Tal vez convenga referir,
al comienzo do esta conversación, algunos rasgos significativos que se
relacionan con la vida de Bloy. Hablando
de los días de su juventud, solía repetir que el cálculo de lo que comía en un
año daba por resultado la cantidad de alimentación que se requiere normalmente
en menos de seis meses. Y así escribía a Barbey d'Aurevilly, el 23 de junio
de 1894: Calculándolo bien, estoy seguro de no haber comido en un año más de
cuatro meses.
Un día que Paul Féval fué a visitarle, se puso a caminar, mientras conversaba,
de un lado a otro de la única habitación de Bloy, y así llegó a pisar una pobre
alfombra extendida en el suelo. ¡Cuidado!,
le advirtió: estáis caminando encima
de mi cama.
Bloy y Villiers de
l'Isle-Adam se paseaban un día por las orillas del Sena, enloquecidos de
angustia y de miseria, cuando Villiers pronunció aquellas palabras que conocéis
y que tanto impresionaron a Bloy: Nos
acordaremos bien de este planeta. Le gustaba repetir esas palabras de
Villiers, y otras tan crueles como esas. Otro día, estaban los dos sentados
junto a la mesa de un café, en la acera. Un hombre de esos que se dicen
positivos, que conocía a Villiers, se le acercó y le dijo, sonriendo: ¡Y qué tal, poeta! ¿Siempre andáis así, así,
así? (y trazaba en el aire espirales ascendentes). Y Villiers le contestó,
mirándolo con severidad: Y a usted,
señor, ¿cómo le va? ¿Siempre anda usted así, así, así? (y trazó espirales
en el aire, también; pero en sentido descendente).
Otra anécdota: Solía recibir dinero por órdenes de pago
telegráficas, y en los grandes apuros se dirigía a algunos amigos tan pobres
como él. Uno de esos amigos era un checo, llamado José Florián. En cierta
ocasión, habiéndose atrasado en el pago del alquiler, escribió a Florián: Si de aquí al 15 de abril no encuentra usted
500 francos, reventamos. Con mucha solicitud y mucho amor, se puso Florián
a la busca del dinero pedido; pero no lo consiguió. Llegado el día que Bloy
señalara, recibió la respuesta negativa de Florián, pero redactada en los
términos más lacónicos; el despacho no contenía más que esta palabra: Revienten.
Bloy no podía soportar el ruido del dinero dentro de la iglesia. Ese
ruido le producía una funesta excitación en su sistema nervioso. Recuerdo que
un día, en el Sacré Coeur, la encargada de recoger las limosnas se acercó a nosotros
sacudiendo la bolsa de monedas en el momento de la Elevación. Bloy la miró con
esos ojos de que os hablaba hace un momento, y le dijo estas simples palabras: ¡De rodillas, miserable!
***
Su obra es incomprensible
para los que no la sitúan en su vida, para los que no ven en ella la expresión
de su alma.
Respecto a uno de los
personajes de sus libros, Bloy tiene escritas las siguientes palabras: Mientras
hablaba, su alma parecía agitarse en su interior, semejante a una doncella
cautiva que arrimara su rostro a las vidrieras de un Escorial incendiado.
Así es la obra de Bloy: un signo, un don del alma, un ventanal en cuyos vidrios
se dibujan por transparencia los incendios interiores.
Conviene, por eso, que
hablemos ante todo de la vida de Bloy; en segundo lugar, trataremos de decir
algo de su vocación, de su misión; y después consideraremos a Bloy en cuanto
poeta y profeta. Aprovecharé esta oportunidad para citar muchos pasajes de su
obra, y esas citas habrán de constituir la parte más valiosa de estas evocaciones.