Y
la última carta de cierta importancia, la recibe Bloy la víspera de alistarse
en la guerra[1]:
24 de octubre de 1870
Mi querido León: me apuro a escribirte y quisiera
que recibieras algunas líneas de parte mía ya que tengo necesidad de decirte
todos los deseos de mi pobre corazón y todas las súplicas que dirigirá al cielo
a fin que puedas volver junto a mí. ¡Ah, querido niño!, quiero bendecirte
también en el momento en que vas a exponerte al peligro; la bendición de una
pobre madre siempre va seguida de la de Dios; recibe, pues esta bendición. Que
Dios te cubra sin cesar con su protección, que la Santísima Virgen, nuestra
buena Madre, y todos los santos ángeles te acompañen y velen sobre ti. Mi
corazón sigue a mi bendición; me parece que va junto con ella; mi pobre hijo, ¡te
abrazo y espero que no sea por última vez!
¡Que
se haga la voluntad de Dios y no la mía!
No dudo que serás digno de la elección que ha caído
sobre ti de marchar adelante y estoy tan contenta como tú que sigues a
Cathelineau.
Adiós mi querido hijo. Si no hemos de vernos más
sobre esta tierra, nos uniremos pronto allá arriba.
Tu madre,
M. Bloy.
[Post-scriptum (de la mano del padre)].
Pase lo que pase, cumple con tu deber y sé bendito.
Bloy.
¿Cómo
termina esta historia? Pues bien, la madre de Bloy muere el 18 de noviembre de
1877, unos meses después que su esposo.
León
Bloy dirá después en alguna parte que cuando los cuerpos de sus padres tuvieron
que ser desenterrados se encontró con que el de su madre estaba incorrupto…
[1] Ibid. pag. 120-121.