miércoles, 10 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello. III



III
LAS LÁGRIMAS Y EL PERDON

Se apartó un momento y lloró.
(Génesis, cap. XLII, vers. 24).


La historia de José está llena de lágrimas. Está, por lo tanto, llena de victorias.
Jacob lloró cuando creyó muerto a José. Pero José no había muerto y Jacob lo volvió a ver en Egipto, traído directamente por la mano del Señor.
José llora también y sus lágrimas señalan la victoria que sus hermanos arrepentidos van a obtener sobre él: cuando reconoce a sus hermanos, en Egipto, a sus hermanos suplicantes, que no lo reconocen, pero que se acusan y declaran haber merecido por su pasado crimen su actual desdicha, José se aparta un tanto para llorar; pues no se da a conocer aún; pero ha llorado. Vence a la cólera y sus hermanos arrepentidos son en el fondo sus vencedores.
Y cuando se descubre al fin, llora y se arroja llorando al cuello de Benjamín. Las lágrimas anteriores hablan preparado y anunciado su victoria. Las lágrimas de hoy, la consagran y celebran.

— Soy José. ¿Vive aún mi padre?

La escena es inmortal y demasiado sencilla para ser relatada. No me atrevo a referirla. Ha sido consagrada por las lágrimas de las generaciones: las lágrimas de José han despertado ecos que se elevaron de siglo en siglo, hablándose y respondiéndose.
Luego Jacob moribundo solicita a José el perdón de sus hermanos. José llora, José responde con lágrimas. Por lo tanto, José es el vencedor. El perdón ha sido concedido, puesto que las lágrimas corren.
Y el espíritu se movía sobre la Faz del abismo.
Jacob constituía entre José y sus otros hijos algo así como la orden paterna de Perdonar. Era un Perdón augusto y viviente que andaba en majestad patriarcal en medio de sus hijos otrora desavenidos. Pero Jacob muere; sus hijos tiemblan; recuerdan a José las recomendaciones de su padre muerto; citan con los propios términos las palabras del gran Patriarca; José llora; el Perdón está confirmado.
La victoria del padre muerto está atestiguada por las lágrimas del hijo poderoso.
¡Cuántas lágrimas y cuántas victorias en esta vida de José!
Soy Faraón, había dicho el rey de Egipto. Nadie sin orden tuya podrá mover la mano o el pie en toda la tierra de Egipto.
Esta frase contiene una magnífica afirmación de soberanía.

Esta afirmación constituye una delegación. Es en el momento en que confía todo el poder a otro, que Faraón se siente poderoso y realiza un acto de poder. La conciencia de su soberanía se despierta y se afirma en él, en el momento en que delega el poder. ¡Soy Faraón!, dice. Luego otorga a José la autoridad. Sólo entonces se siente rey y exclama: ¡Soy Faraón!