sábado, 18 de junio de 2016

León Bloy, por Jacques Maritain (IV de XII)

Jeanne Molbech

Esa petición de sufrir por la gloria de Dios y para la salvación de sus hermanos es de gran importancia.

En mi alma, escribía, sólo hay una continua presencia el horror. Algo negro y venenoso ha caído en mi corazón, como tinta en el agua de una fuente. Y con un exceso que recuerda las palabras más terribles de Ezequiel, ha dicho en una de sus cartas: "Tendría vergüenza de tratar tu un perro, como Dios me trata".

Le Désespéré fué escrito en el año 1887 durante un período de oscuridad nocturna y de violencia. Tenía cuarenta años. Sabéis que ese es un libro en extremo vehemente, en el cual ha atacado al mundo entero de los literatos de su época, con una aspereza inaudita y sin haberse reservado ninguna amistad: Daudet, con el nombre de Gaston Chaudesaigues; Richepin, Hamilcar Lécuyer; Maupassant, Armand Silvestre; Bourget bajo el nombre de Alexis y muchos otros.

No solamente en Le Désespéré se dedicó a atacar a Paul Bourget; y el modo de dirigirse a él en algunos de sus otros libros, tuteándole y llamándole su "querido Pablo", es de una rara crueldad.

La curación de su alma de que habla en uno de los textos que acabo de citar, que no consistió en la supresión de su dolor, sino en librarlo de las amenazas de muerte espiritual, le vino precisamente por el lado que esperaba. El 11 de junio de 1886 se casó, después de haberla convertido del protestantismo, con la destinataria de las "Lettres a sa fiancée", Juana Molbech, la hija mayor del poeta danés del mismo nombre. Era un alma admirable cuya generosidad pone de manifiesto el siguiente rasgo: encontró por primera vez a Bloy en casa de la hermana de Copée, adonde fué llevada por el deseo de iniciarse en la literatura francesa de la época. Preguntó a la hermana de Copée: — ¿Quién es ese hombre?, y ella le contestó: — Es un mendigo. — Me casaré con él, pensó en seguida la que debía ser después Señora de Bloy.


En ese entonces, el período caótico de la vida de Bloy llegó a su término. Habiendo encontrado a la que será para siempre la compañera sublime de su fe y de sus lágrimas, se puso a vivir la santidad del sacramento del matrimonio. Pero la pobreza, la angustia y la soledad persisten y aumentan. Cada uno de sus libros le daba una ganancia de cincuenta céntimos por ejemplar (era el pago ordinario, en aquel tiempo). Teniendo en cuenta que sus libros se editaban de a dos mil ejemplares y que escribía uno por año, sus ganancias consistían, más o menos, en mil francos anuales. Lo demás, quedaba reservado al socorro extraordinario de la providencia. Tuvo siempre la certidumbre de que nunca le faltaría ese socorro, pero esa certidumbre no le preservó jamás de la angustia. Vivió del almacenero, del panadero, del casero; y aquel hombre que había nacido para dar, y que tanto se complacía en recordar la sentencia evangélica: Es mejor dar que recibir, vivió constantemente mendigando su pan, y pasó toda su vida esperando la perfecta liberación, deseo éste que siempre vió frustrarse.

Su primer hijo murió en la primera infancia; el segundo, Andresito, sucumbió a la inexorable indigencia de las casas de los pobres. Después nacieron sus dos hijas Verónica y Magdalena, consuelo de Bloy.

En medio de un perpetuo desamparo produjo su obra extraordinariamente rica y variada, que llena más de cuarenta volúmenes. Su obra maestra es, en mi opinión, La femme pauvre, que publicó en 1887, y también Le Salut par le Juifs, dedicado a la gloria católica del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.

 La ayuda que recibió de su amigo el sabio Pierre Termier, hacia el fin de su vida, dió a su pobreza un aspecto menos atroz. Tuvo así doce años menos penosos y sombríos, con ciertos días despejados y hasta felices, y no le faltaron algunos reflejos y rumores de gloria. Pero la miseria de los primeros años fué realmente intolerable. Recuerdo que llegó a no tener camisa, y pasó días lamentables en visitas al Monte Pío. De ese modo debió procurarse muchas veces el dinero que abonaba cada tres años, para evitar que los restos de su hijito Andrés fuesen llevados a la fosa común.

Murió el sábado 3 de noviembre de 1916, a la edad de 71 años y cinco meses[1]. Recibió los últimos Sacramentos el día de Todos los Santos, mientras sonaban a lo lejos las campanas llamando a Misa mayor, mientras la Iglesia celebraba en todo lugar la bienaventuranza de los pobres, de los que lloran y de los que tienen hambre y sed de justicia.

Al preguntarle uno de sus amigos, si no sentía un poco de miedo, contestó: No, no tengo miedo; lo que tengo es una gran curiosidad. A su ahijada, que se compadecía viéndole sufrir: Estoy expiando la ruindad de mi naturaleza. Y a su esposa: Soy el único en saber la fuerza que Dios ha puesto en mí para el combate.




[1] Nota del Blog: curioso error. Sabido es que Bloy muere en 1917.