martes, 19 de diciembre de 2017

Cartas entre León Bloy y su madre (V de VI)

“Feliz, aunque inquieta, la madre responde”:

IV Carta de la madre a L. Bloy[1]:

Périgueux, 2 de julio de 1869

Mi querido León:

Debes creer que te guardo rencor o que hay en mí indiferencia. Sabe, amado hijo, que el corazón de una madre no conoce el resentimiento ni comprende la indiferencia. Gemía, es cierto, y no podía imaginarme lo que te impedía escribirme; hacía ¡hay! muchas suposiciones, pero vuelves a mí y mis brazos se abren con más afección que nunca. Sufres, amado hijo, y quisiera poder consolarte.

No puedo estar más feliz de ver que tu fe se fortifica. Dices que no tienes ni el poder del deseo ni la certeza del amor. Agregas que no puedes entrar a una iglesia sin derramar lágrimas como un exiliado que viera de lejos su amada patria, ¿crees que eso no es el poder del deseo? ¿No estarías pronto a hacer todo por arribar a esta patria celeste, cualesquiera sean las dificultades?

La certeza del amor… ¿de dónde viene, pues, este dolor cuando oyes hablar mal de nuestra santa religión? ¿No estarías pronto a sostener con peligro de tu vida esta misma religión y la divinidad de Jesucristo, nuestro divino Maestro? Cesa de temer, ¿no eres mil veces más feliz incluso en los momentos de desolación interior que antiguamente en toda la efervescencia de tu impiedad? ¡Las lágrimas que uno derrama en presencia de Dios son tan buenas y refrescantes! Crees que difiere acordarte su gracia… supongamos que Dios te castiga y te prueba; te castiga porque apenas vuelto a Él, te has creído llamado a grandes cosas; te prueba porque tal vez tiene designios y quiere hacerte sentir que, abandonado a tus propias fuerzas, no eres absolutamente capaz de nada, y que a menudo saca el polvo más vil para sacar a luz su poder. Reconozcamos, pues, lo que somos. Hélas, la experiencia no ha hecho más que demostrarlo numerosas veces: sin la gracia de Dios no hacemos más que cosas malas y nos dirigimos a una perdición cierta. Humillémonos profundamente, reconozcamos sinceramente nuestra nada y vayamos a Dios con simpleza. Dices que no puedes rezar, caes de rodilla y los más indignos objetos vienen a distraerte. ¿Eres más fuerte que San Juan Crisóstomo que en el desierto y a pesar de los rigores de la penitencia era perseguido aún por los vanos rumores de un mundo lejano y que tenía necesidad de todos los auxilios de Dios?


Querido amigo, no te desanimes, póstrate en la presencia del divino Maestro; ¿crees tú que, oveja extraviada, Él te ha puesto sobre sus hombros para abandonarte? Recuerda que ha muerto por cada de nosotros en particular, considera todo lo que ha querido sufrir por nosotros en la cruz; cae a sus pies, húndete en el polvo y si no puedes rezar, permanece en la presencia de tu Dios, sufre y llora ante Él y, en tu profunda humillación, clámale: Señor Jesús, que has muerto por mí, ten piedad de mí, sé que no soy digno de ser vuestro hijo, pero con la Cananea, déjame recoger las migajas que caen de la mesa de vuestros hijos.

Ten una gran confianza en la Santísima Virgen, por ella llegarás más rápido a su divino Hijo.

No atormentes tu imaginación. Crees con tu alma ardiente, crees que debes hacer algo por Dios. Considera cuál fue la conducta de Jesús; ¿no nos dio un gran ejemplo de humildad? Sin embargo, era Dios y poseía toda la ciencia y el poder, pero debe obedecer a su Padre y esperar el momento que ha señalado. Hasta los treinta años, lleva una vida ignorada y que podría parecer inútil; permanece sumiso a San José y a la Santísima Virgen, trabajando con sus manos para ayudar a la vida material. ¡Qué materia para reflexionar! Imita al divino Maestro. No tienes más que veintitrés años y lo has ofendido hasta ahora. No puedes pretender sino hacer penitencia, y limítate por el momento a hacerte perdonar los extravíos de tu vida pasada: reza, llora como el santo rey David y riega todas las noches tu lecho con tus lágrimas y si Dios quiere otra cosa más para ti, te lo hará saber a su hora. Sométete a la vida común por el momento, reconociendo humildemente que no eres digno de otra cosa.

Intenta encontrar un buen sacerdote que te comprenda y te aconseje. Te había indicado los Lazaristas, los hijos de San Vicente de Paul. Encontrarás luz, consuelo, afección.

No te demores en escribirme, querido hijo; háblame de tu posición, de tu vida material, cómo vives, cuáles son tus recursos, intenta hacerte una situación independiente en el mundo, lo cual no es incompatible con tus nuevos sentimientos.

Me pareció haber entendido que estás trabajando en lo de un abogado, lo cual no me dice mucho. ¿Se puede de esa forma llegar a la independencia? Busca ganarte la vida honradamente. Sabes que Jesús no lo despreciaba. Que tu exterior y tu atuendo se condigan con la dignidad del carácter de hijo de Dios que estás orgulloso de llevar ahora, y procura incluso hacer un poco de bien si puedes. Dios, desde el comienzo del mundo nos ha condenado al trabajo y a menudo nos ha dado las riquezas terrestres. Así pasó con Job que fue colmado de males y de riquezas y que, sin embargo, fue un santo.

Te lo repito: hazte una posición independiente, gana dinero, ahorra en caso de necesidades imprevistas, pues a pesar de nuestra buena voluntad, no vamos a poder ayudarte. Apenas si podemos cubrir nuestras necesidades. No voy a las aguas, aunque el médico las encontró muy útiles porque trae muchas dificultades económicas al hogar.

Por ahora tenemos necesidad de reposo, de una alimentación más sustancial dado que todos estamos indispuestos y enfermos y hay que recomenzar las privaciones de la juventud.

Tenemos seis hijos y hemos dejado nuestra salud a educarlos y ahora, en lugar de recibir algún tipo de alivio, que no pedimos, ¡estaríamos obligados a ayudarlos!...

No tomes esto como un reproche, pero a veces es bueno dejar las cosas en claro.

Tu padre ha vuelto a trabajar a los Puentes y Caminos y su sueldo que era en los ferrocarriles de 4.000 francos ha bajado a 2.000 y en una casa donde hay tres enfermos y dos niños; en estos momentos estamos en la miseria. Pero tenemos ánimo y no nos dejamos abatir.

Creo que tu padre se ha sentido tocado por el hecho que le hayas escrito el día de su fiesta. Piensa un poco más en los intereses de este mundo; hazte seriamente una posición honrada y tu padre, viendo que la piedad te ha hecho volverte un hombre útil, será más dado a apreciarla, dado que lo que lo aflige, es que hasta ahora no has hecho más que perder el tiempo y que no hayas comenzado a crearte una posición, a tomar en fin tu lugar en el mundo como hace todo hombre razonable y el hecho de que no vé para ti en adelante más que miseria y desgracia.

Tus hermanos menores, tu tía y yo te besamos con todo nuestro corazón,

Tu madre completamente fiel,

M. Bloy.




[1] Id. pag. 105-108.