Y la Mujer huyó al desierto…
(Apoc. XII, 6)
Sin dudas el Fenómeno
VIII de Lacunza es el mejor
comentario que existe al capítulo XII
del Apocalipsis[1].
Algunas de sus conclusiones deberían ser, a esta altura, un lugar común, un
punto de partida para ulteriores estudios, pero lamentablemente, al menos en lo
que hace a la exégesis de las Profecías, los autores se han inclinado una y
otra vez hacia el alegorismo que no ha hecho más que estragos en la exégesis. Urge, pues, desterrarlo cuanto antes.
La idea deste trabajo será indagar la identidad del desierto al cual será enviada la Mujer y
en el que la alimentarán durante mil doscientos sesenta días; pero antes de
responder a esta interesante pregunta nos parece del todo necesario indagar algunas
cuestiones previas que ayudarán, en mayor o menor medida, a ubicar el desierto.
Nos referimos a la identidad de la Mujer,
al lugar desde el cual sale y al momento en el que huye hacia el
desierto.
Primera Parte
Quién – Desde dónde – Cuándo.
I.- Identidad de
la Mujer.
Brevitatis causa
daremos por
supuesta la identificación de la Mujer con Israel tal como lo prueba Lacunza en el Fenómeno ya citado, no sin antes presentar la parte más pertinente
del comentario de Straubinger al v. 1:
Straubinger: “La mujer
de las doce estrellas aparece en el cielo como una señal, es decir una realidad
prodigiosa y misteriosa… Esta personificación de la comunidad teocrática era
como tradicional (Os. II, 19-20; Jer. III, 6-10; Ez. XVI, 8) y la imagen de
Sión en trance de alumbramiento no era desconocida del judaísmo (Is. LXVI, 8).
La maternidad mesiánica afirmada aquí (vv. 2 y 5) lo es también en IV Esdras
IX, 43 ss.; X, 44 ss)” (Pirot). Sobre su frecuente aplicación a la Iglesia, dice
Sales que en tal caso “la palabra Iglesia debe ser tomada en su sentido más
lato, de modo que comprenda ya sea el Antiguo, ya el Nuevo Testamento”. Algunos
restringen este simbolismo a Israel que se salva según el capítulo anterior
(XI, 1.13.19; cf. VII, 2 ss y nota), considerando que las doce estrellas son
las doce tribus, según Gen. XXXVII, 9. Gelin dice a este respecto que “en
cuanto refugiada en el desierto (v. 6 y 14-16) la mujer no puede ser sino la
mujer judeo-cristiana”, pero no precisa si es la que se convierte al principio
de nuestra era (cf. Rom. IX, 27; Gal VI, 16) o al fin de ella (Rom. XI, 25
ss.). Cfr. Miq. V, 3 ss. En cuanto a la Iglesia en el sentido de
Cuerpo Místico de Cristo, ¿cómo
explicar que ella diese a luz al que es su Cabeza (Col. I, 18), cuando, a la inversa, se dice nacida del
costado del nuevo Adán (Jn. XIX, 34; Rom. V, 14) como Eva del antiguo (Gen. III,
20)? Ni siquiera podría
decirse de ella como se dice de Israel, que convirtiéndose a Cristo podría darlo a luz
“espiritualmente” como antes lo dio a luz según la carne (Rom. IX, 5), pues la Iglesia es Cuerpo
de Cristo precisamente por la fe
con que está unida a Él (…) La Liturgia y muchos escritores
patrísticos emplean este pasaje en relación con la Santísima Virgen, pero es
sólo en sentido acomodaticio, pues “la mención de los dolores de parto se opone
a que se vea aquí una referencia a la Virgen María”, la cual dio a luz sin
detrimento de su virginidad. Puede
recordarse también la misteriosa profecía del Protoevangelio (Gen. III, 15 s.),
donde se muestra ya el conflicto de este capítulo entre ambas descendencias
(cf. Mat. III, 7; XIII, 38; VIII, 44; Miq. V, 3; Rom. XVI, 20;
Col II, 15; Hebr. II,
14) y se anuncian dolores de parto como aquí (v. 2; Gen. III, 16), lo cual
parecería extender el símbolo de esta mujer
a toda la humanidad redimida por
Cristo, concepto que algunos aplican
también a las Bodas de XIX, 6 ss., que interpretan en sentido lato considerando
derribado el muro de separación con Israel (Ef. II, 14).”
Sin embargo, todo esto es aún todavía algo vago ¿Se
trata de todo Israel o de una parte?
Y en este último caso ¿se podrá precisar con más detalle de quiénes se está
hablando?
Que no estamos en presencia de todo Israel se ve por el simple hecho de que recién se va a
convertir totalmente apenas algún
tiempo (¿horas, días, semanas?) antes de la Parusía (Mt. XXIV, 32-33; Mc. XIII, 28-29; Lc. 29-31; Rom. XI, 25-26), y
aquí todavía quedan algo más de tres años y medio para la Segunda Venida.
¿De quién se tratará, pues?
Como argumento de
autoridad bastará citar al mismo Lacunza
y a Van Rixtel.
El Jesuita chileno comenta[2]:
“Mas este concepto
metafórico, estos dolores y clamores para darlo a luz, y el parto mismo con
todas sus consecuencias, ¿qué significan en ambas profecías? El parto lo
consideraremos más adelante (artículo III); el concepto, y los dolores y angustias para darlo a luz, parece
claro, siguiendo el mismo hilo de la metáfora que hemos comenzado. De manera que llamada misericordiosamente
del Esposo la madre Sión con todas sus reliquias (las cuales, sea número determinado
o indeterminado, deben ser ciento y cuarenta y cuatro mil señalados de todas
las tribus de los hijos de Israel ), iluminada o vestida
de la luz celestial, que viene del Padre de las luces; abiertos los ojos, y los
oídos internos, para que vea y oiga lo que hasta ahora por justos juicios de
Dios no ha visto ni oído, según las Escrituras; le entrará la luz por
los ojos, y por los oídos de la fe: la fe es por el oído; con lo cual,
no habiendo ya impedimento alguno por su parte, porque se ha acabado su
afán, perdonada es su maldad, concebirá
al punto en el vientre, por semejanza, a Cristo Jesús (y este
crucificado, el cual ha sido siempre para ella por culpa de sus doctores un
verdadero escándalo) y Cristo Jesús se empezará a formar en ella en el mismo vientre,
por semejanza, y allí mismo va adelante y crece hasta el día perfecto
. Esto es claro, y no necesita más explicación (…) Los primeros que se opondrán al parto de la mujer, serán
verosímilmente los judíos mismos, de todas las tribus de los hijos de Israel;
aquellos, digo, que no entrarán por culpa suya en el número de los sellados con
el sello de Dios vivo; los cuales, como se dice en Zacarías (XIII, 8), serán
las dos terceras partes, cuando menos…”.
Por su parte, Van
Rixtel concuerda al afirmar[3]:
“C.- Los 144.000: 12.000 de cada tribu.
Ese mismo residuo fiel
es el que vemos sellado en el Apocalipsis para cuando estalle la angustia de
Jacob: “No dañéis la tierra, ni el mar, ni los árboles, hasta que hayamos sellado
a los siervos de nuestro Dios en sus frentes”. Y oí el número de los sellados:
ciento cuarenta y cuatro mil, sellados de toda tribu de los hijos de Israel” (sigue la enumeración
de las doce tribus) (Apoc. VII, 3-8).
Estos 144.000 son los que (según Apoc. IX, 4) serán preservados de espantosa
plaga de langostas (con poder de escorpiones), que por cinco meses atormentará
a los hombres que no tengan el sello de Dios en sus frentes.
Estos
144.000 de las doce tribus de Israel serán los que constituirán aquella mujer
que tiene en su cabeza una corona de doce estrellas y la luna debajo de sus
pies (Apoc. XII, 1); que huyó al desierto donde tenía un lugar preparado por
Dios, para que la sustentase allí mil doscientos sesenta[4] días (Apoc. XII, 6) a fin que
allí la sustentase durante dos tiempos, un tiempo y la mitad de un tiempo (los
tres años y medio del reinado del Anticristo) lejos de la presencia de la
serpiente (Apoc. XII, 14). “Y arrojó la serpiente de
su boca, detrás de la Mujer, agua como un río, para que ella fuese arrastrada
por el río. Y ayudó la tierra a la Mujer y abrió la tierra su boca y devoró el
río… Y se airó el Dragón contra la Mujer y se fue a hacer guerra contra el
resto de su linaje, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el
testimonio de Jesús” (Apoc. XII, 15-18).
Los 144.000 hebreos marcados
en las frentes, pertenecen con toda seguridad al residuo fiel de la casa de
Jacob…”.
La Mujer del Apocalipsis parecería identificarse, pues,
con los 144.000 sellados del capítulo
VII del Apocalipsis, correspondiente, esto ya es nuestro, al sexto sello[5].
[1] La Venida del Mesías en Gloria y
Majestad, Fenómeno VIII: La señal grande o la Mujer vestida del sol
de que se habla en el capítulo XII del Apocalipsis, tomo III, pag. 75-234
de la edición de M. Belgrano.
[2] La Venida, Fenómeno VIII, pag. 112-115 de la edición de
M. Belgrano.
[3] El Testimonio, cap. XVI, pag. 579.
[4] Pequeña errata en el original que dice setenta.
[5] El sexto Sello, y ésta no es la primera vez
que lo decimos, no parece ser lo que se narra en VI, 12-17 sino en VII, 1-8.
Esto merecería un artículo aparte.