jueves, 9 de julio de 2020

La Disputa de Tortosa (IV de XXXVIII)


A su vez, Jerónimo les hizo 12 preguntas:

Primera pregunta: ¿Cuál era el lugar asignado para el nacimiento del Mesías?

Segunda pregunta: ¿Nacerá el Mesías milagrosamente o bien naturalmente, como cualquier otra persona?

Tercera pregunta: El Mesías, ¿será solamente hombre o bien Dios y hombre a la vez?

Cuarta pregunta: ¿Debía el Mesías venir para salvar las almas para la vida espiritual o solamente los cuerpos para la vida temporal?

Quinta pregunta: ¿Fué el pecado de Adán remitido antes de la venida del Mesías o no?

Sexta pregunta: ¿Debía o no padecer la muerte el Mesías para purgar dicho pecado (de Adán)?

Séptima pregunta: ¿Deberá salvar el Mesías a alguna otra nación además de aquellos que descienden de Israel?

Octava pregunta: ¿Deberá dar el Mesías una ley o doctrina nueva?

Novena pregunta: Después de su venida, ¿habían o no de continuar los sacrificios antiguos?

Décima pregunta: ¿Habían o no de continuar después de su venida los preceptos ceremoniales de la Ley antigua, tales como las leyes relativas a los manjares y el sacerdocio de la tribu de Leví y estirpe de Aarón?

Undécima pregunta: ¿Cuál es la causa de la cautividad tan larga en que yacen actualmente los judíos?

Duodécima pregunta: ¿Deberéis, cuando vuestro Mesías venga, poseer de nuevo aquella misma tierra que poseyeron por primera vez los judíos cuando fueron liberados de la cautividad egipcia y volvieron a poseer por segunda vez al ser liberados de la cautividad babilónica, o bien poseeréis otra distinta?[1]

Desde la sesión 26 hasta la 45 las partes procuraron demostrar sus afirmaciones, sobre las cuales hablaremos más a propósito más adelante.

Sesión 46-62


Las dos siguientes sesiones sirvieron para que Jerónimo hiciera un resumen de la discusión y la 48 se utilizó para ver cómo iba a proceder la disputa, pues tres Rabinos quisieron continuar con la disputa, alegando que tenían nuevas razones.

Del campo teológico se pasó al filosófico, pero la cosa no fue mejor para los judíos.

El P. Pacios comenta:

“Dígase lo que se quiera de la brillantez y solidez de las Memorias de esos tres rabinos, es lo cierto que, ante las refutaciones de Jerónimo, en unas intervenciones que creemos de las más brillantes que tuvo en toda la disputa, las conversiones se multiplicaron en tal modo, que el edificio del judaísmo español pareció resquebrajarse. Tal vez esas conversiones se hubieran realizado aún sin prolongarse la disputa; pero lo cierto es que las Actas nos hacen notar cómo todos esos movimientos de conversiones se producían a raíz del silencio judío ante las réplicas de Jerónimo”[2].

A medida que pasaban las sesiones, las conversiones se sucedían una tras otra: luego de la sesión 52 pidieron el bautismo más de quince miembros de la familia Caballería, una de las más nobles de entre los judíos y lo mismo tras la sesión 58 y la 62, que fue la última en que se discutió.

Las conversiones con ocasión del proceso fueron tan numerosas que ya antes de terminar el proceso, Jerónimo podía hablar de más de tres mil, lo cual significó un verdadero “desastre”, como lo confiesan los mismos judíos.

“A la magnitud del número de los convertidos por San Vicente Ferrer[3] vino a sumarse ahora la calidad de los que se convirtieron por la Controversia de Tortosa.

El judaísmo—dice Baer— sufrió un gran desastre (tébushá) en esta Controversia”.

Entre los convertidos ilustres merece especial mención Fernando de la Caballería (Bonafós), D. Vidal de la Caballería, hijo del famoso D. Benveniste ben Leví, poeta hebreo y uno de los jefes de la diplomacia judía al principio de la Controversia, y el anciano poeta R. Shélomó de Fiera. De la postración y abatimiento en que quedaron los judíos ante tales conversiones son claro testimonio los fragmentos de las poesías de Shélomó Bonafed, que inserta Baer en su Toledot. Para muestra entresacamos sólo dos:

“Después de esto, se propagó la desgracia y se hizo fuerte la mano de la conversión, y envié esta poesía al noble pariente mío Nastruch Bonafed, estando como de luto por la separación de muchos y los más nobles jefes de nuestras comunidades...”.

“Al ver yo que la fe se agotó y que muchos de los hijos del destierro resbalaban sin esperanza...”.

El ambiente era propicio para estas conversiones, gracias a los veinte años de predicaciones y milagros de San Vicente Ferrer. Pero sería cerrar los ojos a la evidencia negar el influjo que ejercieron las razones y argumentos de Jerónimo. En toda la Controversia no se observa presión alguna sobre los judíos para que se conviertan. Los que lo hacen, lo verifican espontáneamente, reconociendo muchas veces que lo que les mueve a dar ese paso decisivo son las razones oídas en la Disputa. Las Actas anotan con cuidado cómo las conversiones siguen al final de la discusión de cada cuestión, y explican el derrumbe final por el derrumbamiento de la defensa judía, una vez refutada la última Memoria de R. Ferrer. Las conversiones en masa no se verificaron mientras los judíos mantuvieron la esperanza de que sus rabinos pudiesen defender o explicar su fe. Sólo cuando todos ellos renunciaron a la defensa, vino la conversión de comunidades enteras[4].

A renglón seguido, hace el P. Pacios unas más que interesantes observaciones sobre la conversión en general y en este caso particular. Vale la pena leer completo el párrafo.

“Con todo, conviene tener presente que las pruebas no lo son todo, ni siquiera lo más importante, en materia de conversión. Esto lo olvidan algunos que parecen achacar la no conversión de los judíos a que los cristianos, después de tantos siglos, no han sabido aún probarles debidamente su religión. Si alguno dio bien esas pruebas, fué Cristo Señor Nuestro, y no le creyeron: Jesucristo los dio por inexcusables y, por lo tanto, ningún cristiano los podrá excusar. Pero la fe no es sólo cuestión de inteligencia: es también cuestión de voluntad, “obsequium rationabile” (Rom. XII, 1; Conc. Vat. ses. 3, cap. 3, De fide; cf. Denz. 1790). Razonable, pero obsequio, y obsequio libre, y por eso meritorio. Lo “razonable” es mera condición, bien que necesaria; es un adjetivo del obsequio. No es precisamente la razón la que suele hallar dificultades insuperables para creer, sino la voluntad. Es ésta la que hay que disponer, despojándola de cuanto la retiene para no creer, de cuanto la impulsa a cerrar sus ojos a la luz; y eso no es obra de razones ajenas, sino de la gracia de Dios y de la cooperación propia. Por eso, ante las mismas pruebas, unos se convierten y otros no. Entre los obstáculos que detienen a la voluntad, es el orgullo el principal. Eso explica que rara vez una polémica sea eficaz para convertir a los que polemizan: el orgullo se siente herido y, si no es vencido por una profunda dosis de humildad, las pruebas más claras se estrellan contra ese obstáculo. Es cabalmente lo que observamos en esta Disputa: mientras los oyentes, sabios o ignorantes, reciben las razones por vía de información, de instrucción, sin sentir su orgullo herido, y se convierten en masa, los disputantes quedan reducidos al silencio; pero esa misma humillación, no aceptada, les impide abrazar la fe. De ninguno de ellos sabemos se convirtiera. Y es lo que sucedió también al mismo Cristo con su predicación: mientras el pueblo que le escuchaba le admiraba y seguía, los fariseos sentían crecer su odio a cada discusión: sólo los que de buena fe y a escondidas buscaron la instrucción, como Nicodemo, llegaron a creer en El”.

Clarito.

Sesión 63-69

Estas últimas sesiones fueron dedicadas directamente a atacar al Talmud, pues como indica Benedicto XIII en la Bula con la que cierra la Disputa, y según su propia experiencia, corroborada por el testimonio de los conversos, lo que impide a los judíos convertirse no es otra cosa más que el Talmud.

Después de una tibia respuesta, los Rabinos no supieron contestar las objeciones de Jerónimo.

Las dos últimas sesiones fueron dedicadas a la Bula “Etsi doctoris gentium” con la que Benedicto XIII cerró la Disputa.



[1] I.67-68.

[2] I.73.

[3]Abraham ben Shélomó de Torrutiel calcula en ¡200.000! los judíos convertidos en 1412-1413 a causa de la predicación de San Vicente Ferrer. Así se expresa en su Séfer ha-Oabbalá”.

[4] I.77-78.