Tesis 3: El Mesías ha de ser verdadero Dios y verdadero Hombre
Esta tesis la demostró Jerónimo casi exclusivamente por autoridades talmúdicas y midráshicas, ya que no insiste en los textos bíblicos que aduce, sino en las autoridades que los comentan.
El P. Pacios se detiene en señalar tres de las pruebas:
a) Is. LII, 13: “He aquí que mi Siervo está lleno de sabiduría, será grande, excelso y ensalzado sobremanera”, con la translación caldea: “He aquí que prosperará el Mesías mi siervo”, y las palabras de R. Salomón Rashi: “Nuestros rabinos declaran y entienden esta profecía sobre el Mesías, porque dicen que el Mesías había de ser atormentado y padecer, según se dice en el capítulo siguiente: “En verdad que él tomó nuestras debilidades, y llevó sobre sí nuestros dolores...”. Y nuestros rabinos declaran así este texto: “Será exaltado más que Abraham y se elevará más que Moisés, y será mucho más alto que los ángeles”. De donde concluye Jerónimo con un razonamiento que tiene mucha semejanza con el que para el mismo fin usa San Pablo en su Carta a los Hebreos I, 4-III, 6 que, si el Mesías es superior no sólo a los hombres todos, sino a los mismos ángeles, tiene que ser Dios.
b) La del Cantar III, 11: “Salid, oh hijas de Sión, a contemplar al rey Salomón con la corona que le tejió su madre en el día de sus desposorios, el día del gozo de su corazón” con el comentario de R. Hanina en el Midrash Shir ha-Shirim, que coincide admirablemente con la interpretación cristiana.
c) La autoridad de R. Iohanan, sobre el Sal. XXXV, 10: “Pues en Ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz”.
Opinión del P. Pacios (que hacemos nuestra):
Sus razonamientos son buenos
y buenas sus réplicas a las objeciones judías, pero la eficacia de los argumentos aducidos es meramente dispositiva.
Creemos que el mismo Jerónimo no pretendía tampoco más: con esas
autoridades hacía ver a sus oyentes que muchos lugares de la Escritura son
susceptibles de ser entendidos de un Mesías Dios; y, asimismo, los comentarios
aducidos hablan del Mesías, seguramente sin que sus autores lo pretendieran,
como si fuera Dios; eso indica que la divinidad del Mesías había sido
oscuramente revelada a los profetas. La venida de Cristo, presentándose como
Dios, nos da la clave de la inteligencia de esas profecías, enseñándonos que
deben tomarse tal como suenan cuando le dan títulos propiamente divinos. Así,
el Antiguo Testamento propone veladamente esa divinidad y quita los obstáculos
a su admisión; pero la prueba última y definitiva hay que sacarla del Nuevo.
Así, pues, el valor de la argumentación
de Jerónimo radica en disponer a los judíos a la admisión de la divinidad del
Mesías, haciéndoles ver que el Antiguo Testamento no sólo no la niega, sino que
la indica no pocas veces y que el admitirla es conforme a una exégesis
razonable de esos textos. Si, pues, esa divinidad se nos reveló después
claramente en Jesucristo, no es razonable oponerse a ella por una falsa idea
preconcebida, que ya los mismos profetas tendieron a desarraigar.