V. Análisis de
los argumentos.
1) Fuentes
La
fuente principal de donde tomó Jerónimo sus argumentos fue la obra
verdaderamente monumental de Ramón Martí llamada Pugio Fidei[1].
En
su argumentación, Jerónimo prescindió casi por completo del Nuevo
Testamento, mientras que hizo mucho uso del Antiguo Testamento y sobre todo de
los escritos talmúdicos y midrásicos y de citas de Rabinos famosos, sobre todo
de Maimónides y Rashi.
El
P. Pacios no parece del todo convencido en que haya sido la mejor vía, pero en
lo personal nos parece irreprochable. Sea de esto lo que sea, adentrémonos un
poco más en la discusión.
Señala
Pacios tres defectos en la argumentación de Jerónimo:
a) El primero tiene que ver con el valor probatorio
de algunos argumentos aducidos. Nos parece correcta la siguiente
apreciación.
“Es el primero empeñarse en probar con
textos que no prueban, sin distinguir debidamente los verdaderamente eficaces
de aquellos que, a lo más, aportarían una prueba de mera congruencia para
corroborar una conclusión por otra parte debidamente demostrada. Ello
hace que el lector fácilmente se sienta inclinado a desconfiar de las razones
sólidas, al verlas colocadas en el mismo plano que aquellas otras cuya
insuficiencia ve claramente. Por eso es defecto grave, aunque
psicológicamente sea el más difícil de evitar. La mejor cautela contra esto es
no olvidar nunca que, para demostrar debidamente una verdad, basta una razón
sólida, aunque todas las demás sean ineficaces”[2].
b) El segundo, y sobre el cual tendremos oportunidad
de volver en más de una oportunidad, tiene que ver con no concederles nada a
los judíos.
Con
gran tino, nos dice el P. Pacios:
“El segundo defecto es cierta intransigencia
tenaz en cosas en que convendría ceder, aunque sólo fuera por diplomacia. En
una discusión tan larga como ésta, es muy difícil no excederse alguna vez en
puntos secundarios, sobre todo siendo por vía oral, en la que por necesidad se
lanzan afirmaciones que uno no se ha parado antes a considerar debidamente. Sin
embargo, Jerónimo jamás retrocede ni rectifica, sino es muy veladamente. Parece
olvidar que las oportunas retiradas contribuyen tanto a la victoria de un
ejército como sus avances. Sin duda, juega en esto un papel importante el
amor propio…”[3].
c) Trato duro a los judíos.
Una
vez más, totalmente de acuerdo con el P. Pacios:
“El tercer defecto es la falta de
cordialidad y el exceso de crudeza con que trata a los judíos. Preocupado
de la verdad, se preocupa muy poco de las razones del corazón, tan
importantes sin embargo para disponer las almas a que acepten sin resistencia
la verdad, ya que es de todos bien sabido que el mayor obstáculo a esta
aceptación es el orgullo herido. Para no ser demasiado severos con este
defecto, no se olvide que Jerónimo era un recién convertido: por lo mismo,
distaba mucho de ser santo…”[4].
2) Valor de las pruebas
alegadas por Jerónimo
a) Talmud
Son
muy pertinentes las palabras de Pacios cuando le reconoce un lugar muy
importante al Talmud.
“Prescindiendo de su valor ad hominem, como se ve, un tanto discutible, no puede negárseles
cierto valor absoluto, aunque
naturalmente muy inferior al de las pruebas sacadas de la Sagrada Escritura.
En efecto, siendo de origen anterior o simultáneo al
mismo Cristo, aunque escritas mucho después, muestran la expectación
mesiánica general en aquel tiempo, expectación que nos da a conocer la
interpretación que entonces daban a las profecías, cuando todavía no había
motivos para investigar caminos torcidos con que interpretarlas, y vienen así a
confirmar que la Tradición cristiana es la legítima heredera de la judía
antigua, habiéndose en cambio apartado los judíos de su propia tradición. De
este modo son un poderoso medio de acercamiento, haciendo ver al judío que,
lejos de tener que renunciar a su tradición haciéndose cristiano, más bien obra
de conformidad con ella. Y así vemos que las primeras conversiones que se
observan en la Disputa vienen provocadas, no por las pruebas escriturarias,
sino por las talmúdicas”[5].
Esto
no quiere decir que Jerónimo creía todo cuanto se hallaba en el Talmud; es más,
expresamente dice que no cree en absoluto y que lo usa sólo en tanto y en
cuanto le favorece para probar su tesis.
b) Autoridades Midráshicas y
Rabínicas
La
autoridad de los Midrashim es equiparable a los Santos Padres para los
católicos, mientras que los Rabinos que más citó Jerónimo fueron Maimónides y
Rashi, que tenían una altísima reputación entre los judíos, algo así como Santo
Tomás para nosotros.
Como
se ve, estas autoridades debían tener, y de hecho lo tuvieron, un gran peso
entre los Rabinos durante la disputa, pues si bien no eran argumentos
perentorios, sin embargo, eran aptísimos para provocar en los judíos una
favorable acogida de la exégesis cristiana cuando eran concordes.
Distinto
es el caso de los Targum de Onkelós y el de Jonatán, alegados con frecuencia,
pues para los Rabinos gozaban casi de la misma autoridad que las Escrituras.
[1] Menéndez Pelayo, citado por Pacios, I.28, dice:
“En el siglo XIII la portentosa y nunca igualada erudición rabínica del
dominico Ramón Martí, el cual hoy mismo
confiesan los judíos más doctos que ninguno de los nacidos fuera de la Sinagoga
ha llegado a penetrar tan hondamente los arcanos de la ciencia talmúdica como
el autor del Pugio fidei…”. Menéndez Pelayo, (La Iglesia y
las Escuelas teológicas, en "Ensayos de Crítica filosófica",
Madrid, 1918, p. 239).
[2] I.91.
[3] I.93.
[4] I.93-94.
[5] I.105-106.