Así,
nos parece que la antigua tradición patrística nos da la verdadera
interpretación del conjunto de la parábola. ¿Es lo mismo que decir que esta
interpretación, en la fase que hemos alcanzado, reproduce exactamente la que
dio Cristo? Las variantes que presenta muestran que estamos en presencia de
un desarrollo posterior. La distribución entre los elementos comunes y los
que presentan variantes nos permiten despejar el fondo primitivo y las
elaboraciones ulteriores.
Los
textos que utilizaremos para esta comparación son en primer lugar los tres que
ya hemos mencionado: la cita de los presbíteros que trae Orígenes en las Homilías sobre Lucas; la cita de Ireneo
y la de Clemente. Tendremos en cuenta también las numerosas alusiones de
Orígenes a nuestra exégesis. Las cito por orden cronológico; Co. Jo. XX, 35;
Co. Cant., Prol.; Co. Rom. IX,
31; Co. Mat., XVI, 9; Ho. Gn., XVII, 9; Ho. Jos., VI, 4; Contr. Cels., III, 61. Por otra parte, Rauer ha publicado
en su edición de las Homilías sobre Lucas
una cadena griega que da varias exégesis para cada detalle. Parece ser un
resumen del pasaje que corresponde al Comentario
sobre Lucas de Orígenes, hoy en día perdida. En efecto, en sus comentarios
Orígenes acostumbra dar las diversas exégesis que conoce para un mismo texto.
Entre
los exégetas ulteriores, mencionaremos solamente un fragmento del
Pseudo-Teófilo de Antioquía, citado por Rauer en el prefacio de su edición de
las Homilías sobre Lucas (p. LXIII),
un pasaje del Agradecimiento a Orígenes
de Gregorio Taumaturgo (PG, 10, 1101 A), un comentario, inspirado en Orígenes,
de Gregorio de Nisa en sus Homilías sobre
el Cantar de los Cantares (PG, 44, 1085 A-D; 1098 C), un fragmento de las Homilías sobre Lucas de Cirilo de
Alejandría que Riecker considera como inauténtico (PG, 62, 681 B)[1],
el largo pasaje inspirado de Orígenes que se encuentra en la Expositio in Lucam de San Ambrosio
(CSEL, 311-316), un pasaje de Gregorio de Elvira (Tract., 16; Battifol, p. 177-178), otro de Zenón de
Verona (Tract., II, 13; PG, 11, 431
C-432 A).
La
comparación de estos textos nos lleva a los resultados siguiente. Ciertos
elementos son supuestos por todos los autores y constituyen el sentido
primitivo de la parábola. El hombre que desciende de Jerusalén es Adán y la
humanidad toda entera. San Agustín escribirá: “Aquel hombre que estaba en
el camino dejado medio muerto por los ladrones representa a todo el género
humano”[2]
(Serm. 171, 2). Jerusalén representa el Paraíso. La cadena sobre Lucas
propone también la Jerusalén de arriba, lo que sin dudas alude a una exégesis
gnóstica de Orígenes sobre la caída del hombre fuera del mundo de los espíritus
preexistentes (GCS, 201). Jericó es la figura de este mundo. Los ladrones
son los ángeles de las tinieblas.[3] Sólo difiere aquí una
interpretación de la Cadena sobre
Lucas, que vé allí “los pseudo-maestros venidos antes de Cristo” (GCS, 202). Las
heridas son las consecuencias del pecado en la naturaleza humana.
De la misma manera en la
segunda parte de la parábola la tradición es unánime en ver en el Buen
Samaritano la figura de Cristo. Orígenes
observa sobre este tema que Cristo, acusado de ser Samaritano y poseído del
demonio, ha rechazado la segunda acusación, pero no la primera (Jn. VIII, 48)[4].
Relaciona la palabra Samaritano al hebreo σωμἡρ, que significa φυλάσσων
(Co. Jo., 20, 35), lo que será retomado por Gregorio el Taumaturgo (Rem., 17) y
deja ver la analogía del Samaritano y del Buen Pastor. El Sacerdote y el
Levita venidos antes del Samaritano se entienden universalmente de la Ley y los
Profetas. El πανδοχεῖον, la posada, es la Iglesia. El retorno del Buen
Samaritano es la Parusía.
El caso del posadero, por el
contrario, presenta divergencias que nos hacen tocar las modificaciones
sufridas ulteriormente por la parábola.
El presbítero de Orígenes vé allí “al que preside la Iglesia”. Este sentido se
encuentra también en el Comentario a los
Romanos (9, 31), de la cadena sobre Lucas, que precisa que se trata de los
apóstoles y de sus sucesores (GCS, 102) y por el Pseudo-Teófilo de Antioquía
(GCS, 63)[5].
Este parece ser el sentido primitivo. Pero Orígenes, en el comentario que sigue
a la cita del presbítero, ven en el posadero “el ángel de la Iglesia” (GCS,
204). El rasgo es retomado por Gregorio de Elvira (Battifol, 179). Clemente ya veía ahí a los ángeles que son
confiados a los hombres (GCS, 179). Esto es propiamente alejandrino. En fin, Ireneo
lo interpreta del Espíritu Santo (3, 17, 3), lo que será retomado por el
Pseudo-Cirilo de Alejandría (PG, 72, 681) y se relaciona con la teología propia
de Ireneo y constituye sin dudas una réplica a una exégesis gnóstica.
Tales
son los elementos que parecen constituir la interpretación original de la
parábola. Pero por ahí se le quiere dar un sentido simbólico a todos los
detalles – y es aquí donde aparece el alegorismo propiamente dicho, sea
judeo-cristiano o alejandrino. Ese alegorismo aparece ya en el Presbítero de
Orígenes, que representa una primera elaboración. Así, interpreta como el
cuerpo de Cristo la montura sobre la cual el Buen Samaritano coloca al hombre
herido (GCS, 20)[6].
Esto no se encuentra ni en Ireneo ni en Clemente, pero será retomado por
Orígenes y los que de él dependen. De la misma manera interpreta al Padre y al
Hijo en los dos denarios pagados al posadero (GCS, 202). Esto se encuentra en
Ireneo: es “a la imagen y a la inscripción” del Padre y del Hijo que el hombre
debe ser marcado. Pero en el Comentario a
los Romanos, Orígenes vé allí los dos Testamentos, lo que retomarán Zenón (loc. cit., 431 C) y San Ambrosio (CSEL,
315). Por último, la cadena de Orígenes agrega a estos dos sentidos el de los
dos mandamientos del amor a Dios y al prójimo, lo que se encontrará en Gregorio
de Nisa (PG, 44, 1085 D). La misma indecisión muestra aquí la ausencia de una
tradición firme, que da libre curso al alegorismo.
Hay
que agregar un cierto número de detalles que solamente ciertos autores
comentan. Así, el despojo del pobre hombre se interpreta como la pérdida en
Adán de la inmortalidad original (Cat.
Luc.; GCS, 202; Pseudo-Teófilo, GCS, 63; Greg. Nyss.; PG, 44, 1085 B-C); el
hecho que sea dejado medio muerto significa que la caída implica la muerte del
cuerpo, y que el alma permanece inmortal (Cat.
Luc., 202; Greg. Nyss. 1085 B); el vino y el óleo son la verdad y la
misericordia (Clem. Alex., Dives, 29;
GCS, 179; Contr. Cels., 4, 61; Cat.
Luc. 202), o la sangre redentora y la unción sacramental (Gregorio de Elvira, loc. cit., 179); al momento de la Parusía, al haberse curado el hombre, los
ángeles serán librados de su servicio (Clem. Alex. loc. cit., 179).
Así
vemos en qué sentido es cierto ver en la exégesis patrística del Buen
Samaritano la tradición auténtica de la parábola y en qué sentido habría que
ver una exégesis alegórica posterior. El sentido general de la parábola, los
detalles principales, están bien conservados por los Padres. Pero sobre este
fondo se injertan un alegorismo que se dirige a la vez sobre el sentido dado a
ciertos detalles y sobre la extensión de la alegoría a los menores detalles. Parecería,
como en muchos otros casos, que los gnósticos fueron en gran parte responsables
de esta deformación, aunque no tengamos de ellos, en nuestra parábola, el
equivalente de lo que tenemos de la oveja perdida y del hijo pródigo. Al
corregirlos, los Padres fueron influenciados por ellos, Ireneo en primer lugar.
Pero esta barrera nos permite, sin embargo, encontrar las líneas primitivas de
nuestra parábola.
***
Sigue
siendo legítimo interpretar la parábola en el sentido de que un Samaritano
despreciado que practica la caridad es superior a un Levita honrado que no la
practica. Eso es evangélico. Y Lucas autoriza esa interpretación. Pero también es
legítimo ver en la parábola una de las más admirables expresiones de la
economía de la salvación. Y cuando los teólogos le tomen prestadas sus
expresiones para designar la condición humana “despojada” por el pecado
original de sus bienes sobrenaturales, “herida” en sus facultades naturales,
pero sin embargo solamente “medio muerto”, diremos que no es una fantasía
gratuita, sino un desarrollo válido, en la meditación de la tradición, del
sentido auténtico de la parábola.
[1] Die Lukas – Homilien des hl. Cyrille von Alexandrien, Breslau, 1911, o. 76.
[2] “Totum genus humanum est homo ille qui
iacebat in via semivivus a latronibus relictus”.
[3] Ver Taciano, Discours
aux Grecs, 14 y 18. Taciano reenvía a una obra perdida de Justino.
[4] Nota del Blog:
¡Maravillosa y exquisita observación de Orígenes!
[5] Zenón de Verona vé allí “al doctor de la Ley” que
cura al hombre herido por “el remedio cotidiano de las prédicas” (loc. cit., 431 C-432 A); Optato de
Milevo lo compara al Apóstol Pablo, a quien son confiadas las naciones heridas
(Schism. Don. 6; PG, XI, 10731).
[6] Nota del Blog:
No nos termina de convencer lo que dice el autor sobre que es propio de la
alegoría el querer interpretar todos
los detalles, como así tampoco que los dos denarios y la montura no puedan
interpretarse literalmente de la Parusía y del cuerpo de Nuestro Señor.