VI
¡HASTA QUE VENGA!
I Cor. XI, 26
"Encerrado en la prisión de este cuerpo reconozco carecer de dos cosas:
alimento y luz. Por esto Señor, me has dado a mí, enfermo, tu cuerpo sagrado
para alimento de mi alma y de mi cuerpo y has puesto tu palabra como una
lumbrera delante de mis pasos. Sin estas dos cosas no podría vivir bien, pues
la Palabra de Dios es la luz de mi alma y tu Sacramento el pan de vida"[1].
Así se expresa el autor de
la Imitación.
Diremos con él que
verdaderamente "dos mesas" están puestas para nuestra peregrinación
terrenal y que es preciso alimentarse de uno y otro "pan", sentarse a
una y otra "mesa": la mesa de la Escritura y la mesa de la Eucaristía[2].
Hemos dicho ya qué
importancia tiene masticar el pan profético y leer la Biblia: "No menospreciéis las profecías" (I Tes. V, 20). Pero no menos importante
es alimentarse y beber abundantemente de Aquél que habita con nosotros bajo las
apariencias de un poco de pan y de vino.
San Pablo señala a los
Corintios el verdadero espíritu con que deben tomar el pan y el cáliz: "Porque cuantas veces
comáis este pan y bebáis el cáliz, anunciad la muerte del Señor hasta que Él
venga" (I Cor. XI, 26).
El día en que comprendí
esta frase quedé deslumbrada por su fuerza y su potente grandeza ¡Cuántas veces
la había repetido… especialmente durante la fiesta del Santísimo Sacramento, ¡pero
la enseñanza de San Pablo había caído en un corazón cerrado! Nunca había comprendido la unión estrecha
de la Comunión con el retorno glorioso de Jesús ¡Pero la comunión es un
perpetuo anuncio!... "¡HASTA QUE VENGA!".
"¡Anunciad la muerte
del Señor!"… Nosotros anunciamos primeramente ese instante supremo en que
Jesús al morir puso el sello sobre las primeras palabras del "libro" cuando dice desde su cruz:
"Todo está consumado".
Después anunciamos su Aparición: "¡Hasta
que venga!”… hasta el momento en que se desenvolverán las profecías
"de las glorias", cuya conclusión será: "Está cumplido” .
La Comunión es, pues, el lazo entre las dos venidas de
Jesús, entre los dos "Ecce venio".
Es el puente suspendido entre las dos riberas del Misterio de Cristo: Jesús
paciente y Jesús glorioso, mientras tanto, corre el gran torrente abierto por
la lanza y la sangre de Jesús que, más potente que la de Abel, clama por
nosotros, interpela sin cesar por nosotros (Heb. VII, 25).
La Comunión es, pues, la manifestación sensible para nuestra vida
terrena de la plenitud del misterio de Cristo:
Jesús paciente (antaño); Jesús siempre vivo (actualmente); Jesús Rey
(pronto).
"Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Heb. XIII,
8).
De todas maneras, el signo sensible de su presencia entre nosotros, bajo
las apariencias de pan y vino, cesará con la Parusía.
Entre las razones invocadas por los católicos para no desear el Retorno
de Jesús, una de las más repetidas es ésta: "Jesús está sobre el altar,
¿para qué esperarlo de otra manera? Tengo cada día, si yo quiero, una especie
de advenimiento para mí en la Comunión".
Este razonamiento viene de nuestro individualismo que deforma bajo la influencia
de orientaciones falsas los misterios más sublimes y transforma el sentido de
las más claras palabras de la Escritura. Hacemos de la comunión "nuestra
cosa", "nuestro negocio particular con el amigo íntimo".
¿Será esto lo que Jesús
quiso decir por medio de San Pablo: "ANUNCIÁD LA MUERTE DEL SEÑOR HASTA
QUE VENGA"? ¿No conviene, acaso,
por el contrario, que cada recepción de su cuerpo y de su sangre aproxime estas
dos venidas — aquella del pasado y la del porvenir — las aproxime, las una en
cierto modo hasta la manifestación de su Reino glorioso?
Cada comunión debería ser
un paso adelante.
Cada comunión debería hacernos decir con fe, esperanza y amor: "Hasta que venga".
Deberíamos comulgar con
perspectivas más dilatadas y verdaderamente eternas.
Deberíamos olvidar
nuestras mezquinas peticiones materiales para juntar nuestra voz a la de la
Iglesia la cual, desde el día de la Ascensión, espera como una Esposa y suspira
por el día del Señor.
"Y el Espíritu y la Novia dicen “ven”, y el que oye, diga “ven”
(Apoc. XXII, 17).
[1] Imitación de Cristo, L. IV, c. 11, p. 4.
[2] Madeleine Chasles: Pour lire de Bible, p. 74.