d)
La revelación de la misericordia de Cristo
La revelación de la misericordia de Jahvveh
"Y dijo Jesús: Ni yo tampoco te condenaré: vete y de ahora en adelante no peques más" (11).
"Moisés dijo: Haz que vea tu gloria. Jahvveh contestó: Yo haré pasar por delante de ti toda mi bondad, y pronunciaré delante de ti el nombre de Jahvveh, porque yo hago gracia a quien hago gracia, y misericordia a quien hago misericordia" (Ex. XXXIII, 18-19).
"Jahvveh bajó en la nube… pasó por delante (de Moisés) y clamó: (Yo soy) Jahvveh, Jahvveh, Dios de misericordia y compasivo, lento a la cólera, rico en bondad y en fidelidad, que conserva su gracia hasta mil generaciones, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado; mas no los deja sin castigo, visitando la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación" (Ex. XXXIV, 5-8).
Seguimos el texto hebreo en estos bellísimos capítulos, relativos a la preparación de las segundas tablas de piedra. Cual el pasaje del Evangelio, son también ellos páginas del corazón de Dios, o mejor diríamos, de los corazones de Jahvveh y de Moisés en una como competencia de amor a su pueblo. Pasando por delante de Moisés, que ha subido ya al monte y tiene en sus manos las nuevas tablas todavía sin escritura, Jahvveh hace la solemnísima revelación y proclamación de su misericordia, da las leyes del llamado Código de la Alianza[1] y acaba por escribir otra vez el Decálogo en las tablas de piedra, que Moisés había cortado. La última parte del segundo pasaje, aquí transcrito, no desvirtúa la revelación de la misericordia, sino que, salvando la justicia, pone aquélla más de manifiesto: si a veces la justicia llega hasta la tercera y cuarta generación, la gracia se extiende "hasta mil generaciones con perdón de la iniquidad, de la rebeldía y del pecado". Y de tal manera la gracia es preponderante, que el mismo Jahvveh, al anunciar esta teofanía, nada dice de las sanciones de su justicia. Antes, al contrario, Moisés le había pedido que Él se le mostrara y le responde que efectivamente le mostrará la plenitud de su bondad:
"Yo haré pasar ante tu faz toda mi bondad".
La frase suena como una suavísima definición del Ser divino, adelantada y equivalente a la de "Dios es amor", escrita más tarde por el discípulo amado, que, en este caso de la mujer adúltera y en tantos otros, fué testigo de la inmensa caridad de Cristo. Sin duda alguna, pues, tenemos aquí paralelas dos magníficas revelaciones del amor y misericordia de Cristo y de Jahvveh, hechas ambas en las similares ocasiones de escribir sobre las piedras: otra nueva, de otro orden, notabilísima coincidencia.
Y ahora, siquiera, recórranse de una mirada todos los exactos epígrafes que hemos puesto. Y sumando esta última coincidencia con las arriba apuntadas tan ricas en minuciosos detalles, y advirtiendo que los pasajes del Pentateuco aducidos pertenecen a una misma y conocidísima historia, tocante de algún modo al fondo moral del caso evangélico; dígase, si es posible, la fatalidad de un concierto de textos tan desconcertante, o si más bien la tabla comparativa, que aquí sin rebusca presentamos, no es por sí sola una plena confirmación de lo afirmado, como de paso, en el segundo capítulo de nuestro estudio, a saber: que el acto de Cristo, cuando escribe en el pavimento del templo y perdona la adúltera, significa que Él es aquel mismo Dios que ya en los orígenes de Israel se reveló simultáneamente como el legislador y el perdonador misericordioso.
A este argumento de la simple comparación del pasaje de San Juan con el Pentateuco, hay que añadir otro que, si cabe, es más fuerte: el de la comparación del pasaje con el Evangelio mismo, y esa de dos maneras o con el evangelio en general o en especial con la perícopa de los Tabernáculos donde se encuentra. Toda vez que es fácil deducirlo de lo que llevamos expuesto en los dos capítulos primeros del presente estudio, aquí nos limitamos a formular el argumento abreviado en las dos consideraciones siguientes:
Cristo, escribiendo en las piedras del templo, en acción figurativa del maravilloso acto de Jahvveh y así expresiva del dogma de su divinidad, está en actitud muy apropiada al cuarto Evangelio en general; donde los milagros de Cristo ofrecen la nota característica de que, siendo históricos prodigios, son también σημεῖα (signos), acciones sensiblemente figurativas y declaratorias de la doctrina dogmática que enseña.
El acto de Cristo, si es interpretado como representativo de un acontecimiento del desierto, y atributivo a su persona de una teofanía del Sinaí, queda muy ligado precisamente con la perícopa en que se halla, esto es, la de la fiesta de los Tabernáculos: ya porque su liturgia era rica en símbolos de todo el periodo del desierto, ya principalmente porque, durante ella, Cristo, con oportunísima e intensa pedagogía, adoptó la manera de probar su divinidad asumiendo y recapitulando en su persona símbolos de prodigios y teofanías de aquel período, que en las lecciones o acciones litúrgicas se conmemoraban.
Pensamos que nuestra exposición está, si así vale decirlo, reclamada por el mismo Evangelio. Con esa cuádruple nota de acto figurativo, y de un acontecimiento sinaítico, de transcendencia al dogma, y al dogma de la divinidad de Cristo, el pasaje aparece auténticamente juanístico, como consubstancial al cuarto Evangelio, y puesto dentro de él en su más propio lugar, así como una prueba en organismo dialéctico bien ordenado, como un miembro en el cuerpo vivo que integra.
[1] Como entre estas leyes hay la que establece la fiesta de la recolección que es la de los Tabernáculos, bien podemos pensar que este pasaje o su paralelo del Deuteronomio sería una de las partes de la Ley, leídas en la liturgia de la fiesta; lo cual, actualizando el hecho, apoya no poco nuestra tesis.