. pag. 228 ¡¿A Bourget semejante confesión!? ¡Oh ironías de la vida!