XVI
¡TODO OJO LE VERA!
Apoc. I, 7
Es difícil precisar en qué
orden se desarrollarán los acontecimientos en aquellas horas misteriosas de la
venida del Señor.
Detengámonos aquí sobre un
texto escriturístico preciso y singularmente evocador. Cuando Jesús vendrá
sobre las nubes "todo ojo le verá" (Apoc. I, 7).
Nuestros ojos cegados que miraron sin ver, nuestros oídos ensordecidos
que escucharon sin entender las enseñanzas de la Iglesia, nuestras inteligencias
obscurecidas delante de las revelaciones divinas, se abrirán.
Job ha conocido esta hora
extraordinaria en que el ojo se abre, cuando él se humilla sobre el cilicio por
haber hablado, sin inteligencia, de maravillas que lo sobrepasaban:
"Sólo de oídas te conocía; mas ahora te ven mis ojos" (Job XLII,
5).
Simeón recibió también
esta potente iluminación: "Mis ojos
han visto tu salvación" (Lc. II, 30).
Ahora, en este día del
segundo advenimiento TODOS LE VERAN
"como el relámpago sale del oriente
y aparece hasta occidente" (Mt. XXIV, 27) "como uno de aquellos rayos que iluminan el mundo" que cantan
los Salmos (LXXVII, 19; XCVII, 4).
"¡TODO OJO LE VERA!"
Verán, a aquél a quien traspasaron, nos dice el apóstol Juan, testigo de la
lanzada (Apoc. I, 7), cumplimiento sorprendente por su literalidad de una
profecía de Zacarías (Zac. XII, 10).
Sí, todo ojo le verá:
Ojo de Caín que huyó del ojo de Dios.
Ojo de Judas, que miró sólo la bolsa.
Ojo de Caifás; ojo de Pilatos, ojo de todos los enemigos de Jesús, que
creyeron escapar al encuentro del ojo con el ojo ¡Ojo por ojo!
Ojo de toda esta humanidad, numerosa como las estrellas del cielo y que
no ha conocido o que ha conocido mal a su Salvador.
"Verán a aquél a quien
traspasaron".
Pero también los ojos de todos los amigos de Jesús, que han deseado el
sublime encuentro, le verán: "¡Mis
ojos han visto tu salvación!".
Todos estos ojos estarán
clavados en el Hijo del hombre que viene con gran poder. El sostendrá todas
aquellas miradas, los malhechores gritarán entonces a las montañas: "Caed sobre nosotros" y a las
colinas "cubridnos" y a las
rocas "escondednos
del rostro del Sedente en el trono y de la ira del Cordero”
(Lc. XXIII, 30 y Apoc. VI, 16), pues "verán
la señal del Hijo del hambre" (Mt. XXIV, 30).
¿Cuál es esta señal? Esta
es sin duda la llaga del costado de Jesús,
hecha por la lanzada; los hombres no podrán substraerse a esta visión, que
describe el profeta Zacarías: "Y pondrán sus ojos en Mí, a quien
traspasaron. Lo llorarán, como se llora al unigénito, y harán duelo amargo por
él, como suele hacerse por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en
Jerusalén, como el llanto de Hadad-Remmón en el valle de Megiddó. Se lamentará (todo)
el país, familia por familia.
En aquel día se abrirá una
fuente para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, a fin de (lavar)
el pecado y la inmundicia” (Zac. XII, 10-13; XIII,
1).
Luego, todos los ojos de los hombres verán a aquél a quien traspasaron.
Felices aquéllos que habrán llorado a tiempo, amargamente, como se llora a un
hijo primogénito, pues "Y
harán luto por Él todas las tribus de la tierra" (Apoc. I,
7). "Y entonces harán luto todas las tribus de la tierra" (Mt. XXIV,
30).
¡Tratemos de medir, si lo podemos, en el silencio del recogimiento, este
supremo encuentro de nuestro ojo con el costado abierto del Señor Jesús!
¡Todo ojo verá ese Corazón, abierto en la cruz!
Verdaderamente ésta será
la "fuente abierta" para lavar todas las manchas, a condición que las
lágrimas suban a tiempo a los ojos de los pecadores, y que los "pechos,
sean golpeados".
¡La lanza hirió el costado
del Señor! De esta fuente corre el agua salvadora, de esta llaga luminosa
parten rayos para ir a golpear los pechos de los hombres y hacer en ellos una
llaga de arrepentimiento.
¡Llaga del costado de Jesús! ¡Llaga de arrepentimiento en el pecador! ¡Dos
llagas se aproximan para preparar el corazón a corazón, seguido del cara a
cara!
***
Quedemos en silencio,
oremos delante de estos prodigios del amor divino y escuchemos sobre todo el
doble grito de Jesús para anunciar que la "fuente está abierta"[1].
Es un mismo grito, tanto en el primero como en el segundo advenimiento.
Jesús gritaba en el Templo de Jerusalén, en su primera venida: "¡Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba!" (Jn. VII, 37).
El gritará en la nueva
Jerusalén después de su segunda venida: "Yo al sediento le daré de la fuente del agua de la vida, gratis"
(Apoc. XXI, 6).
[1] En Palestina las fuentes a las que pueden
concurrir las mujeres no se encuentran abiertas durante el período de calor
sino a ciertas horas. Una fuente abierta es un gran beneficio y un oriental
comprenderá la fuerza de semejante comparación.