Hasta aquí hemos analizado
sumariamente lo que respecta a la predicación apostólica y a la de Nuestro
Señor junto con San Juan Bautista, pero si volvemos nuestros ojos al
Apocalipsis vamos a poder apreciar algunas similitudes.
Según nuestra concepción, que
ya hemos apuntado en varios artículos previos, las dos Iglesias de Filadelfia y
Laodicea abarcan en total un período de 7 años que coinciden con la Septuagésima
Semana de Daniel, en cuya primera mitad tenemos la prédica de Elías y en la
segunda el reinado del Anticristo. En ambos períodos vemos diversos grupos de
mártires, los que hemos dado en llamar los
del 5º Sello y los del Anticristo[1].
Ahora bien, es en este primer
período en donde tendrá lugar la prédica del Evangelio en todo el mundo tal
como lo profetizó Jesús en el Discurso Parusíaco y como ya insinuamos algo AQUI.
En definitiva, es el contenido de esta prédica la que
queremos indagar ahora.
Antes que nada, recordemos
que todo parece indicar que el mismo Apocalipsis está dividido de la misma
manera que la 70º y última Semana de Daniel: toda la primera sección de las
visiones en el cielo comienza en el cap. IV y termina en el cap. IX inclusive,
mientras la segunda mitad comienza con el cap. X.
En la cronología del
Apocalipsis, cuando suena la 6º Trompeta, el Anticristo ya ha aparecido hace tres
días y medio, como se ve por el análisis de VIII, 13 con la descripción del 2º ay (6º Trompeta) en XI, 11-14:
“Y vi y oí un águila volando en medio del
cielo, diciendo con voz grande: “Ay, ay, ay de los que habitan sobre la
tierra, a causa de las restantes voces de la trompeta de los tres ángeles, los
que van a trompetear”.
“Y después de los tres días y medio, un
espíritu de vida de parte de Dios entró en ellos y se pararon sobre sus pies y
temor grande cayó sobre los que los contemplaban. Y oyeron una voz grande,
desde el cielo diciéndoles: “Subid aquí”. Y subieron al cielo en la nube y los
contemplaron sus enemigos. Y en la hora aquella hubo un terremoto grande y el
décimo de la ciudad cayó y muertos fueron, en el terremoto, nombres de hombres
millares siete y los restantes quedaron despavoridos y dieron gloria al Dios
del cielo. El ay, el segundo, se fué; ved que el ay, el tercero,
viene pronto”.
***
Preciso nos es ahora recorrer
el Apocalipsis para intentar espigar el contenido de la prédica de Elías.
Pero es difícil decidirnos
por dónde empezar.
Comencemos con la palabra Evangelio, la cual es usada tres veces:
en dos oportunidades como sustantivo y en la restante como verbo.
Apoc. X, 1-7: “Y vi otro ángel fuerte
descendiendo del cielo, vestido con una nube y el iris sobre su cabeza y su
rostro como el sol y sus piernas (lit. sus pies) como columnas de fuego.
Y teniendo en
su mano un librito abierto; y puso su pie, el derecho, sobre el mar y el
izquierdo sobre la tierra; y clamó con voz grande, como león que ruge y cuando
clamó hablaron los siete truenos sus voces. Y cuando hablaron los siete
truenos, iba a escribir y oí una voz del cielo diciendo: “Sella lo que hablaron
los siete truenos y no lo escribas”. Y el ángel que vi estando de pie sobre el
mar y sobre la tierra, alzó su mano, la diestra, al cielo, y juró por el
Viviente por los siglos de los siglos - que creó el cielo y lo que hay en él y
la tierra y lo que hay en ella y el mar y lo que hay en él -: "Tiempo ya
no habrá", sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando
vaya a trompetear, también se consumó el misterio de Dios como evangelizó a sus
siervos los profetas”.
Apoc. XIV, 6: “Y vi otro
ángel volando en medio del cielo, teniendo un Evangelio eterno para
evangelizar a los sentados sobre la tierra y a toda nación y tribu y lengua y
pueblo…”.
Por la primera cita vemos una
confirmación de nuestra cronología ya que cuando
toque la 7º Trompeta se habrá consumado la predicación del Evangelio hecha por
los Profetas. La última Trompeta, pues, indica que ya tuvo lugar la
predicación de los Profetas y que comenzó la segunda mitad de la 70º Semana, y
por lo tanto el reinado del Anticristo.
Quiénes sean estos profetas se ve claro en el capítulo
siguiente:
XI, 3-10: “Y daré a mis dos testigos y profetizarán días
mil doscientos sesenta, vestidos con sacos”. Estos son los dos olivos y los dos candelabros, los que delante del
Señor de la tierra están de pie. Y si alguno quisiere dañarlos, fuego sale de
la boca de ellos y devora sus enemigos. Y si alguno quisiere dañarlos, así debe
ser muerto. Estos tienen la autoridad de cerrar el cielo para que lluvia no
llueva los días de su profecía y autoridad tienen sobre las aguas para
convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda plaga cuantas veces
quisieren. Y cuando hayan consumado su testimonio, la Bestia, la que sube del
abismo, hará contra ellos guerra y los vencerá y los matará. Y el cadáver de
ellos (yacerá) en la plaza de la ciudad, la grande, que se llama
espiritualmente Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado. Y ven
de entre los pueblos y tribus y lenguas y naciones el cadáver de ellos, días
tres y medio; y sus cadáveres no dejan se pongan en sepulcro. Y los que
habitan sobre la tierra se regocijan sobre ellos y se alegran y dones se
enviarán unos a otros, porque éstos, los dos profetas, atormentaron a los que
habitan sobre la tierra”.
¿Qué hay de la segunda cita
donde vemos al Ángel con el Evangelio eterno?
Ese versículo del cap. XIV
nos lleva de la mano al que citamos más arriba, pues como dijimos en otra
oportunidad, se trata de lugares paralelos (ver AQUI):
XIV
6. Y vi a otro ángel volando por medio del cielo, teniendo el Evangelio eterno, para evangelizar a
los que tienen asiento en la tierra: a toda nación y tribu y lengua y pueblo.
7. Y decía con gran voz:
“Temed a Dios y dadle gloria a Él, porque ha
llegado la hora de su juicio; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las
fuentes de aguas”.
XI
11. Pero al cabo de los tres días y medio, un espíritu de vida que venía de
Dios, entró en ellos y se levantaron sobre sus pies, y cayó un gran temor
sobre quienes lo vieron.
12. Y oí una gran voz del
cielo que les decía: “subid acá”. Y subieron al cielo en la nube, a la vista de
sus enemigos.
13. En aquella hora se produjo un gran terremoto, se derrumbó la décima parte
de la ciudad y fueron muertos en el terremoto siete mil nombres de hombres; los
demás, sobrecogidos
de temor, dieron
gloria al Dios del cielo.
Y aquí tenemos el contenido del Evangelio eterno:
XIV, 7. Y decía con gran voz:
“Temed a Dios y dadle gloria a Él, porque ha llegado
la hora de su juicio; adorad al que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de aguas”.
Lo mismo que, en otra parte,
ya habíamos visto predicar a San Pablo:
Hech.
XIV, 15-17: “Hombres, ¿qué es lo que hacéis? También nosotros somos hombres, de
la misma naturaleza que vosotros. Os predicamos para
que dejando estas vanidades os convirtáis al Dios
vivo, que ha creado el cielo, la tierra, el mar y todo cuanto en ellos se
contiene, el cual en las generaciones pasadas permitió que todas las
naciones siguiesen sus propios caminos; mas no dejó de dar testimonio de Sí
mismo, haciendo beneficios, enviando lluvias desde el cielo y tiempos
fructíferos y llenando vuestros corazones de alimento y alegría”.
Y ésto no es más que un eco
de lo que dice San Juan tras la 6º Trompeta:
Apoc. IX, 20-21: “Y los
restantes de los hombres, los que no fueron muertos con las plagas estas, no
se arrepintieron de las obras de sus manos, para no adorar a los demonios y los
ídolos, los de oro y los de plata y los de bronce y los de piedra y los de
madera, los cuales ni ver pueden, ni oír, ni caminar. Y no se arrepintieron de
sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos”.
Idolatría más impenitencia,
es decir, lo contrario del contenido del Evangelio: adoración al Dios verdadero
más conversión.
Si recordamos las palabras de
Fillion, vemos aquí claramente
formulados los tres aspectos de los que habla:
“La
conversión al cristianismo es resumida en tres puntos concretos: el abandono del
culto de los ídolos, la adhesión al
Dios único, que es llamado vivo y verdadero por oposición a las divinidades
sin vida y sin realidad del paganismo, y la
espera de la segunda venida de Jesucristo, juez futuro de los vivos y de los
muertos”.
Los tiempos y las palabras
son los mismos.
Siendo esto así, ¿puede acaso
sorprendernos que veamos en el Apocalipsis una alusión al Dios vivo?
Apoc. IV, 8-11: “Y los
cuatro Vivientes, cada uno de ellos teniendo alas seis, alrededor y dentro
llenos de ojos; y reposo no tienen día y noche, diciendo: "Santo,
Santo, Santo, Yahvé Dios, el Todopoderoso, el que era y el que es y el que
viene”. Y cuando den los Vivientes gloria y honor y acción de gracias
al sentado sobre el trono, al Viviente por los siglos de los siglos, caerán
los veinticuatro Ancianos ante el sentado sobre el trono y se postrarán ante el
Viviente por los siglos de los siglos y arrojarán sus coronas ante el
trono, diciendo: “Digno eres Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el
honor y el poder, porque Tú creaste todas las cosas y por tu voluntad eran y
fueron creadas”.
Imposible dejar de notar la referencia
a los mismos tópicos: se le da gloria a Dios, que es el Viviente por excelencia
y que creó todas las cosas.
Y tampoco puede sorprender
que el Ángel en Apoc. X, 6 jure:
“Por el Viviente por los siglos de los siglos
- que creó el cielo y lo que hay en él y la tierra y lo que hay en
ella y el mar y lo que hay en él-: "Tiempo ya no habrá".
Ver también Apoc. XV, 7.