lunes, 30 de noviembre de 2020

La Disputa de Tortosa (XXVIII de XXXVIII)

   Tesis 4: El fin primario de la venida del Mesías era salvar a las almas de la pena del infierno en que incurrieron por el pecado de Adán.

Tesis 5: Con la venida del Mesías fué redimido el pecado de Adán.

Tesis 6: El Mesías había de morir para expiar el pecado de Adán. 

Jerónimo rechazó la opinión judía de que el Mesías había de venir directa y principalmente para librar al pueblo de Israel de la cautividad corporal, para lo cual adujo tres razones: 

a) La tierra material sería un premio mezquino a la fe de los patriarcas, a quienes tan magníficas promesas hizo Dios. 

b) Los que habiendo esperado y creído en el Mesías murieron antes de entrar en la tierra prometida o no más entrados en ella, se quedarían sin premio. 

c) La prosperidad, lejos de ayudar a la observancia de la ley, más bien es fuente de mayor impiedad, como lo demuestra toda la historia del pueblo judío. 

Para probar la creencia de los judíos en la muerte redentora del Mesías, les citó este pasaje del Béreshit Rabbá, de Moisés ha Darshán, reconocido por los Rabinos: 

“Pregunta el doctor: ¿Qué luz es aquella que vió Daniel, cuando dijo: “Y la luz está con él” (Dan. II, 22)?”. 

Dice Rabbi Abba: Esta es la luz del rey Mesías. Nos Enseñó Daniel que Dios mira o atiende al rey Mesías, y guardó para los de su generación aquella luz bajo el trono de su gloria. 

Y dijo Satán a Dios: Señor del mundo, esta luz que está oculta bajo el trono de tu gloria, ¿para qué es? 

Respondióle Dios: Para el Mesías y su generación. 

Y dijo Satán: Señor, dame licencia para tentar al Mesías y a su generación. 

Respondióle Dios: No tendrías poder sobre él. 

Y dijo Satán: Dame licencia, que yo tendré poder sobre él. 

Respondióle Dios: Si esto piensas, sabe que quitaría del mundo a Satanás, antes de permitir que se pierda una sola alma de su generación. 

Y al instante comenzó Dios a hacer un pacto con el Mesías, y díjole: Mesías, justo mío, los que están encerrados y cautivos están dispuestos a ponerte con sus pecados en grandes trabajos: tus ojos no verán la luz, tus oídos oirán grande desprecio de las gentes del mundo, tus narices olerán hedores, tu boca saciarse ha de amarguras, quebrantado será tu cuerpo. Si es tu voluntad padecer todo esto, bien está; pero si no, sábete que los destruiré del mundo. 

Respondió el Mesías: Señor del mundo, contento acepto esto; quiero soportar todos estos padecimientos, pero a condición de que vivifiques todos los muertos que murieron desde Adán hasta ahora; y no sólo los salvarás a ellos, mas también salvarás en mis días a los que leones y lobos devoraron, y a los que perecieron hundidos en el mar y en los ríos. Y no sólo salvarás también a éstos, sino aun a los hijos abortivos o que murieron antes de nacer; y no sólo a los abortivos, sino que también salvarás a los que pensaste crear y en mis días aún no hayan sido creados. 

Respondió Dios: Te concedo todas estas cosas. 

Entonces el Mesías tomó sobre sí todos estos padecimientos con ánimo alegre y con amor grande. Y esto es lo que dijo Is. LIII, 7: “Se ofreció a la inmolación porque él mismo lo quiso, y no abrió su boca”. 

 

Opinión del P. Pacios (que hacemos nuestra): 

La parte negativa de la argumentación de Jerónimo nos parece bien lograda, principalmente por lo que respecta a la razón primera, que es la más eficaz, sobre todo si se tiene en cuenta que la condición del mundo, según los rabinos, no cambiará con la venida del Mesías. 

Respecto a la prueba positiva de las tres tesis, no nos parece Jerónimo tan afortunado. El defecto principal es el apuntado en la tesis tercera, a saber, el uso casi exclusivo de autoridades talmúdicas y midráshicas, que dan a sus pruebas un valor grande, sí, pero meramente dispositivo. Esta clase de argumentación es muy explicable tratándose del pecado original existente en todos los descendientes de Adán. En efecto, este dogma cristiano se insinúa en el Antiguo Testamento (Sal. L, 7; Job XIV, 4; Eccli. XXV, 33), pero no se puede demostrar con evidencia, sino supuesta ya la existencia del mismo pecado original, que demuestra el Nuevo Testamento. 

Bajo este aspecto, la prueba reviste un valor absoluto, pues si hubo un tiempo en que los judíos creyeron en el pecado original, es evidente que esa persuasión tuvieron que sacarla de las fuentes reveladas, ya escritas, ya transmitidas por tradición oral. 

Pero lo que no nos explicamos es por qué Jerónimo se ciñe a este método de argumentación al tratar de la muerte redentora del Mesías, cuando tan bien podía probarla por el Sal. XXI y, sobre todo, por el poema del Siervo de Yahvé (Is. XLII, 1-4; XLIX, 1-6; L, 4-9; LII, 13-LIII, 12), tan claro en sí mismo, y de tanta resonancia en el Nuevo Testamento y en la tradición patrística, y aun en la misma tradición judía.