martes, 30 de junio de 2020

La identidad de los Dos Testigos (I de IV)

La identidad de los Dos Testigos

Pocos temas en el Apocalipsis han hecho correr tantos ríos de tinta como la identidad de los dos Testigos, así que no estará de más hacer por nuestra parte como un resumen de la cuestión y agregar nuestro parecer.

Pero, antes que nada, bueno será encuadrar o delimitar bien la cuestión, para evitar algunos equívocos.

La finalidad de este pequeño artículo será indagar la identidad de los dos personajes que aparecen en el capítulo XI del Apocalipsis, sin perjuicio, como veremos luego, que puedan aparecer otros.


Exégesis negativa.

En primer lugar, tratemos de eliminar algunas exégesis altamente improbables.

1) Cuerpo Moral

Opinión minoritaria de autores, por lo general, no muy graves y alegóricos: Allo, Alcázar, Bossuet, Panonio, Arias Montano.

La gran excepción es Lacunza, que interpreta los dos Testigos como si se tratara de una colectividad, en consonancia con su exégesis sobre la Bestia del Mar y el Falso Profeta[1].

La simple lectura del capítulo XI impide semejante exégesis: se trata de dos, que se visten con vestidos de penitencia, cuyos cadáveres yacerán en la plaza de Jerusalén y que al cabo de tres días resucitan y suben al cielo.

No hay necesidad de apartarse del sentido natural de las palabras.

Cuanto mucho, se podrá decir que estos dos Testigos son la cabeza de muchos otros que los van a seguir y obedecer, pero, aun así, estamos en presencia de personas individuales.

2) Personas individuales


En cuanto a aquellos exégetas que ven en los dos Testigos a personas individuales, hay quienes los interpretan de algunos personajes, como decirlo… tal vez sin demasiada base ni en las Escrituras ni en la tradición.

a) Eliseo: Según San Victorino, “muchos” piensan que Eliseo vendrá junto con Elías, pero lo cierto es que no hay apoyo de ninguna clase para semejante interpretación, pues ni hay registro de autores que digan semejante cosa, ni tampoco base escriturística; la verdad, casi que uno estaría tentando a preguntarse si la lección no ha sufrido algún error de los copistas.

b) Jeremías: Algunos Padres, entre ellos el ya citado San Victorino, lo sostuvieron dando como razón lo que se le dice al comienzo del libro:

“Antes que te formara en el seno de tu madre, te conocí y te puse como profeta en medio de las gentes” (I, 5)

Ahora bien, se argumenta, puesto que estas cosas nunca sucedieron en su vida, luego, deberán suceder en algún otro momento.

Un segundo argumento puede ser tomado del episodio en Cesarea de Filipo cuando al responder a Jesús, los discípulos dijeron:

“¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Respondieron: “Unos dicen que es Juan el Bautista, otros Elías, otros Jeremías o algún otro de los profetas”.

Donde parecería que al menos algunos estaban esperando a Jeremías.

Como respuesta, se puede decir que ninguna de las razones es de gran peso, pues la primera se responde fácilmente si se piensa que Jeremías sí predicó a las naciones, tal como puede verse en los capítulos XLVI-LII donde se dirige contra Egipto, Filistea, Moab, Ammón, Edom, Damasco, Elam, para terminar con Babilonia.

Más abajo nos toparemos con esta misma objeción, pero lo cierto es que no se puede negar que Jeremías predicó a las principales naciones y, curiosamente, no parecería que les hablara a las de su época, sino que se trataría, como es patente al menos en el caso de Babilonia, de estas naciones en el tiempo del fin, aunque no es este el lugar para analizar estas profecías.

La segunda objeción no parece de gran valor pues esa era, probablemente, la opinión del vulgo, tal como vemos en un pasaje de San Lucas, al cual seguramente se referían los Apóstoles en Cesarea de Filipo:

“Oyó Herodes, el tetrarca, todo lo que sucedía, y estaba perplejo, porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos, otros que Elías había aparecido, otros que uno de los antiguos profetas había resucitado. Y decía Herodes: “A Juan, yo lo hice decapitar, ¿quién es éste de quien oigo decir tales maravillas?” Y procuraba verlo” (Lc. IX, 7-10).

Como se vé, estas opiniones eran más bien del común de la gente, casi supersticiosas y ocasionadas por los milagros de Nuestro Señor.

Muy distinta es la actitud de los Fariseos cuando enviaron una embajada a interrogar al Bautista:

“Y he aquí el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron a él, desde Jerusalén, sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” Él confesó y no negó; y confesó: “Yo no soy el Cristo.” Le preguntaron: “¿Entonces qué? ¿Eres tú Elías?” Dijo: “No lo soy.” “¿Eres el Profeta?” Respondió: “No.” Le dijeron entonces: “¿Quién eres tú? para que demos una respuesta a los que nos han enviado… (Jn. XIX, 22)”.

Donde veos que los Fariseos esperaban a Elías y a “el Profeta” del que habló Moisés, que en realidad no es otro sino el mismo Mesías y que ellos tomaban equivocadamente por otra persona.





[1] Con todo, Lacunza nunca niega, sino todo lo contrario, la venida de Elías (y Enoc) en los últimos tiempos para convertir a los judíos.