Las
Leyes y las Directivas
Si
se requiere la prudencia para el éxito del concilio en sus actividades
doctrinales, es mucho más necesaria para las partes mucho más amplias de las
actividades del concilio que no tienen ninguna relación directa con la
doctrina. Hemos oído muchas veces que el concilio va a pretender mostrar dentro
de la Iglesia su inmaculada pureza y belleza. Sabemos que se espera que, como
resultado de esta reunión, la santidad de la Iglesia de Jesucristo pueda
brillar más claramente y que, por lo tanto, quienes no son favorecidos ahora
con la membrecía en la Iglesia puedan ser atraídos más efectivamente hacia el
único y verdadero reino de Dios sobre la tierra.
Es bastante
obvio que el aumento de la santidad visible de la Iglesia, que se espera surja
como resultado de las actividades del concilio, va a consistir en nada más y
nada menos que en la manifestación de un aumento de santidad en los miembros de
la Iglesia. Ahora bien, es claro que el concilio, que no puede hacer más que
enseñar y legislar para el pueblo de Dios, no puede producir directamente entre
los fieles un aumento de santidad. El concilio no puede hacer que los fieles
que no están en estado de gracia sean reconciliados con Dios. No puede causar
directamente, por medio de su actividad, ningún aumento del fervor o de la
intensidad de la vida de la gracia de parte de los fieles que ya viven en la
amistad de Dios. De aquí se sigue claramente que este resultado que se espera
de alguna manera de parte de las actividades del concilio Vaticano II, no
pueden ser producidas directamente por ninguna de las actividades del concilio.
Lo único que el concilio
puede hacer es enseñar y sobre todo legislar y dirigir de tal forma que, como
resultado de sus actividades, el fiel sea movido a trabajar por una unión más
íntima con Dios y que aquellos que no son favorecidos con la membrecía en la
Iglesia, sean capaces de ver incluso más claramente que la Iglesia Católica
visible que existe actualmente es verdaderamente el único reino sobrenatural de
Dios sobre la tierra. Y es muy obvio que
esta clase de actividad legislativa y directiva va a requerir de parte de los
Padres del concilio y del concilio tomado como un todo, una completa dosis de
prudencia sobrenatural.
Lo
que el concilio tenga que decir sobre la moral va a estar relacionado, por
supuesto, con la actividad doctrinal de la Iglesia Católica. La actividad
propiamente legislativa o directiva del concilio va a tener que ver con el
campo litúrgico u organizado. El concilio puede ser llamado a alcanzar su
objetivo emitiendo nuevos decretos sobre la liturgia de la Iglesia, o sobre el
lugar del laico, del sacerdote y del obispo en la organización del trabajo en
el Cuerpo Místico de Cristo.
Dentro
de estas áreas el concilio va a ser libre para decidir sobre cualquier cosa que
no vaya contra la divina constitución y el divino mensaje de la Iglesia
Católica. Por consiguiente, el concilio puede cambiar el contenido del
breviario, puede cambiar muchas cosas del ritual de la Misa y puede, por supuesto,
señalar tareas que puedan realizar en el futuro los laicos, los miembros de las
comunidades religiosas y los obispos por el bien de la Iglesia Católica.
Pero al redactar estas
regulaciones, el concilio Vaticano II ciertamente deberá emplear la mayor prudencia.
Ciertamente deberá evitar la actitud de aquellos desafortunados Católicos que
parecen imaginarse que cualquier cambio en la liturgia o en la organización de
la Iglesia es deseable simplemente para que haya cambios. Y, de la misma
manera, deberá evitar ceder a los deseos de aquellos que no quieren
absolutamente ningún cambio. A propósito, debemos admitir que estos últimos son
muchos menos y son menos explícitos en la Iglesia que las personas que parecen
inclinados al cambio por el cambio mismo.
Al
redactar su legislación y al emitir sus directivas, el concilio va a estar
haciendo una obra de prudencia Cristiana. Cualquier acción que se tome va a ser
adoptada con la esperanza de que va a ayudar al pueblo de Dios a creer más
firme y contundentemente en Dios, y a amarlo más adecuada y eficazmente. Sólo
puede elegir los medios que considera más aptos para la obtención de su
objetivo.
De
ninguna manera es automáticamente cierto que el concilio va a ser exitoso,
hablando desde el punto de vista de la prudencia sobrenatural. Sin dudas se
puede asumir que aquellos que sean llamados a enseñar y legislar en el concilio
claramente van a hacer todo lo posible por la Iglesia y la gloria de Dios. Es
obvio que van a intentar presentar una enseñanza y legislación que ayuden al
pueblo de Dios a vivir la vida de la santidad Cristiana más efectiva y
completamente y que va a volver a llamar a la vida de la gracia a aquellos que
han tenido la desgracia de vivir en un estado de aversión a Dios. Pero de
ninguna manera es automáticamente cierto que el concilio va a encontrar la
prudente solución al problema de lo que hay que enseñar y legislar. De todas
formas, está perfectamente claro que debe haber una gran cantidad de
rigurosa labor en la preparación de las constituciones doctrinales y
disciplinares que el concilio va eventualmente a exponer. Es tan cierto como
que el éxito del concilio no va a lograrse sin las oraciones de los fieles.
Se
les debe enseñar a las personas a que vean en el concilio un organismo que
necesita de sus oraciones. Sin dudas, es algo que trabaja para el bien de la
misma Iglesia, y por lo tanto para el bienestar espiritual de todos sus
miembros. Busca la salvación de los que todavía no tienen el privilegio de ser
miembros de la Iglesia influyendo en ellos para que acepten las verdades de la
fe Católica y para que entren en la única Iglesia verdadera. Busca proteger la
fe del pueblo de Dios en contra de los errores que amenazan la pureza e
integridad de esa fe en nuestros tiempos. Pero, en último término, es un
organismo que confía en el amor y las oraciones del pueblo Cristiano para
alcanzar su objetivo.
Es
imprescindible que el concilio enfrente los problemas de nuestro tiempo con
toda la firmeza de la prudencia sobrenatural. Nunca, en la historia de la Iglesia
militante del nuevo Testamento, fue tan necesario que el Reino de Dios sobre la
tierra tenga que controlar las fuerzas de este mundo. Es muy obvio que ha
habido más cambios en la cultura material del mundo desde el Concilio Vaticano
I que en cualquier otro momento de la historia de la raza humana. Es
necesario que la Iglesia Católica sea capaz de enfrentar los desafíos y
dificultades que este mundo tan cambiante de hoy en día manifiesta a la fe
Cristiana y al Cuerpo Místico de Cristo.
Sobre
todo, es imprescindible que sea exitosamente vencido el desorientador diluvio
de escritos sobre el concilio que representa a esta reunión como teniendo en
cuenta en primer lugar la unión de los Católicos con los cuerpos religiosos cristianos
no-Católicos. No hay que olvidar que el fin del concilio es el del sacerdote y
los fieles en el ofrecimiento de la Misa. La primera petición en el Canon de la
Misa es una oración a Dios para que reciba y bendiga los dones que “en primer
lugar ofrecemos por vuestra santa Iglesia Católica para que os dignéis darle la
paz, guardarla, unirla y gobernarla en toda la redondez de la tierra”. En el
concilio, la Iglesia busca la gloria de Dios. Pero a este objetivo no lo busca
intentando encontrar un fundamento para la unidad con los diversos grupos
Cristianos no-Católicos sino por medio del orden interno de la Iglesia y por
una exposición más efectiva de su mensaje divino.
Hablando
absolutamente, es posible que el concilio pueda actuar sin la plenitud de la
prudencia sobrenatural. Es posible que, visto en esa perspectiva, no sea un
éxito. Pero si alcanza su objetivo (y Dios así lo disponga), será en razón de
las constantes y ardientes oraciones de los sacerdotes y los fieles, que van a
hacer así su parte gloriosa para el cumplimiento de la obra de Dios en el
concilio.
Joseph
Clifford Fenton