En la Mirari vos arbitramur, Gregorio XVI había condenado tres doctrinas que eran características del, e incluso fundamentales al, Catolicismo liberal en su primer período, la época en que De Lamennais era el espíritu que guiaba al movimiento. Al condenar al indiferentismo, los principios fundamentales presupuestos en todas las otras doctrinas características de la escuela, Gregorio XVI simplemente había seguido el ejemplo que le habían dado sus dos predecesores en la Sede de Pedro, León XII y Pío VIII. Las censuras de estos Papas contra el indiferentismo han sido ampliadas frecuentemente repetidas por sus sucesores en el episcopado romano.
Los Papas posteriores a Gregorio XVI tuvieron que repetir y enfatizar también su condena de los otros dos principios más prominentes de los Católicos liberales. Estos dos principios de “libertad” o, hablando con más propiedad, de negación de los derechos de Dios en los asuntos humanos, eran aquellos por los cuales los hombres eran representados como moralmente libres para elegir cualquier religión que quisieran o, es más, ninguna religión, y la que insiste en que, objetivamente, incluso en países Católicos, el estado debería tratar a la Iglesia de la misma manera que trata a las otras organizaciones religiosas. Estas dos doctrinas fueron condenadas frecuente y enérgicamente por los Papas subsiguientes, sobre todo por Pío IX y León XIII.
El indiferentismo religioso, los falsos conceptos de la libertad humana y la defensa de la separación de la Iglesia y el estado eran los primeros componentes del Catolicismo liberal. Pero después que estas enseñanzas habían sido enfáticamente repudiadas por Gregorio XVI y sus sucesores, apareció una nueva serie de factores en la composición de este sistema. Los más prominentes entre estos componentes más nuevos del Catolicismo liberal fueron el minimismo, el subjetivismo, y la creencia en al menos alguna transformación del mensaje dogmático de la Iglesia a través de los siglos. Estos últimos tres componentes, ciertamente no deseados o previstos directamente por De Lamennais al comienzo del Catolicismo liberal, entraron al movimiento como auxilios necesarios por los sucesores de De Lamennais en su esfuerzo por seguir enseñando los principios originales del Catolicismo liberal dentro de la Iglesia después que habían sido rechazados por los Sumos Pontífices.
El Catolicismo liberal comparte con el jansenismo y el modernismo (y este último era preeminentemente una expresión de la doctrina del Catolicismo liberal), la infeliz distinción de ser un movimiento cuyos líderes pelearon por mantenerse activos dentro de la Iglesia después que sus principios habían sido directamente condenados por la autoridad eclesiástica competente. Después de la aparición de la Mirari vos arbitramur, Felicité de Lamennais dejó pronto la Iglesia y, por supuesto, no hizo ningún esfuerzo por presentar su enseñanza como parte, o incluso compatible, de la doctrina Católica. Desafortunadamente, sin embargo, su amigo y compañero el Conde de Montalambert dedicó el resto de su vida a esta tarea específica. Personas como Mons. Dupanloup estaban generalmente junto a él. Döllinger y sus compañeros en Alemania trabajaron en la misma dirección. Un discípulo de Döllinger, Acton, junto con Newman, Williams y el resto del grupo de The Rambler en Inglaterra trabajaron en la misma línea general.
Bajo las circunstancias, este grupo fue llevado prácticamente a adoptar el minimismo y a afirmar que la enseñanza dogmática de la Iglesia Católica cambió con el transcurso de los años y adquirió nuevos sentidos muy distintos de las interpretaciones que la Iglesia docente le había dado originariamente. Si este grupo quería presentar, como enseñanzas aceptables a los Católicos leales, algunas doctrinas que habían sido repudiadas obvia, enérgica y frecuentemente por los Papas, estaban obligados a convencer a sus incautos que, al menos dentro de esta área, las personas podían rechazar o ignorar estos rechazos papales del Catolicismo liberal y seguir siendo Católicos leales. Había solamente dos explicaciones posibles que se podían dar. O, por una u otra razón, los pronunciamientos papales contra el Catolicismo liberal eran de tal clase que no requerían asentimiento de los Católicos leales, o el significado que la Iglesia les había dado a estas afirmaciones habían cambiado con el paso de los años. El minimismo era la primera alternativa; y la falsa teoría del desarrollo transformista del dogma, la segunda.
En última instancia, el minimismo teológico era un recurso empleado por los Católicos liberales para hacer aparecer el rechazo a la enseñanza autoritativa de los Papas sobre cualquier punto, como una buena práctica Católica. A veces tomó la forma crasa de que los Católicos están obligados a aceptar y sostener solamente aquellas cosas que habían sido definidas por medio de decretos explícitos de los Concilios Ecuménicos y la Santa Sede. Esta actitud, desafortunadamente manifiesta en un congreso de teólogos en el que Döllinger era el espíritu que lo guiaba, fue condenado por Pío IX en su Carta Tuas libenter[1]. Otra forma crasa de minimismo fue la oposición a la definición de la infalibilidad papal por parte del Concilio Vaticano. Aquellos que expresaban esa oposición, afirmaban a veces sostener la doctrina de la infalibilidad papal como una opinión teológica, pero mostraron una furiosa hostilidad a la definición que propuso esa doctrina como dogma de fe divino y Católico[2].
Una forma más sutil de minimismo fue la expresada por Newman en su Carta al Duque de Norfolk. Según Newman:
“En estos casos que, en sentido verdadero, pueden ser llamados pronunciamientos negativos del Papa, la oportunidad para un legítimo minimismo resta en el carácter intensamente concreto de los temas condenados; en sus pronunciamientos afirmativos se presenta una oportunidad similar al ser más o menos abstractos. En efecto, excepto los relacionados con las Personas, es decir, con la Trinidad en la Unidad, la Santísima Virgen, los Santos y otros similares, todos los dogmas del Papa o del Concilio no son sino generales, y hasta cierto punto, en consecuencia, admiten excepciones en su aplicación concreta, las cuales están determinadas sea por otras afirmaciones autoritativas o por la vigilancia, precisión y sutileza escudriñadora de la Schola Theologorum”[3].
Con el instinto infalible de un minimizador, Newman prosiguió inmediatamente para mostrar cómo funcionaba su teoría en el caso de las verdades dogmáticas de la necesidad de la fe y de la Iglesia para la obtención de la salvación eterna. Habla de “un dogma que ningún Católico puede jamás pensar en discutir, a saber, “fuera de la Iglesia no hay salvación”[4]. Concluye así el trato sobre este dogma:
“¿Quién podría, a primera vista, concluir de las palabras de una universal tan enfática, que sea consistente con una excepción a su operación, tal como ésta, tan clara, y por lo que sabemos, tan amplia?”[5].
Newman estaba escribiendo sobre un dogma de la Iglesia, expresado contundentemente en una proposición universal negativa. Creía que había encontrado razones que justificaban la admisión de excepciones a esta proposición universal negativa por parte de un Católico leal. En otras palabras, creía que uno podía al mismo tiempo sostener una proposición universal negativa y otra proposición particular afirmativa que, en esencial, constituye una indirecta contradicción a la universal negativa. Su minimismo, tal como aparece en esta parte de su Carta al Duque de Norfolk, sirvió solamente para hacer que la aceptación del dogma de la necesidad de la Iglesia para la salvación un asunto puramente nominal. Sin dudas sería inútil sostener, como dogma Católico, que nadie se salva fuera de la Iglesia y, al mismo tiempo, sostener como cierto que algunas personas se salvan fuera de ella.
El subjetivismo, el segundo de los componentes del Catolicismo liberal que entró en este movimiento cuando comenzó a ser alentado dentro de la Iglesia después de la condena inicial de Gregorio XVI, consistía en un intento por colocar el tema del indiferentismo sobre el plano subjetivo, más que en el objetivo. Fue señalado y reprobado por Pío IX en la alocución Singulari quadam[6].
La enseñanza que los dogmas de la Iglesia, con el paso del tiempo, debían entenderse en algún sentido diverso al que la Iglesia les dio cuando se enunciaron por primera vez las fórmulas dogmáticas, es el principio fundamental de los Modernistas repudiado en el Juramento contra los errores del Modernismo[7]. Este veneno entró en el flujo sanguíneo del Catolicismo como parte del esfuerzo llevado a cabo por los Católicos liberales para justificar la enseñanza de la Mirari vos.
Afortunadamente, de ninguna manera todos aquellos autores que el Dr. Cross enumera como pertenecientes al campo liberal Católico pertenecen realmente allí. Y es importante que todo sacerdote se dé cuenta que el Catolicismo liberal en los Estados Unidos no era ni es un movimiento promovido por eclesiásticos previsores que trabajan de la manera más efectiva para alcanzar el triunfo de la Iglesia en este país. Es más bien un movimiento que está basado en un malentendido fundamental sobre la naturaleza de la Iglesia y su dogma, un movimiento que intenta transformar la enseñanza dogmática de la Iglesia en línea con, y en términos de, este malentendido fundamental.
Joseph
Clifford Fenton
[2] Nota del Blog: En clara alusión a Newman. Ver AQUI el trabajo del mismo Fenton al respecto.
[3] Certain Difficulties Felt by Anglicans in Catholic Teaching, por John Henry Cardinal Newman (Londres: Longmans, Green and Co., 1896), II, 334.
[4] Ibid.
[5] Ibid. 336.
[6] Cf. Denz. 1647.
[7] Cf. Denz. 2145 sig.