sábado, 1 de mayo de 2021

Los Componentes del Catolicismo Liberal, por J.C. Fenton, (III de V)

   El primer movimiento del Catolicismo liberal era esencialmente una táctica. Sin embargo, esta táctica suponía necesariamente un concepto erróneo del mensaje y fe Católicos. Suponía necesariamente que la doctrina Católica era por lejos la mejor entre las enseñanzas religiosas, las cuales eran todas esencialmente aceptables. 

El sistema del Catolicismo liberal, por su propia naturaleza, veía al portavoz de la fe Católica como un hombre que había sido enviado a la acción de la misma manera que una automotriz envía sus vendedores. La compañía puede haber hecho un genuino esfuerzo para producir un auto mejor que el producido por su competencia y en ese esfuerzo puede que haya sido exitosa. Si la superioridad de su producto es muy grande, podría esperar por lo que prácticamente sería capturar todo el mercado. Pero, asimismo, sus vendedores serían conscientes del hecho de que los autos producidos por las otras compañías no tan exitosas serían verdaderos autos, capaces de producir los resultados para lo cual se hacen los autos. 

Pero lo cierto es, sin embargo, que el dogma Católico difiere de otros sistemas de enseñanza religiosa, no como un buen automóvil difiere de un auto rival no tan bien hecho, sino como un tesoro verdadero difiere de uno falso. Ahora bien, el representante del tesoro, al tratar sobre la moneda, no intenta que las personas acepten y utilicen los productos del gobierno federal como opuestos a los billetes falsos, precisamente basado en el hecho de que el dinero y el grabado empleado por el tesoro son mucho mejores que los que se encuentran en los rivales. Muy por el contrario, los agentes del gobierno señalan con énfasis que solamente son válidos los billetes emitidos por el tesoro y que los que usan dinero falso están gravemente en falta o han sido seriamente victimizados. 

Desde los mismos comienzos, el mensaje revelado que Dios nos dio a través de Nuestro Señor y su Iglesia ha sido descrito como algo que debía venir a los hombres por medio de los esfuerzos de los apóstoles más que por medio de la obra de charlatanes. Ciertamente, Nuestro Señor no representó la aceptación de su mensaje simplemente como algo solamente un poco mejor que la recepción de las otras doctrinas religiosas. Dijo a los judíos: 

“Vosotros sois de abajo; Yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; Yo no soy de este mundo. Por esto, os dije que moriréis en vuestros pecados. Sí, si no creéis que Yo soy (el Cristo), moriréis en vuestros pecados[1]. 

La misma verdad aparece en el último discurso de Nuestro Señor a sus discípulos registrado en el Evangelio de San Marcos: 

“Y les dijo: “Id por el mundo entero, predicad el Evangelio a toda la creación. Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; más, quien no creyere, será condenado[2]. 

El llamado Credo Atanasiano expone este mismo aspecto de la verdad Católica revelada. Comienza con la afirmación de que: 

Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre[3]. 

Y después de una afirmación detallada de los dogmas fundamentales de la Iglesia Católica, termina con la afirmación: 

Esta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse[4]. 

Los Papas León XII, Pío VIII y Gregorio XVI, los Vicarios de Cristo que gobernaron su Iglesia durante los primeros días del movimiento Católico liberal, eran lo suficientemente brillantes para darse cuenta que De Lamennais y sus compañeros no se podrían haber imaginado nunca que el avance de la causa Católica podía ser auxiliada por la aceptación de los principios del liberalismo, a menos que hubieran sido antes engañados por un error fundamental sobre la naturaleza de la fe Católica. Vieron que los Católicos liberales no podían haber pensado que la predicación del mensaje Católico prosperaría, y que la causa de la fe se vería impulsada, en una atmósfera en la cual los hombres estaban convencidos que todas y cada una de las enseñanzas religiosas tenían el mismo derecho para ser expuestas y escuchadas, a menos que antes hubieran sido engañados imaginando que, básicamente, la enseñanza de la Iglesia y todas las otras enseñanzas religiosas que existen en el mundo estaban esencialmente en el mismo nivel. Estos Católicos liberales de la primera hora buscaban una oportunidad para probar que el mensaje de la Iglesia Católica era por lejos la mejor de las doctrinas religiosas y que cualquier otra ventaja que se podían obtener en las otras doctrinas podían ser disfrutadas todavía más perfecta y completamente en el cuerpo del dogma Católico. Nuestro Señor y su Iglesia, por otra parte, siempre insistieron que este mensaje era y es la única comunicación sobrenatural de parte de Dios por medio del cual el hombre puede alcanzar su eterna salvación. 

De aquí que en la encíclica Mirari vos arbitramur, el primero de los mensajes doctrinales promulgados durante el curso de su pontificado, y la primera condena detallada del Catolicismo liberal, el Papa Gregorio XVI representó la aceptación de los principios del liberalismo como una consecuencia que se sigue de la aceptación de la doctrina del indiferentismo. Esto es lo que la encíclica Mirari vos arbitramur dice sobre el tema del indiferentismo. 

“Tocamos ahora otra causa ubérrima de males, por los que deploramos la presente aflicción de la Iglesia, a saber: el indiferentismo, es decir, aquella perversa opinión que, por engaño de hombres malvados, se ha propagado por todas partes, de que la eterna salvación del alma puede conseguirse con cualquier profesión de fe, con tal que las costumbres se ajusten a la norma de lo recto y de lo honesto. Debéis alejar del pueblo confiado a vuestro cuidado este error tan deplorable sobre un tema tan importante y completamente claro. Pues, dado que el Apóstol nos ha advertido que “uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo” (Ef. IV, 5), quienes pretenden que el camino para la salvación eterna comienza por cualquier religión debería temer, y debería pensar seriamente el hecho de que, según el testimonio del mismo Salvador, están contra Cristo porque no están con Él, y que desparraman miserablemente porque no amontonan con él (Mt. XII, 30); y que, por lo tanto, ciertamente van a perecer por siempre, a menos que profesen la fe Católica y la mantengan completa e inviolable. Escuchen a Jerónimo que dice que, mientras la Iglesia estaba dividida en tres partes por el cisma, cuando todos intentaban atraerlo a su propio partido, él afirmaba firme, constante e intencionalmente: “Cualquiera que esté unido a la Sede de Pedro, yo estoy con él”. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde con razón San Agustín: el sarmiento cuando está separado de la vid tiene la misma forma; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz?”. 

Y de esta de todo punto pestífera fuente del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de conciencia ha de ser afirmada y reivindicada para cada uno. A este pestilentísimo error le prepara el camino aquella plena e ilimitada libertad de opinión, que para ruina de lo sagrado y de lo civil está ampliamente invadiendo, afirmando a cada paso algunos con sumo descaro que de ella dimana algún provecho a la religión. Pero “¿qué muerte peor para el alma que la libertad del error?”, decía San Agustín (Epist. 166). Y es así que roto todo freno con que los hombres se contienen en las sendas de la verdad, como ya de suyo la naturaleza de ellos se precipita, inclinada como está hacia el mal, realmente decimos que se abre el pozo del abismo [Apoc. IX, 3], del que vió Juan que subía una humareda con que se oscureció el sol, al salir de él langostas sobre la vastedad de la tierra. De ella [la libertad de consciencia] vienen los cambios de actitudes (animorum immutationes), la corrupción de la juventud y el desprecio del pueblo por las cosas sagradas y por los asuntos y leyes santísimos.  De aquí, en una palabra, viene el mayor de los males para el bien común, puesto que sabemos por experiencia, y los hombres lo saben desde los tiempos antiguos, que los estados que han florecido en riqueza, poder y gloria, han caído a causa de este mal, la libertad inmoderada de las opiniones, falta de control de las opiniones, de los discursos y el ansia de novedades[5]. 

Más adelante en la misma encíclica, el Papa Gregorio XVI reprobó severamente la enseñanza de los Católicos liberales que defendían, precisamente como una ventaja para la Iglesia, la separación de la Iglesia y el estado. 

“Tampoco pudiéramos augurar más feliz resultado, tanto para la religión como para la autoridad civil, de los deseos de aquellos que quieren a todo trance la separación de la Iglesia y del Estado y que se rompa la mutua concordia del imperio y el sacerdocio. Consta, en efecto, que es sobremanera temida por los amadores de la más descarada libertad aquella concordia que siempre fué fausta y saludable a lo sagrado y a lo civil...”[6].


 

[1] Jn. VIII, 23-24. 

[2] Mc. XVI, 15-16. 

[3] Denz. 39. 

[4] Denz. 40. 

[5] Bullarii Romani Continuatio, ed. Andrea Barbiéri, XIX (Roma, 1857). 

[6] Ibid., 131. 

Nota del Blog: Esta larga cita se encuentra, un poco resumida, en Denz. 1613-1615.