Es importante destacar que la predicación del
Evangelio recibe en el N.T. diversos nombres:
A veces es llamada palabra del reino (Mt. XIII, 19)
o simplemente palabra
(Mt. XIII, 20-23; Mc. II, 22; IV, 14-20.33; VIII, 38; XVI, 20; Lc. I, 4; IV, 32; VII, 47;
VIII, 12-13.15; IX, 26; XXIV, 19; Jn. IV, 41; V, 24.38; VIII, 31.37.43.51-52.55;
XII, 48; XIV, 23-24; XV, 3.20; XVII, 6.14.17.20; Hech. II, 22.40-41; IV, 4.29;
VIII, 4.14.25; X, 36; XI, 19; XIII, 26; XIV, 25; XVI, 6; XVII, 11; XVIII, 5;
XX, 2.7; I Cor. I, 5; XV, 2; II Cor. I, 18; Gal. VI, 6; Col. IV, 3; I Tes. I, 5-6; I
Tim. IV, 6; V, 17; VI, 3; II Tim. I, 13; IV, 2.15; Tit. I, 3; Heb. IV, 2; VI,
1; Sant. I, 21-23; I Jn. I, 10; II, 5.7); palabra de Dios (Lc. V, 1; VIII, 11.21; XI, 28;
Hech. IV, 31; VI, 2.7; XI, 1; XII, 24; XIII, 5.7.44.46.48-49; XVII, 13; XVIII,
11; I Cor. XIV, 36; II Cor. II, 17; IV, 2; Fil. I, 14; Col. I, 25; I Tes. II, 13; II Tim. II,
9; Tit. II, 5; Heb. XIII, 7; I Ped. I, 23; II, 8; III, 1; I Jn. II, 14); las personas
encargadas, son llamadas ministros de la palabra (Lc. I, 2; Hech. VI,
4); palabra
de su gracia (Hech. XIV, 3; XX, 32); palabra del Evangelio (Hech. XV,
7); palabra
del Señor (Hech. XV, 35-36; XVI, 32; XIX, 10.20; I Tes. I, 8; IV,
15; II Tes. III, 1); palabra de la Cruz (I Cor. I, 18); palabras del
Espíritu Santo (I Cor. II, 13); palabra de la verdad
(Ef. I, 13; II Tim. II, 15; Sant. I, 18); palabra de vida (Fil. II, 16;
Ver I Jn. I, 1); palabra
de la verdad del Evangelio (Col. I, 5); palabra de Cristo (Fil. III,
16); palabra
fiel (Tit. I, 9; III, 8); palabra de
justicia (Heb. V, 13); palabra profética (II Ped. I, 19); camino
(Hech. XXII, 4; XXIV, 22); caminos del Señor (Hech. XIII, 10; XVIII, 25);
camino de
salvación (Hech. XVI, 17); caminos en Cristo (I Cor. IV, 17).
Hemos dejado adrede las referencias del
Apocalipsis para más adelante.
Un simple repaso por algunas de todas estas
citas servirá para ejemplificar nuestra afirmación:
Mt. XIII, 18-23: “Vosotros, pues, escuchad (el
significado de) la parábola del que siembra: De todo el que oye la palabra del reino y no entiende, viene el Maligno y
arrebata lo que sembrado en su corazón; éste es el junto al camino sembrado. Pero
el sobre los pedregales sembrado, éste es el
que la palabra oye e inmediatamente con alegría la recibe; pero no tiene
raíz en sí mismo, sino que temporal es; pero al llegar tribulación o
persecución por la palabra, inmediatamente se escandaliza. Y el sobre las
espinas sembrado, éste es el que la
palabra oye y el cuidado del siglo y el engaño de la riqueza sofoca la palabra
e infructuosa se hace. Y el sobre la hermosa tierra sembrado, éste es el que la palabra oye y entiende; el
que fructifica y da: quien a ciento; quien a sesenta; quien a treinta"[1].
Hech. II, 37-41: “Al oír esto ellos se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los
demás apóstoles: “Varones, hermanos, ¿qué es lo que hemos de hacer?”.
Respondióles Pedro: “Arrepentíos, dijo, y bautizaos cada uno de vosotros en el
nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo. Pues para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos y para
todos los que están lejos, cuantos llamare el Señor Dios nuestro”. Con otras
muchas palabras dio testimonio, y los exhortaba diciendo: “Salvaos de esta
generación perversa”. Aquellos, pues,
que aceptaron su palabra[2], fueron bautizados y se agregaron en aquel
día cerca de tres mil almas”.
Hech. VI, 1-7: “En aquellos días al crecer el número de los discípulos, se produjo una
queja de los griegos contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en
el suministro cotidiano. Por lo cual los doce convocaron la asamblea de los
discípulos y dijeron: “No es justo que
nosotros descuidemos la palabra de Dios para servir a las mesas. Elegid,
pues, oh hermanos, de entre vosotros a siete varones de buena fama, llenos de
espíritu y de sabiduría, a los cuales entreguemos este cargo. Nosotros, empero, perseveraremos en la
oración y en el ministerio de la palabra”. Agradó esta proposición a toda
la asamblea, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a
Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, prosélito de
Antioquía. A éstos los presentaron a los apóstoles, los cuales, habiendo hecho
oración, les impusieron las manos. Mientras tanto la palabra de Dios iba creciendo, y aumentaba sobremanera el número
de los discípulos en Jerusalén. También muchos de los sacerdotes obedecían a la
fe”.
Hech. VIII, 4.14: “Los dispersos andaban de un lugar a otro predicando la palabra… Cuando los apóstoles que estaban en
Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios les enviaron a Pedro y a Juan…”.
Hech. XIII, 44-49: “El sábado siguiente casi toda
la ciudad se reunió para oír la palabra de Dios. Pero viendo los judíos las
multitudes, se llenaron de celos y blasfemando contradecían a lo que Pablo predicaba. Entonces Pablo y Bernabé
dijeron con toda franqueza: “Era necesario que la palabra de Dios fuese anunciada primeramente a vosotros; después
que vosotros la rechazáis y os juzgáis indignos de la vida eterna, he aquí que
nos dirigimos a los gentiles. Pues así nos ha mandado el Señor: “Yo te puse por
lumbrera de las naciones a fin de que seas para salvación hasta los términos de
la tierra”. Al oír esto se alegraban los
gentiles y glorificaban la palabra del Señor. Y creyeron todos cuantos
estaban ordenados para vida eterna. Y la
palabra del Señor se esparcía por toda aquella región.”
Col. I, 4-6: “Hemos oído de vuestra fe en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis
hacia todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los
cielos y de la cual habéis oído antes
por la palabra de la verdad del Evangelio, que ha llegado hasta vosotros, y
que también en todo el mundo está fructificando y creciendo como lo está entre
vosotros desde el día en que oísteis y (así)
conocisteis en verdad la gracia de Dios…”.
Col. IV, 3: “… orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra una puerta para la palabra, a fin de anunciar
el misterio de Cristo, por el cual me hallo preso…”.
I Cor. XV, 1-2: “Os recuerdo, hermanos, el
Evangelio que os prediqué y que aceptasteis, y en el cual perseveráis, y por el cual os salváis, con la palabra
que os lo anuncié, a menos que hayáis creído en vano”.
I Tes. I, 5-8: “Pues nuestro Evangelio llegó
a vosotros no solamente en palabras, sino también en poder, y en el Espíritu
Santo, y con toda plenitud, y así bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por
amor vuestro. Vosotros os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de grande
tribulación con gozo del Espíritu Santo; de modo que llegasteis a ser un
ejemplo para todos los fieles de Macedonia y de Acaya. Así es que desde vosotros ha repercutido la Palabra
del Señor, no sólo por Macedonia y Acaya, sino que en todo lugar la fe
vuestra, que es para con Dios, se ha divulgado de tal manera…”.
Sant. I, 18-23: “De su propia voluntad Él nos
engendró por la palabra de la verdad, para que seamos como primicias de sus
creaturas. Vivir la palabra. Ya lo sabéis, queridos hermanos. Mas todo hombre
ha de estar pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque ira
de hombre no obra justicia de Dios. Por lo cual, deshaciéndoos de toda mancha y
resto de malicia, recibid en suavidad la
palabra ingerida (en vosotros) que
tiene el poder de salvar vuestras almas. Pero haceos ejecutores de la palabra, y no oidores solamente,
engañándoos a vosotros mismos. Pues si
uno oye la palabra y no la practica, ese tal es semejante a un hombre que mira
en un espejo los rasgos de su rostro”.
Estos ejemplos son más que suficiente para
nuestro propósito, pero antes de pasar al Apocalipsis, nos parece oportuno ir
más atrás e indagar el contenido de la
prédica de Jesús y del Bautista.
Mt. III, 1-12: “En aquel tiempo apareció Juan el Bautista, predicando en el desierto de
Judea, y decía: “Arrepentíos, porque el
reino de los cielos esta cerca”. Este es de quien habló el profeta Isaías
cuando dijo: “Voz de uno que dama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas”. Juan tenía un vestido de pelos de camello, y un cinto de
piel alrededor de su cintura; su comida eran langostas y miel silvestre.
Entonces salía hacia él Jerusalén y toda la Judea y toda la región del Jordán,
y se hacían bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Mas viendo a muchos fariseos y saduceos
venir a su bautismo, les dijo: “Raza de
víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que viene? Producid, pues,
frutos propios del arrepentimiento. Y no creáis que podéis decir dentro de
vosotros: “Tenemos por padre a Abrahán”; porque yo os digo: “Puede Dios de
estas piedras hacer que nazcan hijos a Abrahán”. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no
produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo, por mi parte, os
bautizo con agua para el arrepentimiento; mas Aquel que viene después de mí es
más poderoso que yo, y yo no soy digno de llevar sus sandalias. Él os bautizará
con Espíritu Santo y fuego. La pala de
aventar está en su mano y va a limpiar su era: reunirá el trigo en el granero,
y la paja la quemará en fuego que no se apaga”.
Mt. IV, 17: “Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: “Arrepentíos porque el reino de los cielos ha llegado”.
Mc. I, 14-15: “Después que Juan hubo sido encarcelado, fué Jesús a Galilea, predicando
la buena nueva de Dios, y diciendo: “El
tiempo se ha cumplido, y ha llegado el reino de Dios. Arrepentíos y creed en el
Evangelio”.
Lc. III, 2-14: “… la palabra de
Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la
región del Jordán, predicando el bautismo de arrepentimiento para la remisión
de los pecados, como está escrito en el libro de los vaticinios del profeta
Isaías: “Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas. Todo valle ha de rellenarse, y toda montaña y colina ha
de rebajarse; los caminos tortuosos han de hacerse rectos, y los escabrosos,
llanos; y toda carne verá la salvación de Dios”. Decía, pues, a las multitudes
que salían a hacerse bautizar por él: “Raza
de víboras, ¿quién os ha enseñado a escapar de la cólera que os viene encima?
Producid frutos propios del arrepentimiento. Y no andéis diciendo dentro de
vosotros: “Tenemos por padre a Abrahán”. Porque os digo que de estas piedras
puede Dios hacer que nazcan hijos a Abrahán. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles; todo árbol que no
produce buen fruto va a ser tronchado y arrojado al fuego”. Preguntábanle las gentes “¡Y bien! ¿qué debemos
hacer?”. Les respondió y dijo: “Quien
tiene dos túnicas, dé una a quien no tiene; y quien víveres, haga lo mismo”.
Vinieron también los publicanos a hacerse bautizar, y le dijeron: “Maestro ¿qué
debemos hacer? Les dijo: “No hagáis
pagar nada por encima de vuestro arancel”. A su vez unos soldados le
preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?” Les dijo: “No hagáis extorsión nadie, no denunciéis falsamente a nadie, y
contentaos con vuestra paga”.
Bien. Curiosamente vemos aquí algo parecido a la
predicación de los Apóstoles: el Bautista predica a judíos y gentiles, pero con
diferentes palabras: a los judíos los amenaza con el juicio de Dios si no se
convierten y aceptan al Mesías, mientras que a los gentiles les predica
mandamientos de derecho natural.
Jesús, por su parte, centrará su predicación en
los judíos, pero sabemos que el Reino de Dios fue rechazado con violencia (Mt.
XI, 12), y lo mismo sucedió con el período de gracia dado con los Apóstoles
(ver nota de Straubinger a Hech. XXVIII, 23).
La prédica
de Elías se presenta, pues, como el
último y supremo esfuerzo de Dios por implantar su Reino.
[1] Ver los lugares paralelos en Mc. IV y Lc. VIII. Creemos
que una lectura atenta nos mostrará tal vez una estrecha conexión entre esta
parábola (y las demás en la misma sección) y lo que leemos en el Discurso
Parusíaco y el Apocalipsis.
[2] τὸν λόγον αὐτοῦ, en singular, y no en plural como traduce
Straubinger.