martes, 11 de diciembre de 2018

León Bloy y el Milenarismo


Nota del Blog: Contra lo dicho aquí se podrá argumentar esto o aquello, pero lo cierto es que los argumentos, lo único, en definitiva, que importa, subsisten.

Extracto de una carta de Léon Bloy a su amigo Ernest Hello.

Citado por J. Bollery, Léon Bloy, essai de Biographie, vol. 1, pag. 434-5.


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Léon Bloy rezando en La Salette

18 de agosto de 1880

“Estimadísimo amigo:

Deberíamos escribirnos mucho y no nos escribimos. Ignoro por qué. Sin embargo, si alguna vez hubo dos hombres hechos para entenderse, me parece que somos esos dos hombres.

Tenemos el mismo deseo único, una impaciencia casi igual y estamos indignados por las mismas injusticias. Ambos esperamos la gran Epifanía del Espíritu Santo con esta diferencia: mientras vuestra impaciencia no recae sino sobre alguna manifestación inaudita de la justicia o de la Belleza divina por la intervención directa de algún gran Santo investido del más irresistible poder, mi impaciencia recae sobre la persona de Nuestro Señor, Dios y hombre, del cual espero la venida como ejecución de la promesa que hizo a sus apóstoles antes de sufrir, al asegurarles que no los dejaría huérfanos (Jn. XIV, 18).

No me está prohibido comunicarte esta parte de mi secreto que, en muy poco tiempo, espero, ya no será un secreto para nadie. Esta venida gloriosa del Señor, como la del patriarca Enoc, como nos lo enseña san Judas, tan frecuentemente anunciada por san Pablo, y predicha menos explícitamente por David y todos los profetas sin excepción, es entendida generalmente de un juicio universal y definitivo que sería la señal de la destrucción del Universo. Esta interpretación que ya no deja el menor lugar a un reino terrestre de Jesucristo, tan claramente indicado en el Apocalipsis y que excluye todo cumplimiento de esta renovación del Espíritu Santo buscada por el Rey profeta, me parece tan monstruosa que no veo cómo sería posible atentar más directamente a la gloria de Dios y de tachar más completamente sus promesas.

Veinticinco años después de Pentecostés san Pablo decía a los Romanos que no estamos salvados sino en esperanza (VIII, 24), es decir, en Jesucristo, no habiendo recibido más que las primicias del Espíritu y esperando la redención de nuestro cuerpo (VIII, 23). ¿Hubiera podido hablar así si realmente todo estuviera cumplido después del Calvario y si no debiéramos esperar, como lo señala en otros cincuenta pasajes, la salvación en el Amor y por el Amor?

Ante san Pablo, que espera la Redención ¿quién osaría decir que la Redención está cumplida? ¿Y por qué el Espíritu Santo está intercediendo Él mismo por nosotros con gemidos que son inexpresables (VIII, 26) si estuviéramos en posesión de todos los bienes sobrenaturales? Pronto conoceremos la enormidad del perjuicio causado al Señor por la ausencia total de deseo en la mayor parte de los pastores de su rebaño, y ciertamente sabremos lo que significa esta lamentación de Dios en Isaías: tus intérpretes prevaricaron contra mí (XLIII, 27).

Los miserables charlatanes que nos instruyen toman al Espíritu Santo por un cronista y piensan que es únicamente por la exactitud histórica que la grandiosa Blasfemia de Israel nos ha sido conservada por Él en el recitado de la Pasión: A otros salvó, a sí mismo no puede salvarse (Mt. XXVII, 42). En cuanto a mí, creo que con esta Palabra sucede lo mismo que con las demás Palabras de la Escritura que se deben cumplir hasta la iota y el punto. Pienso que nuestra Esperanza está siempre crucificada y que su Libertador está siempre por venir, hasta la venida del Amor. Entonces Jesús descenderá de su Cruz y todos lo verán y creerán en Él (Mc. XIII, 26).

Es preciso que Jesús ponga de nuevo sus pies sobre la tierra y espero este suceso del que sé que debemos ser los testigos y que llenará de estupefacción y espanto a quienes deberían pronosticarlo y desearlo, aquellos que se apacientan a sí mismos en lugar de apacentar el rebaño del Señor, siendo esos simulacros de las naciones que tienen boca para no hablar y ojos para no ver, etc.”.