V
COSAS QUE LOS MISMOS ANGELES
DESEAN PENETRAR
I Ped. I, 12
Estas “cosas
que los mismos ángeles desean penetrar"… ¿no son acaso los
tiempos misteriosos de "el día del Señor"?
Hemos dicho que Cristo se
había revelado principalmente, después de la Resurrección, como el Mesías
paciente, a causa de la incomprensión que el pueblo tenía de este misterio;
pero los apóstoles, enseñados por el Espíritu Santo, — "El os anunciará las cosas por venir"
(Jn. XVI, 13) — van a ser los campeones de estos misterios de gloria.
Los anuncios de la Vuelta y del Reino son renovados alrededor de trescientas veinte veces en el Nuevo
Testamento, pues, en adelante la atención del cristiano debe estar dirigida
hacia ese día: "Helo aquí, ya viene".
Los apóstoles hablan a menudo, como si el Señor debiera volver durante sus
vidas.
De todas maneras, los
acontecimientos pasados, aquellos de la humillación y de la muerte de Cristo
son recordados igualmente y el apóstol Pedro nos propone, en su primera
epístola, una síntesis muy viva y muy personal de la plenitud del misterio de
Cristo.
Ha visto las horas
dolorosas de su Señor; ha visto también su gloria en la Transfiguración, en la
Resurrección, en la Ascensión.
Hablará con conocimiento
de causa y hará notar que los profetas judíos habían escrito principalmente
para los cristianos, que podrían ver el cumplimiento de las profecías: las
"de los sufrimientos" y las
"de las glorias".
“Os regocijáis con gozo inefable y
gloriosísimo, porque lográis el fin de vuestra fe, la salvación de (vuestras)
almas. Sobre esta salvación inquirieron y escudriñaron los profetas, cuando
vaticinaron acerca de la gracia reservada a vosotros, averiguando a qué época o
cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo que profetizaba en
ellos, al dar anticipado testimonio de LOS PADECIMIENTOS de Cristo y de sus
GLORIAS posteriores. A ellos fue revelado que no para sí mismos sino para
vosotros, administraban estas cosas que ahora os han sido anunciadas por los
predicadores del Evangelio, en virtud del Espirito Santo enviado del cielo;
COSAS QUE LOS MISMOS ÁNGELES DESEAN PENETRAR (I Ped. I, 8-12)”.
El espíritu de Cristo
hablaba, pues, en los profetas para dictarles las palabras que el Cristo mismo
vendría en seguida a explicar y a cumplir.
La primera parte está realizada; la segunda permanece en el misterio
profético. Y es en este misterio donde los ángeles desean hundir sus miradas.
Como nosotros, esperan su manifestación[1].
***
Hay una escena de la vida terrenal del Salvador sobre la cual los
apóstoles han llamado igualmente la atención queriendo relacionarla con la
gloria del Reino futuro: es la de la Transfiguración.
Jesús mismo había
establecido la comparación: "En verdad, os digo, algunos de los que están aquí no gustarán la
muerte sin que hayan visto al Hijo del hombre viniendo EN SU REINO” (Mt. XVI, 28; Mc. IX, 1). Pedro, Santiago y Juan han comprendido evidentemente esta relación; su testimonio,
por lo demás, da fe de ello. Ellos dirán al mundo lo que Jesús será en "su majestad", tal como se reveló a
ellos sobre la "santa montaña" (II Ped. I, 16-18).
Juan, en la visión de Patmos, veía al Hijo del Hombre bajo un aspecto bastante
semejante al de su Señor sobre el Thabor (Apoc. I, 14).
¿Y de qué otra gloria que de aquélla podía hablar en
el prólogo de su Evangelio: "Hemos
visto su gloria"? (Jn. I, 14).
No puede tratarse de la Resurrección, pues Jesús resucitado tuvo siempre el cuidado
de mostrarse en su humanidad y no en su triunfo.
Al principio de su
epístola Juan nos dice también: "LA
VIDA SE HA MANIFESTADO Y LA HEMOS VISTO, Y (DE
ELLA) DAMOS TESTIMONIO, Y OS ANUNCIAMOS LA VIDA ETERNA".
San Pedro, más preciso, atestigua que no viene en nombre
"de fábulas inventadas" a
hacer conocer "el poder y la Parusía" de Jesucristo y
"la gloria majestuosísima"
de su reino, sino que ha visto (este
reino) sobre la santa montaña con sus propios ojos (II Ped. I, 16-18)[2].
Y agrega: "Y tenemos también, más
segura aun, la palabra profética, a la cual bien hacéis en ateneros –como a una
lámpara que alumbra en un lugar oscuro hasta que amanezca el día y el astro de
la mañana se levante en vuestros corazones" (II Ped. I,
19).
He aquí los hechos bien
establecidos, los Apóstoles creían en la Vuelta del Señor y en el
establecimiento de su Reino, apoyándose sobre la profecía, dirigiéndose por la
claridad de esta "lámpara". Muy
deseosos de ver estos días, enseñaban a los cristianos los medios de apresurar
la aparición: Vivid en santidad y piedad
“para ESPERAR y APRESURAR la Parusía del día
de Dios” (II Ped. III, 12).
Nosotros podemos, pues, "apresurar" la
Parusía y el Reino de Cristo ¡Qué responsabilidad el no vivir "en santidad
y piedad", o en balbucear con negligencia el "adveniat regnum
tuum" (venga tu reino), o cantar, sin alma, en el Credo: "iterum venturus
est cum gloria" (vendrá otra vez con gloria), y "exspecto... vitam
venturi saeculi" (espero la vida del siglo venidero)!
***
Busquemos la claridad de
la lámpara profética que ilumina nuestras tinieblas a fin de contemplar la
plenitud del rostro de Cristo. No miremos solamente al pequeño niño, o al
servidor, o al varón de dolores sometido al suplicio por amor, sino fijemos los
ojos sobre nuestro vencedor de la muerte, sobre nuestro triunfador en los
cielos, sobre aquél que volverá y reinará.
Nuestro Salvador es:
Hombre y Dios, Sacerdote y Profeta, Rey y Juez. Nosotros debemos vivir todo el
misterio.
La verdad del rostro del
Señor nos aparecerá, en la medida en que, humildemente, con El, hayamos
desenrollado "el libro donde está
escrito de Él" y a la cabeza del cual resplandece para la primera como
para la segunda venida: "¡Heme aquí,
yo vengo!".
El misterio de Jesucristo
puede resumirse así:
En Belén: "Heme aquí, yo
vengo" (Sal. XL, 8).
En el Gólgota: "Está cumplido” (Jn. XIX, 30).
En la Vuelta: “He aquí, viene con
las nubes" (Apoc. I, 7).
En el Reino final: "¡Hechas
están!" (Apoc. XXI, 6).
Tal será la conclusión de
los oráculos proféticos "del libro
donde de Él está escrito", cuyos sellos levantará el León de Judá porque primero fué inmolado
como Cordero (Apoc. V, 5.9).
[1] Ver en el Apéndice el cuadro profético de la
vida terrenal de Cristo y de su futuro advenimiento.
[2] La liturgia de la fiesta de la Transfiguración
—en el breviario sobre todo— canta "el Soberano rey de Gloria".
San León escribió: "Por su Transfiguración Jesús tuvo en vista fundar la
esperanza de la Iglesia". Si Cristo se mostró en toda su gloria fué para
fortalecer a sus discípulos para la hora de la Pasión, y ante todo en vista en
su vuelta, como "esperanza de la Iglesia".