Un
reciente comentario al libro del Génesis,
por
Ramos García
Nota del Blog: El siguiente trabajo está tomado de la revista Estudios Bíblicos
12 (1953), pag. 227-255; damos antes la reseña que hizo el sabio sacerdote
español a este libro.
Típico ejemplo de un
comentario bíblico de pleno siglo XX imbuido de un espíritu racionalista y
modernista que el P. Ramos García refuta como corresponde, con su
conocida competencia.
***
J. CHAINE: Le livre de la Genèse (Lectio divina, Paris.
Editions du Cerf, 1949. 23 x 14 cms., 525 pag.
Causas
ajenas a nuestra voluntad nos han impedido hasta ahora dar nuestro juicio,
siquiera sea sumario, acerca de esta obra meritísima, aunque discutible en
varios puntos, del malogrado Prof. Chaine, tan ventajosamente conocido de las
letras bíblicas.
Según
se nos dice en la presentación preliminar, la colección “Lectio divina” se
propone servir lealmente al afán creciente de estudiar la Biblia en sus
fuentes, ayudando a una inteligencia total de la Escritura, bien con obras
exegéticas, elaboradas a la luz de nuestros más exactos conocimientos
históricos, bien con trabajos de Teología bíblica, o de una exegesis
“espiritual” renovada.
La
presente obra de Chaine pertenece a esa exegesis histórica tan prometedora, y
ni qué decir tiene que el autor realiza su propósito con gran desembarazo y
competencia, pues no parece ignorar nada de cuanto en la historia, la mitología
y el folklore puede ilustrar el sagrado texto.
No obstante, una tal exegesis
bíblica, basada principalmente en recursos profanos, no llega a convencernos
del todo, pues trae fácilmente aparejada la desnaturalización y rebajamiento de
la palabra divina a un nivel puramente humano. Con tal método exegético, no ya los cinco o diez primeros capítulos,
sino el libro entero del Génesis parece no rebasar los límites de la llamada
leyenda histórica, si es que a tanto llega algunas veces. Vaya un ejemplo
para muestra: El misterioso personaje que luchó con Jacob en la margen del
Jaboc, es —dice— et genio tutelar del vado. Y trae en confirmación pasajes de
Plutarco y Herodoto. Estaríamos así en presencia de un tema de folklore,
transformado y aplicado a Jacob (p. 347).
Nos
parece que esto es demasiado, y no hay razón ninguna que lo abone. Ni vale aquí
lo de aliquando bonus dormitat Homerus, porque el autor parece estar
bien despierto, pues nos ofrece otros varios casos de aproximaciones e
identificaciones semejantes. Con el aprovechamiento de la historia y erudición
profana, corre parejas el de la crítica de las fuentes. Descubre el autor en el
Génesis varias fuentes o documentos de que se formó, y que por orden de
antigüedad son los siguientes: el yahvista (J), el elohísta (E), y el códice
sacerdotal (P), con pocos pasajes más de otras fuentes anónimas (X), ciertos
aditamentos del redactor (R) del libro, y algunas glosas.
En
esto no tenemos nada que oponer: es libre el autor en seguir esa opinión, aunque
no la compartimos muchas veces, máxime en lo que supuesta mayor antigüedad de
J, a ciertos aditamentos redaccionales primeros y postreros y a algunas características
de las fuentes, como el que las cifras son propias de P, etc. etc. Mas lo
que no estamos dispuestos a conceder fácilmente a la crítica independiente, y
con ella al autor que en esto la sigue de cerca, es que los relatos parecidos
sean réplicas (doublets) unos de otros, tomados de fuente diversas,
entre las cuales habría una gama indefinida de divergencias y contrastes, que llegan
frecuentemente a la contradicción, lo cual, de ser verdad, que no se prueba
eficazmente, nos parece sumamente aventurado, porque si bien el autor sagrado no se hace necesariamente solidario de cuanto explícitamente
cita en su relato, sino sólo de lo que dice bien con su fin y objeto; todavía,
cuando las citas son implícitas, y esto de suerte que el autor parezca
limitarse a hablar por ellas, en una taracea perenne de fragmentos, que sería lo normal en el Génesis (p. 494), el autor
no parece poder dejar de apropiarse cuanto cita, y en este supuesto no nos
place, por subjetivo y apriorístico, el dictado contrario de la crítica de que
“hasta prueba en contrario el autor no afirma en todos sus detalles los
documentos que acopla y reproduce” (p. 511).
¿Razón
de esta restricción? Como siempre, el fin u objeto que el autor persigue. Mas ¿cómo
atinar en el caso con el propósito del autor? La norma orientadora, se nos
dice, es la idea general que del uso de las citas se desprende (lb.). A
nosotros, en cambio, nos parece que todo este razonamiento, fundado en la crítica
de las fuentes, es demasiado alambicado y sutil, y el producto difiere desde
luego en cada ensayo según el alambique que se emplee. El que emplea nuestro
autor, de fabricación asaz moderna, no nos ofrece entera confianza.
Añadamos
algunas palabras, no más, en torno al Género literario, que tanto se invoca
hoy, y no siempre, tal vez, con la debida ponderación. Así, al restar
historicidad, y aun verdad, a tantos pormenores —cuando no a relatos enteros,
como el de la lucha con el ángel—, nuestro autor se apoya decididamente sobre
el Género literario del Génesis, que sería en buena parte un intermedio entre
la historia parabólica y la historia propiamente dicha. Y añade luego, como
a explicación de su pensamiento, que la falta de historicidad plena en el Génesis
es una secuela de la manera de escribir de los semitas (p. 510 ss.) tan
diferente de la de los clásicos; como si aquéllos, por hacer obra de taracea y
de paciencia, no pudieran escribir historia verdadera, y éstos con su manera
más unitaria y desenvuelta no estamparan a menudo muchas fábulas. Aquí
se subordina el Género literario al método o manera de escribir, cuando la tal
subordinación no existe.
Del
método, por sí sólo, no se puede concluir nada contra la historicidad de una
relación. ¿Acaso la armonía evangélica de Taciano pierde nada de su historicidad
por el hecho de ser una armonía? Pues así tampoco el Génesis pierde necesariamente
de la suya, por ser una armonía de varias fuentes. Que las fuentes de que
bebió Taciano eran inspiradas y las del Génesis no consta que lo fueran (p.
511) eso no importa para el caso, porque si no eran inspiradas las fuentes, lo
era su compilador y la compilación, y esa inspiración guiaba al compilador en
el uso de los documentos, de tal suerte que pudiendo dejar correr en ellos
todas las peculiaridades, y aun defectos humanos de que tal vez adolecían, no
pudo pasar el error de cualquiera clase que fuera. No entendemos pues,
eso de admitir la contradicción entre los varios documentos lo cual implicaría
el error de la palabra divina cuantas veces el autor no habla por sí, sino por
los documentos que compila, que es lo normal en el Génesis, y en todo el
Pentateuco.
Para
ver, pues, hasta qué pormenores llega la exención de error, o sea la verdad
divina en la Escritura, en caso de ser documentada, hay que ver hasta qué punto
se asimila el autor los documentos que cita, y hasta ahí, y no más, llega la
inerrancia bíblica. Mas si se los cita sólo implícitamente, y el autor se
limita a hablar por ellos, creemos, hasta prueba en contrario, que se los
asimila enteramente, es decir, en todos sus detalles, bien que no siempre en
sentido propio.
Para medir, en cambio el arado
de historicidad —que es sólo una manera de la verdad— en un libro sagrado, se
habría de seguir este camino: Después
de distinguir bien entre el método o modo de componer, y el Género literario o
carácter del contenido como tal, no insistir en el método, que no va ni viene
de suyo, sino en el Género literario, investigado como fuere —no siempre tan
hacedero—, y no usar sin mucha cautela de la expresión “Procedimiento
literario”, por ser equívoca, como expresiva que es a la vez del método y del Genero.
El autor parece usarla como un sinónimo más (p. 512).
Con
esto hemos querido señalar tres o cuatro puntos débiles en la obra del Prof.
Chaine, que nos parecieron más notables por su importancia deductiva. Indicar
por menor los inconvenientes, que se pueden seguir y de hecho parece deducir el
autor de sus principios crítico-exegéticos, demasiado avanzados, a nuestro
entender, nos llevaría muy lejos. Volveremos, tal vez, sobre ello en un
artículo ad hoc más detallado.
Conste
entre tanto nuestra admiración por el autor y por su obra, que siendo bajo
otros muchos aspectos meritísima, puede ser de no poco provecho a los estudiosos,
ya curtidos en estas lides, no así a los principiantes.
JOSÉ RAMOS, C. M. J.