miércoles, 19 de mayo de 2021

Algunas notas a Apocalipsis XII, 1

 Capítulo XII 

Nota del Blog: Con respecto a este capítulo, el mejor comentario que existe es el Fenómeno VIII de Lacunza: “La Señal grande o la Mujer vestida de sol” y allí nos remitimos, pues si quisiéramos citarlo, deberíamos hacerlo casi completo. Nada puede reemplazar la lectura completa de ese fenómeno. Ver AQUI. 

Sobre la Mujer de este capítulo ya habíamos escrito un artículo, cuya primera parte puede verse AQUI. 

 

*** 

1. Y un signo grande fue visto en el cielo: una mujer vestida con el sol y la luna bajo sus pies y sobre su cabeza una corona de estrellas doce, 

Concordancias: 

σημεῖον (signo): cfr. Mt. XXIV, 3.24.30; Mc. XIII, 4.22; XXI, 7.11.25; Hech. II, 19; II Tes. II, 9; Apoc. XII, 3; XIII, 13-14; XV, 1; XVI, 14; XIX, 20. Ver Apoc. I, 1. 

σημεῖον μέγα (signo grande): cfr. Mt. XXIV, 24; Lc. XXI, 21; Hech. VI, 8; VIII, 13; Apoc. XIII, 13; XV, 1. 

Ὤφθη (fue visto): Cfr. Apoc. XI, 19; XII, 3. 

οὐρανῷ (cielo): cfr. Mt. V, 34; XXIII, 21-22; Hech. VII, 49; Apoc. III, 12; IV, 2; V, 3.13; VIII, 1; X, 1.4-6.8; XI, 12-13.15.19; XII, 3.7-8.10.12; XIII, 6; XIV, 2.13.17; XV, 1.5; XVI, 11.21; XVIII, 1.4-5.20; XIX, 1.14; XX, 1.9.11; XXI, 2.10. 

γυνὴ (mujer): cfr. Is. LIV, 6; Jer. III, 6-10; Ez. XVI, 8; Os. II, 19-20; Apoc. II, 20; IX, 8; XII, 4.6.13-17; XIV, 4; XVII, 3.4.6-7.9.18; XIX, 7; XXI, 9. 

Περιβεβλημένη (vestida): cfr. Sal. LXX, 13; LXXXIII, 7; LXXXVIII, 46; CIII, 2; CVIII, 19.29; Is. LIX, 17; Mt. VI, 29.31; XXV, 36.38.43; Lc. XII, 27; Apoc. III, 5 (Sardes); 18 (Laodicea); IV, 4 (24 Ancianos); VII, 9.13 (Mártires del Anticristo); X, 1 (San Gabriel); XI, 3 (los dos Testigos); XVII, 4 (Babilonia); XVIII, 16 (Babilonia); XIX, 8 (Jerusalén Celeste); XIX, 13 (Jesús). Ver Cant. VI, 9. 

Ἡλιον (sol): cfr. Mt. XIII, 43; XVII, 2; Apoc. I, 16; VI, 12; VII, 2.16; VIII, 12; IX, 2; X, 1; XVI, 8.12; XIX, 17; XXI, 23; XXII, 5. 

Σελήνη (luna): cfr. Mt. XXIV, 29; Mc. XIII, 24; Lc. XXI, 25; Hech. II, 20; Apoc. VI, 12; VIII, 12; XXI, 23. 

ὑποκάτω (bajo): cfr. Apoc, V, 3.13; VI, 9. 

ποδῶν (pies): cfr. Apoc. I, 15.17; II, 18; III, 9; X, 1-2; XI, 11; XIII, 2; XIX, 10; XXII, 8. 

κεφαλῆς (cabeza): cfr. Apoc. I, 14; IV, 4; IX, 7.17.19; X, 1; XII, 3; XIII, 1.3; XIV, 14; XVII, 3.7.9; XVIII, 19; XIX, 12. 

στέφανον (corona): cfr. Mt. XXVII, 29; Mc. XV, 17; Jn. XIX, 2.5; I Cor. IX, 25; Fil. IV, 1; I Tes. II, 19; II Tim. IV, 8; Sant. I, 12; I Ped. V, 4; Apoc. II, 10; III, 11; IV, 4.10; VI, 2; IX, 7; XIV, 14. 

στέρων (estrellas): cfr. Apoc. I, 16.20; II, 1.28; III, 1; VI, 13; VIII, 10-12; IX, 1; XII, 4; XXII, 16. 

δώδεκα (doce): cfr. Mt. XIX, 28; Hech. VII, 8; Sant. I, 1; Apoc. XXI, 12.14.16.21; XXII, 2. 

 

Comentario: 

Si se dice que la Mujer está revestida con el sol, ¿será porque el lugar en que están los 144.000 sellados es el único de toda Babilonia que no ha sido obscurecido? (ver Apoc. VIII, 12 y lo que se dice de las tinieblas de Egipto en Ex. X, 23 y Sab. XVIII, 1-2). 

Por lo que se dice en el resto del capítulo, y a pesar de algunas ingeniosas interpretaciones que se pueden leer a continuación, creemos que la ubicación de los diversos dramatis personae es la siguiente: tanto Dios como los Ángeles y el mismo Satanás ven desde el cielo a la Mujer sobre la tierra. Creemos que es la única interpretación posible y que así se resuelve fácilmente el problema sobre la ubicación de la Mujer en todo este episodio. 

Straubinger: “La mujer de las doce estrellas aparece en el cielo como una señal, es decir una realidad prodigiosa y misteriosa… Esta personificación de la comunidad teocrática era como tradicional (Os. II, 19-20; Jer. III, 6-10; Ez. XVI, 8) y la imagen de Sión en trance de alumbramiento no era desconocida del judaísmo (Is. LXVI, 8). La maternidad mesiánica afirmada aquí (vv. 2 y 5) lo es también en IV Esdras IX, 43 ss.; X, 44 ss)” (Pirot). Sobre su frecuente aplicación a la Iglesia, dice Sales que en tal caso “la palabra Iglesia debe ser tomada en su sentido más lato, de modo que comprenda ya sea el Antiguo, ya el Nuevo Testamento”. Algunos restringen este simbolismo a Israel que se salva según el capítulo anterior (XI, 1.13.19; cf. VII, 2 ss y nota), considerando que las doce estrellas son las doce tribus, según Gen. XXXVII, 9. Gelin dice a este respecto que “en cuanto refugiada en el desierto (v. 6 y 14-16) la mujer no puede ser sino la mujer judeo-cristiana”, pero no precisa si es la que se convierte al principio de nuestra era (cf. Rom. IX, 27; Gal VI, 16) o al fin de ella (Rom. XI, 25 ss.). Cfr. Miq. V, 3 ss. En cuanto a la Iglesia en el sentido de Cuerpo Místico de Cristo, ¿cómo explicar que ella diese a luz al que es su Cabeza (Col. I, 18), cuando, a la inversa, se dice nacida del costado del nuevo Adán (Jn. XIX, 34; Rom. V, 14) como Eva del antiguo (Gen. III, 20)? Ni siquiera podría decirse de ella como se dice de Israel, que convirtiéndose a Cristo podría darlo a luz “espiritualmente” como antes lo dio a luz según la carne (Rom. IX, 5), pues la Iglesia es Cuerpo de Cristo precisamente por la fe con que está unida a Él. Por otra parte, el misterio es más complejo aún si consideramos que empieza como una señal en el cielo (v. 1), o sea fuera del espacio y también del tiempo (lo cual parece brindar amplio horizonte a la interpretación), mas luego vemos que el Dragón, que también estaba en el cielo (vv. 3 y 7), es precipitado a la tierra (vv. 9, 10 y 12) y sin embargo aún persigue a la Mujer (v. 13) y ella huye al desierto (v. 14), dándose así a entender que también ella estaba entonces en la tierra, y aún que el parto había sido ya aquí, pues que el Hijo es arrebatado, hacia Dios (v. 5) y ella había huido al desierto ya en v. 6. La Liturgia y muchos escritores patrísticos emplean este pasaje en relación con la Santísima Virgen, pero es sólo en sentido acomodaticio, pues “la mención de los dolores de parto se opone a que se vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dio a luz sin detrimento de su virginidad. Puede recordarse también la misteriosa profecía del Protoevangelio (Gen. III, 15 s.), donde se muestra ya el conflicto de este capítulo entre ambas descendencias (cf. Mat. III, 7; XIII, 38; VIII, 44; Miq. V, 3; Rom. XVI, 20; Col II, 15; Hebr. II, 14) y se anuncian dolores de parto como aquí (v. 2; Gen. III, 16), lo cual parecería extender el símbolo de esta mujer a toda la humanidad redimida por Cristo, concepto que algunos aplican también a las Bodas de XIX, 6 ss., que interpretan en sentido lato considerando derribado el muro de separación con Israel (Ef. II, 14). Planteamos estas observaciones como materiales de investigación para que ahonden en ella los estudiosos (cf. Jn. XXI, 25 y nota) hasta que el divino Espíritu quiera descubrirnos plenamente este escondido misterio, que es grande pues de él depende quizá la solución de muchos otros. Dice un autor moderno que en nuestro tiempo hay mayores luces bíblicas que en otros. Un tiempo así está anunciado en Dan. XII, 3-4. ¿Será el nuestro? (cf. III, 8  y nota).” 

Allo: “σημεῖον (cfr. XII, 1.3; XIII, 13.14; XV, 1; XVI, 14; XIX, 20) es un término propio a esta segunda sección en donde se encuentra siete veces. En los LXX traduce אֽוֹת que significa, ora un signo celeste como el arco iris (Gen. IX, 12 ss) ora un milagro cualquiera. Aquí se usa en el primer sentido”. 

Allo: “¿Dónde está colocado el Profeta para ver esta aparición? Desde el cap. X, aunque las profundidades del cielo permanecen abiertas a su mirada, parece haber descendido a la tierra (v. X, 1). ¿Y qué significa ἐν τῷ οὐρανῷ? No hay que creer, siguiendo a Holtzmann y a Boll, que ha bosquejado una teoría según la cual es un signo “en el cielo”, es decir un suceso “celeste”, que el Vidente puede contemplar, por el hecho de que las regiones de lo alto le han sido descubiertas (XI, 19), pues los versículos 5-6 y 13 mostrarán hasta la evidencia que el nacimiento tuvo lugar en la tierra. A fin de captar bien el sentido, no hay que traducir “en el cielo” sino “al cielo”, es decir “sobre el cielo”, que es como una tela donde se pinta este cuadro que Juan contempla desde la tierra, en Patmos”. 

Bartina: “Estábamos acostumbrados a que Juan nos dijera con una frase rutinaria que había visto una nueva visión (Καὶ εἶδον). Aquí rompe la monotonía. La fórmula es distinta: fue visto, apareció (ὤφθη), lo cual indica que sigue algo extraordinario. Es un portento (σημεῖον). Esta palabra encarna un significado característico. En plural equivale a milagros; en singular, denota un fenómeno celeste o cósmico, poderoso y maravilloso, hecho por Dios. Así, Isaías pide al rey Ajab, que desconfiaba prácticamente de las promesas divinas del trono eterno hechas por Dios a la casa de David, que elija un signo o portento cósmico, sea en lo alto del cielo, sea en lo profundo de los abismos, que le certifique la fidelidad de Dios. Ajab se niega, e Isaías le da el supersigno cósmico de la Virgen-Madre del Emmanu-El (Is VII,10-16). Juan no está en el cielo, en cuanto morada de la Divinidad, como otras veces. Se halla en la tierra, en una tierra marina (v. 18), en Patmos. Ve ese portento en el firmamento como en una pantalla, donde los personajes tridimensionales, coloridos y sonoros, desarrollan una acción grandiosa. El portento consiste en la aparición de una Mujer. Va vestida de la luz del sol (Sal. CIV,2), tiene la luna por escabel de sus pies y lleva una corona (στέφανος), no una diadema, de doce estrellas. En el Apocalipsis, esos atributos radiantes indican el carácter supraterreno, puro, bueno y santo del personaje que los lleva (I, 9-16; X, 1-4). La Mujer que se aparece domina los astros mayores del firmamento (…) Las doce estrellas de su corona llevan insensiblemente a un pasaje analógico viejotestamentario. José, antes de ser vendido y conducido a Egipto, veía en sueños que el sol, la luna y once estrellas le adoraban, y la realidad subsiguiente comprobó que era una profecía de su glorioso porvenir. El sol era su padre, Jacob; la luna, su madre; las once estrellas, sus once hermanos, los patriarcas de Israel (Gén. XXXVII, 9-10). Los comentaristas están moralmente acordes, si bien las comparaciones no coinciden en todos los pormenores, en ver simbolizadas en las doce estrellas de la corona de la Mujer a las doce tribus de Israel, porque en el Apocalipsis las tribus del pueblo de Dios se representan por el número doce (VII, 4-8; XXI, 12)”. 

Swete: “La presente visión es la primera caracterizada como “signo”; otras siguen a continuación (…) En los LXX σημεῖον (signo) (…) se usa ora de los fenómenos celestes, por ejemplo, los cuerpos celestes (Gen. I, 14) y el arco iris (Gen. IX, 12 ss.) o como símbolo de la presencia u objetivo de Dios sobre la tierra, por ejemplo, los milagros de Egipto (Ex. VII, 3, etc.). En el N.T. el sentido que prevalece es este último (…) donde se habla también de signos del cielo (Mt. VIII, 11; Mt. XVI, 1; Mt. XXIV, 3.30), lo cuales deben acompañar a la Parusía. Esos signos, como los del Génesis, van a ser visibles en el cielo desde la tierra, y esta es probablemente la naturaleza del “signo” que se exhibe ante el Vidente. No es el interior del mundo celestial lo que ve como en IV, 1 ss, sino su velo exterior, el cielo, sobre el cual se representa la visión”. 

Lepin: “Esta mujer es presentada como la madre de Cristo. Sin embargo, en muchos detalles la descripción que se hace de ella no convienen a la Santísima Virgen. Incluso el recitado del nacimiento del niño no corresponde a la realidad histórica del nacimiento humano del Hijo de María”. 

Garland: “En primer lugar habría que notar que la primera función del vestido es proveer refugio y protección de elementos externos (cfr. Ez. XVI, 3-10). Sea lo que el sol represente, protege a la mujer de alguna manera: “Porque sol y escudo es Yahvé Dios” (Sal. LXXXIII, 12)”. 

Garland: “El énfasis en relación a la luna bajo sus pies no es tanto estar sobre, en el sentido de pisotear o tener autoridad sobre, sino estar apoyado. Está vestida (protegida) por el sol y de pie (apoyada por) sobre la luna. Su posición es segura”.