III
¡YO SOY REY! PARA ESTO NACI
Jn. XVIII, 37
El ministerio de los profetas fué el medio escogido por Dios para quedar
en contacto, con su pueblo. Fué como un puente entre David, el rey-profeta, y
Jesús, Rey también y Profeta. "El rollo del libro" se escribió
entonces.
Hacía cuatro siglos que
había cesado de oírse la voz de Malaquías, el último de los profetas, cuando
por fin se realizó una de sus palabras: "He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí"
(Mal. III, 1, citado por Lc. VII, 27 y Mt. XI, 10).
Aparece Juan Bautista. Viene para allanar el camino al rey que se
acerca.
En Oriente sobre todo, a causa de la imprecisión de las rutas en el
desierto, las regias comitivas iban precedidas de una tropa de hombres, enviados
para trazar el camino, aplanarlo y retirar los obstáculos. A falta de un grupo
de enviados, un heraldo corría delante del carro del rey. Elías corrió así
delante de Acab (III Rey. XVIII, 46).
El Bautista que viene con
"el espíritu y el poder de Elías"
(Lc. I, 16) será la "Voz de uno
que clama: “Preparad el camino de Yahvé en el desierto, enderezad en el yermo una
senda para nuestro Dios. Que se alce todo valle, y sea abatido todo monte y
cerro; que la quebrada se allane y el roquedal se torne en valle"
(Is. XL, 3-4, citado por Lc. III, 4-6; Mc. I, 2-3; Mt. III,
3; Jn. I, 6).
Este texto de Isaías corresponde exactamente a la preparación del camino
delante de una comitiva real en movimiento[1]. Ahora es precisamente un rey al que el
precursor anuncia: "Arrepentíos PORQUE
EL REINO DE LOS CIELOS ESTA CERCA"' (Mt. III, 2). El arrepentimiento
es la condición para el establecimiento del reino de Dios. San Pedro no hablará
de otro modo (Hech. II, 38; III, 19-21).
Pero, ¡aquí viene Cristo!
"EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO" (Mc. I, 15), ese tiempo marcado por
los profetas, y muy particularmente por Daniel[2].
Desde su nacimiento es reconocido rey por algunos de entre los judíos y
los gentiles: "¿Dónde está el rey de
los Judíos que ha nacido?" (Mt. II, 2)[3].
Pero ¿será él quien
restaure el reino de Israel? ¿Será él quien empuñe el cetro salido de Judá y rechace
la dominación romana que se extiende sobre el pueblo de Sión?
"Mi reino no es de este mundo" declara a Pilato; lo que
significa: mi reino no procede de este mundo[4].
Pero a la pregunta de Pilato: "¿Eres tú rey?" Jesús responde: "Tú lo dices; YO SOY REY, PARA ESTO NACI" (Jn. XVIII, 36-38).
Jesús nació para ser rey, pero su reino no querrá recibirlo, ni de
Satanás, que se le ofreció, ni de la multitud agradecida por el milagro de los
panes y que quiere apoderarse de Él y hacerlo rey.
Estudiemos estos dos
episodios.
El primero en ofrecer la
realeza a Cristo en los principios mismos de su vida pública, es el "Príncipe de este mundo".
Extraña escena aquélla que
se desarrolla sobre la árida montaña que domina la planicie de Jericó. Allí se lleva a cabo un drama análogo al
del Edén. Satanás trata de destruir la realeza de Cristo así como destruyó la
de Adán, por una tentación de orgullo.
Desde la cima de la
montaña, Satanás muestra a Jesús todos los reinos de la tierra con el fin de excitar
su codicia y le dice: "YO TE DARÉ todo este poder y la gloria de ellos, PORQUE A MÍ ME HA
SIDO ENTREGADA, Y LA DOY A QUIEN QUIERO. Si pues te prosternas delante de mí,
Tú la tendrás toda entera" (Lc. IV, 6-7).
Resalta en este texto el hecho de que Satanás es realmente "príncipe de este mundo", por la
caída de Adán. El poder '"me ha sido dado y lo doy...". Ahora bien,
él pretende investir de su realeza usurpada al rey de reyes. La ofrece del
mismo modo que Dios: "Siéntate a mi
diestra", porque Satanás "tiene
un trono" (Apoc. II, 13[5]). Tremenda ironía la de esta oferta predicha
por el Salmista: "¿Podrá tener
comunidad contigo la sede de la iniquidad?" (Sal. XCIV, 20).
Satanás no ha tenido
probablemente el conocimiento pleno del alcance de su ademán seguido tan pronto
de su derrota. Con todo, su odio se hará más feroz aún contra aquél que
exclamó: "¡Vete Satanás!"
(Mt. IV, 10). Fomentará la guerra contra El hasta la muerte. En la trágica hora
de Getsemaní, Jesús reconocerá su acción evidente: "Viene el príncipe del mundo. No es que tenga derecho contra Mí"
(Jn. XIV, 30).
Después del diablo, fué el pueblo quien ofreció la realeza a Jesús a
raíz de la multiplicación de los panes. Pero, "Jesús sabiendo, pues, que vendrían a apoderarse de Él para hacerlo
rey, se alejó de nuevo a la montaña, Él solo" (Jn. VI, 15). Es necesario comprender bien esta actitud: en efecto,
Cristo no podía ser proclamado rey en otra parte que en Jerusalén. Las profecías eran claras sobre el
particular; su reino venía de lo alto, venía de Dios: "SOY YO quien he constituido a mi Rey sobre
Sión, mi santo monte" (Sal. II, 6). El día de los Ramos, en Jerusalén,
Jesús aceptó la aclamación entusiasta del pueblo. ¿No debió traer consigo la de
los jefes de la Sinagoga? Esta era la adhesión que Dios hubiera querido para su
Cristo, si Israel no hubiese desechado su llamamiento.
Cristo permitió pues, el
cortejo triunfal de Betfagé al Templo y montado sobre el pollino acoge los cantos
y los "hosanna" de los niños:
"Bendito
el que viene, el Rey en nombre del Señor. En el cielo paz, y gloria en las
alturas" (Lc. XIX, 38). "¡BENDITO
SEA EL ADVENIMIENTO DEL REINO DE NUESTRO PADRE DAVID!"
(Mc. XI, 10).
Pero nuestro Salvador no fué reconocido rey por los jefes — antes por el
contrario —; ellos "buscaban
cómo hacerlo morir pero le tenían miedo" (Mc. XI, 18).
Entonces Jesús lloró sobre Jerusalén: “¡Ah, si en este día conocieras también tú lo que sería para la paz!
Pero ahora está escondido a tus ojos. Porque vendrán días sobré ti, y tus
enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán
de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no
dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has
sido visitada” (Lc. XIX, 42-44).
"¡Jerusalén! ¡Jerusalén!
(…) os digo, ya no me volveréis a ver, hasta que digáis: “¡Bendito el que viene
en nombre del Señor!" (Mt. XXIII, 37-39).
La ciudad Santa y sus sacerdotes han desconocido al Rey. El establecimiento
del reino es, desde entonces, rechazado hasta que resuene el mismo grito, aquél
de los niños en el día de las palmas: "BENDITO
SEA EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SE-ÑOR"[6].
***
Después del día triunfante de Cristo — día importante porque es un signo
de la gloria de su futuro reinado en Jerusalén — la multitud olvidó pronto sus
arranques de júbilo y se unió a los Sanedritas, el viernes de la "Preparación"
para reclamar la muerte de aquél que cinco días antes aclamara ella misma rey
de Israel. Este título de rey — aceptado por Jesús — fué el motivo de la
acusación lanzada contra él. "Hemos
hallado a este hombre (…) DICIENDO SER EL CRISTO REY” (Lc. XXIII, 2)[7]. Y, cuando fué crucificado, "sobre su cabeza pusieron, por escrito, la causa de su condenación:
“ESTE ES JESÚS EL REY DE LOS JUDÍOS" (Mt. XXVII, 37).
Es pues, la realeza de Cristo la que el pueblo y sus jefes quisieron
abolir, bajo las burlas, los sarcasmos y con una crueldad llevada hasta la
muerte de cruz.
Conocemos el desprecio de
Herodes por aquél a quien despidió, después de ponerle "un vestido
resplandeciente" (Lc. XXIII, 11), es decir, con una
túnica real. Los soldados completaron el atavío de este rey de irrisión;
tejieron sobre su cabeza una corona de espinas, colocaron una caña en su mano y
doblaron la rodilla delante de Él para ridiculizarlo diciendo: "SALVE, REY DE LOS JUDIOS". Luego le
abofetearon y le escupieron en el rostro (Mc. XV, 16-18; Mt. XXVII, 28-30; Jn.
XIX, 2-3).
Pilato, después del
interrogatorio, le presentó a los judíos, diciendo: “HE AQUÍ A VUESTRO REY”. Pero ellos se
pusieron a gritar: “¡Muera! ¡Muera! ¡Crucifícalo!” Pilato les dijo: “¿A vuestro
rey he de crucificar?” Respondieron los sumos sacerdotes: “¡Nosotros no tenemos
otro rey que el César!” (Jn. XIX, 14-15).
¡Aquellos que debían haber aclamado al Hijo de Dios, su rey de bondad,
de mansedumbre, de justicia y de paz, declararon por el César, su enemigo!...
Ellos también quisieron un rey como tienen "las otras naciones". Los hijos imitan a sus padres, los cuales
reclamaban de Samuel este extraño privilegio.
Jesús podía pensar sobre
su cruz: "no te han desechado a ti,
sino a Mí, para que no reine sobre ellos” (I Sam. VIII, 7).
Los judíos de entonces, que odiaban la dominación romana, proclamaron,
sin embargo: "¡No tenemos rey sino a
César!" ¡Sí, César!
¡Tendrán al César y sabrán lo que es una ciudad sitiada y destruída por
el César!...
Jesús es rechazado
definitivamente.
La ironía de los
sacerdotes se expresa una última vez delante del Crucificado: "¡El Cristo, EL
REY DE ISRAEL, baje ahora de la cruz!”
(Mc. XV, 32).
Mas he aquí que en medio
de los gritos, de las burlas, de las blasfemias, que resuenan ya varias horas
sobre el Gólgota, la voz de un moribundo, la de un malhechor que comparte el
suplicio de la cruz, se levanta para dejar oír la palabra de verdad: "Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lc. XXIII, 42).
Este hombre cree en la vuelta de Cristo y en el reino de Cristo, y así
lo asegura por su petición: "CUANDO
VENGAS EN TU REINO".
El ladrón esperaba algo más que un reino espiritual, como se le llama a
menudo; hablaba a Jesús de ese momento en que El volvería con sus santos, para
ESTABLECER SU REINO, PARA LEVANTAR NUEVA Y DEFINITIVAMENTE LA TIENDA DE DAVID (Hech.
XV, 16), para obrar como rey, y tomar posesión del trono, destinado en su origen
a Adán, pero vacío y que espera desde el Edén al que lo ha de ocupar.
[1] Es preciso haber visto la destreza de los
árabes para aplanar una vía. Recuerdo que yendo del Tabor a Naim, por caminos
no trazados, nuestros veinticinco autos se encontraron detenidos ante una fosa
profunda. Nuestros chauffeurs descendieron y, en unos minutos, la fosa estuvo
tapada.
[2] Según la célebre profecía de las
setenta semanas de años (Dan. IX, 24-27).
[3] Ver anteriormente: "¿Dónde está el rey de
los judíos que acaba de nacer?".
[4] "Jesús no dice que su realeza no ha de
ejercerse sobre este mundo, sino que no procede de éste" "Viene ella
de más arriba: de lo alto". R.
P. Lagrange: Evangile selon Saint
Jean. Gabalda, 1925, p. 475.
[5] Nota del Blog: Esto se vé
más claro aún en Apoc. XIII, 2: “Y la Bestia que vi era
semejante a un leopardo y sus pies como de oso y su boca como boca de león y
el Dragón le dio su poder y su trono y gran autoridad”. Ver también Apoc. XVI, 10.
[6] Con qué respeto y con cuánto
amor deberíamos pronunciar estas palabras en el Sanctus de la misa; palabras anunciadoras de la Vuelta de Cristo.
[7] Nota del Blog: Esto no hace más que confirmar lo que ya dijimos al hablar sobre las LXX Semanas de Daniel AQUI
y AQUI;
Mc. XV, 32 y Lc. XXIII, 2 son los únicos pasajes de todo el N.T. que hablan de “Cristo-Rey”.
En Lc. lo que vemos es la acusación contra Nuestro Señor, y en Mc. sin dudas
tenemos una burla de parte de los judíos, en ambos casos por haberse dado ese título
el domingo de Ramos.
¡Israel condenó a Jesús precisamente por la
misma razón que tendría que haberlo reconocido según la célebre profecía de
Daniel!
¿Puede haber
acaso una tragedia más grande?