El Catolicismo liberal, tal como lo veía Gregorio XVI, implicaba mucho más que una aceptación de la doctrina del indiferentismo. No se debe olvidar, de todas formas, que todos los otros elementos que entraban y todavía entran en la composición del Catolicismo liberal depende, y es consecuencia, del erróneo concepto de la verdadera fe que es necesariamente inherente al error del indiferentismo religioso. Es importante notar que, en su propia condenación del indiferentismo en la Mirari vos arbitramur, el Papa Gregorio XVI depende y repite en gran medida los rechazos de este mismo error por sus dos inmediatos predecesores en el Pontificado Romano.
La Mirari vos arbitramur fue escrita por Gregorio XVI como la encíclica inaugural de su reinado como Soberano Pontífice. La encíclica inaugural de Pío VIII fue la Traditi humilitati nostrae, que fue promulgada el 24 de mayo de 1829. La Ubi primum, enviada el 3 de mayo de 1824, fue la encíclica inaugural de León XII. Tanto la Ubi primum como la Traditi humilitati nostrae contienen denuncias del indiferentismo religioso y ambas influyeron manifiestamente en la enseñanza sobre este tema en la Mirari vos arbitramur y en la terminología empleada por Gregorio XVI. La enseñanza de León XII sobre este tema es particularmente interesante.
“Una determinada secta, ciertamente conocida por vosotros, y que falsamente se arroga el nombre de filosofía, ha resucitado de las cenizas unas desordenadas agrupaciones de casi todos los errores. Aunque se encubre bajo la máscara de piedad y liberalidad, profesa el tolerantismo (pues así lo llaman) o indiferentismo, y lo sostiene no sólo para asuntos civiles, sobre los que no tratamos en esta instrucción, sino incluso en el tema de la religión. Enseña que se ha concedido amplia libertad por parte de Dios a todo hombre para que se una a cualquier secta o adoptar cualquier opinión que le agrade, según su propio juicio, sin ningún peligro para su salvación. El Apóstol Pablo nos amonesta en contra de esta impiedad de los hombres de mentes distraídas: “Os exhorto, hermanos, que observéis a los que están causando las disensiones y los escándalos, contrarios a la enseñanza que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos; porque los tales no sirven a nuestro Señor Cristo, sino al propio vientre, y con palabras melosas y bendiciones embaucan los corazones de los sencillos” (Rom. XVI, 17-18).
De todas formas, este no es un error nuevo, pero está arrojado, en nuestros tiempos, de una manera nueva y audaz en contra de la firmeza e integridad de la fe Católica. Pues Eusebio cita a Rodón para mostrar que esta locura ya había sido propuesta por un cierto Apeles, un hereje del siglo II, quien afirmaba que la fe no debía examinarse bajo ningún aspecto, sino que cada persona debería permanecer en la creencia que ya había aceptado. Además, este Apeles afirmaba que los que ponían su esperanza en el Crucificado se iban a salvar si hacían buenas obras. Y según Agustín, Retorio también parloteaba que todos los herejes caminaban por la senda correcta y decían la verdad. “Esto, el santo Padre agregaba, es tan absurdo que me parece increíble”.
Además, este indiferentismo [de nuestros días] ha sido desarrollado y ampliado de tal forma que no solamente afirma descaradamente que todas las sectas que están fuera de la Iglesia Católica y, según su propio reporte, admite la revelación como base y fundamento, caminan en la recta senda, sino que también afirma que lo mismo se puede decir con respecto a aquellas sociedades que desprecian la revelación divina y que profesan el puro deísmo o incluso el naturalismo. El indiferentismo de Retorio parecía absurdo a San Agustín y con razón, pero ese indiferentismo estaba todavía restringido a ciertos límites. ¿Pero cómo se puede se puede aprobar esa tolerancia que se extiende al deísmo y al naturalismo, que no fue aprobado ni por los herejes antiguos, por un hombre que emplea su razón? Aun así – y esto es un comentario sobre los tiempos y la actual falsa filosofía- semejante tolerancia del deísmo y naturalismo es aprobada, defendida y aplaudida por los pseudo-filósofos.
Sin dudas ha habido muchos excelentes escritores que han profesado la verdadera filosofía y que se han presentado deliberadamente para aplastar este monstruo con argumentos que no han sido superados. Aun así, es un hecho muy evidente en sí mismo que sería realmente imposible para el que es absolutamente un Dios veraz, quien es la Soberana Verdad en sí mismo, el mejor y más sabio Proveedor y la Recompensa de los buenos, aprobar todas las sectas que enseñan dogmas falsos y frecuentemente opuestos y contradictorios entre sí y otorgar la recompensa eterna a quienes se unen a estas sectas. De aquí que sería una pérdida de tiempo escribir mucho sobre este tema.
Pero tenemos una palabra profética más firme y al escribirles, hablamos sabiduría entre los perfectos, y no la sabiduría de este mundo, sino la sabiduría de Dios en el misterio, por la cual somos enseñados y mantenemos que hay un solo Señor, una fe, un bautismo, y que no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, excepto el de Jesús de Nazareth en el cual seamos salvados. De aquí que profesamos que no hay salvación fuera de la Iglesia.
Oh las alturas de las riquezas de la sabiduría y conocimiento de Dios. Sus juicios son incomprensibles. Dios, que destruye la sabiduría de los sabios, parece haber entregado a los enemigos de su Iglesia y que desprecian la revelación sobrenatural, a un sentido réprobo y al misterio de iniquidad que está escrito en la frente de la desvergonzada mujer descrita por Juan. Pues qué iniquidad puede haber mayor que la de estos orgullosos que no solamente han apostatado de la verdadera religión, sino que usan toda clase de pretextos y palabras y escritos llenos de engaño, para hacer que los desprevenidos se alejen también de la verdadera religión. Quiera Dios levantarse, refrenar y volver a la nada esta licenciosa clase de discurso, escrito y publicación”[1].
En la Ubi primum, León XII da una descripción magníficamente precisa e iluminadora del indiferentismo religioso. Es el sistema doctrinal según el cual:
“Se le ha dado amplia libertad por parte de Dios a todo hombre para unirse a cualquier secta o adoptar cualquier opinión que le plazca según su propio juicio privado, sin peligro para su salvación”.
Y en la siguiente frase, el Papa no intenta mostrar que los males doctrinales sobre los que San Pablo estaba preocupado al momento de escribir esas líneas se pueden resumir bajo el título del indiferentismo religioso. Simplemente llama la atención de sus lectores sobre el hecho de que los que enseñan el indiferentismo dentro de la Iglesia Católica caen dentro de la clase de aquellos a quienes San Pablo reprueba en su Epístola.
León XII pasa luego a mostrar que el error del indiferentismo, que es el factor fundamental en lo que se conoce como Catolicismo liberal, había sido expresado y rechazado en primeros tiempos de la Iglesia. En este sentido, llama la atención sobre la historia de Apeles, descripta en el libro antimarcionita de Rodón, y citado por Eusebio de Cesarea en su Historia eclesiástica. Según Rodón, Apeles era “reverenciado por su vida y vejez”[2]. Rodón, sin embargo, no estaba para nada impresionado con este hereje. “Lo reprendí riendo, dijo Rodón, porque confesándose doctor, no podía confirmar su doctrina con razones”[3]. El desafortunado Retorio es mencionado simplemente por San Agustín como el autor de una de las herejías y lo que dijo sobre Retorio es lo que dijo León en la Ubi primum[4].
El resto de este pasaje de la Ubi primum está dedicada a probar que el indiferentismo promovido a principio del siglo XVIII por quienes fueron conocidos como Católicos liberales era mucho más craso y absoluto que las doctrinas de Apeles y Retorio desacreditadas desde hace mucho tiempo y que semejante enseñanza era competa y obviamente opuesta al mensaje revelado enseñando y protegido infaliblemente por la Iglesia Católica.
El reino de León XII fue relativamente corto. La encíclica inaugural de su sucesor en el trono de Pedro, el Papa Pío VIII, también contenía una descripción y una condena del indiferentismo que es el factor fundamental en el Catolicismo liberal. En esta encíclica, la Traditi humilitati nostrae, Pío VIII habló de:
“… la
maquinación de los sofistas de este siglo que no admite ninguna diferencia
entre las diferentes profesiones de fe y que piensan que la puerta de la
salvación eterna está abierta para todos en cualquier religión y que por eso
acusan de frivolidad y estupidez a aquellos que, habiendo abandonado la
religión que habían aceptado una vez, abrazan otra de cualquier tipo, incluso
la religión Católica. Es ciertamente un horrible ejemplo de iniquidad cuando
la misma alabanza, y los mismos atributos de justo y verdadero se le aplican a
la verdad y al error, a la virtud y al vicio, a la honestidad y a la torpeza.
Y este es el sistema letal del indiferentismo religioso, que es repudiado
incluso por la luz de la razón natural. A cuya luz somos advertidos que
entre muchas religiones que están en desacuerdo entre sí, cuando una es verdadera,
otra debe necesariamente ser falsa y somos además amonestados que no puede
haber asociación de la Luz con las tinieblas. Contra éstos que repiten antiguos
errores, el pueblo debe ser asegurado, Venerables Hermanos, que la
profesión de la fe Católica es la única verdadera, puesto que el Apóstol nos
enseña que hay un solo Señor y un solo bautismo. Como dice Jerónimo, el hombre
que come el cordero fuera de esta casa, es profano y aquel que no está en el
Arca de Noé, ha de perecer en el diluvio. Tampoco hay ningún otro nombre dado a
los hombres, fuera del de Jesús, por el cual debemos ser salvos. Aquel que cree
será salvo, y aquel que no cree será condenado”[5].
[2] Eusebio, Historia Eclesiástica, V, XIII.
[3] Ibid.
[4] San Agustín, De haeresibus, LXXII.
[5] Bullarii Romani Continuatio, ed. Andrea Barbiéri, XVIII (Roma, 1856).