Es
preciso tener presente que esa predicación de la proximidad del Reino fue ofrecida en dos oportunidades a los
judíos: una por medio de Nuestro Señor y la otra por los Apóstoles en el
período de gracia que Jesús les obtuvo, pero en ambos casos, Israel rechazó al
Mesías, posponiendo todo para el fin.
Los
dos Testigos vendrían, pues, a renovar esa prédica que había sido rechazada[1] y
de hecho la proclamación del “Evangelio (lit. “buena nueva”) del Reino en todo
el mundo habitado” de la que habla Jesús en el Discurso Parusíaco, será
precisamente eso: el anuncio a todo el mundo de la próxima venida de Jesucristo[2]; en eso consistirá, pues, la
buena nueva, el Evangelio.
Y
no es una mera casualidad que la misma palabra la encontramos ya en Isaías,
casi como si fuera un término técnico, en un bellísimo pasaje (que se debe
ubicar sin dudas en el milenio) donde el profeta se dirige a su pueblo para
consolarlo con una “buena nueva”:
“Cuan hermosos sobre los montes
Los pies del mensajero de albricias,
Que trae la buena nueva (el Evangelio) de la paz,
Que anuncia felicidad y pregona la salvación;
Diciendo a Sión: “Reina tu Dios”.
(Se oye) la voz de tus atalayas;
Alzan el grito y prorrumpen en cánticos todos,
Porque con sus propios ojos
Ven el retorno de Yahvé a Sión.
Saltad de júbilo, cantad a una,
Ruinas de Jerusalén;
Pues Yahvé ha consolado a su pueblo,
Ha rescatado a Jerusalén.
Yahvé ha revelado su santo brazo
A la vista de todas las naciones,
Y todos los confines de la tierra
Verán la salvación obrada por nuestro Dios”
(Is. LII, 7-10).
Si
esto es así, la gran pregunta es ¿cuál de los dos vio la Parusía de Nuestro
Señor y cuándo?
Si
nos atenemos a los únicos datos que poseemos de cierto, que son los de las
Escrituras, dado que no hay nada en la tradición al respecto, la respuesta
salta a la vista: no hay nada que nos diga que Henoc vio la Parusía, mientras
que de Moisés se afirma en términos expresos.
¿Cuándo?,
se preguntará el lector.
Pues
en la Transfiguración.
Que
Moisés y Elías, al igual que los Apóstoles, vieron allí la segunda Venida de
Nuestro Señor, se colige de al menos dos textos bíblicos:
I) Por el contexto, ya que antes de la descripción de
la escena de la Transfiguración, el Evangelio nos dice:
Mc.
IX, 1: “Y les dijo: “En verdad, os
digo, entre los que están aquí, algunos no gustarán la muerte sin que hayan
visto el reino de Dios venido con poder…
Y
para mostrar la relación con lo que sigue, agrega inmediatamente después:
“Y seis días después, tomó Jesús consigo a
Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó solos, aparte, a un alto monte, y se
transfiguró a su vista…”[3].
Es
decir, tanto los tres Apóstoles como también Elías y Moisés vieron el reino de Dios viniendo con poder.
II) Nuestro Señor les encargó a los discípulos, cuando
bajaban del Tabor, que a nadie dijeran lo que habían visto hasta que hubiera
resucitado, cosa que los Apóstoles cumplieron fielmente:
San Pedro en su segunda carta es más que explícito al
respecto:
II
Ped. I, 16-18: “Porque no os hemos
dado a conocer el poder y la Parusía
de nuestro Señor Jesucristo según fábulas inventadas, sino como testigos
oculares que fuimos de su majestad. Pues Él recibió de Dios Padre honor y
gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue enviada aquella voz: “Éste es
mi Hijo amado en quien Yo me complazco”; y esta voz enviada del cielo la
oímos nosotros, estando con Él en el monte santo”.
La
alusión a la Parusía y a la escena de la Transfiguración salta a la vista.
San Juan no es menos claro cuando afirma:
Jn.
I, 14: “Y el Verbo se hizo carne, y
puso su morada entre nosotros —y nosotros vimos su gloria, gloria como del
Unigénito del Padre— lleno de gracia y de verdad.
Sobre
lo cual Straubinger comenta:
“Los apóstoles vieron la gloria de Dios manifestada
en las obras todas de Cristo. Juan, con Pedro y Santiago, vio a Jesús
resplandeciente de gloria en el monte de la Transfiguración”.
Sobre
Santiago no hay nada en las Escrituras, ni que sepamos, en la tradición,
pero no se puede negar que cumplió fielmente el mandato de Jesús cuando bajaban del monte.
En
conclusión, aquí tenemos con palabras claras y expresas, la prueba de que
Moisés vio la Parusía de Nuestro Señor, sobre la cual podrá testimoniar.
Esta
es también la opinión, por ejemplo, del gran Maldonado al comentar Mt.
XVII, 3:
“¿Por qué quiso Cristo tener testigos del otro mundo
para su transfiguración? (…) Yo creo que por dos motivos intervinieron aquellos
personajes (…) y otro, para que se representase al vivo el futuro reino
de Cristo cuando haya de venir (Apoc. XI, 3), el cual se anunciará por estos
dos testigos”.
Bien.
Otros argumentos se han dado en favor de Moisés, que será bueno repasar.
b) Era la opinión de la tradición judía.
c) Los primeros dos prodigios de los vv. 5-6 (fuego
del cielo y falta de lluvias), aluden manifiestamente a Elías (IV
Rey. I, 10.12 y III Rey. XVII, 1), mientras que los otros dos: convertir
las aguas en sangre y herir la tierra con toda suerte de plagas, aluden a Moisés
(Ex. VII, 19, primera plaga de Egipto y luego todo lo que sigue hasta el
capítulo XII, el resto de las plagas).
d) Moisés es nombrado junto con Elías al final de
Malaquías, justo cuando profetiza sobre los últimos tiempos:
“Pues mirad que viene aquel día que arderá como
un horno. Todos los soberbios, y todos los obradores de iniquidad, serán
como paja; porque aquel día que viene los abrasará, dice Yahvé de los
ejércitos, sin dejar de ellos ni raíz ni rama.
Mas para vosotros que teméis mi Nombre, se levantará
el Sol de justicia, que en sus alas traerá la salvación; y saldréis vosotros, y
saltaréis como terneros (que salen) del establo. Y pisotearéis a los impíos,
pues serán como ceniza debajo de las plantas de vuestros pies, en aquel día
que Yo preparo, dice Yahvé de los ejércitos.
Acordaos
de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien intimé en el Horeb mandamientos y
preceptos para todo Israel.
He aquí que os enviaré al profeta Elías, antes que
venga el día grande y tremendo de Yahvé. El convertirá el corazón de los padres
a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo viniendo
hiera la tierra con el anatema” (Mal. IV, 1-6).
Una
sola objeción, y no menor, se
presenta inmediatamente al espíritu y es que Moisés murió, pero la verdad es que,
mirada de cerca, esta objeción se vuelve fácilmente a favor de la identidad de
Moisés.
El
hecho de la muerte es innegable; lo dice claramente la Biblia e incluso indica
que los hijos de Israel hicieron duelo por él durante treinta días.
Sin
embargo, la muerte de Moisés, y así lo reconocen todos, está rodeada de
misterios.
a) Nunca fue conocido su sepulcro (Deut.
XXXIV, 6).
b) Existe una tradición judía (e incluso hay
apócrifos al respecto, como La Asunción
de Moisés) recogida por Josefo, que dice que Moisés fue arrebatado en
una nube en el monte Abar.
c) La muerte de Moisés y lo que acaeció después posee
algunas características únicas: recordemos el altercado entre San Miguel y
Satanás sobre el cuerpo de Moisés, ¿a qué obedece todo este episodio?
d) Un nuevo argumento, y no menor, lo vemos de nuevo
en la Transfiguración, donde San Pedro dijo:
“Señor, bueno es que nos quedemos aquí. Si quieres,
levantaré aquí tres tiendas, una para Ti, una para Moisés, y otra para
Elías” (Mt. XVII, 3).
De
donde parece inferirse que San Pedro estaba convencido que estaba ante tres
cuerpos reales (el de Nuestro Señor,
Elías y Moisés), pues de lo contrario no hubiera tenido sentido hablar de “una
tienda para Moisés”.
Sed contra es
que Santo Tomás enseña (III, q. 45, a. 3, ad 3), expressis verbis, que el cuerpo de
Moisés no era suyo:
“En cambio, dice Jerónimo In Matth.: Debe
observarse que no quiso acceder a dar una señal del cielo a los escribas y
fariseos, que se la pedían; sin embargo, en este caso, para aumentar la fe de
los Apóstoles, les da una señal del cielo, bajando Elías de donde había subido
y levantándose Moisés de la morada de los muertos. Esto no debe
entenderse como si Moisés hubiera reasumido su cuerpo, sino que su alma se
apareció mediante algún cuerpo que tomó, como se aparecen los ángeles. Elías,
en cambio, se apareció con su propio cuerpo, no traído del cielo empíreo, sino
de algún lugar alto al que hubiera sido arrebatado en el carro de fuego (cf. II
Rey. II, 11)”
A
decir verdad, Santo Tomás está prácticamente sólo en esta exégesis, así que no es
necesario seguirlo aquí.
Maldonado, in loco,
dice:
“Suele preguntarse si aparecieron de verdad. Así lo interpretan
todos los autores que recuerdo haber leído, menos Estrabón y Santo Tomás.
El primero cree que no aparecieron en su realidad, sino en imagen y figura; y
el segundo, que ciertamente Elías apareció en su propia real substancia, porque
aún vive, pero Moisés, que ya había muerto, no apareció íntegro y totalmente,
sino en alma; no en su propio cuerpo sino en otro aparente y ficticio. Es
más probable lo que piensan los demás autores: que ambos se presentaron
verdadera e íntegramente, pues no convenía que la verdad se probase con una
ficción, y parecía razonable que, así como Cristo ostentaba no falsa y fingida
gloria, así la probase con no falsos y fingidos testigos”.
En
conclusión, a fin de probar la realidad de su gloriosa Venida, Nuestro Señor se
valió de los dos mejores Testigos del Antiguo y de los tres mejores del Nuevo
Testamento pues:
“Por el testimonio de dos testigos, o por el
testimonio de tres testigos, se decide la causa (Deut. XIX, 15)”.
Por
último, como decíamos más arriba, este argumento se vuelve en contra de
nuestros adversarios porque notemos que fácilmente se puede ver en Moisés
y Elías a las dos clases de hombres que va a encontrar Jesús cuando venga y que
tendrán parte en el reino milenario: por un lado, los muertos resucitados, que
estarían representados en Moisés y por el otro, los arrebatados vivos,
representados por Elías.
A
estos dos grupos, como lo indica agudamente Van Rixtel, parece referirse
Nuestro Señor cuando dice:
“Yo soy la resurrección y la vida;
quien cree en Mí, aunque muera, revivirá (los
que tienen parte en la primera resurrección, figurados por Moisés) y todo
viviente y creyente en Mí, no morirá jamás (los
arrebatados vivos cuyos cuerpos serán transformados, simbolizados por Elías)”
(Jn. XI, 25-26).
Por lo demás, que
los dos Testigos anunciarán la inminente venida de Cristo se vé muy
claro si se piensa que Elías, que es el precursor, tiene por misión
preparar los corazones de los judíos para cuando vuelva el Mesías y, además, si
San Juan Bautista venía con el espíritu de Elías y predicó la inminencia de la
(primera) venida de Jesús, pues entonces otro tanto cabe decir de Elías.
[3] Segarra trae un completísimo análisis de este texto:
“Algunas observaciones sobre los principales textos escatológicos de Nuestro
Señor”, Estudios Eclesiásticos, 10 (1931), pp. 475-499, 11 (1932), pp. 83-94 y
12 (1932), pp. 345-367.