¿Nos
llamará la atención, acaso, que el término Palabra sea usado casi
siempre en el mismo sentido que vimos más arriba?
Ya
al comenzar, nos dice San Juan que es bienaventurado “el que lee y los que oyen las palabras de la profecía
y guardan las cosas escritas en ella” (I, 3. Ver XXII, 7) y nos
da el motivo: “porque el tiempo está cerca”.
Esto parece ser un eco de lo que Jesús les dijo a
los Apóstoles, y en ellos a todos los cristianos, en la última Cena:
Jn.
XV, 20-27: “Acordaos de esta palabra que os dije: No es el
siervo más grande que su Señor. Si me persiguieron a Mí, también os
perseguirán a vosotros; si observaron mi palabra, observarán también la
vuestra. Pero os harán todo esto a causa de mi nombre, porque no
conocen al que me envió. Si Yo hubiera venido sin hacerles oír mi palabra,
no tendrían pecado, pero ahora no tienen excusa por su pecado. Quien me odia a
Mí odia también a mi Padre. Si Yo no hubiera hecho en medio de ellos las obras
que nadie ha hecho, no tendrían pecado, mas ahora han visto, y me han odiado,
lo mismo que a mi Padre. Pero es para que se cumpla la palabra escrita en su
Ley: “Me odiaron sin causa”. Cuando venga el Intercesor, que os enviaré
desde el Padre, el Espíritu de verdad, que procede del Padre, Él dará
testimonio de Mí. Y vosotros también dad testimonio, pues desde el
principio estáis conmigo”.
Las
concordancias bíblicas de este pasaje se agolpan una tras otra.
Nuestro
Señor les habla de Su prédica y de la que ellos han de dar en testimonio, unas
veces sin y otras con éxito y de ahí el “si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a
vosotros; si observaron mi palabra, observarán también la vuestra”. El Espíritu
Santo que ha de dar testimonio de Él y la persecución “a causa de Mi nombre”,
es un eco de lo que leemos en el Discurso Parusíaco:
Mc.
XIII, 11-13: “Y cuando os lleven,
entregando, no os preocupéis de antemano qué hablaréis; sino lo que os sea dado
en la hora aquella, esto hablad; en efecto, no sois vosotros los que
habláis, sino el Espíritu Santo. Y entregará hermano a hermano a muerte y
padre a hijo y se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis
odiados por todos a causa de mi nombre; pero el perseverante hasta el fin,
éste será salvo”.
San
Juan dice que testimonió “la Palabra de Dios” (I, 2.9), pero ¿qué quiere
decir con eso?
Si
seguimos este término a través del Apocalipsis vamos a ver, como dijimos en el
enlace que dimos más arriba, que se trata de un grupo de personas: las
encargadas de predicar el Evangelio en todo el mundo durante la primera mitad
de la 70º Semana.
Apoc.
III, 8-10: “Sé tus obras: he aquí que he puesto delante de ti
una puerta abierta, que nadie puede cerrarla, porque tienes poco poder y
has guardado mi palabra y no has negado mi Nombre. He aquí que (te) doy (algunos) de la
Sinagoga de Satanás, de los que se dicen judíos ser y no son, sino que mienten;
he aquí, haré que ellos vengan y se postren delante de tus pies y conozcan que
Yo te he amado. Porque has guardado la palabra de mi perseverancia, Yo
también te guardaré de la hora de la tentación, la que ha de venir sobre todo
el mundo habitado, para tentar a los que habitan sobre la tierra”.
Estas
palabras son dirigidas, y no es casualidad, a la Iglesia de Filadelfia.
De
nuevo vemos aquí la guarda de la Palabra y el testimonio del Nombre de Jesús a
lo cual debemos sumar la “puerta abierta”, que es una clara alusión al
apostolado, como se ve por los lugares paralelos:
Hechos
XIV, 27: “Llegados reunieron la
Iglesia y refirieron todas las cosas que Dios había hecho con ellos y cómo
había abierto a los gentiles la puerta de la fe”.
I
Cor XVI, 8-9: “Me quedaré en Éfeso
hasta Pentecostés, porque se me ha abierto una puerta grande y eficaz, y
los adversarios son muchos”.
II
Cor II, 12-13: “Llegado a Tróade para predicar el Evangelio de Cristo, y
habiéndoseme abierto una puerta en el Señor, no hallé reposo para mi
espíritu, por no haber encontrado a Tito, mi hermano…”.
Col.
IV, 2-4: “Perseverad en la oración, velando en ella y en la acción de
gracias, orando al mismo tiempo también por nosotros, para que Dios nos abra
una puerta para la palabra, a fin de anunciar el misterio de Cristo…”.
En el cap. VI, vemos a los Mártires del quinto Sello
pidiendo venganza por su sangre derramada (ver XX, 4):
Apoc.
VI, 9: “Y cuando abrió el
quinto sello, vi bajo el altar las almas de los degollados a causa de
"la Palabra de Dios" y a causa de "el Testimonio que tenían".
La Palabra y el Testimonio. Siempre los mismos
tópicos.
Este grupo de Mártires tiene el mismo nombre que
Jesús en XIX, 13 y es presentado como “consiervo” de los ángeles (XXII,
9).
A esta prédica parece se une la Mujer que huye al
desierto (ver AQUI):
Apoc. XII,
11: “Y ellos lo vencieron a
causa de la sangre del Cordero y a causa de la palabra de su testimonio; y
no amaron sus almas hasta la muerte”.
En definitiva, todo el Apocalipsis se presenta como
“la palabra de Dios” y de ahí que se insista sobre su fidelidad y veracidad (XIX,
9; XXI, 5; XXII, 6), que se amenace con castigos al que la adultera (XXII,
18-19), que se destruya Babilonia para que se “consumen las palabras de
Dios” (XVII, 17) y que no deba permanecer sellada (XXII, 10).
***
Volvamos a los Profetas y preguntémonos: ¿qué es
exactamente lo que profetizan?
La respuesta está dada ya en los tres primeros
versículos del Apocalipsis:
Apoc. I, 1-3:
“Revelación de Jesucristo, que le dio Dios para mostrar a los siervos suyos “lo
que debe suceder en breve”, y significó enviando por medio del Ángel suyo al
siervo suyo, Juan; el cual testificó “la Palabra de Dios” y “el Testimonio de Jesucristo”,
cuanto ha visto. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la
profecía y guardan las cosas escritas en ella; en efecto, el tiempo (está) cerca”. Ver Apoc. XXII, 6-7.
Para un desarrollo más profundo no podemos menos que
remitirnos a lo ya explicado en otra oportunidad (ver ACA in loco), dicho lo cual, digamos
solamente dos palabras:
Dios Padre hizo una revelación a su Hijo para que se
la muestre a los “siervos” que son los dos Testigos. Esa misma revelación le
fue dada a San Juan por medio de San Gabriel, pero en forma velada (con signos).
El contenido de esa revelación es: lo que debe suceder en breve, es decir,
la 70º Semana de Daniel, simbolizados en los dos grupos de Mártires: la Palabra
de Dios (Mártires del quinto Sello) y el Testimonio de Jesucristo (Mártires del
Anticristo).
El que lee la profecía creemos que es Elías, que no
hace más que explicarla y los que la oyen y guardan formarán parte del primer
grupo de Mártires.
Estos dos Profetas van, pues, a evangelizar “el
misterio de Dios” (X, 7) durante 1260 días (XI, 3), tendrán grandes poderes
(XI, 6), serán muertos por el Anticristo (XI, 10; XVI, 6), el cual, junto con
Babilonia, sufrirá el castigo por semejante pecado (XVIII, 20.24), como así
también por haber tergiversado sus palabras, seguramente a través de los falsos
profetas, es decir, la Bestia de la Tierra (XXII, 18-19), mientras lo contrario
se promete al que las observa tal cual (I, 3 y XXII, 7).
Los encargados de testimoniar todas estas cosas son:
Jesús (I, 5; III, 14; XXII, 18.20), San Gabriel (XXII, 16), San
Juan (I, 2.9), los dos Testigos (XI, 3.7), los Mártires del
quinto Sello (VI, 9), la Mujer que huye al desierto (XII, 11), y los
Mártires del Anticristo (Apoc. XII, 17; XIX, 10; XX, 4).
Y por supuesto, el Apocalipsis no puede dejar de
hacer alusión, al igual que Jesús y los Apóstoles, a la proximidad del Reino de
Dios, es decir a uno de los dogmas más consoladores: la segunda Venida en Gloria y Majestad.
Apoc. I, 1: “Revelación de Jesucristo, que le dio Dios
para mostrar a los siervos suyos “lo que debe suceder en breve”, y
significó enviando por medio del Ángel suyo al siervo suyo, Juan…”.
Apoc. I, 3:
“Bienaventurado el que lee y
los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella; en
efecto, el tiempo (está) cerca”.
Apoc. III, 11: “Vengo
pronto; mantén lo que tienes para que nadie tome tu corona”.
Apoc. XXII, 6: “Y díjome: “Estas
palabras (son) fieles y verdaderas, y
Yahvé Dios de los espíritus de los profetas, envió su ángel para mostrar a
sus siervos lo que debe suceder en breve”.
Apoc. XXII, 7: “Y he aquí vengo pronto.
Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro”.
Apoc. XXII, 10: “Y díceme: “No selles las palabras de la
profecía del libro este; en efecto, el tiempo cerca está”.
Apoc. XXII, 12: “He aquí vengo pronto y mi recompensa
conmigo, para retribuir a cada uno como (según)
la obra es de él”.
Apoc. XXII, 20: “Dice el que testifica estas cosas: “Sí,
vengo pronto”. Amén: ¡ven, Señor Jesús!”.
Y aquí tenemos, una y otra vez, repetido el tercer
elemento: la segunda Venida de Jesús.
Y aquí podemos apreciar, en conclusión, el contenido
del Evangelio que predicarán los dos Testigos y que será repetido en el
mundo entero en testimonio a las naciones[1]: abandono del
culto de los ídolos, adhesión al Dios único, vivo y verdadero y la pronta venida de Jesús. Nada más será necesario. Bastará repetir, pues, la
predicación de Jesús, del Bautista y de los Apóstoles.
Vale!
[1] Con lo dicho se ve claro que la predicación del
Evangelio en todo el mundo no tiene nada que ver con algún suceso pasado como a
veces se cree, como por ejemplo con las gloriosas misiones de los siglos XIX y
XX.