Jeanne Molbech |
Esa petición de sufrir por
la gloria de Dios y para la salvación de sus hermanos es de gran importancia.
En mi alma, escribía,
sólo hay una continua presencia el horror. Algo negro y venenoso ha caído en mi
corazón, como tinta en el agua de una fuente. Y con un exceso que recuerda
las palabras más terribles de Ezequiel, ha dicho en una de sus cartas: "Tendría vergüenza de tratar tu un perro,
como Dios me trata".
Le Désespéré fué escrito en el año 1887 durante un período
de oscuridad nocturna y de violencia. Tenía cuarenta años. Sabéis que ese es un
libro en extremo vehemente, en el cual ha atacado al mundo entero de los
literatos de su época, con una aspereza inaudita y sin haberse reservado
ninguna amistad: Daudet, con el nombre de Gaston
Chaudesaigues; Richepin, Hamilcar Lécuyer; Maupassant, Armand Silvestre;
Bourget bajo el nombre de Alexis y muchos otros.
No solamente en Le Désespéré se dedicó a atacar a Paul
Bourget; y el modo de dirigirse a él en algunos de sus otros libros, tuteándole
y llamándole su "querido Pablo", es de una rara crueldad.
La curación de su alma de que habla en uno de
los textos que acabo de citar, que no consistió en la supresión de su dolor,
sino en librarlo de las amenazas de muerte espiritual, le vino precisamente por el lado que esperaba. El 11 de junio de 1886
se casó, después de haberla convertido del protestantismo, con la destinataria
de las "Lettres a sa fiancée", Juana Molbech, la hija mayor del poeta
danés del mismo nombre. Era un alma admirable cuya generosidad pone de
manifiesto el siguiente rasgo: encontró por primera vez a Bloy en casa de la
hermana de Copée, adonde fué llevada por el deseo de iniciarse en la literatura
francesa de la época. Preguntó a la hermana de Copée: — ¿Quién es ese hombre?, y ella le contestó: — Es un mendigo. — Me casaré
con él, pensó en seguida la que debía ser después Señora de Bloy.
En ese entonces, el período caótico de la vida de Bloy llegó a su
término. Habiendo encontrado a la que será para siempre la compañera sublime de
su fe y de sus lágrimas, se puso a vivir la santidad del sacramento del matrimonio.
Pero la pobreza, la angustia y la soledad persisten y aumentan.
Cada uno de sus libros le daba una ganancia de cincuenta céntimos por ejemplar
(era el pago ordinario, en aquel tiempo). Teniendo en cuenta que sus libros se
editaban de a dos mil ejemplares y que escribía uno por año, sus ganancias consistían, más o menos, en
mil francos anuales. Lo demás, quedaba reservado al socorro extraordinario de
la providencia. Tuvo siempre la certidumbre de que nunca le faltaría ese
socorro, pero esa certidumbre no le preservó jamás de la angustia. Vivió del
almacenero, del panadero, del casero; y aquel hombre que había nacido para dar,
y que tanto se complacía en recordar la sentencia evangélica: Es mejor dar que recibir, vivió constantemente
mendigando su pan, y pasó toda su vida esperando la perfecta liberación, deseo
éste que siempre vió frustrarse.
Su primer hijo murió en la primera infancia; el segundo, Andresito, sucumbió
a la inexorable indigencia de las casas de los pobres. Después nacieron sus dos
hijas Verónica y Magdalena, consuelo de Bloy.
En medio de un perpetuo
desamparo produjo su obra extraordinariamente rica y variada, que llena más de cuarenta volúmenes. Su obra maestra es, en mi opinión, La femme pauvre, que publicó en 1887, y también
Le Salut par le Juifs, dedicado a la gloria católica del Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob.
La ayuda que recibió de su amigo el sabio
Pierre Termier, hacia el fin de su vida, dió a su pobreza un aspecto menos
atroz. Tuvo así doce años menos penosos y sombríos, con ciertos días despejados
y hasta felices, y no le faltaron algunos reflejos y rumores de gloria. Pero la miseria de los primeros años fué
realmente intolerable. Recuerdo que llegó a no tener camisa, y pasó días
lamentables en visitas al Monte Pío. De ese modo debió procurarse muchas veces
el dinero que abonaba cada tres años, para evitar que los restos de su hijito Andrés
fuesen llevados a la fosa común.
Murió el sábado 3 de noviembre de 1916, a la edad de 71 años y cinco meses[1]. Recibió los últimos Sacramentos el día de
Todos los Santos, mientras sonaban a lo lejos las campanas llamando a Misa
mayor, mientras la Iglesia celebraba en todo lugar la bienaventuranza de los
pobres, de los que lloran y de los que tienen hambre y sed de justicia.
Al preguntarle uno de sus amigos, si no sentía un poco de miedo,
contestó: No, no tengo miedo; lo que
tengo es una gran curiosidad. A su ahijada, que se
compadecía viéndole sufrir: Estoy
expiando la ruindad de mi naturaleza. Y a su esposa: Soy el único en saber la fuerza que Dios ha puesto en mí para el
combate.
[1] Nota del Blog: curioso error.
Sabido es que Bloy muere en 1917.