En los capítulos XVII-XVIII se describe la destrucción de Roma, llamada Babilonia, pero se trata de una Roma futura, idólatra y apóstata, y arrastrará a todos los pueblos.
Las cinco primeras cabezas son cinco reyes que reinan en Roma, el quinto de los cuales es el Anticristo, mientras que el sexto reinará después de expulsarlo, y el séptimo lo hará por poco tiempo. El Anticristo, una vez expulsado de Roma, irá a Jerusalén a reinar y desde allí gobernará a todo el mundo. Será el octavo y uno de los siete (el quinto, como quedó dicho).
Los diez cuernos son los reyes del Oriente a los que llamará el Anticristo tras las sexta Copa para pelear contra el Cordero y odiarán a Roma por haber expulsado al Anticristo y por eso le prenderán fuego.
Roma será destruida definitivamente (y de aquí que sea un suceso todavía futuro), y no sólo como ciudad sino como cabeza política del Occidente.
Sigue a continuación la alegría en el cielo por dos motivos: destrucción de Babilonia y las Bodas del Cordero.
Existen tres grupos: el Esposo, la Esposa y “los llamados” (viadores), es decir, el Cordero, la Iglesia Triunfante y la Iglesia Militante. La Iglesia Triunfante será la de los Santos resucitados y asuntos que estarán invisiblemente con Cristo en el mundo.
Los vv. 11-21 narran el Juicio Universal de vivos y sobre todo contra las naciones. Ahora el reino pertenece a los enemigos de Cristo, el cual evacuará toda potestad y purificará al mundo y será entonces “el día del Señor”.
El Anticristo será destruido fácilmente por Nuestro Señor, pues bastará una palabra y también aniquilará a los impíos que estén junto al Anticristo en la batalla del Harmagedón.
El cap. XX narra el reino de mil años y Nuestro Señor castigará de menor a mayor: impíos, Anticristo y Pseudoprofeta y, por último, al Dragón, que era la principal causa de la rebelión.
Los mil años son un largo período en el cual no se sentirá el influjo de Satanás en el mundo. La opinión de San Agustín no es conforme al texto pues el influjo de Satanás se siente hoy en día y además porque anda vagando por el mundo y el reino comienza después de la ligadura.
Este reino corresponde a las promesas de Cristo a los Apóstoles de sentarse “sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel” y también a las promesas a los vencedores de las cartas a las Iglesias. Los Apóstoles tendrán un cuidado especial sobre el pueblo de Israel y algunos santos presidirán sobre otros pueblos, pero siempre de manera invisible.
La primera Resurrección trata de los cuerpos y no es una simple figura como quieren los alegoristas, pues el término “resurrección” (anástasis) se usa siempre en la Biblia sobre los cuerpos y nunca sobre las almas (Lc. XX, 35-36).
Tras los mil años, Satanás será liberado y habrá una rebelión (Gog-Magog) que será aniquilada por el fuego, tras lo cual seguirá habiendo vida en la tierra (Ezequiel habla de siete años).
Sin embargo, todos morirán para ser juzgados (vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos) en el Juicio Final (XX, 11 ss); son los que no tuvieron parte en la primera resurrección y se trata tanto de buenos como de malos.
La Jerusalén Celeste que desciende del cielo lo hace entre el Juicio Universal y el Final y es la mejor parte de la Iglesia Triunfante que descenderá para ser el tabernáculo de Dios entre los viadores y no se la debe confundir con la Jerusalén terrestre.
Tras esta descripción, San Juan cierra el libro con un epílogo y una salutación final.
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Hasta aquí, pues, un corto
repaso por las principales opiniones del docto sacerdote español; ciertamente,
tenemos no pocas diferencias, pero como no es nuestra intención polemizar sino
simplemente exponer, creemos mejor cerrar esta reseña sin mayores comentarios,
sobre todo, teniendo en cuenta que lo más importante aquí es, como lo dice el
mismo Autor, “la existencia futura del reino pacífico, sea lo que sea
sobre su naturaleza, sobre la cual puede haber diversidad de opiniones,
entre las que está la milenaria”.