Una opinión de Fr. Luis de León sobre la cronología de la Pascua
Nota del Blog: El siguiente artículo del P. Salvador Muñoz Iglesias está tomado de la Revista Estudios Bíblicos, vol. III (1944), pag. 79-96.
***
Entre las graves e intrincadas cuestiones cronológicas que se agitan en torno a la vida del Señor, pocas han suscitado disputas tan antiguas y enconadas como ésta de la fecha de su muerte.
Desde las controversias de los primeros siglos sobre el día de la Pascua hasta los últimos tiempos ha preocupado siempre a los exégetas la dificultad de conciliar los datos de los Sinópticos en este punto con los del cuarto Evangelio.
Nuestro maestro Fr. Luis de León, O. S. A.—casi completamente desconocido como exégeta en el extranjero, y menos estimado de lo que se merece en este sentido dentro de España—, estudió, con la profundidad y competencia en él características, este difícil problema, aportando una solución original y nueva, que no hemos visto registrada en los autores posteriores, ni siquiera en aquellos que, como el P. Urbano Holzmeister, intentan, con verdadero alarde de erudición, agotar la materia[1].
Escribió Fr. Luis de esta espinosa cuestión en un opúsculo que él mismo dio a la imprenta en el año 1590 con el título: "Fr. Luysii—Legionensis—Augustiniani—divinorum librorum—apud Salmanticenses- interpretis—De utriusque agni, typici atque veri, immolationis-legitimo tempore Ad Joannem Grialum—Sup. permissu— Salamanticae- Apud Guillelmum Foquel—Anno 1590".
Posteriormente los PP. Agustinos de Salamanca lo incluyeron en el tomo VII (págs. 343-359) de las obras latinas de Fr. Luis[2]. Por ser más fácil hallarse esta edición a mano de nuestros lectores haremos por ella las citas de nuestro trabajo.
Para mejor entender lo que hay de original en la opinión de Fr. Luis, conviene tener presente el nudo de la dificultad y las diversas soluciones con que se ha intentado desatarlo.
A) ¿En que esta la dificultad?
El que sin prejuicio lea la narración de los últimos días de Jesús en los tres Evangelios sinópticos sacará la impresión de que el Señor mandó preparar (Mt. XXVI, 17-19; Mc. XIV, 12-16; Luc. XXII, 7-13) y celebró con sus discípulos la Cena Pascual de los judíos (Mt. XXVI, 20; Mc. XIV, 17; Lc. XXII, 14); en ella instituyó la Eucaristía (Mt. XXVI, 26-29; Mc. XIV, 22-25; Lc. XXII, 19-20); salió aquella misma noche a orar a Getsemaní y allí fué apresado (Mt. XXVI, 30-56; Mc. XIV, 26-52; Lc. XXII, 39-65); al día siguiente fué condenado y crucificado (Mt. XXVII, 1…; Mc. XV, 1...; Lc. XXII, 66...); murió a la hora de nona (Mt. XXVII, 45-50; Mc. XV, 33-37; Lc. XXIII, 44-46); era víspera de sábado (Mt. XXVII, 62; Mc. XV, 42; Lc. XXIII, 54).
Si lee después la relación de esos mismos hechos en el Evangelio de San Juan, observará que el día antes de la Pascua (XIII, 1) Jesús celebró una Cena (XIII, 2), después de la cual en Getsemaní fué apresado (XVIII, 1-11). A la mañana siguiente fué conducido al Pretorio, adonde los judíos no quisieron entrar para no contaminarse y poder comer la Pascua (XVIII, 28). Este mismo día en que Jesús murió era víspera de la Pascua, que aquel año caía en sábado (XIX, 14, col. XIX, 31).
Ante esta aparente contradicción, los exegetas se plantean multitud de problemas:
1) ¿Celebró el Señor con sus Apóstoles, como parecen indicar los Sinópticos, la Cena Pascual del cordero de que habla Ex. XII, 1-28 o fue aquella última Cena una cena corriente Pascual como parece desprenderse de San Juan?
2) Si la Cena del Señor fué verdadera Cena Pascual, ¿por qué la comió una noche antes que los judíos, los cuales, al día siguiente, según San Juan, no quisieron entrar al pretorio para poder comer sin marcha legal la Pascua?
3) ¿Fué el Señor el que se adelantó a la fecha legítima de la Cena Pascual o fueron los judíos quienes la retrasaron? ¿Por qué y con qué derecho?
4) ¿En qué día del mes murió, por tanto, el Señor?
En el fondo de toda esta cuestión de concordia en la cronología evangélica late un problema exegético de gran envergadura: la interpretación que deba darse a los textos del Pentateuco, donde se habla de la institución y modo de celebrar la Pascua.
Si se llegara a determinar con certeza cuándo, según la Ley, se debía celebrar la Cena Pascual (en la tarde del 13 o del 14) y cuándo habían de comenzar los días de los ácimos (en la tarde del 14, al comenzar el gran día de la Pascua, o ya el 13 por la tarde, si en esa fecha se comía el cordero), podríamos conjeturar a priori cómo se celebraban estas fiestas en tiempo de Jesús, a menos de que ya estuvieran en vigor las modificaciones que después se introdujeron.
Pero ni los exegetas del Nuevo Testamento dan, a nuestro parecer, la debida importancia a esta exégesis previa del Antiguo, ni los textos de la legislación mosaica son lo suficientemente claros para eliminar toda clase de duda ni, finalmente, nos consta, dada la escasez de documentos contemporáneos, si en tiempo de Jesucristo se observaban al pie de la letra en este punto las prescripciones del Pentateuco sin los aditamentos farisaicos que después ciertamente se introdujeron.
Así las cosas, queda abierta la puerta a toda clase de hipótesis, en las que sólo se puede exigir que no contradigan a los pocos datos ciertos, y de las que apenas se puede esperar otra probabilidad que la de ser posibles y explicar suficientemente el aparente enigma.
Aun admitiendo la existencia en el fondo de una dificultad real, y reconociendo que contamos con escasos elementos para resolverla, creemos, sin embargo, que se ha exagerado mucho así la dificultad en sí como la imposibilidad de su solución.
¿Es, acaso, absolutamente cierto el fundamento de todo el problema en los Sinópticos que el cordero debiera comerse, según la Ley, el 14 por la tarde? Sólo así resulta difícil de entender que, al día siguiente, en plena Solemnidad de la Pascua, pudiera ser condenado en juicio y ejecutado el Señor.
¿O está, así mismo, absolutamente probado el supuesto de la dificultad del cuarto Evangelio: que comer la Pascua signifique necesaria y exclusivamente la Cena del cordero?
Y si los fundamentos mismos de la aparente contradicción no están suficientemente probados, ¿por qué empeñarse en buscar soluciones para conciliarlos? ¿No será mejor someterlos a crisis, con la esperanza fundada de que la misma dificultad se desmorone con ellos?
No han pensado así la mayoría de los exégetas que, admitiendo sin discusión esos principios como verdades inconcusas y atentos sólo a buscar la manera de conciliarlos, han agotado ya todas las hipótesis imaginables.
[2] Magistri Luysii Legionensis -
Augustiniani—Divinorum librorum primi apud salinanticenses—interpretis— opera -
nunc primum ex mss. ejusdem omnibus PP. Augustiniensium studio edita. Salmanticae, 1891-1895.