martes, 2 de marzo de 2021

Una demostración de la Divinidad de Cristo en la fiesta de los Tabernáculos, por Bartomeu Pascual (IV de VIII)

  Jesús, apropiándose las varias teofanías del Horeb y otras intervenciones estrictamente divinas del desierto, representadas en la liturgia de esas fiestas o descritas en las lecciones que se hacían de la ley, demostró que él era no tan sólo un enviado de Dios que ya entonces preexistía, sino el mismo Jahvveh plasmador y salvador de Israel en los días más antiguos y memorables de su historia. 

La argumentación es grandiosa y de circunstancias nobilísimas, y debió de ser impresionante. ¡Cómo notaría ya entonces San Judas, apóstol pariente de Jesús, el contraste de esta manifestación auténticamente divina con aquella otra manifestación humana, pocos días antes soñada por los parientes que subían a Jerusalén! Treinta años más tarde la recordaba y, al introducirse en las comunidades judeo-cristianas de Palestina y sus contornos, errores por lo menos prácticamente atentatorios a la divinidad de Cristo, la repitió y la condensó en un solo trazo de su breve y valiente epístola: 

Cristo es quien salvó a Israel de la tierra de Egipto” (Jud. v. 5), 

Expresión gráfica que semeja atrevida y que ofendería a copistas asustadizos o igualadores (א CKL, etc.), pero lección difícil y exacta que han conservado óptimos códices (BA) en versiones antiguas (Vulg., Copt., Aeth), y que no vacilamos en afirmar auténtica reconociendo en ella un eco fiel de esta argumentación de Jesús, resonante aquí y en otros lugares de los escritos apostólicos (I Cor. X, 4-9; I Petr. I, 11; Heb. III, 3; XI, 26). 

Quien a todo eso atendiere, pensamos podrá reconocer sin esfuerzo que en la perícopa de San Juan VII-IX, 34, un argumento de peculiar contextura, mole sita stat, sobre un propio fondo histórico y litúrgico con íntima convergencia de los textos, y bien independientemente de todo detalle conjetural que en su engaste hayamos añadido, y aún de la interpretación de los versos 6 y 8 del capítulo octavo. 

Está esa verdaderamente abonada por el fácil y general contexto de todo el pasaje; mas, siendo algo nueva, como que requiera una detenida y especial consideración, se la dedicamos en el capítulo siguiente. Antes, empero, nos place insertar aquí con agradecimiento, la preciosa nota de crítica textual que, en apoyo de la lección adoptada en el verso de la epístola de San Judas, nos facilita con su amabilidad y acreditada competencia el Rdo. P. Bover, S. J.: 

Hay que preferir resueltamente la variante Ἰησοῦς (Jesús). 

Razones: 

1. Absolutamente: Ἰησοῦς tiene en su favor suficiente número de excelentes códices de las dos principales familias: cuatro (A, B, 33, 81) de la alejandrina y seis de la occidental; cuatro versiones antiguas, excelentes e independientes; cuatro Padres de primer orden, entre ellos los dos más críticos, Orígenes y San Jerónimo. 

2. Comparativamente: Los códices contrarios no presentan una lección homogénea, sino que andan dispersos en cuatro variantes Κύριος (Señor), ὁ Κύριος (el Señor), Θεός (Dios), ὁ Θεός (el Dios), cada una de las cuales, y aun todas juntas, están menos autorizadas o por el número o por la calidad de los códices, versiones y Padres. Las variantes Θεός (Dios), ὁ Θεός (el Dios) hay que descartarlas: de hecho, ningún crítico las ha adoptado. La variante Κύριος (Señor), preferida por la mayoría de los críticos, si, atendidos los códices, pudiera acaso rivalizar con Ἰησοῦς (Jesús), no tiene en su favor más que una versión y un Padre, de importancia secundaria y ambos siros. La otra ὁ Κύριος (el Señor), tiene en su favor la mayoría de los códices; pero casi todos de la familia bizantina; y, además, ninguna versión y ningún Padre. 

3. Crítica interna: Este es uno de los casos en que hay que aplicar la regla difficilior lectio, potior (la lección más difícil es la mejor)[1]; pues la variante Ἰησοῦς (Jesús), es más ardua y esta es la causa de haberla abandonado la turba de los códices bizantinos, amigos de las variantes fáciles. Aun dogmáticamente, la variante Ἰησοῦς (Jesús), había de ofender a muchos, arrianos o arrianizantes (como Eusebio); en cambio las otras a nadie podían ofender, ni arriano, ni católico. 

Otro principio de crítica interna es el de la derivación. Si gráficamente pudieron cambiarse indiferentemente ΙΣ, ΘΣ, ΚΣ, en cambio, exegéticamente, de ΙΣ pudieron derivarse fácilmente ΚΣ y ΘΣ; pero dificilísimamente de ΚΣ o ΘΣ pudo proceder ΙΣ. Es, pues, preferible ΙΣ. 

4. Ad hominem: Westcott-Hort y Weiss, contra su costumbre, abandonan a B. Ni vale aquí la razón por la cual le abandonan otras veces, cuando B presenta una variante más larga. Precisamente es este uno de los casos en que B merece mayor confianza, pues no se deja llevar de su viciosa tendencia a la omisión o abreviación".


 [1] Nota del Blog: Este principio es bastante obvio. Lo lógico es que los copistas, al encontrar una palabra difícil, tiendan a substituirla por otra que haga más fácil la inteligencia del texto, pero a nadie se le ocurriría hacer lo contrario. Si, pues, hay muchos códices que tienen una versión difícil a la hora de interpretar el texto, lo más probable es que sea la verdadera lección. 

Aprovechemos la ocasión para señalar la maestría con que el P. Bover manejaba la crítica textual de la que tanto uso y abuso habían hecho los racionalistas a fines del s. XIX y principios del XX. Este es apenas uno entre tantos ejemplos que podrían encontrarse en el admirable sacerdote jesuita.